Las
reuniones secretas de mujeres siempre están vinculadas al misterio del
nacimiento y la fertilidad. En las islas
Trobriand, las mujeres cultivan los huertos –una actividad que les está
reservada sólo a ellas- y tienen el derecho de atacar y derribar a cualquier hombre que se les acerque
demasiado. Son varias las cofradías secretas femeninas que han llegado hasta
nuestros días y sus ritos siempre comportan un simbolismo de la fertilidad. He
aquí, por ejemplo, algunos detalles acerca de la sociedad secreta femenina
entre los mordvanos. Los hombres, las jóvenes no casadas y los niños están
rigurosamente excluidos. La insignia de la cofradía es un caballo de palo y las
mujeres que lo acompañan son denominadas “caballos”: De sus cuellos suspenden
una bolsa llena de mijo y adornada con bandas; la bolsa representa el vientre
del caballo. También se añaden unos
saquitos pequeños que representan los testículos. Cada año tiene lugar el
banquete ritual de la sociedad, que se celebra en casa de una anciana. Al
entrar, las jóvenes casadas son golpeadas tres veces con látigos por las
mujeres mayores, que les gritan: “¡Poned un huevo!”, y por ello, las jóvenes
casadas ponen un huevo hervido que sale de entre sus senos. El banquete, al que
cada miembro de la cofradía debe contribuir con vituallas, bebidas y dinero, se
convierte rápidamente en orgiástico. A la caída de la noche, la mitad de la
cofradía visita a la otra mitad (pues cada poblado está dividido en dos partes).
Se trata de un cortejo carnavalesco: las ancianas borrachas cabalgan caballos
de palo y cantan canciones eróticas. Cuando ambas mitades de la cofradía se
reúnen, el alboroto es indescriptible. Los hombres no osan aparecer por las
calles. Si lo hacen son atacados por las mujeres, desnudados y brutalizados, y
deben pagar una multa para recuperar la libertad.[1]
Observemos
más de cerca ciertas cofradías africanas a fin de obtener algunos detalles
sobre las iniciaciones en las sociedades secretas femeninas. Los especialistas
se han tomado la molestia de advertirnos que estos ritos secretos son poco y
mal conocidos, pero no obstante podemos llegar a descifrar su carácter general.
Esto es lo que sabemos sobre la sociedad lisimbu entre los kuta del norte
(okindja). Una gran parte de la ceremonia tiene lugar en las proximidades de un
río o incluso en el propio río, y es importante subrayar desde ahora mismo que
el simbolismo acuático está presente en todas las sociedades secretas de esta
región de África. Se construye una cabaña de ramas y hojas en el mismo río. “No
tiene más que una entrada y la parte superior del tejado no se encuentra a más
de un metro de distancia, como máximo, de la superficie del agua.”[2]
Las candidatas, cuya edad varía entre los doce y treinta y dos años, son
llevadas al río. Cada una de ellas se encuentra bajo la vigilancia y el cuidado
de una iniciada, a la que se denomina “madre”. Avanzan juntas, entrando en el
agua, acuclillándose y sacando únicamente la cabeza y los hombros por encima de
la superficie. Su rostro está pintado con pembe
y sostienen una hoja entre los labios (…) La procesión desciende por el
río. Llegadas a la cabaña se ponen en pie súbitamente y penetran por el
orificio de entrada. Una vez en el interior, se desvisten totalmente y vuelven
a precipitarse al exterior. Se acuclillan y conforman un semicírculo frente a
la entrada de la cabaña, ejecutando la “danza de la pesca” (ibid.). Una de las “madres”
sale a continuación del río, se arranca el taparrabos y baila desnuda una danza
de lo más lasciva. Cuando finaliza, hay otra que ocupa su lugar. Tras esta
danza, las candidatas deben entrar en la cabaña, que es donde tendrá lugar su
primera iniciación. Las “madres” las desnudan, “metiéndoles la cabeza en el
agua hasta que están a punto de ahogarse” y les frotan el cuerpo con hojas
ásperas. La iniciación prosigue en el poblado: la “madre” pega a su “hija”, le
acerca la cabeza a una hoguera a la que ha lanzado un puñado de pimienta y,
finalmente, tomándola del brazo, la obliga a bailar para luego pasar entre sus
piernas. La ceremonia también incluye cierto número de danzas, entre las que se
encuentra una que simboliza el acto sexual. Dos meses más tarde tiene lugar una
nueva iniciación, también junto al río. En el interior de la cabaña, las
novicias pasan por las mismas pruebas y, en la orilla, se les rapa la cabeza,
marca distintiva de la cofradía. Antes de regresar al poblado, la presidenta
rompe un huevo sobre el tejado de la cabaña. “Ese acto asegura a los cazadores
muchas presas.” Tras regresar al poblado, cada “madre” frota el cuerpo de su “hija”
en el kula, divide un plátano en dos
y da un pedazo a su “hija”, guardándose el otro, y ambas comen juntas dicha
fruta. Después la “hija” se agacha y pasa entre las piernas de la “madre”. Tras
algunas danzas más –algunas de las cuales simbolizan la unión sexual-, se
considera que las candidatas están iniciadas. “Se cree que las ceremonias de la
sociedad lisimbu tienen una influencia favorable para la vida del poblado: las
plantaciones darán buenas cosechas, las partidas de caza y pesca obtendrán
frutos, las epidemias y querellas permanecerán alejadas de los habitantes”
(Andersson, op. cit., p. 218).
No
insistiremos en el simbolismo del misterio lisimbu. Pero recordemos lo
siguiente: las ceremonias iniciáticas tienen lugar en el río; el agua simboliza
el caos y la cabaña representa la creación cósmica. Penetrar en las aguas es
reintegrar el estado precósmico, el no-ser. A continuación se renace pasando
entre las piernas de la “madre”, es decir, se nace a una nueva existencia
espiritual. Los temas de la cosmogonía, sexualidad, nuevo nacimiento,
fecundidad y buena suerte conforman una unidad. En otras sociedades secretas
femeninas de la misma región africana pueden apreciarse algunos rasgos
iniciáticos más marcados. Por ejemplo, en Gabón existen las asociaciones
llamadas nyembe o ndyembe, que también celebran sus ceremonias secretas en las
proximidades de un río. Entre las pruebas iniciáticas señalemos las siguientes:
una hoguera debe quemar continuamente y para conseguirlo la novicias deben adentrarse
solas en el bosque, a menudo durante la noche o una tormenta, en busca de leña.
Otra prueba consiste en mirar al ardiente sol mientras se canta una canción.
Finalmente, las novicias deben introducir la mano en agujeros y atrapar
serpientes, que a continuación llevan al poblado enrolladas en los brazos.
Durante la duración de la iniciación, las mujeres que ya pertenecen a la
cofradía danzan desnudas y cantan canciones obscenas. Pero también existe un
ritual de muerte y resurrección iniciáticas que tiene lugar en el último acto
del misterio; se trata de la danza del leopardo. Esta danza es ejecutado por
las dirigentes, de dos en dos: una representa al leopardo, y la otra a la
madre. Una docena de jóvenes se reúnen alrededor de esta última, para ser
atacadas y “muertas” por el leopardo. Se supone que la muerte de la fiera
permite liberar a las jóvenes de su vientre. (Andersson, op. cit., pp. 219-221)
De todo lo
anteriormente relatado pueden extraerse algunos rasgos particulares. Es
sorprendente el carácter iniciático de estas Weiberbünde y de estas cofradías secretas femeninas. Para
participar en ellas hay que haber pasado con éxito una prueba, y ésta no es de
orden fisiológico (primera menstruación o primer nacimiento), sino de orden
iniciático, es decir, que implica todo el ser de la joven o de la recién
casada. La iniciación se efectúa en un contexto cósmico. Acabamos de ver la
importancia ritual del bosque, del agua, de las tinieblas y de la noche. La
mujer recibe la revelación de una realidad que la trasciende y de la que forma
parte. El misterio no está constituido por el fenómeno natural del nacimiento,
sino por la revelación de la sacralidad femenina, es decir, por la
identificación entre vida, mujer, naturaleza y divinidad. Esta revelación es de
orden transpersonal, y por ello se expresa mediante símbolos y se actualiza en
ritos. La joven o la mujer iniciadas toman conciencia de una sacralidad que
emerge de lo más profundo de su ser, y dicha conciencia –por muy oscura que
pudiera ser- es una experiencia de símbolos. Es al “realizar”, al “vivir” esta
sacralidad como la mujer descubre el significado espiritual de su propia
existencia; siente que la vida es real
y santificada, que ella no es una
serie infinita de automatismos psicofisiológicos ciegos, inútiles y, a fin de
cuentas, absurdos. Para las mujeres, la iniciación también equivale a una
ruptura de nivel, al tránsito entre dos modos de ser: la muchacha es
brutalmente separada del mundo profano, sufre una transformación de naturaleza
espiritual que, como toda transformación, implica una experiencia de muerte.
Acabamos de ver cómo se parecen algunas pruebas femeninas a las pruebas que
simbolizan la muerte iniciática. Pero siempre se trata de una muerte a alguna cosa que debe ser superada, y no de una
muerte en el sentido moderno y laico del término. Se muere para ser
transformado y acceder a un nivel de existencia más elevado. En el caso de las
muchachas, se muere al estado indiferenciado y amorfo de la infancia para renacer
a la personalidad y la fecundidad.
Al igual
que sucede entre los hombres, estamos frente a múltiples formas de asociaciones
femeninas, en las que el secreto y el misterio aumenta de forma progresiva.
Para empezar está la iniciación general por la que pasa toda muchacha de las
sociedades secretas femeninas (Weiberbünde).
A continuación tenemos las asociaciones femeninas de los misterios, como
sucede en África o, en la Antigüedad, en los grupos cerrados de las ménadas. Se
sabe que dichas cofradías femeninas de los misterios han tardado mucho en
desaparecer. Recordemos las brujas de la Edad Media europea, sus reuniones
rituales, sus “orgías”. Aunque los procesos por brujería tienen su origen, en
su mayoría, en los prejuicios teológicos, y aunque en ocasiones resulte difícil
distinguir entre verdaderas tradiciones mágico-religiosas rurales, que hunden
sus raíces en la prehistoria, y psicosis colectivas de carácter muy complejo,
la existencia de “orgías” de brujas sigue siendo probable, no en el sentido que
podrían darles las autoridades eclesiásticas, sino en el sentido primario,
auténtico, de reuniones secretas que incluyan ritos orgiásticos, es decir,
ceremonias que traten del misterio de la fecundidad.
Las brujas,
como los chamanes y los místicos de otras sociedades primitivas, no hacían más
que concentrar, exacerbar y profundizar la experiencia religiosa revelada
durante su iniciación. Al igual que los chamanes, las brujas estaban marcadas
por una vocación mística que las empujaba a vivir de forma más profunda la
revelación de los misterios.
Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Kairós.
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