domingo, 23 de febrero de 2014

"La Mujer Libre" de Emma Goldman


En este texto la gran autora, oradora,pensadora y activista por el feminismo y el anarquismo; Emma Goldman, reflexiona sobre lo que ella consideraba (por el año 1906, fecha de la que data este ensayo) como la gran tragedia de la mujer moderna.

Partamos, para empezar, de la siguiente premisa: con independencia de todas las teorías políticas y económicas que tratan sobre las diferencias fundamentales entre los distintos grupos de la especie humana, con independencia de las distinciones de clase y raza y de todas las diferencias artificiales entre los derechos del hombre y de la mujer, hay un punto en que esas diferencias pueden suprimirse y dar lugar a una unidad perfecta. 
Con ello no quiero proponer una tregua. El antagonismo social generalizado que se ha apoderado en la actualidad de todos los aspectos de nuestra vida pública, suscitado por la fuerza de intereses opuestos y contradictorios, saltará hecho pedazos cuando se haga realidad la reorganización de nuestra vida social, basada en los principios de la justicia económica.

La paz y la armonía entre los sexos y los individuos no dependen necesariamente de la igualdad superficial de los seres humanos, ni exige la eliminación de los rasgos y peculiaridades personales. El problema con el que nos enfrentamos hoy, y que sin duda se resolverá en un futuro próximo, es el de cómo ser uno mismo y estar a la vez unido a los demás, cómo sentirse profundamente ligado a todos los seres humanos y seguir manteniendo, sin embargo, las características propias. Y éste me parece el terreno común en el que la masa y el individuo, el demócrata auténtico y el ser original auténtico, el hombre y la mujer, pueden encontrarse sin antagonismo y sin oposición. La divisa no debe ser: perdonemos los unos a los otros, sino más bien entendámonos mutuamente. La frase de Madame de Staël tan frecuentemente citada - «Entender todo significa perdonar todo»- nunca me ha merecido especial aprecio; tiene un cierto tufo confesional; perdonar a otro ser humano da la idea de una superioridad fariseo; basta con entenderlo. La premisa que hemos sentado al comienzo constituye en cierta medida un aspecto fundamental de mis opiniones sobre la emancipación de la mujer y sus efectos sobre el sexo femenino.
La emancipación debería permitir a la mujer convertirse en un ser humano en el sentido más propio del término. Todo lo que dentro de ella pugna por afirmarse y actuar debería alcanzar su más plena expresión; habría que romper todas las barreras artificiales y eliminar todos los vestigios de siglos de sumisión y de esclavitud que obstaculizan el camino hacia una mayor libertad.
Ese era el objetivo original del movimiento en pro de la emancipación de la mujer, pero los resultados alcanzados hasta el momento la han aislado y despojado del manantial de esa felicidad que es tan esencial para ella. La emancipación exclusivamente exterior ha hecho de la mujer moderna un ser artificial, que recuerda uno de los productos de la arboricultura francesa, con sus árboles y arbustos en forma de arabesco, sus pirámides, círculos y guirnaldas; todo excepto las formas que serían la expresión de sus propias cualidades interiores. Esas plantas cultivadas artificialmente del sexo femenino son muy abundantes, especialmente en la llamada esfera intelectual de nuestra vida.
¡Libertad e igualdad para la mujer! Cuántas esperanzas y aspiraciones despertaron esas palabras cuando las pronunciaron por primera vez algunas de las almas más nobles y valientes de entonces. El sol se iba a elevar en toda su luz y esplendor sobre un mundo nuevo, en el que la mujer podría elegir libremente su propio destino, objetivo digno sin duda del mayor entusiasmo, valor, perseverancia y esfuerzo incesante por parte del gran número de pioneros - hombres y mujeres- que se jugaron todo frente a un mundo lleno de prejuicios e ignorancia.
También mis esperanzas se encaminan hacia ese objetivo, pero sostengo que la emancipación de la mujer, tal como se interpreta y se practica hoy, no ha logrado alcanzarlo. En la actualidad la mujer se enfrenta con la necesidad de emanciparse de la emancipación si en realidad quiere ser libre. Esta afirmación que puede parecer paradójica es, sin embargo, una gran verdad.
¿Qué es lo que ha conseguido la mujer con la emancipación? Igualdad de sufragio en unos cuantos Estados. ¿Se ha purificado con ello nuestra vida política, como predicaban muchos abogados bien intencionados? No, por cierto. Ha llegado la hora, por otra parte, de que las personas sencillas y de buen juicio dejen de hablar de la corrupción de la política con tonillo de maestros de escuela. La corrupción de la política no tiene nada que ver con la moral o con la relajación de las costumbres de algunas personalidades políticas. La causa es totalmente material. La política es el reflejo del mundo de los negocios y de la industria, cuyos lemas son «Tomar es mejor que dar»; «compra barato y vende caro»; «una mano sucia lava la otra». No existe ninguna esperanza de que la mujer, con su derecho al voto, llegue nunca a purificar la política.
La emancipación ha traído a la mujer la igualdad económica con el hombre, es decir, la posibilidad de elegir una profesión u oficio; pero, como la formación física que ha recibido en el pasado y en la actualidad no le ha dado la fuerza suficiente para competir con el hombre, se ve a menudo obligada a agotar su energía, a gastar su vitalidad y a destrozar su sistema nervioso para poder alcanzar el valor del mercado. Hay muy pocas que triunfan, ya que ni las profesoras, doctoras, abogados, arquitectos e ingenieros gozan de la misma confianza que sus colegas masculinos, ni reciben salarios iguales. Y las que alcanzan la ansiada igualdad, la consiguen por lo general a costa de su bienestar físico y psíquico. En cuanto a la gran masa de muchachas y de mujeres trabajadoras, ¿qué clase de independencia consiguen si sustituyen la estrechez y falta de libertad del hogar por la estrechez y falta de libertad de la fábrica, tienda, almacén u oficina? Muchas mujeres tienen que ocuparse además de un «hogar, dulce hogar» (frío, desordenado, triste, nada acogedor) después de un día de duro trabajo. ¡Maravillosa independencia! No es de extrañar que cientos de muchachas estén dispuestas a aceptar la primera oferta de matrimonio, hartas y cansadas de su «independencia» detrás del mostrado, o sentadas ante la máquina de escribir o de coser. Están dispuestas a casarse como las muchachas de la clase media, que ansían librarse del yugo de la autoridad paterna. Una pretendida independencia que sólo permite ganar la pura subsistencia no es tan atractiva ni ideal como para que pueda esperarse de la mujer que sacrifique todo por ella. Nuestra independencia tan encomiada no es, después de todo, más que un lento proceso de insensibilización y asfixia de la naturaleza femenina, del instinto amoroso y maternal.
Y a pesar de todo, la situación de la muchacha obrera es mucho más natural y humana que la de su hermana de las clases cultas y profesionales (maestras, físicas, abogados, ingenieros, etc.) -a primera vista más afortunadas- que tienen que aparentar una actitud digna y decorosa mientras que su vida interior está vacía y muerta. 
La estrechez de la concepción actual de la independencia y emancipación de la mujer, el miedo de amar a un hombre que no sea su igual socialmente; el miedo a que el amor le arrebate su libertad y su independencia; el horror a que el amor o la alegría de la maternidad sirvan solamente para entorpecer el pleno ejercicio de sus profesión, todo ello hace de la mujer emancipada actual una virgen reprimida ante la cual fluye la vida, con sus grandes penas esclarecedoras y sus profundas y fascinantes alegrías, sin tocar ni conmover su alma.
(1)
La emancipación, tal como la entienden la mayoría de sus partidarios y defensores, no es lo suficientemente amplia para dar cabida al amor y al éxtasis ilimitados, contenidos en la emoción profunda de la mujer, amante o madre verdaderamente libre. 
La tragedia de la mujer económicamente independiente no estriba en que tenga demasiadas experiencias, sino en que tiene muy pocas. Es cierto que aventaja a sus hermanas de las anteriores generaciones en conocimiento del mundo y de la naturaleza humana, pero precisamente por eso siente profundamente la falta de esencia vital, la única que puede enriquecer el alma humana y sin la cual la mayoría de las mujeres se han convertido en simples autómatas profesionales.
Los que previeron el advenimiento de la actual situación son los mismos que se dieron cuenta de que, en el campo de la moral, siguen perviviendo muchos de los viejos residuos de la época de indiscutible superioridad masculina, residuos que todavía se consideran útiles y, lo que es más grave, de los que no pueden prescindir gran parte de las emancipadas. Todo movimiento que pretenda destruir las actuales instituciones y reemplazarlas por otras más avanzadas y perfectas tienen seguidores que, en teoría, son partidarios de las ideas más radicales, pero que, no obstante, en su práctica diaria sin filisteos que fingen respetabilidad y que necesitan que sus adversarios tengan buena opinión de ellos. Hay, por ejemplo, socialistas y anarquistas que defienden la idea de que la propiedad es un robo y que, sin embargo, se indignarían si alguien les debiera dos reales.
Ese mismo filisteísmo existe en el movimiento en pro de la emancipación de la mujer. Los periodistas de la prensa amarilla y los literatos de vía estrecha han hecho semblanzas de la mujer emancipada que ponen los pelos de punta al buen ciudadano y a sus aburridas compañeras. Se ha descrito a toda mujer que pertenezca al movimiento pro-derechos civiles de la mujer como una George Sand, que siente un absoluto desprecio por la moralidad. Nada es sagrado para ella. No tiene ningún respeto por la relación ideal entre hombre y mujer. En resumen, la emancipación pretende solamente una vida sin escrúpulos de lujuria y pecado, al margen de la sociedad, la religión y la moralidad. Los partidarios de los derechos civiles de la mujer se indignaron ante esa falsa interpretación y, con una gran falta de sentido del humor, usaron toda su energía para demostrar que no eran en absoluto tan malas como se pretendía, sino todo lo contrario. Por supuesto, mientras la mujer fue la esclava del hombre, no podía ser buena y pura, pero ahora que era libre e independiente demostraría lo buena que podía ser y el efecto purificador que tendría su influencia en todas las instituciones de la sociedad. Es cierto que el movimiento pro-derechos civiles de la mujer ha roto muchas cadenas, pero ha forjado otras nuevas. El gran movimiento de la verdadera emancipación no ha encontrado una gran raza de mujeres capaces de mirar la libertad cara a cara. Su visión estrecha y puritana hizo que prescindieran del hombre en su vida emocional, como de un personaje sospechoso y perturbador. A ningún precio podía tolerarse al hombre, salvo quizá como padre de un hijo, ya que no era posible tener un hijo sin padre. Por fortuna, las más rígidas puritanas nunca serán lo bastante fuertes para acabar con el instinto innato de la maternidad. Pero la libertad de la mujer está íntimamente ligada a la libertad del hombre, y muchas de mis hermanas, pretendidamente emancipadas, parecen olvidar el hecho de que un niño nacido en libertad necesita el amor y los cuidados de toda persona que le rodee, sea hombre o mujer. Por desgracia, a esa concepción estrecha de las relaciones humanas se debe la tragedia de las vidas de los hombres y las mujeres modernos. 
Hace unos quince años apareció una obra de la brillante escritora noruega Laura Marholm, titulada Woman, a Character Study («La mujer, de estudio de un carácter»). Ella fue la primera en llamar la atención del vacío y la pobreza de la actual concepción de la emancipación femenina y de sus trágicos efectos sobre la vida interior de la mujer. En su libro, Laura Marholm habla del destino de varias mujeres de dotes extraordinarias y de fama internacional: la genial Eleonora Duse; la gran matemática y escritora Sonya Kovalevsky; el temperamento lírico y artístico de María Bashkirtseff, que murió tan joven. En las vidas de esas mujeres de extraordinaria inteligencia podemos encontrar profundas huellas del anhelo insatisfecho de una vida plena, colmada y hermosa, y la insatisfacción y soledad que les producía el carácter de ella. En esos bocetos psicológicos magistralmente trazados no podemos por menos de darnos cuenta de que cuanto mayor es el desarrollo mental de la mujer, menos posibilidades tiene de encontrar el compañero adecuado que busca en ella no solamente el sexo, sino también el ser humano, el amigo, el camarada, en posesión de una individualidad acusada y que no puede ni debe perder la integridad de sus rasgos propios.
El hombre medio, con su autosuficiencia, su ridículo aire de superioridad y su paternalismo hacia el sexo femenino, no puede servir al tipo de mujer descrito en Character Study de Laura Marholm. Tampoco puede servirle el hombre que no ve más que su mentalidad y su genio, y que no logra despertar su naturaleza femenina.
Se considera por lo general que una inteligencia rica y un alma delicada son atributos inherentes a una personalidad compleja y sugestiva. En el caso de la mujer moderna, esos atributos sirven de estorbo para la afirmación completa de su ser. Durante más de cien años, se ha denunciado la vieja fórmula matrimonial, basada en la Biblia, «hasta que la muerte nos separe», como una institución que afirma la soberanía del hombre sobre la mujer, la completa sumisión de ésta a sus caprichos y órdenes, y su absoluta dependencia respecto del hombre y apoyo que le presta el marido. Una y mil veces se ha demostrado de forma concluyente que la vieja relación matrimonial reducía a la mujer a la función de sirvienta del hombre y madre de sus hijos. Y, a pesar de todo, encontramos a muchas mujeres emancipadas que prefieren el matrimonio, con todos sus defectos, a la estrechez de una vida de soltera, limitada e insoportable debido a las cadenas de los prejuicios morales y sociales que ahogan y reprimen su naturaleza.
Esa inconsecuencia de muchas mujeres avanzadas se debe a que nunca entendieron realmente el significado de la emancipación. Creyeron que bastaba con liberarse de las tiranías externas; dejaron campar por sus respetos a los tiranos internos, mucho más perniciosos para la vida y el desarrollo (la ética y las convenciones sociales) y éstos actuaron a sus anchas, y parecen dominar los corazones y las cabezas de las más activas representantes de la emancipación de la mujer, lo mismo que dominaban en los de nuestras abuelas.
Estos tiranos interiores pueden presentarse en forma de miedo a la opinión pública, o a lo que diga la madre, el hermano, el padre, la tía o cualquier otro pariente, o a lo que dirán la señora Grundy, el señor Comstock, el jefe o la asociación de padres y educadores. ¿Y qué van a decir todos esos entremetidos, detectives morales y carceleros del espíritu humano? Hasta que la mujer no haya aprendido a desafiarlos a todos, a mantenerse firme en su puesto y a insistir en su libertad sin restricciones, a escuchar la voz de su naturaleza cuando pida lo más hermosos que puede dar la vida, el amor por un hombre, o su más excelente privilegio, el derecho a tener un hijo, no podrá considerarse emancipada. ¿Cuántas mujeres emancipadas tienen bastante valor para reconocer que la voz del amor está llamando, latiendo para reconocer que en su pecho, pidiendo que se la escuche y que se la satisfaga?
La escritora francesa Jean Reibrach intenta describir en una de sus novelas, New Beauty [«La nueva belleza»], el ideal de mujer hermosa y emancipada. Ese ideal está encarnado en una joven médico que habla con gran conocimiento y propiedad de cómo hay que alimentar a los niños; es buena y regala medicinas a las madres pobres. Charla con un joven amigo suyo sobre las condiciones sanitarias del futuro y sobre la manera de exterminar los bacilos y los gérmenes viviendo en casas de suelos y paredes de piedra, sin ninguna colgadura o alfombra. Por supuesto, viste de manera sencilla y práctica, de negro casi siempre. El joven, que al principio está intimidado por la sabiduría de su emancipada amiga, aprende poco a poco a entenderla y se da cuenta un buen día que la ama. Ambos son jóvenes, y ella es amable y hermosa y, aunque siempre viste con gran sobriedad, su aspecto se dulcifica con un cuello y unos puños de inmaculada blancura. Cabría esperar que él le declarara su amor, pero el muchacho no es de los que se dejan llevar por absurdos romanticismos. La poesía y el entusiasmo amoroso cubren su rostro ruboroso ante la pura belleza de la dama. Mantiene él en silencio la voz de su naturaleza y se comporta correctamente. Ella, a su vez, es siempre precisa, racional y correcta. Me temo que, si hubieran llegado a unirse, el joven habría corrido el riesgo de helarse hasta los huesos. Debo confesar que no veo nada hermoso en esa nueva belleza, tan fría como la piedra de las paredes y de los suelos con los que sueña. Prefiero las canciones de amor de las épocas románticas, a Don Juan y a Madame Venus, la fuga con cuerda y escala en una noche de luna, seguida de la maldición del padre, los lamentos de la madre y los comentarios morales de los vecinos, a la corrección y al rigor matemático. Si el amor no sabe cómo dar y tomar sin restricción, no es amor, sino una transacción que nunca dejará de sopesar los pros y los contras.
El gran defecto de la emancipación en la actualidad estriba en su inflexibilidad artificial y en su respetabilidad estrecha, que produce en el alma de la mujer un vacío que no deja tener beber de la fuente de la vida. En una ocasión señalé que parece existir una relación más profunda entre la madre y ama de casa al viejo estilo, aun cuando esté dedicada al cuidado de los pequeños y a procurar la felicidad de los que ama, y la verdadera mujer nueva, que entre ésta y el término medio de sus hermanas emancipadas. Las discípulas de la emancipación pura y simple pensaron de mí que era una hereje digna de la hoguera. Su ceguera no les dejó ver que mi comparación entre lo nuevo y lo viejo era simplemente para demostrar que un gran número de nuestras abuelas tenían más sangre en las venas, más humor e ingenio y, por supuesto, mucha más naturalidad, buen corazón y sencillez, que la mayoría de nuestras mujeres profesionales emancipadas que llenan los colegios, aulas universitarias y oficinas. Con esto no quiero decir que haya que volver al pasado, ni que condene a la mujer a sus antiguos dominios de la cocina y los hijos.
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La salvación está en el avance hacia un futuro más brillante y más claro. Necesitamos desprendernos sin trabas de las viejas tradiciones y costumbres, y el movimiento en pro de la emancipación de la mujer no ha dada hasta ahora más que el primer paso en esa dirección. Hay que esperar que se consolide y realice nuevos avances. El derecho al voto o la igualdad de derechos civiles son reivindicaciones justas, pero la verdadera emancipación no comienza ni en las urnas ni en los tribunales, sino en el alma de la mujer. La historia nos cuenta que toda clase oprimida obtuvo la verdadera libertad de sus señores por sus propios esfuerzos. Es preciso que la mujer aprenda esa lección, que se dé cuenta de que la libertad llegará donde llegue su capacidad de alcanzarla. Por consiguiente, es mucha más importante que empiece con su regeneración interior, que abandone el lastre de los prejuicios, de las tradiciones y de las costumbres. La exigencia de derechos iguales en todos los aspectos de la vida profesional es muy justa, pero, después de todo, el derecho más importante es el derecho de amar y a ser amada. Por supuesto, si la emancipación parcial ha de convertirse en una emancipación completa y auténtica de la mujer, deberá acabar con la ridícula idea de que ser amada, convertirse en novia y madre, es sinónimo de ser esclava o subordinada. Tendrá que terminar con la ridícula idea del dualismo de los sexos, o de que el hombre y la mujer representan dos mundos antagónicos.
La mezquindad separa y la libertad une. Seamos grandes y desprendidas y no olvidemos los asuntos vitales, agobiadas por las pequeñeces. Una idea verdaderamente justa de la relación entre los sexos no admitirá los conceptos de conquistador y conquistada; lo único importante es darse a sí mismo sin límites para encontrarse más rico, más profundo y mejor. Solamente eso puede llenar el vacío y transformar la tragedia de la mujer emancipada en una alegría sin límites.



Fuentes:
*De Anarchism and other Essays (El anarquismo y otros ensayos), de Emma Goldman. Publicado por Mother Earth 
Publishing Association. Traducción Joaquina Aguilar López. 

(1) Emma Goldman.
(2) Rosa Luxemburgo, Simone de Beavoir y Emma Goldman, respectivamente, en una playa en los años '30.

sábado, 1 de febrero de 2014

CHRISTIANE NORTHRUP Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer Una guía para la salud física y emocional.

Compartimos un fragmento del principio de este libro, escrito por una médica ginecóloga que descubrió el poder del cuerpo de las mujeres a partir de su propia experiencia y que a raíz de eso se comprometió y fue más allá; logrando dar cuenta de las falencias que la medicina tradicional ejerce, sometiendo a mujeres todos los días, a través de sus prácticas. Dejamos aquí esta primer parte como un señuelo hacia el libro completo. De forma introductoria, CHRISTIANE NORTHRUP caracteriza las herencias culturales que el <> produce y reproduce, en detrimento de la mujer.


El mito patriarcal y el sistema adictivo

La conciencia crea el cuerpo. Nuestro cuerpo está hecho de sistemas energéticos dinámicos influidos por la dieta, las relaciones, la herencia y la cultura, y la interacción entre todos estos factores y actividades. No estamos ni siquiera próximos a entender cómo interaccionan entre sí nuestros sistemas corporales y mucho menos cómo interaccionan con los de otras personas. Sin embargo, a lo largo de veinte años de ejercicio de la medicina, se me ha hecho evidente que no puede producirse curación para las mujeres mientras no hagamos un análisis crítico y cambiemos algunas de las creencias y suposiciones culturales que inconscientemente todas heredamos e interiorizamos. No podemos esperar recuperar nuestra sabiduría corporal y nuestra capacidad innata para crear salud sin comprender primero la influencia de nuestra sociedad en lo que pensamos de nuestro cuerpo y en nuestra manera de cuidarlo.

Nuestra herencia cultural

Durante los cinco últimos milenios, la civilización occidental ha descansado sobre la mitología del patriarcado, la autoridad de los hombres y los padres. Si, como dice Jamake Highwater, «todas las creencias y actividades humanas nacen de una mitología subyacente», entonces es fácil deducir que si nuestra cultura está totalmente «regida por el padre», nuestra visión del cuerpo femenino e incluso nuestro sis- tema médico también siguen leyes de orientación masculina. Sin embargo el patriarcado es sólo uno de los muchos sistemas de organización social posibles.
Incluso así, no seremos capaces de crear otro tipo de organización social mientras no nos sanemos dentro de la cultura en que estamos. He estado incontables veces en la sala de partos cuando nace una niña, y la mujer que la ha dado a luz mira a su marido y le dice: «Lo siento, cariño». ¡Le pide disculpas porque el bebé no es un varón! Es terrible presenciar cómo se rechaza a sí misma la madre al pedir disculpas por el producto de sus nueve meses de gestación y el laborioso parto. Sin embargo, cuando nació mi segunda hija, me horroricé al oír surgir en mi cerebro esas mismas palabras de disculpa a mi marido, provenientes del inconsciente colectivo de la raza humana. No las dije en voz alta, pero aparecieron en mi cabeza, con absoluta espontaneidad. Entonces comprendí qué antiguo es y qué arraigado está este rechazo de lo femenino tanto en los hombres como en las mujeres.
Nuestra cultura da a las niñas el mensaje de que su cuerpo, su vida y su feminidad exigen pedir disculpas. ¿Has notado con qué frecuencia pedimos disculpas las mujeres? Hace poco iba yo por la calle cuando un hombre chocó con una mujer que iba caminando tranquilamente e hizo que se le cayera un paquete al suelo. Pues fue ella quien se deshizo en disculpas. En algún recóndito lugar de nuestro interior llevamos una disculpa por el hecho mismo de existir. Anne Wilson Schaef escribe: «El pecado original de nacer mujer no se redime por las obras». Por muchos títulos que obtengamos en la universidad, por muchos premios que recibamos, en cierto modo nunca damos la talla. Si hemos de pedir disculpas por nuestra existencia desde el día en que nacemos, podemos suponer que el sistema médico de nuestra sociedad nos va a negar la sabiduría de nuestro cuerpo de «segunda clase». En esencia, el patriarcado proclama a voz en grito el mensaje de que el cuerpo femenino es inferior y debe ser dominado, controlado.
Nuestra cultura niega habitualmente lo insidiosos y omnipresentes que son los problemas relacionados con el sexo. En el ejercicio de mi trabajo, descubrí que el abuso sexual contra las mujeres es epidémico, ya sea sutil o descarado. Y he visto cómo ese abuso prepara el camino para la enfermedad en el cuerpo femenino. Consideremos los siguientes datos: un estudio realizado por la doctora Gloria Bachmann estima que un 38 por ciento de las mujeres adultas de Estados Unidos sufrieron abusos sexua- les en la infancia. Dado que es corriente no denunciar estos abusos, sólo entre un 20 y un 50 por ciento de estos incidentes llegan a conocimiento de las autoridades, de modo que el porcentaje podría ser mayor. Una de cada tres mujeres residentes en Estados Unidos tienen posibilidades de ser violadas alguna vez en su vida, y el 50 por ciento de las mujeres casadas son golpeadas al menos una vez en su vida conyugal. La investigación de la doctora Leah Dickstein ha documentado que el maltrato conyugal es la causa de uno de cada dos intentos de suicidio entre las mujeres negras, y uno de cada cuatro entre las blancas. Estudios realizados por Lori Hesse, del Instituto World Watch, señalan que, en todo el mundo, mueren cuatro veces más niñas que niños de desnutrición porque el alimento se da de preferencia a los niños. En China, se calcula que cada dos semanas 440.000 niñas son abandonadas o entregadas en adopción. Según el informe de las Naciones Unidas sobre la situación de la mujer, las mujeres hacen dos tercios del traba- jo del mundo por salarios equivalentes a un décimo de los salarios mundiales, y poseen menos de un centésimo de las propiedades del mundo. Un destacado estudio sobre la discriminación sexual en las escuelas, realizado por la Asociación de Mujeres Universitarias de Estados Unidos, confirmó un anterior informe que decía que, comparados con las chicas, los chicos tienen cinco veces más probabilidades de que los profesores les presten atención, y ocho veces más probabilidades de que se les haga participar en la clase.

El patriarcado produce adicción

La manera judeocristiana de ver el mundo que inspira la civilización occidental considera que el cuerpo y la sexualidad femeninos, representados en la persona de Eva, son los responsables de la caída de la humanidad. Durante miles de años las mujeres han sido golpeadas, maltratadas, violadas, quemadas en hogueras y culpadas de todo tipo de males simplemente por ser mujeres. En esta era de cambios rápidos, nos olvidamos de que las mujeres no obtuvimos el derecho al voto hasta 1920.
En 1949, en su libro El segundo sexo, Simone de Beauvoir escribió: «El hombre goza de la gran ven- taja de tener a un dios que respalda las leyes que escribe. Y puesto que el hombre ejerce una autoridad soberana sobre las mujeres, es particularmente afortunado que esta autoridad se la haya otorgado el Ser Su- premo. Para los judíos, mahometanos y cristianos, entre otros, el hombre es el amo por derecho divino; el temor de Dios reprimirá por lo tanto cualquier impulso hacia la revuelta entre las pisoteadas mujeres». La creencia de que los hombres están destinados a mandar sobre las mujeres está muy arraigada en muchas tradiciones occidentales.
La organización patriarcal de nuestra sociedad exige que las mujeres, sus ciudadanas de segunda clase, no hagan caso de sus esperanzas y sueños, o se aparten de ellos, por deferencia hacia los hombres y las exigencias de su familia. Esta obstrucción o negación de nuestras necesidades de autoexpresión y autorrealización nos causa un enorme sufrimiento emocional. Para no conectar con ese sufrimiento, corrientemente las mujeres hemos recurrido a substancias adictivas y hemos desarrollado comportamientos adictivos que han tenido por consecuencia un interminable ciclo de malos tratos que nosotras mismas hemos contribuido a per- petuar. Al ser maltratadas o maltratarnos a nosotras mismas, nos enfermamos. Cuando nos enfermamos, somos tratadas por un sistema médico patriarcal que denigra nuestro cuerpo. Muchas no recibimos una buena atención médica o ni siquiera la misma atención médica que reciben los hombres por las mismas enfermedades. Con mucha frecuencia empeoramos o contraemos problemas de salud crónicos, para los cuales el sistema médico no tiene respuestas ni tratamientos. Este es el ciclo que caracteriza nuestra atención médica actual. Y cada vez somos más las mujeres que descubrimos que esforzarnos por «triunfar como un hombre» también pone en peligro nuestro cuerpo.
Anne Wilson Schaef escribe que «cualquier cosa se puede usar de modo adictivo, ya sea una substancia (como el alcohol) o un proceso (como el trabajo). Esto se debe a que la finalidad o función de una adicción es poner un amortiguador entre nosotras mismas y nuestra percepción de nuestros sentimientos. Una adicción nos sirve para insensibilizarnos, para desentendemos de lo que sabemos y de lo que sentimos». Lo bueno es que cuando reconocemos y dejamos salir nuestro sufrimiento emocional, nos conectamos inmediatamente con nuestros sentimientos, los cuales pueden actuar de sistema orientador o guía interior. Está claro que necesitamos un nuevo tipo de actitud y sabiduría médicas que nos ayude a ponernos en contacto con nuestro dolor interior como primer paso hacia la sanación.
Ver esa conexión entre la adicción y el patriarcado ha sido esencial en mi comprensión de los comportamientos que se ocultan tras los principales problemas de salud de las mujeres. Lamentablemente, la palabra «patriarcado» suele ir acompañada de acusaciones a los hombres, pero la acusación es uno de los comporta- mientos claves que mantienen a las personas atascadas en sistemas que las dañan. Ni las mujeres ni los hombres ni la sociedad en su conjunto pueden avanzar y sanar mientras un sexo culpe al otro. Tenemos que deci- dirnos a avanzar y dejar atrás las acusaciones. Tanto los hombres como las mujeres perpetuamos el sistema en que vivimos con nuestros comportamientos adictivos cotidianos. Dando el nombre de «sistema adictivo» al patriarcado, Schaef ha hecho un progreso importantísimo en nuestra comprensión de los problemas de la sociedad. Demuestra que el modo como funciona nuestra sociedad es perjudicial tanto para los hombres como para las mujeres y que ambos sexos participamos plenamente en este sistema. Le estoy muy agradecida por sus penetrantes percepciones, las cuales comento a lo largo de todo este libro. Dar el nombre de «sistema adictivo» al patriarcado y ver los modos en que este sistema es perjudicial tanto para los hombres como para las mujeres no disminuye de ninguna manera la importancia del feminismo ni sus perspectivas. Caí en la cuenta de que esas perspectivas han hecho importantes aportaciones al pensamiento médico cuando, justo después de acabar mi periodo de prácticas como residente, encontré la siguiente entrada en el índice de la edición de 1980 del venerable libro de texto Williams Obstetrics: «Machismo, cantidades variables de, pp. 1-1102», es decir, todo el libro. ¿Qué corrector o encargado de realizar el índice insertó esa entrada en protesta anónima? Probablemente nunca lo sabremos.
Me gusta la definición de feminismo que da Sonia Johnson, porque contiene una visión de sanación: «Feminismo es la expresión hablada de las antiquísimas cultura y filosofía marginales basadas en valores que el patriarcado ha etiquetado de “femeninos”, pero que son necesarios para toda la humanidad. Entre los principios y valores del feminismo que más se diferencian de los del patriarcado están la igualdad universal, la solución no violenta de los problemas y la colaboración con la naturaleza, entre nosotros y con las demás especies».


Creencias fundamentales del sistema adictivo

Te animo a hacer un intento por comprender de qué modo participas en la sociedad adictiva. Cuando tomes más conciencia de tu papel en este bucle de interacciones, mejorará tu salud como persona y nuestra salud como sociedad. Comprueba si te suenan ciertas las siguientes descripciones de nuestras actitudes culturales con respecto a la mujer y la salud, descripciones que podrían servirte para ser más consciente de tu cuerpo y de tus problemas de salud.

Primera creencia: La enfermedad es el enemigo
Los sistemas adictivos han sido correctamente definidos como sociedades que están preparándose para la guerra o recuperándose de ella. Estas sociedades elevan los valores de la destrucción y la violencia por encima de los valores del sustento y la paz. Sólo tenemos que mirar lo que gasta nuestra sociedad en armamentos y defensa para ver dónde están sus valores, dado que la cantidad de dinero que gasta una sociedad en algo es una medida del valor que tiene ese algo en esa sociedad. El dinero que se destina a armas por minuto podría alimentar a dos mil niños desnutridos durante un año, y el precio de un carro de combate militar podría pro- porcionar aulas para treinta mil alumnos.
En consecuencia, el sistema médico establecido explica nuestro cuerpo no como un sistema diseñado homeostáticamente para tender a la salud, sino más bien como una zona en guerra. Abundan las metáforas militares en el lenguage médico occidental. La enfermedad o el tumor es «el enemigo» que hay que eliminar a toda costa. Rara vez, o nunca, se la considera un mensajero que intenta llamar nuestra atención. Incluso el sistema inmunitario, cuya función es mantenernos en equilibrio, se explica [en inglés] con terminología mili- tar, con sus linfocitos T «destructores» [en inglés, killer, que matan]. No hace mucho en nuestro centro, en una discusión en grupo sobre un tumor, uno de los radiólogos dijo: «Las municiones que hemos disparado sobre esa zona [la pelvis en este caso] no han logrado limpiarla de la enfermedad».
Creo que la predilección médica moderna por los medicamentos y la cirugía para tratar la enfermedad forma parte del enfoque agresivo patriarcal, o adictivo, de la enfermedad. Aquello que es natural y no tóxico se considera inferior a la «artillería pesada» de los fármacos, la quimioterapia y la radioterapia. Se hace caso omiso de los métodos de tratamiento naturales no farmacológicos que producen beneficios bien estudia- dos y documentados, como el toque terapéutico, por ejemplo. Se denigran los tratamientos que ofrecen cuidados complementarios; tampoco se presta atención a los estudios que demuestran su valor. Un ejemplo clásico de estudio descartado, y hay muchos, es uno sobre los efectos de la oración. Este estudio se realizó verdaderamente con el método de doble ciego: ni los médicos, ni las enfermeras ni los enfermos sabían por quié- nes se estaba orando. Pero el resultado fue que los enfermos de una unidad coronaria de cuidados intensivos por quienes estaba orando un grupo de personas que no sabían por quiénes oraban, quedaron con menos probabilidades de sufrir un infarto, de necesitar resucitación cardiopulmonar o respiración artificial (intubación endotraqueal), de sufrir de infección o neumonía y de necesitar medicamentos diuréticos que los en- fermos de la unidad por quienes no se oró.
Si un medicamento demuestra tener un efecto tan increíble, se consideraría no ético no usarlo. Dados los beneficios y la total ausencia de efectos secundarios de la oración, a un verdadero científico le fascinarían esos resultados y desearía estudiar aún más sus efectos. Sin embargo, cuando el doctor Bernie Siegel puso este artículo en el tablero de anuncios de la sala de médicos de su hospital, a las pocas horas ya un colega había escrito en la primera página: «CHORRADAS».
El sistema adictivo subordina el cuerpo al cerebro y a los dictados de la razón. Con frecuencia nos enseña a no hacer caso del cansancio, del hambre, de la incomodidad o de nuestra necesidad de cuidados y cariño. Nos condiciona a considerar el cuerpo un adversario, sobre todo cuando nos da mensajes que no quere- mos oír. Nuestra cultura suele tratar de matar al cuerpo como mensajero junto con el mensaje que trae. Sin embargo, el cuerpo es el mejor sistema sanitario que poseemos, si sabemos escucharlo.

Segunda creencia: La ciencia médica es omnipotente
Se nos ha enseñado que nuestro sistema de cuidado de la enfermedad nos ha de conservar sanos. Estamos condicionados socialmente a acudir a los médicos cuando estamos preocupados por nuestro cuerpo y nuestra salud. Se nos ha inculcado el mito de los dioses médicos, que los médicos saben más que nosotros sobre nuestro cuerpo, que el experto tiene la cura. No es de extrañar que cuando les pido a las mujeres que me digan lo que les pasa a su cuerpo me respondan: «Eso dígamelo usted, que es la médica». Para algunas mujeres los médicos son figuras de autoridad, junto con su marido y los sacerdotes. Ahora bien, cada mujer sabe más de sí misma que cualquier otra persona.
La ambivalencia de la mujer hacia su cuerpo y su propio juicio la perjudica psíquicamente. No hace mucho me decía una mujer: «No confío en los médicos; no me gusta la medicina. Sin embargo, me obsesionan y estoy siempre examinándome a ver qué me funciona mal. Voy a muchos médicos en busca de respuestas, y después me enfado cuando lo único que me ofrecen son fármacos y cirugía». Otras mujeres rechazan las alternativas cuando se las ofrecen, porque están convencidas de que sólo los fármacos o la cirugía las podrán ayudar. Sea como fuere, la mayoría de las mujeres están entrenadas para buscar las respuestas fuera de ellas, porque vivimos en una sociedad en la cual los supuestos expertos desafían y subordinan nuestro juicio, una sociedad en la cual no se respeta, no se alienta e incluso no se reconoce nuestra capacidad para sanar o estar sanas sin una ayuda externa constante.
En mi calidad de médica, se me formó para ser paternalista, la experta sabelotodo externa. La gente, a su vez, está condicionada a creer que los médicos son los modelos de comportamiento sano. Mis pacientes siempre temen, por ejemplo, que yo las voy a reprender porque han pasado un año sin hacerse una citología, algo que yo también he hecho de vez en cuando. Según informes de la Universidad de California, el 50 por ciento de los médicos no tienen médico de cabecera, algo que todos los médicos recomiendan a sus pacientes. El 20 por ciento de los médicos no hacen ningún tipo de ejercicio, sólo el 7 por ciento creen que beben «demasiado» alcohol, y el 50 por ciento de las médicas ni siquiera se hacen el autoexamen mensual de las mamas. Sin embargo, la gente entrega regularmente el control de su salud a esos modelos de vida no sana.
La propia medicina tiene un enfoque muy patológico. Los científicos rara vez estudian a las personas sanas, y cuando personas que sufren alguna enfermedad crónica o mortal se recuperan completamente, desafiando los pronósticos médicos estadísticos, los profesionales de la salud suelen creer que sus diagnósticos debieron de estar equivocados, en lugar de investigar por qué esas personas se han recuperado tan bien. En la Facultad de Medicina yo practicaba con personas enfermas o muertas. Se me formó en lo que podía ir mal. Se me enseñó a prever todo lo que podría ir mal y a estar preparada para ello. En mi especialidad de obstetricia y ginecología, se me enseñó que el proceso normal del parto es un «diagnóstico retrospectivo», y que por cualquier motivo al azar, puede convertirse en un desastre, en cualquier momento y sin aviso. Cuando los médicos no ponemos en tela de juicio estas enseñanzas, el miedo y la tensión que llevamos a la sala de partos aumenta la ansiedad de la parturienta, lo cual produce cambios hormonales en su cuerpo que, si no se interrumpen, propician un torrente de hechos fisiológicos que conducen a un elevado índice de partos disfuncionales y con cesárea.
Nuestra cultura y su sistema médico adictivo creen que la tecnología y los exámenes nos van a salvar, que es posible controlar y cuantificar todas las variables, y que si tenemos más datos de más estudios podremos mejorar nuestra salud, curar las enfermedades y vivir eternamente felices. Para los estadounidenses y sus médicos, hacer más equivale a mejorar el servicio médico. También creemos que podemos «comprar» una respuesta con el suficiente dinero. Tampoco en este caso confiamos en nuestra guía interior ni en nuestra capacidad de sanar.
Los médicos piden muchos análisis y exámenes porque temen no estar seguros. Se les enseña a comportarse como si fuera intolerable no estar seguros. Cuanta más información tienen, más confiados se sienten de la validez de sus diagnósticos, aun cuando su confianza en la información no esté justificada. Los pacientes, por su parte, se sienten igual de incómodos con la incertidumbre de sus médicos. Desean saber las cosas de un modo absoluto. Por ejemplo, cuando mis pacientes me preguntan acerca del herpes genital, quieren saber: «¿Cómo lo cogí?», «¿Cómo sé si no se lo voy a contagiar a alguien?». Es absolutamente imposible con- testar a estas preguntas con una certeza absoluta.

Tercera creencia: El cuerpo femenino es anormal
Dado que ser hombre se considera la norma en el sistema adictivo, la mayoría de las mujeres interiorizan la idea de que hay algo que está fundamentalmente «mal» en su cuerpo. Se las induce a creer que deben con- trolar muchos aspectos de su cuerpo y que sus olores y formas naturales son inaceptables. La sociedad ha condicionado a las mujeres a pensar que su cuerpo es esencialmente sucio, que requiere una constante vigilancia de su limpieza y su «frescura», para no «ofender». Por naturaleza, las mujeres tenemos más grasa corporal que los hombres. Además, dada la mejor alimentación en las últimas décadas, en la actualidad somos también más voluminosas que nuestras madres y abuelas. Sin embargo, las modelos de alta costura, que representan nuestro ideal cultural, pesan un 17 por ciento menos que la mujer estadounidense normal. No es de extrañar entonces que la anorexia nerviosa y la bulimia sean diez veces más corrientes entre las mujeres que entre los hombres y que vayan en aumento.
Esta denigración del cuerpo femenino ha sido la causa de que muchas mujeres tengan miedo de su cuerpo y sus procesos naturales o sientan repugnancia por ellos. Muchas, por ejemplo, jamás se tocan los pechos ni quieren saber lo que sienten en ellos, porque tienen miedo de lo que podrían descubrir. Es posible que se sientan culpables si los tocan, equiparando eso con la masturbación, ya que los pechos son eróticos para los hombres, lo cual es otra señal de cuán completamente hemos cedido nuestro cuerpo a los hombres.
Tanto entre los profesionales de la salud como entre las propias mujeres se ha convertido en norma habitual considerar enfermedades que precisan tratamiento médico incluso funciones corporales tan naturales como la menstruación, la menopausia y el parto. Da la impresión de que la actitud de que nuestro cuerpo es un accidente a la espera de ocurrir se interioriza a una edad muy temprana, y esto dispone el escenario para la relación futura de la mujer con su cuerpo. Dado lo que se nos enseña, no es extraño que la mayoría nos sinta- mos mal preparadas para relacionarnos con —y confiar en— nosotras mismas. Nos han «medicalizado» el cuerpo desde antes de que naciéramos.
Nuestra cultura teme todos los procesos naturales: nacer, morir, sanar, vivir. Diariamente se nos en- seña a tener miedo. Cuando mi hija mayor tenía siete años, estaba un día en el jardín con su padre podando unos arbustos. De pronto comenzó a llorar y entró corriendo en casa con el dedo ensangrentado. Se había hecho un corte con el filo de una hoja del arbusto. Cuando yo tranquilamente le puse el dedo bajo un chorro de agua fría y vi que la heridita era muy pequeña, ella me miró y me dijo lo que yo considero un principio de sanación importantísimo: «Sólo cuando me asusté comenzó a dolerme».
Dado que nuestra cultura venera la ciencia y cree que es «objetiva», pensamos que todo lo que lleva la etiqueta de «científico» tiene que ser cierto. Creemos que la ciencia nos va a salvar. Pero la ciencia, tal como se practica en la actualidad, es un edificio construido con todos los prejuicios del sistema adictivo en general. En realidad no existe el «dato totalmente objetivo»; el sesgo cultural determina qué estudios merecen continuarse y cuáles se han de dejan de lado. Nadie es inmune a esta conducta; todos tenemos nuestras vacas sagradas. Una vez, en un congreso médico, uno de los ponentes dijo: «La mente humana es un órgano diseñado especialmente para crear anticuerpos contra las nuevas ideas».
Muchos de los procedimientos que se realizan rutinariamente en el cuerpo femenino en particular no se basan en absoluto en datos científicos, sino que tienen su raíz en los prejuicios contra la sabiduría y el po- der curativo innatos del cuerpo. Muchos de estos procedimientos tienen su origen en opiniones emocionales sobre las mujeres, provenientes de generaciones anteriores. Ejemplo de esto son las episiotomías que se practican rutinariamente en el parto (el corte del tejido situado entre la vagina y el recto, que supuestamente da más espacio para la cabeza del bebé). Estudios recientes han demostrado que la episiotomía aumenta la he- morragia, el dolor y el riesgo de lesiones perdurables en el suelo pelviano, algo que las comadronas llevan años diciendo. La episiotomía se ha practicado y continúa practicándose en el parto simplemente porque los tocólogos que lo hacen están seguros de que «protege» de lesiones el suelo pelviano. Sólo hace muy poco que se ha comenzado a poner en duda la conveniencia de este procedimiento, cuando los estudios han demostrado que no es útil y que incluso puede ser dañino.

jueves, 23 de enero de 2014

Cosificandonos desde niñas: El discurso sexista y los medios de comunicación.

Por Flor Fiszman.

Los medios masivos, ya sean radiales, televisivos o gráficos, seleccionan y difunden la información con la carga ideológica que mejor les siente a cada uno. En este caso, analizamos la historieta "Gaturro" del ya cuestionado autor  Cristian Dzwonik, alias Nik.



Hoy le empecé a leer una historieta de Gaturro a la hijita de una amiga. Me fui sorprendiendo a medida que leía: primero intentan secuestrar a Gaturro y a su amiga Ágata cuando están yendo a la escuela, y Gaturro siente miedo pero no se lo quiere decir a Ágata, porque cree que si se lo cuenta nunca la va a poder conquistar.

Más adelante, cuando ya los han secuestrado y están prisioneros, Gaturro se preocupa porque no sabe qué va a comer, mientras que Ágata se preocupa porque extraña sus cosméticos.

En síntesis: Gaturro, que es niño, debe ocultar su miedo, para lo cual debe engañar a Agata, en pos de un amor que en algún momento ella decidiría brindarle a él (transformándose ella misma en un trofeo), y se preocupa por una función vital, que es comer, garantizando no perder fuerzas y seguir vivo, y está pendiente de su necesidad más concreta, de lo que surge de sus tripas, que es el hambre. Ágata, que es niña (y que por algún motivo la tira supone que usa maquillajes siendo niña), se preocupa por un hecho superficial que hasta la muestra como tonta: ante semejante situación dramática, su única preocupación son sus cosméticos. Debe ocultar quién es ella debajo de sus cosméticos, y además hasta ignora que tiene que comer.
De esta manera, de paso, se refuerza la idea de que la alimentación en las mujeres deja de ser un hecho natural y necesario, para ser un hecho conflictivo, con consecuencias negativas, como engordar y “deformar” a un cuerpo que debe responder a un modelo que va en contra de la naturaleza. Ágata se va constituyendo como persona en una existencia que la aleja de sus necesidades vitales, de su deseo o de su hambre, de su registro de la realidad, para ser por un lado, consumidora de engaños creyendo una imagen de los hombres que no es real; y por otro lado, un ser sujeto a la mirada de los otros ya que la realidad es lo que los otros ven de ella misma, que no debe ser ella misma, ya que sin la máscara del maquillaje, es decir, sin la mediación de la cultura que necesariamente debe transformar su imagen natural, está en falta. Las mujeres, siendo de un modo natural, estamos en falta: Teniendo hambre de un modo natural, estamos en falta. Sin maquillaje, estamos en falta. Sin cremas, estamos en falta. Sin depilarnos, estamos en falta. Por un lado nos alejamos de nuestros deseos y necesidades, y por otro lado nos autotransformamos en trofeos a ser conquistados, debemos jugar a impresionarnos con los logros de los hombres.

Esta operación es muy profunda y está totalmente naturalizada, porque es lo que aprendimos, porque es difícil construir un modelo de mujer que se centre en su percepción del mundo y de ella misma, que se conecte con lo que ella realmente quiere, que se permita tener pelos sin temer a que los otros la rechacen. Creo que requiere de mucho coraje encontrarnos con quienes somos y decidir desde nuestra necesidad y nuestra naturaleza, y ojalá podamos enseñarle a las niñas y niños otra manera de existir, también aprendiendo de esas niñas y niños.

Y con respecto a la hijita de mi amiga, dejamos de leer la historieta, y después nos pusimos a jugar con nuestros vestidos, dando vueltas y haciéndolos volar por el aire, siendo nosotras como un trompo pulsado por el viento, sólo que lo que nos pulsaba era nuestra naturaleza, nuestras ganas de girar y sentir el viento, de que vuele nuestra ropa de mujeres y que podamos jugar con ella, bailando para nosotras, mujeres , niñas y hasta la muñeca, todas girando con nuestras polleras al viento.

martes, 14 de enero de 2014

La Sensibilidad como contemplación del mundo: El arte de Raquel Forner

por Flora Mitocondria

Un repaso por la obra de una artista fundamental y que, como tantas otras mujeres, ha sido invisibilizada por la “historia oficial del arte”.



Raquel Forner nace en Buenos Aires, Argentina, el 22 de abril de 1902. Como resultado de frecuentes viajes familiares a Europa Forner vivió gran parte de su infancia en España . Al regresar ya terminando sus estudios primarios en España, cursa sus estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires y para el año 1922 obtiene el título de profesora de dibujo en esta Academia.
Ya en 1932 junto con los pintores Alfredo Guttero, Pedro Domínguez Neira y el escultor Alfredo Bigatti funda los cursos Libres de Arte Plástico y en 1934 gana el segundo premio en el XXIV Salón Nacional de Bellas Artes.


1*


En 1936 contrae nupcias con el escultor Alfredo Bigatti y un año más tarde gana la medalla de Oro en la Exposición Internacional de París.
Impresionada por la Guerra Civil española empieza a realizar una serie de obras basadas en ella: "La victoria (1939)", "El drama" (1939-1946) y el "Éxodo" (1940). Desde ese tiempo expresa en sus obras los males desencadenados en el mundo, se personifican grandes grupos de personas, encarnando los horrores que de la guerra y por la guerra son capaces de llevar a cabo los seres humanos: Cuerpos mutilados, expresiones de lamento y violencia, vientres vaciados, fusilamientos; representaciones de las fuerzas armadas; etc. La figura femenina impera en sus cuadros, donde se plasma la devastación y el desconsuelo, la agresión y la violencia, la caída de los ideales de progreso y el advenimiento de la tragedia bélica. 


2*

Forner sentía la angustia del mundo , y sus series llevan a reflexionar sobre la injusticia y la violencia desquiciada de la que somos capaces los hombres como especie. También es reflejo de la realidad conflictiva que se vivía y de la lucha de poderes sustentada en ideales perversos y atroces. Es un arte comprometido, que refleja lo que muchos intelectuales y artistas de la época denunciaban con sus palabras y sus obras, aunque de una manera particular y a partir de su propia sensibilidad. Para ello se vale de la figuración porque es el mejor medio de expresión de la inseguridad, la angustia por una posible catástrofe atómica, pero también que apunta a una necesidad de renovación histórica, psicológica, ecológica y a una utopía sustentada en la tecnología. En estos aspectos se la puede considerar una pionera en el arte argentino ya que es de las pocas mujeres artistas que abogó por un cambio de conciencia en su momento, sino la única.



3*


Raquel Forner vivió y creó en un siglo de grandes agitaciones alrededor del mundo y ese contexto fue una fuerte influencia en su obra. A mediados de los años '50, el frenesí de la Guerra Fría ponía en primer plano la posibilidad de grandes avances científico-técnicos, tendientes a la conquista del espacio. La llegada a la Luna fue un suceso que impactó a la sociedad del momento y por supuesto al espíritu perceptivo de ésta artista. Su serie "Las Lunas", pone de manifiesto el vínculo que se estaba gestando entre la humanidad y los cuerpos celestiales: Una posibilidad de cambio entre un mundo tan concentrado en los conflictos y las guerras. 


4*


Desde ésta etapa y casi hasta el final de su carrera, la obra de Forner sufrió una mutación en cuanto a la expresividad, la estructura formal, el viraje hacia colores más vivos y la antropomorfización de los seres. La humanidad sigue siendo protagonista, aunque teniendo un fuerte vínculo con el misterio y encanto del cosmos. Los seres retratados extienden cordones umbilicales, uniendose entre sí y con los planetas en el cielo. Esta conexión puede interpretarse como una nueva mirada hacia el futuro de la humanidad, una necesidad de volver a crear, a vincular la humanidad como un todo con el universo. Así, nace la esperanza por la "Gestación del hombre nuevo", necesaria para lograr un giro que supere a la violencia y la lucha de poderes terrenales.


5*


Forner llegaría a exponer sus cuadros en importantes galerías y museos, entre ellos galerías y museos de Argentina, Alemania, París, Colombia, México, Estados Unidos, Canadá, Brasil, Suiza, Portugal, etc. También recibió numerosos premios, como además de la medalla de oro en la Exposición Internacional de París (1937), el Primer premio Nacional de Pintura en el XXXII salón Nacional de Bellas Artes (1942), premio "Augusto Palanza" otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes (1947), "Gran Premio de Honor" en el XLV Salón Nacional de Bellas Artes (1956). Luego de recibir diversos homenajes y su última Exposición personal en la Galería Giacomo Lo Bue, Córdoba, fallece en Buenos Aires el 10 de junio de 1988. Recibe ese mismo año una Exposición homenaje en el Museo de Arte Moderno en Buenos Aires. Aún luego de fallecer, sus obras son expuestas en reconocidos museos y galerías, además de ser galardonada por la Fundación Konex.


Raquel Forner es una de las tantas artistas que la "historia oficial" del arte decidió pasar por alto o dedicar unas escasas líneas. Es necesario y reconfortante repasar su obra, valiosa y altamente influyente; cargada de una expresividad explosiva y que ayuda a comprender aquellos momentos históricos que la humanidad ha atravesado.

Algunas Obras:

1* "La victoria", 1939.
2* "El drama", 1939-1946.
3* y 4* Serie "Las lunas", 1958-1962.
5* "Gestación del hombre nuevo" 1980.

FUENTES:

miércoles, 8 de enero de 2014

La intuición como conocimiento autorizado



El objetivo de este artículo* es llamar la atención sobre el uso que hacen las parteras de la intuición como fuente destacada de conocimiento autorizado. Nuestra intención no es discutir el concepto de intuición sino simplemente utilizar la formulación que hace Jordan (1993) de la noción del conocimiento con autoridad como herramienta teórica que nos ayude a entender el papel que tiene la intuición para las parteras contemporáneas. Empezaremos examinando algunas perspectivas teóricas recientes sobre la naturaleza de la intuición.

Sobre la naturaleza de la intuición: Perspectivas teóricas

Creo que como que estamos en una cultura que no respeta la intuición y tiene una definición muy limitada del conocimiento, podemos caer en la trampa de esta limitación. La intuición es otro tipo de conocimiento, profundamente personificado. No está allí arriba en las estrellas. Es conocimiento, igual que el conocimiento intelectual. No es insustancial, que es lo que la cultura intenta hacer que sea.
-Judy Luce, partera de partos en casa



        El American Heritage Dictionary (1993) define la intuición como << el acto o la facultad de saber o sentir sin necesidad de usar procesos racionales; la cognición inmediata >>. A pesar de ser algo muy frecuente, la psicología la entiende y estudia poco (Laughlin, 1997). Uno de los mejores estudios sobre el tema es el de Tony Bastick (1982), en el que aísla muchas características de la intuición, incluyendo la confianza en el proceso de intuición, el sentido de certeza de la verdad de la revelación, lo repentino e inmediato de la conciencia del saber, la asociación de afecto con percepción (no racional, no lógica) y el carácter gestalt de la experiencia, el aspecto empático de la intuición, la naturaleza << preverbal >> y frecuentemente inefable del conocimiento, la relación ineludible entre intuición y creatividad y la posibilidad que una nueva percepción pueda resultar ser objetivamente incorrecta.
        En Women’s Intuition (1989), una de nosotras (Elizabeth Davis) señala que, en cuanto a la adquisición de la información, la sociedad occidental otorga un estatus con autoridad sólo a modos muy lineales de razonamiento inductivo y deductivo. Sin embargo, es bien sabido que << no hay creatividad en la ciencia, efectivamente, en ningún ámbito de la actividad creativa, que no implique intuición >> (Laughlin, 1997: 6; ver también Bastick, 1982; Hayward, 1984: 29-33; Jung, 1971; Poincare, 1913; Slaatte, 1983; Vaughn, 1979; Weil, 1972; Westcott, 1968). ¿Por qué la intuición es tan desvalorizada en Occidente?
        Tal como han señalado un buen número de científicos (Martin, 1987; Merchant, 1983; Rothman, 1982) las metáforas mecanicistas de la Tierra, el universo y el cuerpo han ido adquiriendo cada vez más prominencia cultural desde tiempos de Descartes. El razonamiento deductivo conciente, que se puede explicar y replicar lógicamente, es la forma más parecida a la máquina del pensamiento humano. Así pues, lo procesos raciocinativos (<< raciocinar >> significa << razonar metódica y lógicamente >>) se materializan en occidente y a menudo se expresan en términos de reglas normativas (Rubinstein et al., 1984: 34; Beth y Piaget, 1966). La intuición, por el contrario, se refiere a la experiencia que tenemos de los resultados de los procesos cognitivos profundos que ocurren sin ser concientes de ello y que no pueden explicarse o reproducirse lógicamente. Laughlin (1992, 1997) postula que la intuición es neurognóstica –inherente a la estructura básica del sistema nervioso central humano-, lo que justificaría los atributos panhumanos de la experiencia de la nueva percepción intuitiva. Propone que el lenguaje y sus estructuras conceptuales raciocinativas concomitantes no evolucionaron para expresar todo el sistema cognitivo humano sino sólo aquellos relacionados con la adaptación, señalando que el tipo de conocimiento que se puede expresar mediante estructuras conceptuales y lingüísticas del cerebro humano es superficial comparado con los procesos neurocognitivos más profundos  << de los que depende el conocimiento en sus sentido creativo más amplio >> (Laughlin, 1997: 17).
La investigación neurofisiológica sobre las funciones complementarias de los dos hemisferios del cerebro ha arrojado algo de luz sobre el proceso de la intuición. El hemisferio izquierdo media principalmente entre la producción del lenguaje, el pensamiento analítico y la secuenciación lineal y causal de acontecimientos, mientras que el hemisferio derecho principalmente media entre la producción de imágenes, el pensamiento gestalt u holístico y el diseño espaciotemporal (Bryden, 1982; Ley, 1983; Sperry, 1974, 1982). Simplificando un poco, se podría decir que el lóbulo izquierdo distingue partes de conjuntos, haciendo posible el pensamiento analítico  y la comunicación lingüística, mientras que el lóbulo derecho hace posible y difícil de comunicar o analizar la percepción gestáltica en nuestro sistema lingüístico occidental.
Algunos investigadores han utilizado estos descubrimientos para proponer que nosotros los humanos tenemos dos modos de conciencia, una que responde a lo que llamamos << razón >>, asociada al funcionamiento del lóbulo izquierdo, y otra llamada << intuición >>, asociada con el funcionamiento del lado derecho (Lee, 1976). Tal como Laughlin (1997:9) señala, algunos teóricos antropológicos han ido hasta el extremo de sugerir dos tipos diferentes de cultura definidos por estas dos maneras de conocer. Por ejemplo, Warren TenHouten (1978-79) ha utilizado las etiquetas de << proposicional >> y << composicional >> y ha argüido que estas dos maneras de conocer residen en un continuo con un tercer modo, el << dialéctico >>, en medio como una integración de la cognición del lóbulo derecho e izquierdo. En 1941, Sorokin sugirió que todas las sociedades oscilan a lo largo del tiempo como un péndulo entre dos polos extremos, uno caracterizado por el conocimiento racional y los valores materialistas, y el otro por el conocimiento intuitivo y los valores espirituales. La propuesta de Sorokin tiene su paralelo en los escritos populares contemporáneos en la distinción que hace Rianne Eisler (1988) entre culturas << dominadoras  >> y << asociadas >>  y la de Daniel Quinn (1993) entre << las que toman >> y << las que dejan >>. Estas distinciones también tienen su paralelo en las diferencias entre la partería estadounidense contemporánea y la sociedad tecnocrática en medio de las cuales la partería existe y lucha por prosperar. La tecnocracia es en gran parte jerárquica, dominada por los hombres, orientada por las máquinas y basada en los principios del hemisferio derecho del cerebro de separación y discriminación, mientras que la partería que se hace en las casas es principalmente igualitaria, orientada a la naturaleza y a las mujeres, y basada en los principios del hemisferio derecho del cerebro de holismo y conexión.
Por supuesto que tales dicotomías aparentemente tan bien definidas crean a menudo confusión. Es importante recordar que, a pesar de las dominaciones hemisféricas, el conjunto del cerebro está implicado en las funciones cerebrales. Una división funcional fuerte entre los hemisferios se da sólo en sujetos cuyos cerebros fueron físicamente divididos o dañados, ya sea a causa de heridas o de la cirugía (Sprenger y Deutsch, 1981). En el cerebro normal y sano, la semejanza y la replicación de la función son mucho más comunes. Laughlin sugiere que la intuición está << mediada por redes neurales en ambos lóbulos, no simplemente en el lóbulo derecho >> (1997: 11), llamando a los procesos cognitivos que se producen intuición << trascendental >> en parte para subrayar su funcionamiento transhemisférico, que abarca todo el cerebro.  El cuerpo calloso, que juega un gran papel en la transmisión de información entre hemisferios, puede ser lo más importante en la génesis de la intuición. En Women’s Intuition, Davis (1989) postula que la coherencia interhemisférica relacionada con estados trascendentes (Goldberg, 1983) y las conexiones intuitivas pueden ocurrir más fácilmente en las mujeres que en los hombres, ya que parece que el cuerpo calloso del cerebro femenino es mucho mayor. Se puede argüir, sin embargo, que esta parte del cerebro puede desarrollarse deliberadamente sea cual sea el sexo.
Tal como hemos apuntado antes, la ciencia, dada su sobrevalorización del razonamiento deductivo del hemisferio derecho del cerebro, nunca podría haber avanzado sin la creatividad de la intuición; concomitantemente, ninguna cultura orientada hacia la intuición podría sobrevivir sin una gran dependencia de la raciocinación. De igual modo, se puede dar el caso que incluso los médicos más tecnocráticos sigan su intuición en vez de su razón (Fox, 1975, 1980), e incluso es posible que las parteras más holísticas, en esta época postmoderna, hayan alcanzado un alto nivel de competencia en el uso de las herramientas tecnocráticas del parto y sean capaces de explicar y defender sus acciones en términos científicos, lineales y lógicos. A praxis de la partería postmoderna comporta, en muchas maneras, el ejercicio cuidadoso del razonamiento inductivo incluso si continúa confiando para su espíritu primordial en la representación de la conexión corporal y psíquica.
(…)

Las parteras y la intuición
La conexión como prerrequisito


        
          Lo primero que nos saltó a la vista de los datos de nuestras entrevistas fue el enorme valor que las parteras conceden a la << conexión >>. La conexión, tal como la viven estas parteras en un parto en casa, implica no sólo vínculos psíquicos sino también emocionales e intelectuales. No es simplemente una conexión a dos, como sucede con la conectividad de la partera con la madre, o de la madre con el bebé. Si tuviéramos que expresarlo mediante un diagrama, podríamos dibujar algo parecido a una telaraña, con filamentos que conectan a la mujer, al bebé, al padre y a las parteras entre sí. Si, más adelante, miráramos dentro de cada individuo, podríamos ver otros filamentos de la telaraña que conectan a cada individuo con la esencia más profunda de sí mismo. Nuestras entrevistadas insistían en que el grado de conexión que son capaces de mantener con la madre y el bebé depende del grado de conexión que mantienen con el flujo de sus propios pensamientos y sentimiento. Tan básica es la importancia de esta conectividad interna que muchas de ellas la buscan activamente antes del parto. Tal como Elizabeth Davis explicó durante su entrevista con Davis-Floyd:

A veces, especialmente cuando he estado haciendo muchas cosas, realmente me cuesta aclararme y llegar abierta al parto. Así pues antes de salir me echo un rato e intento relajarme y exponer mis preocupaciones del día y abrirme a mí misma para estar también abierta a la mujer y a su parto.
        
Este esfuerzo por << estar abierta >> a sí misma y a la mujer y a su parto es una cuestión que comparten las parteras que atienden partos en casa. La conectividad que esto facilita no sólo se extiende a la psique y a las emociones sino también a la sensación y a la experiencia física. Analicemos la siguiente cita de una partera canadiense:


En nuestra práctica colectiva, una de las cosas de que nos dimos realmente cuenta a lo largo del tiempo fue que si una de las parteras que atendían un parto tenía diarrea era un mensaje para que mirásemos las cosas con más detenimiento. Inevitablemente en esos partos algo pasaba…

P. ¿Cómo lo explicaría? ¿Por qué una partera tiene diarrea si algo va mal con el parto? ¿Cuál es la conexión?

Pienso que te estás dando cuenta intuitivamente de que algo no va del todo bien. Está entrando en tu cuerpo; aún no te ha llegado a la cabeza.

        La dimensión física de este acontecimiento, se ve reforzada en esta descripción de una partera de California:


Mi yo científico cree que todo pasa en mi cráneo, en mi cerebro. Intelectualmente poseo muchas aptitudes, muchas técnicas. Pero mi experiencia física me enseña que en situaciones peligrosas en las que mi mente no está segura de lo que debe hacer, de qué técnica sería la mejor –por ejemplo, sal la cabeza del bebé pero no se girará y tiene los hombros pegados- un cono de poder baja directamente a través de mi cabeza, a través de todo mi cuerpo, y me sale por las manos. Y mis manos empiezan a hacer una maniobra, y mi boca empieza a hablar y a decirle a la mujer que se gire apoyándose en las manos y en las rodillas, o cojo el trasero del bebé y estiro el bebé hacia abajo, o lo que sea –pero no sabía lo que haría antes de ese momento- y eso es la intuición de las parteras. [Maggie Bennett]
        

¿De dónde proviene ese << cono de poder >>? Si bien tanto Maggie como la partera canadiense antes citadas describen la intuición como intensamente física, el << cono de poder >> de Maggie también añade una dimensión espiritual. Al preguntar a muchas de nuestras entrevistadas dónde reside la intuición, nos dieron las siguientes respuestas: << En todo el cuerpo >>;  << Es celular >>; << En mi estómago >>; << Es un conocimiento interior; no sabes de dónde sale >>; << En tu corazón, en tus sueños >>; << En tu conexión con el universo >>; << En mi yo interior >>; << Soy muy auditiva; lo escucho como una voz que sale de mis entrañas >>. Podemos concluir que, para nuestras entrevistadas, la intuición parece implicar el cuerpo, la psique y el espíritu pero no la mente racional.
        Las parteras dicen que experimentan el tipo de abertura que describen Maggie Bennett y Elizabeth Davis, y la conectividad que ésta facilita, como algo fundamental para recibir mensajes intuitivos. Si están cerradas -<< recluidas >>, << desconectadas >> - no pueden escuchar esa voz interior y tienen que confiar en su amplio conocimiento intelectual y su pericia acumulados. Si bien no ven nada malo en ello, no parecen considerarlo un tipo de cuidados cualitativamente diferentes, tal como quedará claro en el siguiente apartado.

Aprender a confiar

En entrevistas formales y en conversaciones casuales, oímos a las parteras expresar que conocen bien las tecnologías de diagnóstico biomédico. Su jerga grupal está repleta de términos tecnomédicos, su bagaje como parteras rebosa tecnologías y sus gráficas de partos en casa son parecidas a los del hospital, con la temperatura y la presión arterial de la madre y los latidos del corazón del feto debidamente registrados. Y, sin embargo, estas mismas parteras que usan con tanta habilidad la jerga y las herramientas de diagnóstico de la medicina tecnocrática a menudo ven esta información así obtenida como una bendición muy adulterada, quizá una fuente de tantos problemas como soluciones. Tal como explicaba Elizabeth Davis:

Lo que veo que pasa en muchos programas de formación de parteras es la idea que aquí tenemos este corpus de conocimiento, y necesitamos que nos enseñen –la idea que el estudiante está vacío y esperando a que lo llenen, y el conocimiento está aquí y después que lo inculcan al estudiante está capacitado-. Pero en la partería, nada de esto compensará nunca la falta de confianza en ti misma o una habilidad para combinar el pensamiento crítico con la responsabilidad personal. Lo que hace que una partera sea realmente buena, creo yo, son esas calidades de análisis y de discernimiento internas, las emociones con las que se mantiene en contacto porque no separa su yo del proceso de aprendizaje para que los sentimientos de respeto hacia sí misma y de autoestima y de confianza en sí misma se combinen para hacer que sea humana y mantenerla conectada. Pienso en el parto, si no formas parte del proceso, eres una amenaza al proceso.
                
                Las otras parteras que entrevistamos estaban totalmente de acuerdo con ella. Para todas ellas, formar parte del proceso de dar a luz, estar conectadas, constituía el principal ingrediente de su éxito –un ingrediente mucho más importante que sus ya de por sí considerables aptitudes de diagnóstico técnico. Una de ellas incluso llegó a decir que:

Atender a mujeres en el parto se basa sólo en la intuición. Escucho el latir del corazón del bebé porque escucho el latir del corazón pero no me preocupo porque interiormente sé que todo va bien.
P. ¿También sabe cuando no todo va bien?
Por supuesto que lo sabes, hay una energía aquí.
P. ¿Ha ocurrido alguna vez que el estetoscopio le haya dicho una cosa y su intuición otra?
No. Si detecto un problema con el latido del bebé, ya ha habido signos que sospechaba que podía haber un problema. El latido del corazón casi siempre me lo dice todo, excepto que parece bonito sobre un trozo de papel para documentarlo. Hago esto para los abogados. [Jeannette Breen]
                Una hipótesis de trabajo muestra que cuanto más intensamente se formen las parteras en modelos didácticos de cuidados médicos basados en procesos raciocinativos, menos confiarán y dependerán de su intuición. Dado que hasta la fecha nuestras entrevistas se han centrado en parteras que demuestran su compromiso con el holismo asistiendo a las conferencias de MANA, no hemos podido investigar si esta hipótesis es cierta. Para hacerlo, deberíamos entrevistar a un número igual de enfermeras-parteras tituladas orientadas más médicamente. Todas nuestras entrevistadas declaran que aprender a confiar en su intuición es un proceso continuado. Nuestros datos sí que indican sin embargo algunas diferencias en la manera como las enfermeras-parteras tituladas formadas médicamente y las parteras formadas empíricamente (que aprenden sus conocimientos a través de la interacción individual del aprendizaje) viven este proceso. Las enfermeras-parteras tituladas parecen empezar considerando la intuición con desconfianza, a continuación pasan a la confianza a través de la experiencia vivida. Las parteras formadas empíricamente parecen empezar confiando en la intuición y pasan a la confirmación de esa confianza a través de la experiencia vivida. (…)
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La razón versus la intuición: exactitud y fuente
                La lista exhaustiva de las cualidades de la intuición de Bastick (1982) incluye la posibilidad que una intuición pueda ser incorrecta. En esto muchas de las parteras de nuestro estudio no estarían de acuerdo, ya que acostumbran a definir la intuición per se como inherentemente exacta (ver también Vaughn, 1979). Muchas de ellas nos explicaron que la clave, cada vez que habla la voz, es cómo averiguar si es o no una intuición << verdadera >>, y la lucha es aprender a diferenciar entre la duda y el debate interiores que acompañan al pensamiento raciocinativo y la verdadera voz de la intuición. Su alta de inclinación a asumir que una intuición puede ser equivocada, descubrimos, surge de su creencia consensual de que la intuición encuentra su fuente en el ámbito espiritual o sus propios << yoes superiores >>, que por definición no pueden ser erróneos, o de las partes más profundas de nuestros cuerpos que, según el modelo holístico, son fundamentalmente campos de energía que funcionan en conexión con otros campos de energía y que, por lo tanto, tampoco pueden ser erróneos.
                En oposición, la razón, que está específicamente situada en el neocórtex, puede ser errónea, y a menudo lo es. Así pues, si una partera tiene lo que ella piensa que puede ser una intuición, pero resulta que es falsa, puede llegar a la conclusión de que no debe haber sido una intuición, en primer lugar, sino un producto de su << mente racional >>. Con ello no queremos decir que las parteras subestimen la razón y la raciocinación. Suelen sentirse cómodas con sus habilidades raciocinativas y  son muy concientes de que están culturalmente sobrevaloradas.  La voz de la razón es fuerte y agresiva; lo más difícil, según las parteras, es identificar y hacer caso de las verdades que dice la silenciosa, pequeña y culturalmente subestimada voz interior. El valor de esta empresa se demuestra por el notable grado de seguridad que las parteras que atienden partos en casa están alcanzando; un grado que se compara muy favorablemente con la << gestión activa >> intervencionista, cara y a menudo iatrogénica de muchos hospitales. (…)
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Sancionar la intuición como conocimiento autorizado
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Hasta hace poco, el uso de la intuición por parte de las parteras que atienden partos en casa como conocimiento autorizado en los procesos de dar a luz, ha sido totalmente informal. Se ha vivido en la singularidad de la situación, se ha hablado de ello como algo prodigioso y asombroso entre ellas y con las madres a las que atienden pero no ha sido codificado formalmente como una fuente oficial de conocimiento autorizado. Con la finalización y aprobación por consenso de la << Declaración de MANA DE Valores y ética >> (antes citado) en la reunión de MANA del 13 de noviembre de 1992 celebrada en Nueva York y la aprobación de 1994 de las << Competencias fundamentales de MANA >> arriba citadas, la intuición fue formalmente reconocida por parte de las propias parteras como un aspecto integral de la práctica competente de la partería.
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(…) MANA se enorgullece de su carácter inclusivo. Cuando se crean exámenes y estándares que todas las parteras tienen que cumplir, algunas aprobarán y otras suspenderán y, muy posiblemente, las parteras que son competentes en los partos continuarán sin estar tituladas simplemente porque no han hecho bien el examen. En un esfuerzo por minimizar este tipo de resultado exclusivista, que limitaría la partería en casa a las que destacan en el pensamiento racional. El Grupo de Trabajo de Titulación está haciendo un gran esfuerzo por crear sistemas de examen y de evaluación que sean justos para todas. Al estar de acuerdo en que los exámenes por escrito (racionales), a pesar de ser los más fáciles de gestionar, no pueden proporcionar una idea general, las miembros del grupo de trabajo consideraron la idea de los tests de múltiples opciones para demostrar los conocimientos, incluyendo un examen de conocimientos simulado, en los que la aspirante a obtener una titulación podría acudir a un centro y demostrar sus conocimientos con modelos de plástico de una parturienta y su bebé. Cuando se presentó esta idea a las miembros de MANA, una respuesta común quedó ejemplificada por una partera que exclamó consternada: << Mis guías espirituales son las que me dicen lo que hacer en los partos, ¡pero no estarán allí si estoy trabajando con muñecos de plástico! >>. Otra partera subraya el papel fundamental de la intuición:
Decidamos cómo se tendría que examinar a una partera, y examinémosla de ese modo. No complazcamos los estándares de la profesión médica para demostrar que somos competentes. Demostrémonos a nosotras mismas que somos competentes, y que conoceremos esta competencia si nuestros corazones son verdaderos, y su somos honestas con nuestros conocimientos intuitivos. La intuición es a menudo lo que nos hace inteligentes, lo que hace que hagamos nuestro trabajo lo mejor que podemos, lo que nos hace entender los problemas antes que nadie más y por lo tanto que podamos ocuparnos de ellos con más eficacia. (Jill Breen, partera comunitaria, citada en Chester 1994:3)
En respuesta a tales llamados, la junta del NARM ha desarrollado un proceso de titulación para la Partera Profesional  Titulada en que lo raciocinativo y la práctica están equilibrados: requiere (1) que la solicitante se la examine de una larga lista de conocimientos exigidos por su mentora en la partería, que tendrá muchas ocasiones para ver cómo demuestra estos conocimientos a lo largo de su formación en un contexto conectivo en el que efectivamente puede escuchar a sus guías y a sus voces interiores; (2) aprobar un examen por escrito de un día para poner a prueba sus conocimientos y verificar su alcance y profundidad; (3) aprobar un examen de evaluación de sus conocimientos prácticos administrados por una partera experimentada. El equilibrio de la propuesta, al igual que la << Declaración de valores y ética de MANA >> y las competencias fundamentales indica la cada vez mayor determinación de estas parteras a aceptar tanto lo racional como lo intuitivo, como fuentes generalmente autorizadas y respetadas de conocimiento autoritativo.

Conclusión
                En este artículo hemos intentado examinar el fenómeno de la disposición ocasional de las parteras a confiar en la intuición como fuente principal de conocimiento autorizado en una sociedad que concede legitimidad conceptual y legal sólo a lo que pertenece a procesos racionales. Hemos visto que la confianza que otorgan estas parteras a su conocimiento interior es una parte integral del conjunto de su filosofía, tal como se expresa en la << Declaración de valores y ética >> de MANA, y tal como se ejemplifica en las historias que nos explican sus experiencias individuales con la intuición y el parto. A diferencia del modelo tecnocrático, que incluye una plétora cada vez mayor de tecnologías de diagnóstico y de remedio basadas en la separación, esta filosofía holística de la partería concede un gran valor a la conexión inter e intrapersonal, e incluye una variedad de conductas que expresan esa << danza >> conectiva.
                La intuición, según estas parteras, surge de su propia capacidad de conexión interna con los aspectos corporales y espirituales más profundos de su ser así como de sus conexiones físicas y psíquicas con la madre y el bebé. Esta fiabilidad de la intuición está intrínsicamente relacionada con el hecho de surgir de esa matriz de la conexión física, emocional y espiritual –una matriz que da más poder y credibilidad a la intuición, en opinión de estas parteras, que la información que surge de las tecnologías de la separación. Que a pesar de todo las parteras llevan consigo y utilizan libremente tales tecnologías demuestra no sólo que también valoran lo racional sino que se están volviendo expertas en equilibrar los protocolos y las exigencias de la información obtenida tecnológicamente con su aceptación intuitiva de la singularidad de las mujeres durante el trabajo de parto y el parto. Proponemos que sus redes profundas, conectivas, de mujer-a-mujer, tejidas con tanto amor en una sociedad que no otorga a esas conexiones ninguna autoridad de conocimiento y poco valor a la realidad conceptual, tienen un gran potencial para restablecer el equilibrio de la intimidad a las múltiples alienaciones de la vida tecnocrática.
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*Davis-Floyd, Robbie.La intuición como conocimiento autorizado en la partería y en los partos en casa, en  Perspectivas antropológicas del parto y el nacimiento humano. Ed. Creavida.