lunes, 28 de enero de 2013

El clítoris, ese gran desconocido

Compartimos el documental El clítoris, ese gran desconocido (The Clitoris Forbidden Pleasure, 2004).





Con más de ocho mil nervios, el clítoris es la parte de la mujer que contiene más terminaciones nerviosas de todo el cuerpo, incluso más que la lengua o el pene masculino. Es el único órgano del cuerpo que sirve sólo y exclusivamente para proporcionar placer a la mujer y que, al parecer, no posee una evidente función para el proceso de la reproducción. A través de este interesante documental, conoceremos en profundidad y a través de los testimonios de mujeres, médicos, psicólogos y terapeutas sexuales, todo sobre este desconocido y muchas veces repudiado órgano.


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Es un documental provocativo y humorístico que explora los "misterios" de la sexualidad femenina, centrándose en el clítoris, un órgano pequeño, de alta sensibilidad con 8.000 terminaciones nerviosas en la punta, por lo que es el órgano más sensible del cuerpo humano, incluyendo la lengua o, en los hombres, el pene. En las entrevistas clítoris con médicos, psicólogos, escritores, terapeutas, y educadores sexuales se entrelazan con imágenes gráficas, animaciones, anuncios de televisión hilarante para examinar las percepciones tanto históricos como contemporáneos de la psicología y la fisiología de la respuesta sexual de la mujer. Originalmente, el clítoris "se descubrió" en 1559 por un anatomista italiano, pues fue ignorado durante mucho tiempo o mal entendido en la literatura médica. Sin embargo, el vídeo incluye secuencias con la Dra Helen O'Connell, una uróloga de la Universidad de Melbourne que realizó el primer estudio anatómico total del clítoris, así como secuencias animadas que ilustran tanto su fisiología interna y externa. Otras secuencias se concentran en importancia crucial del clítoris con respecto a la respuesta sexual femenina. Un psicólogo clínico explica cómo el setenta por ciento de las mujeres dicen que no tienen orgasmos durante el coito vaginal. Algunas jóvenes adolescentes discuten sobre cómo superar los temas tabú en torno a su anatomía sexual, aprendiendo como apropiarse de sus placeres, así como de la importancia de la responsabilidad sexual en sus relaciones. El documental también examina otras cuestiones, tales como la respuesta de las mujeres a la literatura erótica, ya sea que existe o no el "punto G", la naturaleza del deseo sexual de las mujeres, la capacidad de las mujeres a tener orgasmos múltiples, el debate sobre el Viagra y la potencial versión femenina de esta droga de mejora sexual, y el derecho básico de las mujeres al placer sexual. En resumen, el clítoris es un documental estimulante, que es seguro para generar discusión y debate en una amplia variedad de opciones!

The Clitoris Forbidden Pleasure 2004 Directed by Stephen Firmin & Variety Moszynski http://icarusfilms.com/new2004/cli.html

sábado, 26 de enero de 2013

El Zen y el arte de mantener el círculo


Éste es un libro inusitadamente breve para lo que propone, que es ni más ni menos que cambiar el mundo y ayudar a que la humanidad entre en una era post-patriarcal. Está dirigido a las mujeres, pues, si ese cambio puede llevarse a cabo, habrán de ser ellas las artífices; aunque, por supuesto, estaré encantada de compartir estas páginas con aquellos hombres interesados en leerlas.
Escribí El millonésimo círculo para inspirar a las mujeres a crear círculos con un centro espiritual, y para ofrecer a quienes actualmente forman parte de ellos una perspectiva de lo que su aportación significa dentro de un contexto más amplio. Trato de contribuir así a acelerar este proceso y un movimiento que ya está en marcha y que se basa en una hipótesis sencilla, cuyo mecanismo, objeto de análisis y observación, es posible aprehender de forma intuitiva e inmediata: cuando un número importante de personas cambia su modo de pensar y de comportarse, la cultura lo hace también, y una nueva era comienza.
En cuanto se comprenden los principios básicos de los círculos de mujeres, es posible darse cuenta de su significación como movimiento revolucionario-evolucionista que a simple vista es difícil de captar. En apariencia se tratan de meros grupos de mujeres que se reúnen y conversan; sin embargo, la aportación de cada mujer y de cada grupo tiene una dimensión mucho más trascendente.
La idea de El millonésimo círculo irrumpió en mí inesperadamente mientras trabajaba en otro de mis libros. Estaba inmersa en el manuscrito de Las diosas de la mujer madura, que trata sobre los arquetipos de mujer a partir de los cincuenta, cuando a raíz de uno de esos arquetipos –que no es en absoluto el de una diosa, sino el arquetipo del círculo- escribí de pronto a doble espacio cuatro páginas de reflexiones que resultaron ser una declaración visionaria completa. Sentí que el propósito intrínseco de aquellas páginas no era el de formar parte, junto a muchas otras, de un grueso volumen, sino el de salir al mundo a solas, como una idea cuyo momento ha llegado; y muy pronto sucedió algo que ratificó esa percepción. Isabel Allende me había pedido algunas ideas para elaborar el discurso de apertura de un congreso, y le envié por fax esas cuatro páginas. Cuando en un momento dado las citó, las dos mil personas de la audiencia interrumpieron súbitamente la charla con sus aplausos.
Surgieron luego los restantes capítulos, del 3 al 9, que constituyen la parte de este libro dedicada a “Cómo llevarlo a cabo”. Durante años, mientras animaba a las mujeres a que formaran círculos, veía la necesidad de contar con un manual de instrucciones, y eso es lo que “El zen y el arte del mantener el círculo” trata de ser. Son capítulos con apariencia de poesía, y contienen un número de palabras reducido si se considera la ambiciosa empresa a la que sirven. La forma sobrevino cuando sin querer descubrí el efecto de pulsar en el ordenador la tecla “centrar” en vez de atenerme a los márgenes habituales. El resultado fue un “Cómo llevarlo a cabo” escrito con las imágenes y palabras que afluían del lado derecho de mi cerebro…, palabras, más que pretenciosas, poéticas y que, como luego advertí, hablaban el mismo lenguaje que habla esa parte de la psique del lector a la que me quería dirigir.
La perspectiva y las percepciones que reflejan esos capítulos son fruto directo de mi experiencia como miembro de diversos círculos de mujeres, que se remonta a 1985, y de dos de ellos en particular, que han sido inapreciables fuentes de aprendizaje: el círculo que, tras resquebrajarse dentro de él la confianza, fue abruptamente disuelto me enseñó mucho, quizá tanto como el círculo de oración y meditación que ha seguido en pie y en el que he participado durante los últimos catorce años. La segunda fuente de experiencia relativa a los círculos han sido los talleres de sabiduría de la mujer en los que he actuado como coordinadora, cuyo elemento central era siempre el encuentro de las mujeres en un gran círculo, aunque cada mujer formara parte, además, de un pequeño grupo sin líder. Por último, y contrastando con las anteriores, ha contribuido mi experiencia como miembro de juntas y comités, ya que me ha permitido ver la diferencia entre una y otra forma de relación, casi mutuamente excluyentes: una que sustenta la psique, la confianza, la autenticidad, y otra que aboga por la productividad, la utilización efectiva del poder y la imagen.
Durante los años que he participado, bien como miembro, bien como coordinadora, en los círculos de mujeres, he reflexionado sobre éstos y su funcionamiento interno. La psicoanalista junguiana que hay en mí veía tanto la profundidad y el crecimiento psicológico como los problemas que surgían dentro de los círculos, y cuál era el elemento que los hacía dignos de confianza; y la parte de mí capaz de intuir el nexo que existe entre la belleza y la verdad se daba cuenta de que los rituales y las ceremonias tenían un efecto sobre la imaginación y era, por tanto, medios que propiciaban la creatividad y la espiritualidad.
Aquellas de vosotras que hayáis participado en grupos de mujeres, ya sean de concienciación o de apoyo, tal vez sintáis que El millonésimo círculo os conmueve al evocar en vuestros corazones el recuerdo de ese grupo y sus circunstancias. Creo que los capítulos correspondientes a “Cómo llevarlo a cabo” serán también un recordatorio de lo que aprendisteis entonces: como fruto de esa experiencia, tenéis  una sabiduría que aportar a cualquier nuevo círculo.
He centrado mi atención en el significado de los círculos de mujeres y en su formación y mantenimiento, porque la mujer, como género, posee un talento natural para ellos. El círculo es una forma arquetípica que resulta familiar a la psique de la mayoría de las mujeres, pues es personal e igualitario; y cuando las mujeres lo trasladan al lugar de trabajo o a la comunidad -a menudo con ciertas modificaciones, a fin de que los hombres lo acepten y no se sientan intimidados por él- las tareas que requieren colaboración experimentan una mejora, y surge un acercamiento emocional y una relación mucho menos jerarquizada entre las personas que trabajaban juntas.
Aquellas mujeres a las que una experiencia previa en uno de estos grupos les haya dejada un regusto amargo, quizá necesiten volver a esa experiencia, tomando como guía las perspectivas que aparecen en este libro, antes de aventurarse en un nuevo círculo de mujeres. Puede que los capítulos titulados “El círculo debe ser un lugar seguro” y “Un círculo en apuros” resulten especialmente útiles; son capítulos que ofrecen, asimismo, algunos principios de carácter indicativo para crear círculos sanos.
Confío en que leerás los capítulos comprendidos entre el 3 y el 9 y que tienen apariencia de poemas como si realmente lo fuesen, y que dejarás que las palabras calen en tu mente, pues despertarán entonces tu propia intuición y tus percepciones, lo cual expandirá su significado. La poesía se sirve de la metáfora y de la analogía –que toma del nivel simbólico de la psique- y es el lenguaje del alma; sus imágenes contienen, además, información condensada, luego breve no será en este caso sinónimo de poco, sino más bien lo contrario, si mis palabras hacen aflorar la sabiduría colectiva que hay en ti como parte de un círculo de mujeres.
Por lo que he oído y observado, creo que es el anhelo de muchas mujeres pertenecer a uno de estos círculos. Si te sientes inspirada para formar un círculo o para conferir mayor profundidad a uno ya existente, este pequeño libro os será de gran ayuda a ti y al círculo que formes, o que reciba tu influencia, y estarás contribuyendo al mismo tiempo a un cambio evolutivo de la cultura humana, puesto que el tuyo será un círculo más en el camino hacia el millonésimo círculo.

Jean Shinoda Bolen. El millonésimo círculo. Kairós.


jueves, 24 de enero de 2013

Sociedades secretas femeninas


Las reuniones secretas de mujeres siempre están vinculadas al misterio del nacimiento  y la fertilidad. En las islas Trobriand, las mujeres cultivan los huertos –una actividad que les está reservada sólo a ellas- y tienen el derecho de atacar y derribar  a cualquier hombre que se les acerque demasiado. Son varias las cofradías secretas femeninas que han llegado hasta nuestros días y sus ritos siempre comportan un simbolismo de la fertilidad. He aquí, por ejemplo, algunos detalles acerca de la sociedad secreta femenina entre los mordvanos. Los hombres, las jóvenes no casadas y los niños están rigurosamente excluidos. La insignia de la cofradía es un caballo de palo y las mujeres que lo acompañan son denominadas “caballos”: De sus cuellos suspenden una bolsa llena de mijo y adornada con bandas; la bolsa representa el vientre del  caballo. También se añaden unos saquitos pequeños que representan los testículos. Cada año tiene lugar el banquete ritual de la sociedad, que se celebra en casa de una anciana. Al entrar, las jóvenes casadas son golpeadas tres veces con látigos por las mujeres mayores, que les gritan: “¡Poned un huevo!”, y por ello, las jóvenes casadas ponen un huevo hervido que sale de entre sus senos. El banquete, al que cada miembro de la cofradía debe contribuir con vituallas, bebidas y dinero, se convierte rápidamente en orgiástico. A la caída de la noche, la mitad de la cofradía visita a la otra mitad (pues cada poblado está dividido en dos partes). Se trata de un cortejo carnavalesco: las ancianas borrachas cabalgan caballos de palo y cantan canciones eróticas. Cuando ambas mitades de la cofradía se reúnen, el alboroto es indescriptible. Los hombres no osan aparecer por las calles. Si lo hacen son atacados por las mujeres, desnudados y brutalizados, y deben pagar una multa para recuperar la libertad.[1]
Observemos más de cerca ciertas cofradías africanas a fin de obtener algunos detalles sobre las iniciaciones en las sociedades secretas femeninas. Los especialistas se han tomado la molestia de advertirnos que estos ritos secretos son poco y mal conocidos, pero no obstante podemos llegar a descifrar su carácter general. Esto es lo que sabemos sobre la sociedad lisimbu entre los kuta del norte (okindja). Una gran parte de la ceremonia tiene lugar en las proximidades de un río o incluso en el propio río, y es importante subrayar desde ahora mismo que el simbolismo acuático está presente en todas las sociedades secretas de esta región de África. Se construye una cabaña de ramas y hojas en el mismo río. “No tiene más que una entrada y la parte superior del tejado no se encuentra a más de un metro de distancia, como máximo, de la superficie del agua.”[2] Las candidatas, cuya edad varía entre los doce y treinta y dos años, son llevadas al río. Cada una de ellas se encuentra bajo la vigilancia y el cuidado de una iniciada, a la que se denomina “madre”. Avanzan juntas, entrando en el agua, acuclillándose y sacando únicamente la cabeza y los hombros por encima de la superficie. Su rostro está pintado con pembe y sostienen una hoja entre los labios (…) La procesión desciende por el río. Llegadas a la cabaña se ponen en pie súbitamente y penetran por el orificio de entrada. Una vez en el interior, se desvisten totalmente y vuelven a precipitarse al exterior. Se acuclillan y conforman un semicírculo frente a la entrada de la cabaña, ejecutando la “danza de la pesca” (ibid.). Una de las “madres” sale a continuación del río, se arranca el taparrabos y baila desnuda una danza de lo más lasciva. Cuando finaliza, hay otra que ocupa su lugar. Tras esta danza, las candidatas deben entrar en la cabaña, que es donde tendrá lugar su primera iniciación. Las “madres” las desnudan, “metiéndoles la cabeza en el agua hasta que están a punto de ahogarse” y les frotan el cuerpo con hojas ásperas. La iniciación prosigue en el poblado: la “madre” pega a su “hija”, le acerca la cabeza a una hoguera a la que ha lanzado un puñado de pimienta y, finalmente, tomándola del brazo, la obliga a bailar para luego pasar entre sus piernas. La ceremonia también incluye cierto número de danzas, entre las que se encuentra una que simboliza el acto sexual. Dos meses más tarde tiene lugar una nueva iniciación, también junto al río. En el interior de la cabaña, las novicias pasan por las mismas pruebas y, en la orilla, se les rapa la cabeza, marca distintiva de la cofradía. Antes de regresar al poblado, la presidenta rompe un huevo sobre el tejado de la cabaña. “Ese acto asegura a los cazadores muchas presas.” Tras regresar al poblado, cada “madre” frota el cuerpo de su “hija” en el kula, divide un plátano en dos y da un pedazo a su “hija”, guardándose el otro, y ambas comen juntas dicha fruta. Después la “hija” se agacha y pasa entre las piernas de la “madre”. Tras algunas danzas más –algunas de las cuales simbolizan la unión sexual-, se considera que las candidatas están iniciadas. “Se cree que las ceremonias de la sociedad lisimbu tienen una influencia favorable para la vida del poblado: las plantaciones darán buenas cosechas, las partidas de caza y pesca obtendrán frutos, las epidemias y querellas permanecerán alejadas de los habitantes” (Andersson, op. cit., p. 218).
No insistiremos en el simbolismo del misterio lisimbu. Pero recordemos lo siguiente: las ceremonias iniciáticas tienen lugar en el río; el agua simboliza el caos y la cabaña representa la creación cósmica. Penetrar en las aguas es reintegrar el estado precósmico, el no-ser. A continuación se renace pasando entre las piernas de la “madre”, es decir, se nace a una nueva existencia espiritual. Los temas de la cosmogonía, sexualidad, nuevo nacimiento, fecundidad y buena suerte conforman una unidad. En otras sociedades secretas femeninas de la misma región africana pueden apreciarse algunos rasgos iniciáticos más marcados. Por ejemplo, en Gabón existen las asociaciones llamadas nyembe o ndyembe, que también celebran sus ceremonias secretas en las proximidades de un río. Entre las pruebas iniciáticas señalemos las siguientes: una hoguera debe quemar continuamente y para conseguirlo la novicias deben adentrarse solas en el bosque, a menudo durante la noche o una tormenta, en busca de leña. Otra prueba consiste en mirar al ardiente sol mientras se canta una canción. Finalmente, las novicias deben introducir la mano en agujeros y atrapar serpientes, que a continuación llevan al poblado enrolladas en los brazos. Durante la duración de la iniciación, las mujeres que ya pertenecen a la cofradía danzan desnudas y cantan canciones obscenas. Pero también existe un ritual de muerte y resurrección iniciáticas que tiene lugar en el último acto del misterio; se trata de la danza del leopardo. Esta danza es ejecutado por las dirigentes, de dos en dos: una representa al leopardo, y la otra a la madre. Una docena de jóvenes se reúnen alrededor de esta última, para ser atacadas y “muertas” por el leopardo. Se supone que la muerte de la fiera permite liberar a las jóvenes de su vientre. (Andersson, op. cit., pp. 219-221)
De todo lo anteriormente relatado pueden extraerse algunos rasgos particulares. Es sorprendente el carácter iniciático de estas Weiberbünde y de estas cofradías secretas femeninas. Para participar en ellas hay que haber pasado con éxito una prueba, y ésta no es de orden fisiológico (primera menstruación o primer nacimiento), sino de orden iniciático, es decir, que implica todo el ser de la joven o de la recién casada. La iniciación se efectúa en un contexto cósmico. Acabamos de ver la importancia ritual del bosque, del agua, de las tinieblas y de la noche. La mujer recibe la revelación de una realidad que la trasciende y de la que forma parte. El misterio no está constituido por el fenómeno natural del nacimiento, sino por la revelación de la sacralidad femenina, es decir, por la identificación entre vida, mujer, naturaleza y divinidad. Esta revelación es de orden transpersonal, y por ello se expresa mediante símbolos y se actualiza en ritos. La joven o la mujer iniciadas toman conciencia de una sacralidad que emerge de lo más profundo de su ser, y dicha conciencia –por muy oscura que pudiera ser- es una experiencia de símbolos. Es al “realizar”, al “vivir” esta sacralidad como la mujer descubre el significado espiritual de su propia existencia; siente que la vida es real y santificada, que ella no es una serie infinita de automatismos psicofisiológicos ciegos, inútiles y, a fin de cuentas, absurdos. Para las mujeres, la iniciación también equivale a una ruptura de nivel, al tránsito entre dos modos de ser: la muchacha es brutalmente separada del mundo profano, sufre una transformación de naturaleza espiritual que, como toda transformación, implica una experiencia de muerte. Acabamos de ver cómo se parecen algunas pruebas femeninas a las pruebas que simbolizan la muerte iniciática. Pero siempre se trata de una muerte a alguna cosa que debe ser superada, y no de una muerte en el sentido moderno y laico del término. Se muere para ser transformado y acceder a un nivel de existencia más elevado. En el caso de las muchachas, se muere al estado indiferenciado y amorfo de la infancia para renacer a la personalidad y la fecundidad.
Al igual que sucede entre los hombres, estamos frente a múltiples formas de asociaciones femeninas, en las que el secreto y el misterio aumenta de forma progresiva. Para empezar está la iniciación general por la que pasa toda muchacha de las sociedades secretas femeninas (Weiberbünde). A continuación tenemos las asociaciones femeninas de los misterios, como sucede en África o, en la Antigüedad, en los grupos cerrados de las ménadas. Se sabe que dichas cofradías femeninas de los misterios han tardado mucho en desaparecer. Recordemos las brujas de la Edad Media europea, sus reuniones rituales, sus “orgías”. Aunque los procesos por brujería tienen su origen, en su mayoría, en los prejuicios teológicos, y aunque en ocasiones resulte difícil distinguir entre verdaderas tradiciones mágico-religiosas rurales, que hunden sus raíces en la prehistoria, y psicosis colectivas de carácter muy complejo, la existencia de “orgías” de brujas sigue siendo probable, no en el sentido que podrían darles las autoridades eclesiásticas, sino en el sentido primario, auténtico, de reuniones secretas que incluyan ritos orgiásticos, es decir, ceremonias que traten del misterio de la fecundidad.
Las brujas, como los chamanes y los místicos de otras sociedades primitivas, no hacían más que concentrar, exacerbar y profundizar la experiencia religiosa revelada durante su iniciación. Al igual que los chamanes, las brujas estaban marcadas por una vocación mística que las empujaba a vivir de forma más profunda la revelación de los misterios.


Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Kairós.



[1] Uno Harva, Die religiösen Vorstellungen del Mordwinen (Helsinki, 1952), pp. 386 y ss.
[2] E. Andersson, Les Kula, I, p. 216.

domingo, 13 de enero de 2013

Aversión y repugnancia


Las mujeres no tienen idea de lo mucho que las odian los hombres. Cualquier muchacho que haya crecido en una ciudad industrial puede contar cómo solían acudir los chicos a las salas de baile locales y merodear por allí toda la noche hasta que la presión del impulso sexual más elemental les impelía a ligarse a una titi. Cuanto más fácil les resultaba, más detestaban a la chica y la identificaban con el resabio de culpa que les dejaba su mezquino desahogo sexual. “Un paseo hasta la parada del autobús bastaba para echarse un polvo”, comentan con rencor. Las chicas mantienen una actitud indiferente, de aceptación e impotencia, probablemente con la esperanza de que del desahogo que imaginan estar ofreciendo pueda nacer algún tipo de afecto y de sentimiento protector. Las más temerarias se dejan follar, de pie contra un muro o tumbadas sobre una chaqueta de cuero extendida en el suelo del aparcamiento de motos de los almacenes de Woolworth. Este frío trámite genera escasa satisfacción. “Un polvo duraba poco más de un asalto en aquella época.” Después los chicos las conducen con brusquedad y a toda prisa hasta la parada del autobús, saboreando únicamente la perspectiva de poder alardear de su conquista ante sus amigos. En los momentos inmediatamente posteriores a la eyaculación, sienten una feroz aversión. “Porque cuando acabo, acabo. La habría estrangulado ahí mismo, en mi cama, para luego echarme a dormir.”[1] Todos están permanentemente sin blanca y viven en casa de sus padres; aunque inicien una relación estable con una chica, será un asunto lastimero basado en una rutina mortal y constantes reproches y riñas. Encuentras desahogo, de manera arrebatada y sin premeditación, en las peleas con otra pandilla de chicos que despierten su aversión. Pelean con malas artes, abalanzándose sobre adversarios desprevenidos, mordiéndoles con furia en la cara o la nuca, y huyendo sin darles tiempo a responder, anonadados por el agravio.
Para esas criaturas resentidas, las únicas mujeres interesantes son las que están disponibles; no tienen mejor opinión de las inasequibles, pues en esa exclusividad ven sólo el deseo de negociar un trato más exigente: éstas son las brujas y las otras, las putas. Un hombre está destinado a acabar con una de uno u otro tipo. El matrimonio se contempla con fatalismo, más pronto a más tarde uno acabará atrapado inevitablemente por el sistema, deslomándose en un trabajo sin futuro para mantener una mujer insulsa y su ruidosa prole en una vivienda inadecuada en una ciudad aburrida, hasta el fin natural de sus días. Pronto irá perdiendo hasta la energía para pelear y la única escapatoria será momentánea, un par de horas en el bar tan a menudo como la “jefa” e lo tolere. Por lo tanto, ven el sexo como su perdición, una abominable servidumbre, impuesta por las mujeres como involuntarias guardianas.


Uno tiene derecho a poner en duda que las guerras entre los baubinos puedan llegar a ser tan crueles y perjudiciales para los machos y las hembras cuando viven en libertad.

PAUL SCHILDER, Goals and Desires of Man, 1942, pág. 41


El hombre que me contó todo esto daba por sentado que todos los hombres sienten asqueados por el sexo después del acto. Estaba seguro de que la frialdad que manifiestan los hombres después del coito en realidad es repulsión. No recordaban haber tenido jamás una relación sexual que no fuera acompañada de aversión, excepto con una sola mujer. Resulta demasiado sencillo declarar que se trata de una manifestación singular de un tipo particular de remilgo. Su origen está en la pérdida percibida de la dignidad humana, producto del tedio y las restricciones. La repugnancia se puede atenuar cuando un grado razonable de opulencia permite que los encuentros sexuales vayan acompañados de menos elementos antiestéticos, pero una profunda ambivalencia con respecto al objeto de las atenciones sexuales subsistirá inevitablemente mientras el sexo siga siendo furtivo y algo sucio. En los casos extremos, esa incluso puede causar impotencia en el matrimonio, puesto que no se debe degradar a una esposa.
Cuando Freewheelin’ Frank le dijo a Michael McClure en 1967 que desde que tomaba LSD ya no pensaba en “guarrerías o marranadas” de las mujeres, no estaba diciendo toda la verdad. La rebelión de los Ángeles del Infierno invirtió los valores estéticos tradicionales y, como resultados, se impusieron los rituales sexuales más repulsivos como celebración de la repugnancia:


Cuando hablamos de comer el coño procuramos que suene lo más asqueroso y vulgar posible, como para hacer vomitar a alguien. Las angel mamas son ninfómanas dispuestas a hacer cualquier cosa cuando se trata de sexo. La tía está menstruando en ese momento, tiene la regla y está llena de sangre. Se considera que cuanto más repugnante esté, más clase demuestra el tipo que se la come delante de todos – seis miembros por lo menos- y el estilo con que lo hacer, mientras todos miran… Ha habido alguno que ha vomitado cuando se le ha obligado a hacerlo.[2]

Elridge Cleaver se convirtió en un violador, “de manera consciente, deliberada, premeditada y metódica”, cuando salió de San Quintín.


Muchos blancos se hacen la ilusión de que el deseo lujurioso del hombre negro que sueña con la joven blanca responde a una pura atracción estética, pero nada está más lejos de la verdad. Su motivación es a menudo tan cruenta, tan cargada de odio y de resentimiento y tan perversa que a los blancos les resultaría francamente difícil sentirse halagados por ella.[3]

En una vana ilusión pensar que la violación es la expresión de un deseo incontrolable o una forma de respuesta compulsiva a una atracción abrumadora. Cualquier joven que haya sido golpeada y violada puede contar cuán ridículo resulta que cuando pregunta el suplicante porqué, su atacante le responda “porque te quiero” o “porque eres tan bonita” o cualquier otra necedad por el estilo. Lo hombres mismos desconocen cuán intenso es su odio. A él apelan los artículos inflamatorios de las revistas pensadas para imbéciles con problemas de virilidad que se venden a un alto precio en los bares de carretera: “Mujeres ávidas: cómo se descubren”, escribe Alex Austin en Male y luego procede a describir una serie de gestos inocuos, como quitarse un zapato y manifestar un buen apetito (de comida), que serían indicativos de una lascivia oculta en las mujeres.[4] Barry Jamieson describe en Stag las tácticas subrepticias de “La traidora complaciente: la mejor amiga de tu mujer.”[5] La finalidad de esos artículos es dar a entender que el mundo está lleno de zorras calientes bajo tenues disfraces, dispuestas a acoger con agrado las proposiciones menos ceremoniosas a pesar de sus remilgadas protestas. Son mujeres disponibles, casquivanas, fáciles de convencer. Se tienen bien merecido lo que les pueda ocurrir. Cierto tipo de hombres trasladan esta discriminación imaginada a la práctica y les susurran obscenidades a las mujeres con quienes se cruzan por la calle para reírse luego de su humillación y desconcierto, los cuales interpretan como prueba de que pecan de albergar los secretos deseos bestiales a los que ellos acaban de apelar. La mayoría de las veces las mujeres no captan el mensaje mascullado, pero el tono de voz y la mirada lasciva son inconfundibles. Los hombres que repasan con insolencia de arriba abajo a las mujeres con la mirada en los autobuses y en el metro mientras hacen tintinear algunas monedas en su bolsillo están comunicando la misma insinuación cargada de odio. Las fantasías que impulsan a los hombres a seguir a mujeres inconscientes de sus manejos por las calles de la ciudad nacen de la misma suposición de que bajo una apariencia modosa se oculta una calentura animal y una secreta apetencia por la degradación. La lujuria de las mujeres casquivanas es indiferenciada, una comezón implacable, que una vez pasada la susceptibilidad masculina inicial que incita al hombre a responder a las demandas femeninas, resulta profundamente molesta y repulsiva. Los artículos citados también incluyen descripciones posibles de maneras de evitar acabar liado con una de esas zorras calientes. Por mucho que las mujeres deseen rechazar esta visión de su sexo, lo cierto es que de las declaraciones de los Ángeles del Infierno no se desprende que anden escasos de angel mamas, que ocupan de hecho todo un capítulo del libro, aunque las mujeres que gozan de estatus entre ellos son las “viejas”. Hay mujeres que buscan la degradación con tanta diligencia como los hombres buscan imponérsela, aun cuando su motivación sea muy distinta de la que fantasean Male y Stag, y su número muy inferior a lo que dan a entender dichas revistas. La imagen pública de Freewheelin’ Frank surtía tanto efecto que consiguió más que su parte alícuota y el resultado fue el que cabía esperar.


…Luego le puse mi mentonera alrededor del cuello y la apreté con fuerza. Le entró tanto miedo que se puso contenta. Entonces por la radio empezó a sonar la canción Everyone has gone to the Moon. Yo le dije:
-          ¿Sabes de qué va esto?
-          Hazme el amor –dijo ella.
-          Mala zorra –le solté furioso, y me quedé frío y me aparté y me puse a escuchar la música…A ratos, durante la noche, cuando me daba la vuelta, la veía ahí a mi izquierda, tumbada con los ojos muy abiertos, como una muerta. Eso me ayudaba a coger de nuevo el sueño. Ella quería dormirse. Una vez me dijo que quería salir a dar una vuelta.
-          Vete –le dije-. Y cierra la puerta.
No me gustan las mujeres, las desprecio. Ya no intento complacerlas. Cuando se quedan demasiado tiempo, me enfurezco. Siento que puedo permitirme hacerlas pasar y despedirlas luego.[6]


Nos concibieron en una zona comprendida entre el mear y el cagar, y mientras estas funciones excretorias se consideren intrínsecamente repugnantes, la otra, la eyaculación, merecerá igual consideración. La emisión involuntaria de semen durante el sueño se denomina polución nocturna: la sustancia en sí viscosa y glutinosa, blancuzca y de olor acre, como una forma más repulsiva de moco, si uno considera repulsiva los mocos. Los seres humanos eluden su condicionamiento de maneras curiosísimas; así, por ejemplo, podemos ve a un caballero con bombín en el  tren hurgándose distraído la nariz y comiéndose


Cuando de los huesos toda la médula me sacó,
Y al volverme, lánguidamente, hacia ella, para
Rendirle un beso de amor, ¡sólo hallé
Un odre de flancos viscosos y llenos de pus!

BAUDELAIRE*

*Traducción castellana de Jacinto Luis Guereña, “La metamorfosis del vampiro”. Las flores del mal (Madrid: Visor, 1996). (N. de las T.)


lo que extrae, pero si le hacemos recobrar la plena conciencia, el resultado puede ser un profundo malestar, vergüenza, humillación, rechazo y hasta menosprecio.


Pero si consideramos seriamente la naturaleza y las cualidades de la generalidad del sexo, incluso a lo largo de todas las épocas, desde la caída del hombre hasta este momento presente, es muy posible que veamos que no sólo han sido extraordinariamente maléficas de por sí, sino que también han sido los instrumentos principales y la causa inmediata de asesinatos, idolatría y una multitud de otros pecados abominables, en muchos hombre eminentes y de altura…

A Briefe Anatomie of Women, 1653, pág. 1


Cuando uno intenta abrirse camino entre la maraña de costumbres sexuales, resulta fácil quedar empantanado en el cenagal de la repulsión, puesto que una manera de desplazar lejos de sí una actividad vergonzosa y compulsiva es atribuir toda la vergüenza y toda la compulsión a la pareja.
La mujer me tentó, y yo comí.
Cuando un hombre se avergüenza de masturbarse y en vez de hacerlo aborda a una mujer en busca de desahogo sexual, la vergüenza que hubiese debido acompañar a la actividad masturbatoria – con la que en ese caso no existe ninguna diferencia significativa, salvo que la fricción procede de un órgano femenino y la eyaculación puede tener lugar en la vagina –se traslada a la mujer. El hombre la considera como un receptáculo en el que ha vertido su esperma, una especie de escupidera humana, y se aparta asqueado de ella. Mientras el hombre esté en conflicto con su propia sexualidad y mientras mantenga reducida a la mujer a la condición de criatura exclusivamente sexual, la odiará, al menos parte del tiempo. Cuanto más histérico es el odio contra el sexo, más extravagante es la expresión del desdén. No hace falta citar las restricciones medievales al acceso de las mujeres a la iglesia y a los sacramentos para demostrarlo, aunque los ejemplos tienen el mérito de resultar llamativos e increíbles. En el Renacimiento, hubo algún intento de comprender la emoción y los efectos de la lascivia.


Despilfarro de aliento en derroche de afrenta
Es lujuria en acción; y hasta la acción, lujuria
Es perjura, ultrajante, criminal, sangrienta,
Brutal, sin fe, extremosa, presa de su furia;

Disfrutada no más que despreciada presto;
Más que es razón buscada, y no bien poseída,
Más que es razón odiada, como cebo puesto
Adrede a volver loco al que beber convida,

En la demanda loco, loco en posesión
Habido, habiendo y en haber poniendo empeño;
Gloria dada a probar; probada, perdición;
Antes, gozo entrevisto, y después, un sueño.
Todo esto el mundo sabe, y nadie sabe modos
De huir de un cielo que a este infierno arroja a todos.[7]


Shakespeare tenía razón al equiparar la fuerza del impulso lascivo y la intensidad de la aversión que seguía luego. Las primeras manifestaciones de la sífilis en Europa eran mucho más espectaculares que el proceso infeccioso actual y la ignorancia sobre el carácter del contagio contribuyó a teñir también las actitudes hacia el sexo. En los poetas medievales no es raro encontrar una imagen de sano goce animal, como el ingenuo orgullo de la Esposa de Bath por su capacidad para hacer sudar a sus maridos. A muchos humanistas, el placer mismo llegó a resultarles sospechoso y vieron en la persecución del objeto sexual un empeño ilusorio, aunque la dama se mostrase complaciente, pues el placer no estaba a la altura de las fantasías del cerebro agitado por la lujuria. Pero cuanto más intentaban devaluarlos neoplatónicos el sexo, los sentidos y la información sensorial, más florecía el empirismo y con mayor violencia afloraba el deseo sexual, distorsionado, sublimado o pervertido, en extrañas manifestaciones.  El final del poema de Shakespeare continúa alterado por el deseo, la vehemencia misma de la sintaxis es prueba de la potencia persistente del apetito carnal. Las enfermedades, el idealismo, la repulsión no podían sepultar a fin de cuentas la energía libidinosa de los isabelinos, que al fin y al cabo todavía estaban obligados a excretar en condiciones semipúblicas, a no bañarse casi nunca, a comer alimentos que nuestros sentidos considerarían apestosos, y por lo tanto no habrían podido subsistir si hubiesen estado aquejados por un grado de escrúpulos comparables a los que caracterizan al hombre del siglo XX.
Post coitum omne animal trite est. Los románticos desarrollaron la sugerencia , siempre presente en la literatura erótica, de que el placer sexual real era necesariamente inferior a las arrebatadas fantasías de la lujuria, hasta convertirla en una rotunda afirmación de la superioridad de las melodías no escuchadas frente a las oídas. Los grandes amores eran los que la muerte truncaba o los jamás disfrutados  debido a algún otro impedimento. La dicotomía mente-cuerpo, que tal vez imaginaban haber heredado de Platón, en realidad fue algo que se implantó en la sensibilidad de los europeos y que Descartes justificó  luego. La apetencia romántica por la heroína moribunda constituye en sí misma una manifestación de repulsión sexual y misoginia. Imaginar que una mujer se muere equivale a matarla: inmolada en el altar de la mortalidad, es posible deleitarse en ella con temerosa exaltación. El gran amante byroniano, consumido por el terrible fuego de un amor imposible que le devoraba el cerebro, torcía el gesto y alimentaba el brillo mortecino de sus ojos, ahogaba los placeres de todos los sucesos reales en un sueño de lo que jamás podría ser. El acto de adoración imperecedera a lo jamás disfrutado en la práctica era sólo rechazo de lo gozado. Incluso un poeta tan actual como Dylan tiene dos tipos de figuras femeninas en su imaginería: la dama de ojos tristes de los Lowland –las tierras bajas de Escocia-, la doncella del país del norte, impoluta e inviolable, to kalos, y las demás, que son humanas, están confusas, y son despreciables. Esta versión tosca del romanticismo está implícita en la distinción entre dos tipos de chicas que prevalece de manera casi universal en nuestra comunidad, especialmente en los sectores donde la moral sexual de vanguardia no ha conseguido disimular o proscribir la aversión como sentimiento inapropiado y neurótico. La primera vez que se acuesta con un hombre, cualquier mujer sabe que corre el riesgo de ser tratada con desdén. El amante escogido puede marcharse o volverle la espalda inmediatamente después del orgasmo y caer dormido o fingir que lo está; a la mañana siguiente, puede mostrarse lacónico o brusco; puede ocurrir que no vuelva a llamarla. Y la mujer confía en que no hable despectivamente de ella con sus amigos. Las palabras que se emplean para describir a las mujeres que no se muestran reacias a tener relaciones sexuales con hombres que están ansiosos de mantenerlas con ellas son la traslación de los epítetos del menosprecio del sexo, no enaltecidos por la profilaxis estética y la fantasía romántica. En ese ámbito, el fin del enamoramiento significa para muchos el desvanecimiento de un aura y la afirmación de la realidad desnuda de la relación sexual.

¡Oh! Caelia, Caelia, Caelia ¡mmm(ierda)![8]

Los hombres de mundo saben que esa repugnancia es una proyección de la vergüenza y, por consiguiente, no le dan rienda suelta, pero puesto que su proceso de adiestramiento en el control de esfínteres y de civilización ha sido el mismo que el de quienes son víctimas totales de la repulsión y el desdén, siguen experimentando sus ramalazos. Continúan diciendo “jódete” como un insulto despectivo; coño les parece aún la exclamación más degradante. Lameculos y soplapollas son palabras insultantes. Verse obligado a representar el papel de una mujer en la relación sexual es la máxima humillación concebible, la cual sólo se intensifica si la víctima descubre, con espanto, que disfruta de ello. Resulta imposible evaluar cuán extendido está este sentimiento en una comunidad civilizada como la nuestra: la gente tiende a minimizarlo para salvaguardar su autoestima, pero nadie se avergüenza de reconocer que la promiscuidad le inspira cierta repugnancia, aunque cabría argumentar que si el sexo es una cosa buena no debería volverse repulsivo por el hecho de que se practique a menudo con personas distintas. El argumento sofisticado alega que la promiscuidad devalúa el sexo, lo convierte en algo vulgar y corriente, impersonal, etc., pero la depresión que sienten los hombres a quienes las circunstancias obligan a ser más o menos  promiscuos, como los músicos itinerantes, es en realidad la misma consabida repulsión. Muy pocos hombres que se han acostado con muchas mujeres de manera promiscua son capaces de mantener una conversación humana con aquellas que les dispensaron sus favores. Más de una mujer reflexiona con pesar sobre el hecho de que sus técnicas sexuales más estudiadas, su apreciación más delicada de las necesidades de su amante polimorfo, su generosidad sexual misma hayan acabado siendo el detonante directo de la repulsión y el distanciamiento de aquél. La incapacidad de los hombres para desprenderse de sus inhibiciones con la mujer de bien que reúne las cualidades suficientes para que consideren oportuno casarse con ella, el terror y la repulsión que les inspira lo que el deseo reprimido acaba empujándoles a hacer, pueden ofrecernos una clave de los ultrajes y crímenes sexuales. El peor aspecto de la prostitución es que más de una prostituta se ve obligada a someterse a los rituales bestiales que los hombres civilizados consideran necesarios para su desahogo sexual. Muchas prostitutas afirman que ésa es su función sexual. Las desventuradas jóvenes que aparecen estranguladas con sus propias medias y violadas con botellas son víctimas del fetichismo y el odio masculinos; sin embargo, ninguna mujer ha exclamado después de uno de esos ultrajes contra su sexo: “¿Por qué nos odiáis tanto?”, a pesar de que se trata claramente de odio.
Parte del escándalo y la alarma que suscitó Última salida para Brooklyn tenía su origen en los sentimientos  de culpa de los lectores que identificaron el fenómeno de la brutalización de Tralala con la horrenda credibilidad de su final: si los forenses revelasen los horrores que llegan hasta las losas de la morgue, tendríamos pruebas aún peores de la supervivencia del odio contra las mujeres en nuestra sociedad.



… llegaron más, cuarenta o tal vez cincuenta y la follaron y volvieron a hacer cola para tomarse una cerveza, gritando y riendo, y alguien exclamó que el coche olía a almeja, y sacaron a Tralala y el asiento y lo dejaron en medio del erial y ella permaneció ahí desnuda, tumbada sobre el asiento del coche, y sus sombras ocultaban sus granos y sus costras, mientras bebía y se sacudía las tetas con la otra mano, y alguien le aplastó la lata de cerveza contra la boca y Tralala soltó un taco y escupió un pedazo de diente y alguien volvió a empujar la lata… y el siguiente se le montó encima y esa vez se le partieron los labios y la sangre le goteó por la barbilla y alguien le secó la frente con un pañuelo empapado de cerveza y le dieron otra lata y ella empezó a beber y a gritar algo sobre sus tetas y le partieron otro diente y la herida de los labios se ensanchó y todos se rieron y ella también rió y siguió bebiendo más y más y al poco rato perdió el sentido y la abofetearon un par de veces, mientras mascullaba y movía la cabeza, pero como no consiguieron reanimarla siguieron reanimarla siguieron follándola mientras yacía allí inconsciente, en el asiento del coche en medio del erial, y no tardaron en cansarse de ese trozo de carne inerte y el corro se deshizo y volvieron a Willies the Greeks y a la base y los críos que les estaban observando y esperando su turno, desahogaron su frustración sobre Tralala y le hicieron trizas la ropa, apagaron unos cuantos cigarrillos sobre sus pezones, se le mearon y masturbaron encima, le metieron un palo de escoba en el coño, y por fin, hastiados ya, la dejaron ahí tirada, en medio de las botellas rotas, las latas herrumbrosas y la chatarra, y Jack y Fred y Ruthy y Annie se subieron vacilantes a un taxi, riendo todavía, y al pasar frente al erial, se asomaron por la ventanilla y contemplaron a gusto a Tralala allí desnuda, cubierta de sangre, orina y semen, mientras sobre el asiento entre sus piernas se iba formando una pequeña mancha a mediad que la sangre se escurría por su entrepierna…[9]


Castigada, castigada, castigada a través de sus orificios mágicos, su coño y su boca, por ser objeto de odio y miedo y asco, pobre Tralala. Las mujeres nunca tienen un papel decisivo en los delitos de odio sexual; tampoco cuando éstos se cometen sobre el cuerpo de los hombres. Cualquier movimiento de liberación de la mujer tiene que ser capaz de comprender las implicaciones de este estado de cosas.
El odio contra las mujeres ha sobrevivido en nuestra civilización en una miríada de manifestaciones ínfimas, que sus agentes desmentirán con denuedo en la mayoría de los casos. La profunda aversión contra la visión del vello pubiano en las modelos de revista que evidencia la selección de poses que minimizan la zona genital responde en parte a la repulsión que suscita el órgano mismo. Mujeres con considerable experiencia, como la autora de Los profetas del underground, que se enorgullecen de su pericia en el arte de la felación y se regodean en ella, consideran, en palabras de la señora Fabian, que el cunnilingus debe ser menos guay y no se lo pedirían a ningún hombre en la cama.[10] A otras, les avergüenza y piensan que a los hombres seguro que les debe dar asco. A menudo también siento lo mismo, en contra de mi voluntad, y no puedo fingir que se deba únicamente a que se trata de un procedimiento demasiado íntimo, o demasiado impersonal. Las secreciones vaginales son tema de un extenso folclore; las enormes campañas publicitarias de promoción de desodorantes y perfumes de la zona  vulvar apelan deliberadamente a las reticencias de las mujeres con respecto a la aceptabilidad de sus olores y sabores corporales. Existe incluso un desodorante vaginal aromatizado con menta para crear una ilusión de frescor e inhumanidad. Otros son mentolados. La vagina se describe como un problema que impide algunos de los goces de la proximidad. El uso excesivo de enjuagues vaginales con aditivos químicos altera, de hecho, el equilibrio natural de los organismos presentes en la vagina, pero ningún médico se ha atrevido a denunciarlo abiertamente hasta la fecha. Las mujeres deseosas de hacer las pases con su cuerpo y que quieran comprender cuánto les falta en realidad para conseguirlo, deberían examinar sus propias reacciones ante la sugerencia de que prueben a qué saben sus propias secreciones vaginales cuando quedan adheridas a sus dedos o su sabor en la boca de un amante. A pesar de mi actitud proselitista, debo confesar que experimenté un ligero sobresalto cuando una de las mujeres a quienes está dedicado este libro me dijo que había probado el sabor de su sangre menstrual sobre el pene de su amante. En esa sangre no hay nada horrible ni ponzoñoso; me chuparía la sangre con un dedo, no tendría escrúpulos en besar un labio ensangrentado, y sin embargo… La única cura para esas supersticiones es un empirismo básico, abordado con inocencia.
La repugnancia reprimida hacia los genitales femeninos es la razón por la que raras veces se investigan debidamente las numerosas causas de los picores e inflamaciones vulvares y muchas mujeres utilizan tratamientos inadecuados para ciertas dolencias que consideran crónicas y de origen nervioso o moral, hasta que ya no admiten tratamiento alguno. Los casos incurables de infección por tricomonas se deben todos a una combinación de temor, superstición y desinterés de los médicos. Las dolencias que afectan al pene pueden ser tan triviales y risibles como el pie de atleta y otro tanto puede ocurrir con las molestias vaginales. En ambos casos, se deberían examinar. La asociación ficticia del escozor vulvar, prurigine vulvae, con el deseo sexual excesivo es un motivo adicional por el que no se toman en serio los picores que sienten las mujeres. La fantasía del escozor insoportable de la vagina voraz va unida a otras ideas sobre la coloración y forma adecuadas de las ninfas, que influencias incluso las ideas de los médicos. Se supone que el coño de una mujer limpia y virtuosa debe ser sonrosado y suave, el clítoris apenas prominente, la membrana de los labios fina y lisa. La coloración amoratada de las mujeres de piel morena resulta sospechosa y la rugosidad del tejido labial se considera  un indicio de excitación excesiva, masturbación u otros excesos.
A partir de presunciones arbitrarias sobre la coloración y forma de las ninfas, los médicos de Estados Unidos detectaron a principios de siglo centenares de casos de masturbación habitual y los trataron de la manera más bárbara imaginable: mediante la clitoridectomía.[11] Jamás se ha sugerido el mismo remedio para la masturbación masculina; en cambio, en muchos casos se procedió a la castración efectiva de las mujeres. Una práctica injustificable desde el punto de vista más burdamente fisiológico, puesto que los nervios que activan el clítoris también activan el resto de la zona anovaginal, y la masturbación, si en efecto tenía lugar o se practicaba con tanta frecuencia como afirmaban los médicos –y suponiendo que tuviese los efectos nocivos para el conjunto del organismo que ellos imaginaban, como neurastenia, anorexia, alteraciones de la presión sanguínea, debilidad, etc.-, se hubiese podido trasladar con toda naturalidad a otras zonas. La única motivación convincente de esa terapia (pues justificación no puede tener ninguna) es el odio contra las mujeres. La infibulación de las jóvenes en algunas tribus primitivas cumple la misma función punitiva y defensiva.
La falta universal de aprecio por el órgano femenino se traduce en una insuficiente autoestima de las mujeres. Mantienen una actitud furtiva y reservada con respecto a sus propios órganos y sus funciones, pero el efecto más terrible es el fenómeno de la mujer que busca la degradación a través de la asociación con sus “inferiores” e invitando a su amante a abusar de ella. Se rodó una película italiana muy divertida basada en la historia de una mujer rica que, cuando se emborrachaba, hacía el amor con su chofer y le rogaba: “Chiamami tua serva!”. Muchas de las infamias y crueldades que infligen los hombres a las mujeres las cometen instigados por ellas. La muestra más evidente del odio contra las mujeres la constituye la introducción de objetos peligrosos en la vagina y en la uretra, por obra de las propias mujeres.[12] Entre las descripciones más antiguas de casos ginecológicos figuran ejemplos de mujeres que se introdujeron agujas y punzones en la vejiga y consiguieron causarse la muerte. Sus alegaciones de extravagantes accidentes no engañaron ni siquiera a los pioneros de la ginecología. Cuando la cirugía se encontraba en sus inicios, esos abusos solían ser mortales. Incluso en la actualidad no son raros los casos de este tipo de violencia autoinfligida. Muchos trastornos menstruales tienen su origen en una incapacidad de aceptar la condición de mujer y los procesos que la acompañan. Más de una joven necia que se atiborra de sal de frutas y ginebra y se escalda en un baño de agua caliente, más que intentar provocarse un aborto, se está castigando por su sexualidad femenina. El autodesprecio es un factos importante en la ninfomanía, que suele ser una autodegradación compulsiva. La psicología popular lo designa en su jerga como un bajo concepto de sí misma.[13]
Las mujeres han sufrido un lavado de cerebro tan intenso sobre cuál debería ser su apariencia física que, a pesar de las descripciones de la narrativa popular, raras veces se desvisten con estilo. A menudo se disculpan por su cuerpo, evaluado en relación con ese objeto de plástico del deseo cuya imagen difunden los medios de comunicación. Sus pechos y sus nalgas siempre son demasiado grandes o demasiado pequeños, de la forma inadecuada o demasiado blandos; sus brazos, demasiado velludos o musculosos o delgados; sus piernas, demasiado cortas, demasiado macizas, etc. Las excusas no siempre son un recurso para obtener cumplidos. Son verdaderas excusas. El cumplido es, de hecho, la confirmación necesaria de la ausencia de deficiencias y no meramente de que éstas carecen de importancia. La mujer que se lamente de su culo caído no quiere que le digan: “A mí no me importa, porque te quiero”, sino “Lo tienes perfecto, tontuela, tú no lo ves como puedo vértelo yo.” Es fácil observar que las mujeres que tienen el pelo rizado insisten en alisárselo y las que lo tienen liso en rizárselo, se vendan los pechos cuando los tienen grandes y usan rellenos cuando los tienen pequeños, se oscurecen el pelo cuando lo tienen claro y se lo aclaran cuando lo tienen oscuro. Estas medidas no siempre responden al dictado del fantasma de la moda. En todos los casos reflejan una insatisfacción con su cuerpo tal como es y un deseo insistente de que sea distinto, no natural sino controlado, fabricado. Muchos de los artificios a los que recurren las mujeres no son de carácter cosméticos, ni ornamental, sino un disfraz de lo real, fruto del temor y el desagrado. Una luz suave, ropa interior de encaje, con el acompañamiento de alcohol y música, pueden ayudar a hacer pasar por buenos artículos de segunda calidad, que bajo una luz intensa y completamente desnuda podrían resultar fácilmente repulsivos. El dominio universal del estereotipo femenino es el factor concreto más importante de la misoginia masculina y femenina.  Hasta que la mujer tal como es no sea capaz de expulsar ese fantasma de plástico de su imaginación y de la de su hombre, continuará excusándose y disfrazándose, mientras acepta sin quejarse la barriga, la papada, el mal aliento, las ventosidades, la barba incipiente, la calvicie y otras fealdades de su compañero. En su arrogancia, el hombre exige ser amado tal como es y se niega incluso a controlar el desarrollo de las distorsiones más lamentables del cuerpo humano, que podrían ofender la sensibilidad estética de la mujer. La mujer, en cambio, no puede contentarse con estar sana y ágil: tiene que realizar esfuerzos exorbitantes para aparentar algo que jamás podría existir sin una diligente deformación de la naturaleza. ¿Es demasiado pedir que se exima a las mujeres de la lucha cotidiana por alcanzar una belleza sobrehumana con el fin de ofrecerla a las caricias de un varón subhumanamente feo? Se dice que las mujeres nunca sienten repulsión. La triste realidad es que a menudo la sienten, pero no hacia los hombres; siguiendo el modelo de éstos, la mayoría de las veces se sienten asqueadas de sí mismas.


 Greer, Germaine. La mujer eunuco. Kairós.





[1] Frank Reynolds, según sus declaraciones a Michael McClure, Freewheelin’ Frank, Londres, 1967, p. 86.
[2] Íbid, pp. 55, 7 y 12-13.
[3] Eldridge Cleaver, Soul on Ice, Nueva York, 1968, pp. 16-17. (Versión castellana: Alma encadenada, México: Siglo XXI, 1969.)
[4] “Eager Females – How they reveal themselves”, Male, vol. 19 n°6, junio de 1969.

[5] Stag, vol. 20, n°5, mayo de 1969.
[6] Reynolds, op. cit.
[7] William Shakespeare, soneto CXXIX, Works, p. 1.124. (Entre las multiples versions castellanas, aquí se reproduce la traducción de Agustín García Calvo en Sonetos de amor. Barcelona: Anagrama, 1974 (2002).)
[8] Dean Swift, “Cassinus and Peter”, The poems of Jonathan Swift, Harold William, ed., Oxford, 1937, p. 597.
[9] Hubert Selby, Last Exit to Brooklyn, Londres, 1966, pp. 82-83. (Versión castellana: Última salida para Brooklyn. Barcelona: Anagrama, 1989.)
[10] Jenny Fabian, y Johnny Byrne, Groupie, Londres, 1969.
[11] R. L. Dickinson, y Laura, Beam, The Single Woman, Londres, 1934, pp. 18, 252, 258, 262 y 264.
[12] Ibíd,. p. 231.
[13] Por ejemplo, Ellis Albert y Sagrin Edward, Londres, 1968, pp. 45, 54, 59, 103-104, 118-119 y 122-123.

jueves, 10 de enero de 2013

¿Por qué comenzar con la historia?


Querámoslo o no, vivimos en un continuo temporal que nos troquela mucho más de lo que a menudo nos gustaría. No podemos desprendernos de nuestra historia y la represión del pasado único que hace es gravar sobre nuestra vida. El futuro es tanto más un resultado del pasado cuanto menos podemos vivir el instante actual. El intento, sobre todo de las tradiciones orientales, de pasar a formar parte del aquí y ahora, no es otra cosa que el intento de lograr la libertad frente a los lazos que unen el pasado y el futuro. Solamente puede dar buen resultado cuando se han comprendido las ataduras del pasado y se han resuelto sus obligaciones. Simplemente por este motivo sería necesario tratar de manera intensiva con el pasado que corresponda y llegar a una reconciliación con la propia historia. Lo que es cierto para los individuos, rige en una medida totalmente análoga para las tradiciones y también para la ginecología.
En el examen histórico hay dos tendencias que actúan en sentidos totalmente contrarios: el análisis objetivo de la historia, que a menudo saca a la luz los hechos horribles, y el recuerdo y la percepción subjetivos de la historia, que tiende a idealizar primero los buenos viejos tiempos y después invocarlos. En nuestra situación nos encontramos fuertemente confrontados a ambas corrientes, puesto que la historia de la ginecología nos conduce con extraordinaria rapidez a tiempos muy oscuros en tanto que, sobre todo por parte del movimiento feminista, se aduce que antes, en los tiempos matriarcales, todo debió ser mucho mejor. Reconocer de principio ya estas percepciones contrarias ayuda a evitar las apreciaciones erróneas.
Por parte, una contemplación de lapsos de tiempo más prolongados puede servir de ayuda para reconocer los ritmos que subyacen en cualquier desarrollo. Su importancia sigue valorándose demasiado poco frente a los llamados datos objetivos. La verdad es mucho menos objetiva de lo que puede parecer en su tiempo. Así por ejemplo, hace apenas dos siglos los médicos consideraban demostrado que la leche de un ama de cría era mejor para el recién nacido que la leche materna. El siglo pasado un colega consideraba probado que la leche de cabra era más digestiva que las dos anteriores. Durante el siglo XX, y por espacio de dos décadas, se ha considerado verificado científicamente que la leche artificial era la mejor para los lactantes y hoy mantenemos de nuevo la opinión, reforzada por la ciencia, de que la leche de la propia madre es la mejor solución. Podemos llegar a la conclusión de que cada época tiene su verdad. En consecuencia, deberíamos movernos con suma precaución entre estas verdades dependientes del momento. A menudo, “científico” no significa simplemente más que, uno o más científicos, han mantenido algo durante un cierto tiempo. Y constantemente la historia trae ante nuestros ojos la vieja sabiduría de que el saber de hoy es el error de mañana. Ya que la transcripción, es decir, citar repetidas veces determinadas fuentes, fue elevada a la categoría de principio dentro de la ciencia, los errores, incluso muy graves, en especial cuando proceden de los corifeos científicos, pueden mantenerse y propagarse sin ningún impedimento a lo largo de los tiempos.
Un problema adicional consiste también en que, aunque cada época puede reconocer los problemas del pasado, apenas pone en tela de juicio sus propios conceptos. También hoy existe la tendencia –sobre todo fomentada, naturalmente por la propia ciencia- a considerar los conocimientos actuales como una verdad objetiva. Es evidente que a este respecto los científicos dependen por completo de quienes les financian. Incluso en las universidades se trabaja cada vez más para la industria. De este modo, hoy prácticamente sólo se investiga en lo que de manera directa o indirecta produce dinero. Esto resulta duro para aquellas personas que padecen enfermedades raras, con cuyo tratamiento no puede ganarse dinero.
Por desgracia, algo similar es lo que se cumple ara toda la medicina naturista y empírica. ¿Por qué habrían de estudiar sin prejuicio los científicos, por ejemplo el efecto del tratamiento con la orina propia? ¿Quién, salvo los pacientes, puede tener interés en ello? Puede preverse que este tratamiento podría documentarse científicamente con facilidad, pues al fin y al cabo la propia dermatología emplea en muchos preparados urea, que es el componente principal de la orina. Que la urea procedente de una orina ajena pueda actuar mejor que la propia es algo que, desde luego, resulta difícil de admitir. Este sistema de discriminación dejando de investigar ha funcionado muy bien a lo largo de décadas y ha mantenido alejada del sistema científico a la competencia no deseada. Sólo hoy son cada vez más las personas que ven el círculo vicioso a que se llega con eso. Mientras tanto –a modo de un contramovimiento- tenemos un grupo en rápido crecimiento de personas que desconfían de la medicina científica. Naturalmente, esto también tiene un lado oscuro que resulta peligroso, puesto que no todo lo que desarrolla la investigación farmacéutica de orientación comercial es malo.
Muchas cosas no son científicas porque la ciencia no las estudia. Prescinde de ellas porque no puede obtener patentes, y con ello ganar dinero. Ignoradas así de este modo, muchas cosas seguirán sin ser científicas. Con argumentos ficticios de este tipo la ciencia tiene en todo momento el poder de fijar el rumbo, algo que aprovecha con holgura en cuanto a los métodos independientes de su ortodoxia[1]. Por el contrario, resulta mucho más segura la sabiduría de las tradiciones que se han mantenido durante siglos, e incluso milenios, y que se han comprobado y confirmado por medio de la experiencia. Los conocimientos de la medicina científica tienen, además, una vida media terriblemente corta. Si tuviéramos que prescribir hoy algunos de los fármacos que tuvimos que estudiar para el examen de titulación, en muchos casos se nos podría denunciar. En cualquier caso, sería muy útil para nuestros propósitos confesar que nuestros conocimientos van siempre ligados a la época.
Sin embargo, junto al espíritu de los tiempos y su enorme poder hay también algo así como la calidad del tiempo. Incluso los científicos, a los que este pensamiento en sí les resulta ajeno, se les impone el poder de las corrientes del tiempo, como por ejemplo cuando deben reconocer que una cosa como la silla paridera se inventó en muchos lugares distintos del mundo, al parecer, de manera simultánea. Reconocer esas corrientes puede ayudar a deshacerse de muchas valoraciones, los juicios o incluso los prejuicios. Cada época tiene sus cualidades, ninguna es mejor que otra y cada una tiene su tiempo. Por desgracia, en la práctica tendemos a dar mucha más importancia a la opinión propia del momento actual que a todo lo demás. Esto no contribuye al verdadero progreso, sino que provoca parcialidad y males.
Si a todos los antepasados hay que entenderles sólo a la luz del espíritu de la época y de la calidad temporal de antaño, es lógico suponer que nuestros descendientes nos evaluarán igualmente según estos criterios. ¿Por qué, entonces, no englobar ya ambos factores? Hasta aquí, en los comienzos todavía, hemos recurrido ya carias veces a la historia para poder entender mejor el presente, y lo haremos más tarde a medida que se aborden nuevos temas. Naturalmente que este punto de partida crítico rige igualmente para nuestras apreciaciones sobre la medicina interpretativa, que se ha extendido a la sombra de la medicina académica y cuya autoridad controladora consiste, hasta la fecha, en los numerosos pacientes y sus practicantes.



[1] Por otro lado, hay que admitir también que vivimos hoy en una sociedad de hacedores y que se necesitan demostraciones (científicas) para lograr imponer algo nuevo. Si quienes ejercen con métodos propios aportaran más estudios sobre sus conjeturas, esos métodos podrían llegar a establecerse con rapidez. Cuando no sucede así, la ciencia puede hablar con todo derecho que sólo ella puede proporcionar resultados de investigación, incluso sobre estos métodos. Naturalmente, éstos quedan relegados. Pero dado que los llamados independientes son profesionales que se ocupan muchísimo más de sus pacientes que de sus estudios, ha acabado por generarse una especie de callejón sin salida.



Dahlke, R. /Dahlke, M. / Zahn, V. El camino femenino a  la curación. El mensaje curativo del alma femenina. Cómo interpretar las causas espirituales de las enfermedades de la mujer. Trastornos y síntomas más frecuentes. Robin Book.