miércoles, 2 de enero de 2013

El aborto por Germaine Greer


Se supone que el feminismo apoya el aborto. Hay gente que imagina que hubo un tiempo en el que las feministas se manifestaban al grito de: “¿Qué queremos? ¡Queremos el aborto! ¿Cuándo lo queremos? ¡Lo queremos ya!”. Esas mismas personas piensan que, por una vez, las manifestaciones y los gritos dieron resultado. Las autoridades reticentes cedieron ante las voces de las mujeres y permitieron que una oleada de feticidios arrasara el mundo. En realidad no fue esto lo que ocurrió. En Estados Unidos, el factor determinante fue la decisión del Tribunal Supremo en el caso “Roe contra Wade”, que estableció el principio según el cual la ley no debía intervenir en la relación entre una mujer y su médico o médica y, por lo tanto, la intervención del Estado para impedir un aborto constituía un atentado contra la intimidad de la paciente. “Jane Roe” o Norma McCorvey, antigua voceadora  en los carnavales y drogadicta embarazada por tercera vez, fue la marioneta escogida por una joven abogada de Texas llamada Sarah Weddington;  Harry Blackmun, designado por Nixon como juez del Tribunal Supremo, redactó el veredicto. McCorvey se convirtió posteriormente a la religión evangélica y ahora reniega de su intervención en la decisión que “legalizó” el aborto en Estados Unidos. La decisión sobre el caso “Roe contra Wade” no se preocupó de abordar, ni menos aún de resolver, los profundos dilemas morales que se plantean en relación con el tema del aborto. Decisiones posteriores, como la prohibición de la financiación del aborto con fondo federales y la retención del pago de más de mil millones de dólares en contribuciones atrasadas a las Naciones Unidas por parte del Senado estadounidense, que alega que el FNUAP financia el aborto, revelan que la cuestión dista mucho de estar resuelta. Bastaría la acción concertada de otras personas que no sean la madre y que tengan un interés particular en el feto para conseguir que se reconociese que el embarazo se distingue de las demás relaciones paciente-médico por el hecho de que en ella intervienen otras dos partes interesadas, el futuro padre y la futura criatura. Cada vez que se reconoce a un feto como parte en un litigio, se está poniendo en peligro la decisión adoptada en el caso “Roe contra Wade”.
Los verdaderos poderes enfrentados en dicho caso fueron el establishment médico masculino y el sistema judicial masculino. La legislación sobre el aborto se incumplía de manera masiva; en un momento en el que los progresos tecnológicos estaban transformando un procedimiento antes arriesgado en una intervención sin complicaciones, esto abría la oportunidad de ganar fortunas con la interrupción del embarazo. Antes de la legalización, las clínicas de abortos de Estados Unidos estaban en manos de la delincuencia organizada, que se llevaba una buena tajada en concepto de alquileres y protección, y ésta no renunció al lucrativo negocio del aborto por el mero hecho de que se hubiese legalizado su práctica, sino que conservó la propiedad y buena parte del control de los centros. Muchas clínicas se vieron obligadas a mantener un ritmo acelerado de rotación de pacientes, con la exigencia de un determinado número de intervenciones por operador u operadora y hora, de manera que a menudo no se dejaba un tiempo suficiente para que actuase la anestesia cervical. Peor aún, algunas de las mujeres citadas para un aborto, y que lo pagaron, ni siquiera estaban embarazadas. Si los ataques contra los centros de abortos y sus clientes se vuelven más frecuentes, la intervención de la delincuencia organizada para proteger la industria del aborto será también cada vez más significativa; se incrementará el precio de las intervenciones y las mujeres sufragarán el coste adicional. Lo que “ganaron” las mujeres fue el “derecho” a someterse a procedimientos invasores para poner término a los embarazos no deseados, no únicamente por ellas sino también por sus progenitores, sus parejas sexuales, los gobiernos que se niegan a emplear a las madres, los caseros que no aceptan inquilinas con criaturas, los centros de enseñanza que no aceptan alumnas con hijas o hijos. Históricamente, el único logro de las campañas a favor del aborto fue hacer aparecer como mucho más feminista de lo que realmente era a un establishment no liberal.
Todos los abortistas encarcelados por “ayudar a chicas en dificultades” durante la fase de presiones que culminó con la legalización eran hombres. Todos se consideraban defensores de las mujeres y paladines de los derechos de la mujer. Como recompensa recibieron el afecto y la lealtad de las mujeres, agradecidas porque se les concediera el derecho a expiar con sufrimiento y dolor su actividad sexual. La consigna era “cada criatura, una criatura deseada”; también debería haber sido “cada aborto, un aborto deseado”, pero ambas posiciones en este falso debate jamás llegaron a dialogar. Cualquier feminista que considerase el aborto como un ataque contra las mujeres y luchase por el derecho consiguiente a tener hijas y/o hijos sin verse condenada a la pobreza, el desánimo y el fracaso aparecía como sospechosa de ser una criptomilitante pro-vida. En 1997, el cardenal Wilding dio un primer paso hacia la creación de una auténtica alternativa al aborto, mediante la oferta de una ayuda, en forma de una cantidad no especificada de dinero, a las mujeres que en otro caso hubiesen abortado por no poder afrontar el coste económico de tener un bebé. El estallido de indignación fue inmediato; se tachó el dinero ofrecido de soborno destinado a inducir a las mujeres a renunciar a la solución que más les convenía, o sea, no tener hijas ni hijos. A pesar de todo, comenzaron a afluir las donaciones al fondo creado por el cardenal Wilding; en el momento de escribir estas líneas, se han recibido 180.000 libras esterlinas en donativos y ya se han desembolsado la mitad de esta suma. Doscientas mujeres han solicitado la ayuda, de las cuales 50 ya han tenido criaturas y otras 50 están en camino. El cardenal Wilding confía sin duda, en que el gobierno acabe asumiendo esta responsabilidad y preste una ayuda por cada criatura concebida. Las feministas deberían compartir esta expectativa, pero los medios de comunicación las han acorralado en una posición que definen como “pro-aborto”. El feminismo está a favor de las mujeres más que del aborto;  siempre hemos abogado por la libertad de elección en el ámbito de la reproducción. La elección sólo es posible si existen verdaderas alternativas.

Cuidaos angelitos míos, yo os añoro. Las demás son encantadoras. Vosotros también lo habriáis sido.
PAMELA PICKTON, Carta a dos criaturas que no llegaron a ser.

A medida que se agrava la crisis demográfica y los países altamente desarrollados comienzan a considerar, uno tras otro, con preocupación, el descenso de sus tasas de natalidad, cabe esperar que se restrinja el acceso al aborto. El Parlamento alemán aprobó en 1995 una ley federal sobre el aborto que exige que todas las mujeres que soliciten abortar “reciban asesoramiento”, o sea, que se sometan a un interrogatorio, y obtengan un certificado como requisito previo para la autorización del aborto; 264 de los 1.685 centros que ofrecen asesoramiento y emiten dichos certificados dependen de organizaciones de beneficencia católicas. Una ley aprobada en agosto de 1996 en la católica Baviera exige que las mujeres expongan un motivo para la interrupción del embarazo durante las sesiones de asesoramiento; y prohíbe que más del 25% de los ingresos de los médicos procedan de la realización de abortos. En Gran Bretaña, el lobby contra el aborto de la Cámara de los Comunes introduce cada año propuestas legislativas presentadas por diputados o diputadas particulares a iniciativa propia, aparentemente ajeno al hecho de que el establishment médico no está dispuesto a permitir de ningún modo que se restrinja lo más mínimo su derecho a disponer a su antojo de los blastocitos, fetos y embriones, cómo y cuándo le parezca conveniente. Las feministas reaccionan con gran preocupación ante cada nuevo ataque contra la accesibilidad del aborto y dedican sus escasos recursos a librar una batalla a favor de las organizaciones más ricas y poderosas del mundo. Las multinacionales farmacéuticas no van a permitir una revisión global del derecho al aborto, por temor a que se pueda poner en entredicho la acción de sus llamados productos anticonceptivos.

Las feministas occidentales se han marcado un autogol con la organización de campañas de presión a favor del derecho al aborto, en lugar de presionar a favor de la investigación de nuevos métodos anticonceptivos más seguros y baratos, y de intentar garantizar el acceso a servicios anticonceptivos, incluidos los anticonceptivos de urgencia y su asequibilidad.
Carta a The Lancet, agosto de 1996.

A pesar de que las mujeres todavía no tienen acceso a la tecnología abortiva como un derecho, a pesar de que una mujer tiene que recurrir al establishment médico para conseguir “la píldora del día siguiente”, a pesar de que los gobiernos siguen controlando las estadísticas sobre el aborto y continúan autorizando el número de camas destinadas a estas intervenciones, lo cual les permite ejercer un control de facto sobre el número de las mismas, a pesar de que la delincuencia organizada continúa llevándose una tajada de algunas clínicas de abortos estadounidenses, el lobby contra el aborto no ceja en su ofensiva. En las elecciones británicas de 1997, la alianza “pro-vida” esperaba poder presentar 50 candidatos y candidatas, lo cual permitiría ser considerada como un partido político y acceder a los espacios de propaganda concedidos a los partidos para alertar desde allí a la opinión pública inconsciente sobre los horrores de la interrupción del embarazo, pero se encontraron librando una acción de quinta columna. Un sondeo realizado por el dominical Mail on Sunday reveló que incluso después de una serie de escándalos, un 81% de las personas seguían considerando que una mujer tiene derecho a decidir si desea llevar adelante un embarazo o no. La proporción era muy inferior entre los miembros de la Cámara de los Comunes: sólo 298 apoyaban el derecho de la mujer a decidir frente a 254 contrarios al mismo. Otro sondeo realizado por MORI, por encargo del Consejo del Control de la Natalidad (British Birth Control Trust), y el Servicio de Asesoramiento sobre el Embarazo (British Pregnancy Advisory Service) británicos reveló que el aborto ya no era un tema minoritario; un 45% de las personas encuestadas tenían noticia de alguna amiga íntima o una mujer de su familia que se había llevado a cabo un aborto, mientras que en un sondeo análogo realizado en 1980, la proporción resultó ser sólo de un 27%. En 1996, un 64% de las personas respondieron afirmativamente a la pregunta de si se debería facilitar el acceso al aborto a “todas las que lo deseen”; la mitad del 11% de personas católicas incluidas en la muestra se mostraron de acuerdo con lo que treinta años atrás se hubiese considerado una postura extremista. A medida que un número creciente de personas conocen de primera mano las circunstancias y momentos en los que el aborto es la única solución posible, empiezan a comprender que el único principio factible es el del “derecho de la mujer a decidir”. Esas mismas personas manifestaron un incipiente abandono de la idea del aborto eugenésico ante la sospecha de un posible riesgo de discapacidad psíquica o física, encuestadas, frente a sólo un 66%, en 1997. La mujer parece estar ganando terreno en el enfrentamiento entre el derecho del médico y el derecho de la mujer a decidir si desea traer al mundo una criatura discapacitada.
Es innegable que las mujeres no podrán asumir la gestión de su vida si se les niega el acceso al aborto, pero que éste sea necesario es en sí mismo una consecuencia de la opresión. La mujer completa en edad fértil produce un óvulo al mes, que representa una sola posibilidad de embarazo cada 28 días. Un hombre se encuentra continuamente en proceso de espermatogénesis, cada día y cada noche, a todas horas, y puede liberar 400 millones de espermatozoides en cada eyaculación. Una mujer que maximizase su potencial reproductor no podría traer más de 30 criaturas al mundo si todos sus embarazos llegasen a buen término. Un hombre (joven) que tuviese relaciones sexuales con la mayor frecuencia posible con una mujer fértil distinta en cada ocasión podría engendrar tres o cuatro criaturas diarias. Un hombre que donase su esperma a un banco de esperma con la mayor frecuencia posible podría ser el padre genético de literalmente millares de criaturas. Parece muy poco racional que una mujer que no desea un embarazo exponga el cuello de su útero al contacto con un fluido seminal hiperfértil cuando lo que busca no es quedar preñada sino el placer sexual. El placer de una mujer no depende de la presencia de un pene en la vagina; ni tampoco el del hombre. Por consiguiente, tenemos que preguntarnos por qué la penetración se sigue describiendo, quizá con mayor frecuencia que nunca, como una relación sexual normal o completa. Ahora se acepta que las lesbianas y los hombres homosexuales que opten por no darse placer de este modo mantienen relaciones sexuales naturales y completas. Sólo a las personas heterosexuales se les pide que realicen el acto sexual de una manera ortodoxa, como si su objetivo fuese imitar a los padres fundadores y poblar la tierra, cuando eso es lo que menos les importa. La explicación parece residir en el carácter simbólico de la relación sexual como un acto de dominación.
La mitad de todos los embarazos que se producen en Gran Bretaña no son planificados.
Uno de cada cinco se interrumpirá.
Declaración conjunta de la Asociación de Planificación Familiar, British Birth Control Trust, Brook Advisory Centres y la AUTORIDAD De Educación Sanitaria, 1998.
Si aceptamos todo aborto provocado como el resultado de un embarazo no deseado y fácilmente evitado, tendremos que preguntarnos por qué siguen exponiéndose las mujeres a este riesgo. Una mujer que es incapaz de proteger el cuello de su útero con la hiperfecundidad masculina, que no puede pedir que hagan el amor de otra forma o que él use un condón, desde luego no lleva la voz cantante en la relación. Lo más probable es que el hombre haya iniciado el episodio sexual y haya escogido la hora y el lugar; la mujer posiblemente sigue bailando a sus espaldas. Ella concibe contra su voluntad porque él eyacula en el lugar y el momento en que lo hace. Si engendran una criatura no deseada, por ella, su pareja o por el padre y/o la madre de ella, a ella le tocará someterse a una intervención invasora y al trauma emocional, y resolver de este modo la situación. El colmo del insulto es que se le haga creer que este calvario constituye en cierto modo un privilegio. Su triste y onerosa obligación se presenta retóricamente como un derecho civil.
Cuando son otras personas quienes deciden que la criatura de una mujer no debe nacer, se la presionará para que cumpla su deber consigo misma, con el feto, con otras personas, con la institución sanitaria, con el Estado, sometiéndose a un aborto. Su autonomía es la consideración que menos cuenta. En ambos casos, se enfrenta con otras personas que saben mejor que ella lo que le conviene hacer. Se le exigirá que se someta a una serie de pruebas, sin ofrecerle otro tratamiento que la interrupción del embarazo, tanto si la aprueba como si no. Si se somete a una prueba, para la detección del síndrome de Down, por ejemplo, y luego rechaza la intervención del embarazo, le preguntarán por qué se hizo entonces la prueba. Y probablemente intentarán convencerla para que aborte. Su angustia psicológica se intensifica con la publicación periódica de los resultados de investigaciones destinadas a determinar si los fetos humanos tienen conciencia, sienten dolor y pueden aprender, y a partir de qué momento ocurre esto. En marzo de 1998, se anunció que los fetos prestan atención y pueden aprender a partir de la vigésima semana de gestación, antes de que se haya formado la corteza cerebral. Las pruebas eran poco convincentes, ya que se presentaba como conciencia la presencia de una reacción, pero consiguieron el efecto deseado, que era inquietar a las mujeres. Las feministas han alegado que es inmoral retrasar el aborto, pero las mismas autoridades que presentan regularmente pruebas de la incipiente sensibilidad del feto han bloqueado todas las medidas encaminadas a ofrecer procedimientos de aborto rápido y no traumático, que embriológicamente podrían ser idénticos a lo que se presenta como anticoncepción.

No creo que a Jack se le pasaran jamás por la cabeza
Estos pensamientos. Los hombres son tan despilfarradores,
Tan descuidados con su semen. A menudo me pregunto
Qué vida podrían haber tenido esas criaturas
Con un poco de suerte.
El color de sus ojos…
Jean Earle, Menopause

A ninguna mujer que acuda al establishment médico para tener acceso a la tecnología abortiva se la animará a pensar que está ejerciendo un derecho. Si fuese un derecho podría ejercerlo siempre que quisiera. Sin embargo, si desea que el Servicio Nacional de Salud cubra el aborto, probablemente se encontrará con el hecho de que ella haya decidido que no debe llevar adelante ese embarazo no se considera suficiente; tendrá que convencer de lo acertado de su decisión a otras personas, que no tienen ningún interés en las consecuencias ni deberán responsabilizarse de ellas. En enero de 1997, un estudio sobre 108 autoridades sanitarias de Inglaterra y Gales, realizado por la British Abortion Law Reform Association (Asociación Británica a favor de la reforma de la Ley del Aborto), reveló que mientras algunas financiaban prácticamente todos los abortos, otras apenas cubrían 40%. Los médicos de cabecera remitían al sector privado o negaban sin más explicaciones el tratamiento gratuito a las mujeres que en su opinión tenían medios para costearlo.
Cuando a una mujer se le concede el derecho de un aborto gratuito, no se le permite escoger entre los diferentes métodos. El aborto, como la terapia de reposición hormonal o la píldora, se la presenta como una alternativa única, cuando, en realidad, existe una asombrosa variedad de alternativas. El aborto puede ser quirúrgico, parcialmente quirúrgico o totalmente no quirúrgico. Hace veinte años o más que es posible provocar el aborto por medios no quirúrgicos, sin la intervención de personas ajenas, pero el establishment sanitario controla y raciona el acceso a estos métodos. En Estados Unidos no se puede adquirir el RU-486, la llamada “píldora del día siguiente”, fabricado por la empresa francesa Roussel-Uclaf. En Gran Bretaña, la “píldora del día siguiente” suele consistir en una doble dosis de esteroides “anticonceptivos” y raras veces se ofrece sin endilgarle antes un sermón a la cliente sobre los métodos anticonceptivos fiables. Uno de los secretos mejor guardados de la ginecología es el uso del metotresate y otras sustancias citotóxicas para inducción no quirúrgica del aborto. En Estados Unidos, el aborto quirúrgico suele consistir en una intervención de diez minutos por aspiración, con anestesia local; en Canadá, se prefiere un engorroso procedimiento en dos fases, que incluye la inserción de un dilatador por imbibición, seguida de la dilatación y legrado con anestesia general al cabo de 24 horas; en Rusia, que tiene la tasa de abortos más alta del mundo, no se usa anestesia; en Gran Bretaña, el procedimiento habitual es la aspiración con anestesia general. Últimamente, el uso de pruebas de detección del embarazo más adecuadas y cánulas más pequeñas permite la extracción quirúrgica del óvulo fecundado a partir de las ocho o diez días de la concepción, cuando no supera el tamaño de una cabeza de alfiler, aproximadamente en el mismo momento en que se desprendería en una mujer que esté tomando píldoras “anticonceptivas” o lleve un dispositivo intrauterino. La posibilidad de que las mujeres tengan acceso a dicho procedimiento dependerá de que las clínicas se doten del equipo necesario para ofrecerlo. En el momento de escribir este libro, sólo alrededor de un 20% de las clínicas afiladas a la Federación de Planificación Familiar emplean este método y éste se utiliza únicamente en los Estados Unidos.
Quedar embarazada contra la propia voluntad significa empezar a perder el control sobre la propia vida. La tarea más urgente es evitar estrellarse. Si queremos que una mujer se una persona adulta, esto es incompatible con que su vida a la vez dependa de las decisiones de otras personas. Ser madre sin desearlo equivale a vivir como una esclava o un animal doméstico. Como cualquier persona adulta, una mujer desea no procrear o procrear en el momento en que lo considere oportuno; sin embargo, le hacen creer que tiene el deber de usar métodos anticonceptivos y que las técnicas disponibles son fáciles de usar y absolutamente eficaces. Si controlase plenamente las modalidades de su actividad sexual, podría exigir que su pareja masculina controlase su fecundidad excesiva en vez de delegar ella la responsabilidad de inhibir su capacidad fecundadora. La vasectomía, aunque es uno de los métodos disponibles, es culturalmente invisible. Los hombres no se quedan embarazados y, por lo tanto, se despreocupan de la anticoncepción. Los hombres contraen enfermedades de transmisión sexual y por eso usan condones, a veces, aunque no con la frecuencia que deberían ni mucho menos.

Parecen existir dos imágenes de las mujeres que abortan: furcias de corazón de piedra que se someten la intervención con la misma facilidad con que se someterían a una extracción dentaria, y la consideran simplemente como un método anticonceptivo más, o víctimas atormentadas por la depresión, los sentimientos de culpa y el arrepentimiento. La realidad se sitúa en algún punto intermedio. No es una decisión fácil. Es una intervención un poco más compleja que una extracción dentaria. Y la experiencia se supera.
Anne Marie, Girl Frenzy, n°6

En la actualidad, anticoncepción equivale a aborto, ya que no se ha llegado a demostrar que las píldoras de tercera generación impidan que el esperma fecunde al óvulo. Existe un grupo de presión a favor de que se receten “anticonceptivos” esteroides a jóvenes menores de catorce años, que en cualquier caso no deberían tener relaciones sexuales sin protección. En 1996, una encuesta nacional de opinión encargada por Schering Healthcare indicó que la proporción de mujeres que no utilizan la píldora debido a sus efectos secundarios se había incrementado de una cuarta parte a un tercio del total. Schering, prudentemente, preguntó a las mujeres si rechazarían los anticonceptivos si supiesen que son sustancias abortivas. El rechazo contra el aborto en cualquier momento del embarazo no es tan fuerte como para que a alguien se le ocurra organizar piquetes frente a las fábricas que producen píldoras anticonceptivas. Los DIU son claramente abortivos, pero las acciones emprendidas contra ellos no se han presentado al amparo de la Ley de Descripción de Actividades.(Trades Description Act), sino siempre sobre la base de sus efectos secundarios; estas acciones han tenido tanto éxito que las mujeres que desean que les coloquen un dispositivo intrauterino con fines “anticonceptivos” tienen que firmar ahora un formulario de exención de responsabilidades que ocupa 20 páginas. El último dispositivo que ha sido objeto de litigio es el 7 de cobre o Graviguard, comercializado en 1972 por G.D. Searle como una alternativa más segura que los esteroides de ingestión oral. Un centenar de mujeres británicas llevan diez años intentando conseguir una indemnización por daños y perjuicios de los fabricantes, una filial del gigantesco conglomerado Monsanto; la preparación del caso, del que finalmente ha renunciado a hacerse cargo del Comité de Asistencia Legal Gratuita (Legal Aid Board), ya ha costado 750.000 libras esterlinas. Diez de las mujeres siguen intentando llevar adelante la demanda. Centenares de mujeres en Australia, Nueva Zelanda y Canadá están a la espera del resultado de una demanda presentada en Australia, y Searle ha tenido que responder a 25 demandas judiciales en Estados Unidos, de las que ha ganado 19 y ha perdido cinco. Otros casos se han resultado mediante acuerdos extrajudiciales. Los dispositivos intrauterinos, medicinales  o no, actúan provocando una inflamación del útero, muchas veces acompañada de una infección; a las mujeres que los aceptan como un método anticonceptivo se les inserta de hecho un instrumento abortivo de uso personal. El resultado ha sido con frecuencia un aborto encubierto, acompañado de fuertes hemorragias e inflamación pelviana, con el alto riesgo concomitante de embarazo extrauterino.
Todo este sufrimiento, todos estos trastornos, son consecuencia directa de la insistencia en mantener accesible el cuello del útero a la eyaculación del pene.  Tanto si una piensa que la creación y desecho de tantos embriones es una cuestión preocupante como si no, en cualquier caso es innegable que el cínico engaño que sufren millones de mujeres a quienes se venden productos abortivos haciéndolos pasar por anticonceptivos es incompatible con el respeto que como seres humanos merecen las mujeres. Como también es un evidente menosprecio esperar que agradezcan que se les conceda la oportunidad de que les inserten instrumentos en el cuerpo para extraer por aspiración y raspado los productos de una concepción evitable. La tecnología falsamente anticonceptiva manipula a las mujeres de un modo que estamos empezando a rechazar cuando se practica con individuos de otras especies. En contra del dicho popular, la ignorancia les hace daño. Basta que nos preguntemos si tenemos alguna esperanza de proteger la fecundidad y la salud de las mujeres, y evitar la infinidad de millones de abortos que tienen lugar a diario, para constatar con cegadora claridad cuán poco libres son las mujeres. Todas las mujeres, desde las más jóvenes hasta las más viejas, son conscientes de que imponer las condiciones a la intimidad supondría recibir aún menos de lo que ahora ya se les concede. La mujer que se niegue a entrar en el matadero ginecológico –cuyas ramificaciones se extienden hasta todos los cuartos de baño del país- tiene que estar dispuesta a prescindir de la aprobación y las atenciones masculinas. Sabemos que el uso del condón entre los heterosexuales en ínfimo en relación con lo que debería ser para garantizar la protección de la salud y la fecundidad para las mujeres, pero ellas no se atreven a exigirlo por temor a acelerar todavía más la huida de los hombres de la auténtica compañía e intimidad para refugiarse en el reino del sexo virtual.


Greer, Germaine. La mujer completa. Kairós.

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