Se supone
que el feminismo apoya el aborto. Hay gente que imagina que hubo un tiempo en
el que las feministas se manifestaban al grito de: “¿Qué queremos? ¡Queremos el
aborto! ¿Cuándo lo queremos? ¡Lo queremos ya!”. Esas mismas personas piensan
que, por una vez, las manifestaciones y los gritos dieron resultado. Las
autoridades reticentes cedieron ante las voces de las mujeres y permitieron que
una oleada de feticidios arrasara el mundo. En realidad no fue esto lo que
ocurrió. En Estados Unidos, el factor determinante fue la decisión del Tribunal
Supremo en el caso “Roe contra Wade”, que estableció el principio según el cual
la ley no debía intervenir en la relación entre una mujer y su médico o médica
y, por lo tanto, la intervención del Estado para impedir un aborto constituía
un atentado contra la intimidad de la paciente. “Jane Roe” o Norma McCorvey,
antigua voceadora en los carnavales y
drogadicta embarazada por tercera vez, fue la marioneta escogida por una joven
abogada de Texas llamada Sarah Weddington;
Harry Blackmun, designado por Nixon como juez del Tribunal Supremo,
redactó el veredicto. McCorvey se convirtió posteriormente a la religión
evangélica y ahora reniega de su intervención en la decisión que “legalizó” el
aborto en Estados Unidos. La decisión sobre el caso “Roe contra Wade” no se
preocupó de abordar, ni menos aún de resolver, los profundos dilemas morales
que se plantean en relación con el tema del aborto. Decisiones posteriores,
como la prohibición de la financiación del aborto con fondo federales y la
retención del pago de más de mil millones de dólares en contribuciones
atrasadas a las Naciones Unidas por parte del Senado estadounidense, que alega
que el FNUAP financia el aborto, revelan que la cuestión dista mucho de estar
resuelta. Bastaría la acción concertada de otras personas que no sean la madre
y que tengan un interés particular en el feto para conseguir que se reconociese
que el embarazo se distingue de las demás relaciones paciente-médico por el
hecho de que en ella intervienen otras dos partes interesadas, el futuro padre
y la futura criatura. Cada vez que se reconoce a un feto como parte en un
litigio, se está poniendo en peligro la decisión adoptada en el caso “Roe
contra Wade”.
Los
verdaderos poderes enfrentados en dicho caso fueron el establishment médico masculino y el sistema judicial masculino. La
legislación sobre el aborto se incumplía de manera masiva; en un momento en el
que los progresos tecnológicos estaban transformando un procedimiento antes
arriesgado en una intervención sin complicaciones, esto abría la oportunidad de
ganar fortunas con la interrupción del embarazo. Antes de la legalización, las
clínicas de abortos de Estados Unidos estaban en manos de la delincuencia
organizada, que se llevaba una buena tajada en concepto de alquileres y
protección, y ésta no renunció al lucrativo negocio del aborto por el mero
hecho de que se hubiese legalizado su práctica, sino que conservó la propiedad
y buena parte del control de los centros. Muchas clínicas se vieron obligadas a
mantener un ritmo acelerado de rotación de pacientes, con la exigencia de un
determinado número de intervenciones por operador u operadora y hora, de manera
que a menudo no se dejaba un tiempo suficiente para que actuase la anestesia cervical.
Peor aún, algunas de las mujeres citadas para un aborto, y que lo pagaron, ni
siquiera estaban embarazadas. Si los ataques contra los centros de abortos y
sus clientes se vuelven más frecuentes, la intervención de la delincuencia
organizada para proteger la industria del aborto será también cada vez más
significativa; se incrementará el precio de las intervenciones y las mujeres
sufragarán el coste adicional. Lo que “ganaron” las mujeres fue el “derecho” a
someterse a procedimientos invasores para poner término a los embarazos no
deseados, no únicamente por ellas sino también por sus progenitores, sus
parejas sexuales, los gobiernos que se niegan a emplear a las madres, los
caseros que no aceptan inquilinas con criaturas, los centros de enseñanza que
no aceptan alumnas con hijas o hijos. Históricamente, el único logro de las
campañas a favor del aborto fue hacer aparecer como mucho más feminista de lo
que realmente era a un establishment no
liberal.
Todos los
abortistas encarcelados por “ayudar a chicas en dificultades” durante la fase
de presiones que culminó con la legalización eran hombres. Todos se
consideraban defensores de las mujeres y paladines de los derechos de la mujer.
Como recompensa recibieron el afecto y la lealtad de las mujeres, agradecidas
porque se les concediera el derecho a expiar con sufrimiento y dolor su
actividad sexual. La consigna era “cada criatura, una criatura deseada”;
también debería haber sido “cada aborto, un aborto deseado”, pero ambas
posiciones en este falso debate jamás llegaron a dialogar. Cualquier feminista
que considerase el aborto como un ataque contra las mujeres y luchase por el
derecho consiguiente a tener hijas y/o hijos sin verse condenada a la pobreza, el
desánimo y el fracaso aparecía como sospechosa de ser una criptomilitante
pro-vida. En 1997, el cardenal Wilding dio un primer paso hacia la creación de
una auténtica alternativa al aborto, mediante la oferta de una ayuda, en forma
de una cantidad no especificada de dinero, a las mujeres que en otro caso
hubiesen abortado por no poder afrontar el coste económico de tener un bebé. El
estallido de indignación fue inmediato; se tachó el dinero ofrecido de soborno
destinado a inducir a las mujeres a renunciar a la solución que más les
convenía, o sea, no tener hijas ni hijos. A pesar de todo, comenzaron a afluir
las donaciones al fondo creado por el cardenal Wilding; en el momento de
escribir estas líneas, se han recibido 180.000 libras esterlinas en donativos y
ya se han desembolsado la mitad de esta suma. Doscientas mujeres han solicitado
la ayuda, de las cuales 50 ya han tenido criaturas y otras 50 están en camino.
El cardenal Wilding confía sin duda, en que el gobierno acabe asumiendo esta
responsabilidad y preste una ayuda por cada criatura concebida. Las feministas
deberían compartir esta expectativa, pero los medios de comunicación las han
acorralado en una posición que definen como “pro-aborto”. El feminismo está a
favor de las mujeres más que del aborto;
siempre hemos abogado por la libertad de elección en el ámbito de la
reproducción. La elección sólo es posible si existen verdaderas alternativas.
Cuidaos
angelitos míos, yo os añoro. Las demás son encantadoras. Vosotros también lo
habriáis sido.
PAMELA PICKTON, Carta a dos criaturas que no llegaron a ser.
A medida
que se agrava la crisis demográfica y los países altamente desarrollados
comienzan a considerar, uno tras otro, con preocupación, el descenso de sus
tasas de natalidad, cabe esperar que se restrinja el acceso al aborto. El
Parlamento alemán aprobó en 1995 una ley federal sobre el aborto que exige que
todas las mujeres que soliciten abortar “reciban asesoramiento”, o sea, que se
sometan a un interrogatorio, y obtengan un certificado como requisito previo
para la autorización del aborto; 264 de los 1.685 centros que ofrecen
asesoramiento y emiten dichos certificados dependen de organizaciones de
beneficencia católicas. Una ley aprobada en agosto de 1996 en la católica
Baviera exige que las mujeres expongan un motivo para la interrupción del
embarazo durante las sesiones de asesoramiento; y prohíbe que más del 25% de
los ingresos de los médicos procedan de la realización de abortos. En Gran
Bretaña, el lobby contra el aborto de
la Cámara de los Comunes introduce cada año propuestas legislativas presentadas
por diputados o diputadas particulares a iniciativa propia, aparentemente ajeno
al hecho de que el establishment médico
no está dispuesto a permitir de ningún modo que se restrinja lo más mínimo su
derecho a disponer a su antojo de los blastocitos, fetos y embriones, cómo y
cuándo le parezca conveniente. Las feministas reaccionan con gran preocupación
ante cada nuevo ataque contra la accesibilidad del aborto y dedican sus escasos
recursos a librar una batalla a favor de las organizaciones más ricas y
poderosas del mundo. Las multinacionales farmacéuticas no van a permitir una
revisión global del derecho al aborto, por temor a que se pueda poner en
entredicho la acción de sus llamados productos anticonceptivos.
Las feministas
occidentales se han marcado un autogol con la organización de campañas de
presión a favor del derecho al aborto, en lugar de presionar a favor de la
investigación de nuevos métodos anticonceptivos más seguros y baratos, y de
intentar garantizar el acceso a servicios anticonceptivos, incluidos los
anticonceptivos de urgencia y su asequibilidad.
Carta a The Lancet, agosto de
1996.
A pesar de
que las mujeres todavía no tienen acceso a la tecnología abortiva como un derecho,
a pesar de que una mujer tiene que recurrir al establishment médico para conseguir “la píldora del día siguiente”,
a pesar de que los gobiernos siguen controlando las estadísticas sobre el
aborto y continúan autorizando el número de camas destinadas a estas
intervenciones, lo cual les permite ejercer un control de facto sobre el número de las mismas, a pesar de que la
delincuencia organizada continúa llevándose una tajada de algunas clínicas de
abortos estadounidenses, el lobby contra
el aborto no ceja en su ofensiva. En las elecciones británicas de 1997, la
alianza “pro-vida” esperaba poder presentar 50 candidatos y candidatas, lo cual
permitiría ser considerada como un partido político y acceder a los espacios de
propaganda concedidos a los partidos para alertar desde allí a la opinión
pública inconsciente sobre los horrores de la interrupción del embarazo, pero
se encontraron librando una acción de quinta columna. Un sondeo realizado por
el dominical Mail on Sunday reveló
que incluso después de una serie de escándalos, un 81% de las personas seguían
considerando que una mujer tiene derecho a decidir si desea llevar adelante un
embarazo o no. La proporción era muy inferior entre los miembros de la Cámara
de los Comunes: sólo 298 apoyaban el derecho de la mujer a decidir frente a 254
contrarios al mismo. Otro sondeo realizado por MORI, por encargo del Consejo
del Control de la Natalidad (British Birth Control Trust), y el Servicio de
Asesoramiento sobre el Embarazo (British Pregnancy Advisory Service) británicos
reveló que el aborto ya no era un tema minoritario; un 45% de las personas
encuestadas tenían noticia de alguna amiga íntima o una mujer de su familia que
se había llevado a cabo un aborto, mientras que en un sondeo análogo realizado
en 1980, la proporción resultó ser sólo de un 27%. En 1996, un 64% de las
personas respondieron afirmativamente a la pregunta de si se debería facilitar
el acceso al aborto a “todas las que lo deseen”; la mitad del 11% de personas
católicas incluidas en la muestra se mostraron de acuerdo con lo que treinta
años atrás se hubiese considerado una postura extremista. A medida que un
número creciente de personas conocen de primera mano las circunstancias y
momentos en los que el aborto es la única solución posible, empiezan a
comprender que el único principio factible es el del “derecho de la mujer a
decidir”. Esas mismas personas manifestaron un incipiente abandono de la idea
del aborto eugenésico ante la sospecha de un posible riesgo de discapacidad
psíquica o física, encuestadas, frente a sólo un 66%, en 1997. La mujer parece
estar ganando terreno en el enfrentamiento entre el derecho del médico y el
derecho de la mujer a decidir si desea traer al mundo una criatura
discapacitada.
Es
innegable que las mujeres no podrán asumir la gestión de su vida si se les
niega el acceso al aborto, pero que éste sea necesario es en sí mismo una
consecuencia de la opresión. La mujer completa en edad fértil produce un óvulo
al mes, que representa una sola posibilidad de embarazo cada 28 días. Un hombre
se encuentra continuamente en proceso de espermatogénesis, cada día y cada
noche, a todas horas, y puede liberar 400 millones de espermatozoides en cada
eyaculación. Una mujer que maximizase su potencial reproductor no podría traer
más de 30 criaturas al mundo si todos sus embarazos llegasen a buen término. Un
hombre (joven) que tuviese relaciones sexuales con la mayor frecuencia posible
con una mujer fértil distinta en cada ocasión podría engendrar tres o cuatro
criaturas diarias. Un hombre que donase su esperma a un banco de esperma con la
mayor frecuencia posible podría ser el padre genético de literalmente millares
de criaturas. Parece muy poco racional que una mujer que no desea un embarazo
exponga el cuello de su útero al contacto con un fluido seminal hiperfértil
cuando lo que busca no es quedar preñada sino el placer sexual. El placer de
una mujer no depende de la presencia de un pene en la vagina; ni tampoco el del
hombre. Por consiguiente, tenemos que preguntarnos por qué la penetración se
sigue describiendo, quizá con mayor frecuencia que nunca, como una relación
sexual normal o completa. Ahora se acepta que las lesbianas y los hombres
homosexuales que opten por no darse placer de este modo mantienen relaciones
sexuales naturales y completas. Sólo a las personas heterosexuales se les pide
que realicen el acto sexual de una manera ortodoxa, como si su objetivo fuese
imitar a los padres fundadores y poblar la tierra, cuando eso es lo que menos
les importa. La explicación parece residir en el carácter simbólico de la
relación sexual como un acto de dominación.
La mitad de
todos los embarazos que se producen en Gran Bretaña no son planificados.
Uno de cada
cinco se interrumpirá.
Declaración conjunta de la Asociación de Planificación Familiar, British
Birth Control Trust, Brook Advisory Centres y la AUTORIDAD De Educación
Sanitaria, 1998.
Si
aceptamos todo aborto provocado como el resultado de un embarazo no deseado y
fácilmente evitado, tendremos que preguntarnos por qué siguen exponiéndose las
mujeres a este riesgo. Una mujer que es incapaz de proteger el cuello de su
útero con la hiperfecundidad masculina, que no puede pedir que hagan el amor de
otra forma o que él use un condón, desde luego no lleva la voz cantante en la
relación. Lo más probable es que el hombre haya iniciado el episodio sexual y
haya escogido la hora y el lugar; la mujer posiblemente sigue bailando a sus
espaldas. Ella concibe contra su voluntad porque él eyacula en el lugar y el
momento en que lo hace. Si engendran una criatura no deseada, por ella, su
pareja o por el padre y/o la madre de ella, a ella le tocará someterse a una
intervención invasora y al trauma emocional, y resolver de este modo la
situación. El colmo del insulto es que se le haga creer que este calvario
constituye en cierto modo un privilegio. Su triste y onerosa obligación se
presenta retóricamente como un derecho civil.
Cuando son
otras personas quienes deciden que la criatura de una mujer no debe nacer, se
la presionará para que cumpla su deber consigo misma, con el feto, con otras
personas, con la institución sanitaria, con el Estado, sometiéndose a un
aborto. Su autonomía es la consideración que menos cuenta. En ambos casos, se
enfrenta con otras personas que saben mejor que ella lo que le conviene hacer.
Se le exigirá que se someta a una serie de pruebas, sin ofrecerle otro
tratamiento que la interrupción del embarazo, tanto si la aprueba como si no.
Si se somete a una prueba, para la detección del síndrome de Down, por ejemplo,
y luego rechaza la intervención del embarazo, le preguntarán por qué se hizo
entonces la prueba. Y probablemente intentarán convencerla para que aborte. Su
angustia psicológica se intensifica con la publicación periódica de los
resultados de investigaciones destinadas a determinar si los fetos humanos
tienen conciencia, sienten dolor y pueden aprender, y a partir de qué momento
ocurre esto. En marzo de 1998, se anunció que los fetos prestan atención y
pueden aprender a partir de la vigésima semana de gestación, antes de que se
haya formado la corteza cerebral. Las pruebas eran poco convincentes, ya que se
presentaba como conciencia la presencia de una reacción, pero consiguieron el
efecto deseado, que era inquietar a las mujeres. Las feministas han alegado que
es inmoral retrasar el aborto, pero las mismas autoridades que presentan
regularmente pruebas de la incipiente sensibilidad del feto han bloqueado todas
las medidas encaminadas a ofrecer procedimientos de aborto rápido y no
traumático, que embriológicamente podrían ser idénticos a lo que se presenta
como anticoncepción.
No creo que a
Jack se le pasaran jamás por la cabeza
Estos pensamientos.
Los hombres son tan despilfarradores,
Tan
descuidados con su semen. A menudo me pregunto
Qué vida
podrían haber tenido esas criaturas
Con un poco de
suerte.
El color de
sus ojos…
Jean Earle, Menopause
A ninguna
mujer que acuda al establishment
médico para tener acceso a la tecnología abortiva se la animará a pensar que
está ejerciendo un derecho. Si fuese un derecho podría ejercerlo siempre que
quisiera. Sin embargo, si desea que el Servicio Nacional de Salud cubra el
aborto, probablemente se encontrará con el hecho de que ella haya decidido que
no debe llevar adelante ese embarazo no se considera suficiente; tendrá que
convencer de lo acertado de su decisión a otras personas, que no tienen ningún
interés en las consecuencias ni deberán responsabilizarse de ellas. En enero de
1997, un estudio sobre 108 autoridades sanitarias de Inglaterra y Gales,
realizado por la British Abortion Law Reform Association (Asociación Británica
a favor de la reforma de la Ley del Aborto), reveló que mientras algunas
financiaban prácticamente todos los abortos, otras apenas cubrían 40%. Los médicos
de cabecera remitían al sector privado o negaban sin más explicaciones el
tratamiento gratuito a las mujeres que en su opinión tenían medios para
costearlo.
Cuando a
una mujer se le concede el derecho de un aborto gratuito, no se le permite
escoger entre los diferentes métodos. El aborto, como la terapia de reposición
hormonal o la píldora, se la presenta como una alternativa única, cuando, en
realidad, existe una asombrosa variedad de alternativas. El aborto puede ser
quirúrgico, parcialmente quirúrgico o totalmente no quirúrgico. Hace veinte
años o más que es posible provocar el aborto por medios no quirúrgicos, sin la
intervención de personas ajenas, pero el establishment
sanitario controla y raciona el acceso a estos métodos. En Estados Unidos
no se puede adquirir el RU-486, la llamada “píldora del día siguiente”,
fabricado por la empresa francesa Roussel-Uclaf. En Gran Bretaña, la “píldora
del día siguiente” suele consistir en una doble dosis de esteroides “anticonceptivos”
y raras veces se ofrece sin endilgarle antes un sermón a la cliente sobre los
métodos anticonceptivos fiables. Uno de los secretos mejor guardados de la
ginecología es el uso del metotresate y otras sustancias citotóxicas para
inducción no quirúrgica del aborto. En Estados Unidos, el aborto quirúrgico
suele consistir en una intervención de diez minutos por aspiración, con anestesia
local; en Canadá, se prefiere un engorroso procedimiento en dos fases, que
incluye la inserción de un dilatador por imbibición, seguida de la dilatación y
legrado con anestesia general al cabo de 24 horas; en Rusia, que tiene la tasa
de abortos más alta del mundo, no se usa anestesia; en Gran Bretaña, el
procedimiento habitual es la aspiración con anestesia general. Últimamente, el
uso de pruebas de detección del embarazo más adecuadas y cánulas más pequeñas
permite la extracción quirúrgica del óvulo fecundado a partir de las ocho o
diez días de la concepción, cuando no supera el tamaño de una cabeza de
alfiler, aproximadamente en el mismo momento en que se desprendería en una
mujer que esté tomando píldoras “anticonceptivas” o lleve un dispositivo
intrauterino. La posibilidad de que las mujeres tengan acceso a dicho
procedimiento dependerá de que las clínicas se doten del equipo necesario para
ofrecerlo. En el momento de escribir este libro, sólo alrededor de un 20% de
las clínicas afiladas a la Federación de Planificación Familiar emplean este
método y éste se utiliza únicamente en los Estados Unidos.
Quedar
embarazada contra la propia voluntad significa empezar a perder el control
sobre la propia vida. La tarea más urgente es evitar estrellarse. Si queremos
que una mujer se una persona adulta, esto es incompatible con que su vida a la
vez dependa de las decisiones de otras personas. Ser madre sin desearlo
equivale a vivir como una esclava o un animal doméstico. Como cualquier persona
adulta, una mujer desea no procrear o procrear en el momento en que lo
considere oportuno; sin embargo, le hacen creer que tiene el deber de usar
métodos anticonceptivos y que las técnicas disponibles son fáciles de usar y
absolutamente eficaces. Si controlase plenamente las modalidades de su
actividad sexual, podría exigir que su pareja masculina controlase su
fecundidad excesiva en vez de delegar ella la responsabilidad de inhibir su
capacidad fecundadora. La vasectomía, aunque es uno de los métodos disponibles,
es culturalmente invisible. Los hombres no se quedan embarazados y, por lo
tanto, se despreocupan de la anticoncepción. Los hombres contraen enfermedades
de transmisión sexual y por eso usan condones, a veces, aunque no con la
frecuencia que deberían ni mucho menos.
Parecen existir
dos imágenes de las mujeres que abortan: furcias de corazón de piedra que se
someten la intervención con la misma facilidad con que se someterían a una
extracción dentaria, y la consideran simplemente como un método anticonceptivo
más, o víctimas atormentadas por la depresión, los sentimientos de culpa y el
arrepentimiento. La realidad se sitúa en algún punto intermedio. No es una
decisión fácil. Es una intervención un poco más compleja que una extracción
dentaria. Y la experiencia se supera.
Anne Marie, Girl Frenzy, n°6
En la actualidad,
anticoncepción equivale a aborto, ya que no se ha llegado a demostrar que las
píldoras de tercera generación impidan que el esperma fecunde al óvulo. Existe
un grupo de presión a favor de que se receten “anticonceptivos” esteroides a jóvenes
menores de catorce años, que en cualquier caso no deberían tener relaciones
sexuales sin protección. En 1996, una encuesta nacional de opinión encargada
por Schering Healthcare indicó que la proporción de mujeres que no utilizan la
píldora debido a sus efectos secundarios se había incrementado de una cuarta
parte a un tercio del total. Schering, prudentemente, preguntó a las mujeres si
rechazarían los anticonceptivos si supiesen que son sustancias abortivas. El
rechazo contra el aborto en cualquier momento del embarazo no es tan fuerte
como para que a alguien se le ocurra organizar piquetes frente a las fábricas
que producen píldoras anticonceptivas. Los DIU son claramente abortivos, pero
las acciones emprendidas contra ellos no se han presentado al amparo de la Ley
de Descripción de Actividades.(Trades Description Act), sino siempre sobre la
base de sus efectos secundarios; estas acciones han tenido tanto éxito que las
mujeres que desean que les coloquen un dispositivo intrauterino con fines “anticonceptivos”
tienen que firmar ahora un formulario de exención de responsabilidades que
ocupa 20 páginas. El último dispositivo que ha sido objeto de litigio es el 7
de cobre o Graviguard, comercializado en 1972 por G.D. Searle como una
alternativa más segura que los esteroides de ingestión oral. Un centenar de
mujeres británicas llevan diez años intentando conseguir una indemnización por
daños y perjuicios de los fabricantes, una filial del gigantesco conglomerado
Monsanto; la preparación del caso, del que finalmente ha renunciado a hacerse
cargo del Comité de Asistencia Legal Gratuita (Legal Aid Board), ya ha costado
750.000 libras esterlinas. Diez de las mujeres siguen intentando llevar
adelante la demanda. Centenares de mujeres en Australia, Nueva Zelanda y Canadá
están a la espera del resultado de una demanda presentada en Australia, y
Searle ha tenido que responder a 25 demandas judiciales en Estados Unidos, de
las que ha ganado 19 y ha perdido cinco. Otros casos se han resultado mediante
acuerdos extrajudiciales. Los dispositivos intrauterinos, medicinales o no, actúan provocando una inflamación del
útero, muchas veces acompañada de una infección; a las mujeres que los aceptan
como un método anticonceptivo se les inserta de hecho un instrumento abortivo
de uso personal. El resultado ha sido con frecuencia un aborto encubierto,
acompañado de fuertes hemorragias e inflamación pelviana, con el alto riesgo
concomitante de embarazo extrauterino.
Todo este
sufrimiento, todos estos trastornos, son consecuencia directa de la insistencia
en mantener accesible el cuello del útero a la eyaculación del pene. Tanto si una piensa que la creación y desecho
de tantos embriones es una cuestión preocupante como si no, en cualquier caso
es innegable que el cínico engaño que sufren millones de mujeres a quienes se
venden productos abortivos haciéndolos pasar por anticonceptivos es incompatible
con el respeto que como seres humanos merecen las mujeres. Como también es un
evidente menosprecio esperar que agradezcan que se les conceda la oportunidad
de que les inserten instrumentos en el cuerpo para extraer por aspiración y
raspado los productos de una concepción evitable. La tecnología falsamente
anticonceptiva manipula a las mujeres de un modo que estamos empezando a
rechazar cuando se practica con individuos de otras especies. En contra del
dicho popular, la ignorancia les hace daño. Basta que nos preguntemos si
tenemos alguna esperanza de proteger la fecundidad y la salud de las mujeres, y
evitar la infinidad de millones de abortos que tienen lugar a diario, para constatar
con cegadora claridad cuán poco libres son las mujeres. Todas las mujeres,
desde las más jóvenes hasta las más viejas, son conscientes de que imponer las
condiciones a la intimidad supondría recibir aún menos de lo que ahora ya se
les concede. La mujer que se niegue a entrar en el matadero ginecológico –cuyas
ramificaciones se extienden hasta todos los cuartos de baño del país- tiene que
estar dispuesta a prescindir de la aprobación y las atenciones masculinas.
Sabemos que el uso del condón entre los heterosexuales en ínfimo en relación
con lo que debería ser para garantizar la protección de la salud y la
fecundidad para las mujeres, pero ellas no se atreven a exigirlo por temor a
acelerar todavía más la huida de los hombres de la auténtica compañía e
intimidad para refugiarse en el reino del sexo virtual.
Greer, Germaine. La mujer completa. Kairós.
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