Para muchas
mujeres, el aborto es un “asunto inconcluso” y como tal se merece un análisis
completo. Si viviéramos en una cultura que valorara la autonomía de la mujer,
en la que hombres y mujeres practicaran un control de la natalidad cooperativo,
el aborto sería un asunto discutible. Si a las mujeres occidentales se las
obligara a abortar, como se hace actualmente en China, el aborto tendría aquí
un sentido diferente del que tiene ahora.[1]
El aborto
pone fin intencionadamente a una vida en potencia. Pero no permitir el aborto
mata en potencia a dos vidas. El vínculo entre madre e hijo es el más íntimo de
toda la experiencia humana, En esta relación humana, la más primaria de todas,
debe haber amor, una buena acogida y receptividad en abundancia. Obligar a una
mujer a parir y criar un hijo en contra de su voluntad es por lo tanto un acto
de violencia. Constriñe y degrada el vínculo madre-hijo y siembra las semillas
del odio, no las del amor. ¿Puede haber una peor entrada en el Universo que
obligar a un niño a habitar en un cuerpo que le es hostil? Una vida es
demasiado valiosa para inhibir su pleno desarrollo y sus posibilidades
obligando a una mujer a parirla en contra de su voluntad. Sabemos que los
primeros años de vida de criminales y delincuentes suelen estar plagados de
pobreza y desesperación, por lo cual incluso podría ser peligroso traer al mundo
un ser que no es deseado. (En su famosísimo libro Freakonomics –Ediciones B, Barcelona, 2006-, Steven Levitt y
Stephen Dubner teorizan que la disminución de crímenes en las últimas décadas
se puede remontar a la legalización del aborto.) En el horizonte se ve el
espectro de más y más mujeres atrapadas en embarazos no deseados mientras la
capacidad reproductora de la mujer sea tratada como un trueque político.
Todo el
mundo sabe esto en mayor o menor grado, incluso aquellos que públicamente
niegan a la mujer el derecho a controlar su fertilidad. Cuando hacía mis
prácticas como residente en Boston, no era infrecuente que viniera a verme una
chica católica embarazada a la que llevaban sus padres. Éstos me decían: “No
somos partidarios del aborto, pero si nuestra hija tiene este hijo, arruinará
su vida. ¿Puede hacer algo?”.
Una cosa
que he aprendido a lo largo de los años e que no existe así la llamada “libertad
sexual”. Creo que por eso siempre me ha desagradado la expresión “aborto a
petición”. Habiendo trabajado muchos años en el ámbito de la reproducción de la
mujer, veo que el actual debate sobre el aborto es un síntoma del problema
mucho más profundo del que he hablado en los primero capítulos: mientras las
mujeres continúen entendiendo mal la manera de satisfacer sus necesidades
eróticas, mientras continúen sacrificando su cuerpo por el placer sexual de los
hombres, no iremos a ninguna parte. Y mientras el aborto sea considerado
únicamente un “problema de la mujer”, tampoco.
Realicé
abortos durante muchos años, y siempre seré una defensora del derecho de la
mujer a decidir sobre su reproducción. Pero he llegado a comprender lo complejo
que es el tema del aborto y que no hay soluciones fáciles.
El aborto
siempre es un tema espinoso, porque obliga a cada mujer a afrontar sus más
profundos sentimientos acerca de la capacidad de los hombres de fecundar a las
mujeres y de la capacidad de las mujeres de retener o rechazar el resultado de
esa fecundación. El aborto golpea en el corazón de las creencias de la sociedad
acerca del papel de las mujeres. ¿Está la sociedad a favor de la participación
plena de la mujer en la economía? ¿Cuál es el papel que nos corresponde
desempeñar en el hogar y en la sociedad? “El aborto ilustra el control político
de lo personal y lo fisiológico –escribe la historiadora Carroll
Smith-Rosenberg-. Tiende un puente entre lo inmensamente individual y lo
ampliamente político. En todos los planos, hablar de aborto es hablar de poder.”[2]
Cuando
practicaba abortos, siempre me sentía como si estuviera sentada en medio de un
campo minado. A veces me enfurecía cuando hacía abortar por cuarta vez a una
mujer que sencillamente no usaba ningún método anticonceptivo. Otras veces
practicaba abortos a mujeres que en realidad no lo deseaban pero pensaban que
no tenían otra alternativa. Claro que embarazos no intencionados ocurren en
mujeres que usan religiosamente un método anticonceptivo, y éste no impidió el
embarazo.
La
expresión “aborto a petición” da a entender que la mujer no tiene por qué
responsabilizarse de su comportamiento sexual ni de sus consecuencias. Supone
que está bien tener relaciones sexuales con quienquiera que se desee, cuándo se
desee y sin tener que afrontar las consecuencias, tal y como lo han hecho los
hombres durante siglos. Muchas mujeres que se han hecho repetidos abortos me
han dicho que después han llegado a comprender que sus relaciones sexuales con
los hombres eran una forma de abuso contra sí mismas, el resultado del odio
contra sí mismas y de su poca autoestima. La expresión “aborto a petición”
supone que las relaciones sexuales en cierto modo pueden y deben separarse de los demás aspectos de nuestra vida, como
el de la necesidad de ser amadas, abrazadas o respetadas. Supone que la misma
conducta que encontramos repugnante en los hombres (tener relaciones sexuales
sin preocuparse por las consecuencias) está bien para las mujeres. ¿Por qué
desean las mujeres imitar a (algunos) hombres en el terreno sexual? Deberíamos
resistirnos a cualquier contacto sexual con hombres que no respetan también
nuestra alma y nuestro yo más íntimo. Al comienzo del siglo XXI, muchas mujeres
están reconsiderando su programación sexual. El primer paso en este proceso es
tener claro cuál es esa programación.
Cuando una
mujer decide hacerse un aborto, en nombre de sí misma y de su propia vida, nada
contra una corriente de 5.000 años de condicionamientos, de ideas y programas
sociales propugnados por iglesias y otras instituciones dominadas por hombres,
que dicen que la principal finalidad de l mujer es tener hijos y servir a sus
hijos y a su marido. Permitir que las mujeres elijan el rumbo de su vida va muy
en contra de una idea muy antigua y arraigada.
En los
veinte últimos años, en que el número de mujeres que luchan contra esa idea ha
aumentado enormemente, las fuerzas políticas y sociales que desean mantenernos
en “nuestro lugar” han elevado sus voces y se han hecho más destructivas. Un
siglo y medio de retórica destinada a hacernos sentir culpables y avergonzadas
en torno al aborto por preferir el autodesarrollo por encima de la maternidad,
hace poco sorprendente que el aborto no sea un tema fácil sobre el cual las
mujeres podamos hablar libremente. Sin embargo, si todas las mujeres que se han
hecho un aborto, o aunque fuera la tercera parte de ellas, estuvieran
dispuestas a hablar de su experiencia, no con vergüenza sino con sinceridad
respecto a lo que eran entonces, lo que sabían, lo que han aprendido y lo que
son y saben ahora, todo este asunto sanaría con mucha mayor rapidez.
Desde la
primera edición de este libro me han escrito muchas mujeres para agradecerme
que haya tratado este tema. Y me han escrito diciendo cómo su buena disposición
a decir la verdad sobre su experiencia del aborto las ha sanado. Kris Bercov,
terapeuta que ofrece orientación para superar un aborto, ha escrito un
conmovedor librito titulado The Good
Mother: An Abortion Parable (La buena madre: Parábola sobre el aborto).
Cuando me envió un ejemplar me escribió: “La experiencia del aborto tiene una
enorme capacidad para herir o sanar, depende de cómo se lleve e interprete.
Como bien sabes, son muchísimas las mujeres que pasan por esta experiencia
inconscientemente, dejando a su cuerpo la difícil (y a veces peligrosa) tarea
de comunicar sus sentimientos no resueltos.” Este libro de Kris es
específicamente revolucionario porque ayuda a las mujeres a buscar a tientas su
camino a través de la experiencia, y así sanarla. Se ha usado eficazmente en
varias clínicas de abortos.
El clima
cultural de cualquier época histórica tiene profundo efectos sobre el bienestar
emocional y físico en general de las personas de esa época. Se calcula que en
la década de 1840, la mitad de todos los embarazos acababan en aborto.
Actualmente, a medida que aumenta el poder de las mujeres, también aumenta la
retórica antiabortista. Aunque a ninguna
cultura le ha sido desconocido el aborto, las investigaciones de Carroll
Smith-Rosenberg documentan que éste se convierte en un problema político sólo
cuando hay “alteraciones importantes en el equilibrio de poder entre hombres y
mujeres, y en el de los hombres como cabeza de familia sobre sus tradicionales
dependientes.” Durante estos periodos, estos cambios se reflejan en leyes
concernientes al derecho de las mujeres a controlar su fertilidad.
Northrup, C. Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer. Urano.
[1] Conocí a una ginecóloga de China,
quien me contó que había realizado 20.000 abortos. En China sólo se permite un
hijo por pareja, y a veces ni siquiera uno. El aborto se practica corrientemente
como control de la natalidad. Si una pareja tiene más de un hijo, los padres
podrían perder un empleo o sufrir otras sanciones. En consecuencia, las parejas
chinas eligen abortar los fetos femeninos, y ahora toda una generación de
varones jóvenes no tienen mujeres suficientes de su edad para formar pareja,
hecho que, aunque trágico, parece ser un cruel tipo de justicia.
[2] Carroll Smith-Rosenberg, Disorderly Conduct: Visions of Gender in
Victorian America, Oxford University Press, Nueva York, 1986.
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