miércoles, 2 de enero de 2013

El aborto por la Dra. Christiane Northrup



Para muchas mujeres, el aborto es un “asunto inconcluso” y como tal se merece un análisis completo. Si viviéramos en una cultura que valorara la autonomía de la mujer, en la que hombres y mujeres practicaran un control de la natalidad cooperativo, el aborto sería un asunto discutible. Si a las mujeres occidentales se las obligara a abortar, como se hace actualmente en China, el aborto tendría aquí un sentido diferente del que tiene ahora.[1]
El aborto pone fin intencionadamente a una vida en potencia. Pero no permitir el aborto mata en potencia a dos vidas. El vínculo entre madre e hijo es el más íntimo de toda la experiencia humana, En esta relación humana, la más primaria de todas, debe haber amor, una buena acogida y receptividad en abundancia. Obligar a una mujer a parir y criar un hijo en contra de su voluntad es por lo tanto un acto de violencia. Constriñe y degrada el vínculo madre-hijo y siembra las semillas del odio, no las del amor. ¿Puede haber una peor entrada en el Universo que obligar a un niño a habitar en un cuerpo que le es hostil? Una vida es demasiado valiosa para inhibir su pleno desarrollo y sus posibilidades obligando a una mujer a parirla en contra de su voluntad. Sabemos que los primeros años de vida de criminales y delincuentes suelen estar plagados de pobreza y desesperación, por lo cual incluso podría ser peligroso traer al mundo un ser que no es deseado. (En su famosísimo libro Freakonomics –Ediciones B, Barcelona, 2006-, Steven Levitt y Stephen Dubner teorizan que la disminución de crímenes en las últimas décadas se puede remontar a la legalización del aborto.) En el horizonte se ve el espectro de más y más mujeres atrapadas en embarazos no deseados mientras la capacidad reproductora de la mujer sea tratada como un trueque político.
Todo el mundo sabe esto en mayor o menor grado, incluso aquellos que públicamente niegan a la mujer el derecho a controlar su fertilidad. Cuando hacía mis prácticas como residente en Boston, no era infrecuente que viniera a verme una chica católica embarazada a la que llevaban sus padres. Éstos me decían: “No somos partidarios del aborto, pero si nuestra hija tiene este hijo, arruinará su vida. ¿Puede hacer algo?”.
Una cosa que he aprendido a lo largo de los años e que no existe así la llamada “libertad sexual”. Creo que por eso siempre me ha desagradado la expresión “aborto a petición”. Habiendo trabajado muchos años en el ámbito de la reproducción de la mujer, veo que el actual debate sobre el aborto es un síntoma del problema mucho más profundo del que he hablado en los primero capítulos: mientras las mujeres continúen entendiendo mal la manera de satisfacer sus necesidades eróticas, mientras continúen sacrificando su cuerpo por el placer sexual de los hombres, no iremos a ninguna parte. Y mientras el aborto sea considerado únicamente un “problema de la mujer”, tampoco.
Realicé abortos durante muchos años, y siempre seré una defensora del derecho de la mujer a decidir sobre su reproducción. Pero he llegado a comprender lo complejo que es el tema del aborto y que no hay soluciones fáciles.
El aborto siempre es un tema espinoso, porque obliga a cada mujer a afrontar sus más profundos sentimientos acerca de la capacidad de los hombres de fecundar a las mujeres y de la capacidad de las mujeres de retener o rechazar el resultado de esa fecundación. El aborto golpea en el corazón de las creencias de la sociedad acerca del papel de las mujeres. ¿Está la sociedad a favor de la participación plena de la mujer en la economía? ¿Cuál es el papel que nos corresponde desempeñar en el hogar y en la sociedad? “El aborto ilustra el control político de lo personal y lo fisiológico –escribe la historiadora Carroll Smith-Rosenberg-. Tiende un puente entre lo inmensamente individual y lo ampliamente político. En todos los planos, hablar de aborto es hablar de poder.”[2]
Cuando practicaba abortos, siempre me sentía como si estuviera sentada en medio de un campo minado. A veces me enfurecía cuando hacía abortar por cuarta vez a una mujer que sencillamente no usaba ningún método anticonceptivo. Otras veces practicaba abortos a mujeres que en realidad no lo deseaban pero pensaban que no tenían otra alternativa. Claro que embarazos no intencionados ocurren en mujeres que usan religiosamente un método anticonceptivo, y éste no impidió el embarazo.
La expresión “aborto a petición” da a entender que la mujer no tiene por qué responsabilizarse de su comportamiento sexual ni de sus consecuencias. Supone que está bien tener relaciones sexuales con quienquiera que se desee, cuándo se desee y sin tener que afrontar las consecuencias, tal y como lo han hecho los hombres durante siglos. Muchas mujeres que se han hecho repetidos abortos me han dicho que después han llegado a comprender que sus relaciones sexuales con los hombres eran una forma de abuso contra sí mismas, el resultado del odio contra sí mismas y de su poca autoestima. La expresión “aborto a petición” supone que las relaciones sexuales en cierto modo pueden y deben separarse  de los demás aspectos de nuestra vida, como el de la necesidad de ser amadas, abrazadas o respetadas. Supone que la misma conducta que encontramos repugnante en los hombres (tener relaciones sexuales sin preocuparse por las consecuencias) está bien para las mujeres. ¿Por qué desean las mujeres imitar a (algunos) hombres en el terreno sexual? Deberíamos resistirnos a cualquier contacto sexual con hombres que no respetan también nuestra alma y nuestro yo más íntimo. Al comienzo del siglo XXI, muchas mujeres están reconsiderando su programación sexual. El primer paso en este proceso es tener claro cuál es esa programación.
Cuando una mujer decide hacerse un aborto, en nombre de sí misma y de su propia vida, nada contra una corriente de 5.000 años de condicionamientos, de ideas y programas sociales propugnados por iglesias y otras instituciones dominadas por hombres, que dicen que la principal finalidad de l mujer es tener hijos y servir a sus hijos y a su marido. Permitir que las mujeres elijan el rumbo de su vida va muy en contra de una idea muy antigua y arraigada.
En los veinte últimos años, en que el número de mujeres que luchan contra esa idea ha aumentado enormemente, las fuerzas políticas y sociales que desean mantenernos en “nuestro lugar” han elevado sus voces y se han hecho más destructivas. Un siglo y medio de retórica destinada a hacernos sentir culpables y avergonzadas en torno al aborto por preferir el autodesarrollo por encima de la maternidad, hace poco sorprendente que el aborto no sea un tema fácil sobre el cual las mujeres podamos hablar libremente. Sin embargo, si todas las mujeres que se han hecho un aborto, o aunque fuera la tercera parte de ellas, estuvieran dispuestas a hablar de su experiencia, no con vergüenza sino con sinceridad respecto a lo que eran entonces, lo que sabían, lo que han aprendido y lo que son y saben ahora, todo este asunto sanaría con mucha mayor rapidez.
Desde la primera edición de este libro me han escrito muchas mujeres para agradecerme que haya tratado este tema. Y me han escrito diciendo cómo su buena disposición a decir la verdad sobre su experiencia del aborto las ha sanado. Kris Bercov, terapeuta que ofrece orientación para superar un aborto, ha escrito un conmovedor librito titulado The Good Mother: An Abortion Parable (La buena madre: Parábola sobre el aborto). Cuando me envió un ejemplar me escribió: “La experiencia del aborto tiene una enorme capacidad para herir o sanar, depende de cómo se lleve e interprete. Como bien sabes, son muchísimas las mujeres que pasan por esta experiencia inconscientemente, dejando a su cuerpo la difícil (y a veces peligrosa) tarea de comunicar sus sentimientos no resueltos.” Este libro de Kris es específicamente revolucionario porque ayuda a las mujeres a buscar a tientas su camino a través de la experiencia, y así sanarla. Se ha usado eficazmente en varias clínicas de abortos.
El clima cultural de cualquier época histórica tiene profundo efectos sobre el bienestar emocional y físico en general de las personas de esa época. Se calcula que en la década de 1840, la mitad de todos los embarazos acababan en aborto. Actualmente, a medida que aumenta el poder de las mujeres, también aumenta la retórica antiabortista. Aunque  a ninguna cultura le ha sido desconocido el aborto, las investigaciones de Carroll Smith-Rosenberg documentan que éste se convierte en un problema político sólo cuando hay “alteraciones importantes en el equilibrio de poder entre hombres y mujeres, y en el de los hombres como cabeza de familia sobre sus tradicionales dependientes.” Durante estos periodos, estos cambios se reflejan en leyes concernientes al derecho de las mujeres a controlar su fertilidad.


Northrup, C. Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer. Urano.



[1] Conocí a una ginecóloga de China, quien me contó que había realizado 20.000 abortos. En China sólo se permite un hijo por pareja, y a veces ni siquiera uno. El aborto se practica corrientemente como control de la natalidad. Si una pareja tiene más de un hijo, los padres podrían perder un empleo o sufrir otras sanciones. En consecuencia, las parejas chinas eligen abortar los fetos femeninos, y ahora toda una generación de varones jóvenes no tienen mujeres suficientes de su edad para formar pareja, hecho que, aunque trágico, parece ser un cruel tipo de justicia.
[2] Carroll Smith-Rosenberg, Disorderly Conduct: Visions of Gender in Victorian America, Oxford University Press, Nueva York, 1986.

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