martes, 31 de diciembre de 2013

Crónicas de Luna Roja Mujeres en Círculo: un camino de búsqueda y sororidad

por "las chicas de Luna Roja"

Luna Roja comenzó, sin darnos cuenta, como un grupo de amigas/conocidas con intereses comunes que se encontraban informalmente para compartir experiencias, libros, películas y saberes en general. El hecho de juntarnos tomó un carácter ritual: nos sentábamos formando un pequeño círculo, compartíamos una rica comida, con música suave de fondo, charlábamos sobre nuestras vidas poniéndonos al día. A veces la situación ameritaba prender un sahumerio o una vela para ver cómo el espacio era modificado por nosotras a través de un aroma, o la luz, y así sentíamos que compartíamos algo trascendente. Convenimos entonces (siguiendo con las características “rituales”), que el momento de encuentro para ese acontecimiento tan importante e íntimo donde conversábamos sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, la menstruación, etc.; fuera durante las noches de Luna Llena y Luna Nueva: Estar en un círculo propiciaba la palabra, nos permitía mirarnos a los ojos y fluir entre todas.
Así, después de un tiempo, habíamos consolidado una red de información pequeña, que circulaba entre nosotras y donde estábamos “como en órbita”. A través de ella, empezamos a cuestionar(nos) y a comparar, desde detalles de la vida cotidiana hasta concepciones que se desprenden de la sociedad actual. Nuestras pequeñas reuniones fueron el punto de partida para dilucidar cómo y por qué el rol social de la mujer ha sido acotado a ciertos aspectos, truncando su desarrollo intelectual, emocional, físico, social y cultural; es decir, estábamos replanteándonos nuestro lugar en el mundo y pensando en cómo transformarlo desde nosotras mismas. Llegamos a pensar que sería lindo invitar a otras mujeres que tal vez pensaran/sintieran que lo que estábamos haciendo era algo lindo, que tenía un sentido. De esta manera, el círculo “se abrió” y otras mujeres se sumaron por un tiempo, otras nos visitaron sólo una vez. Compartir cosmovisiones diferentes del mundo y que no circulaban con frecuencia en los medios de comunicación, nos hizo ver que existía un universo distinto, que era necesario que fuese conocido por nosotras y otras, ya que interpelaban a todo el colectivo y nos proponían un cambio profundo de actitud hacia la vida. 

El eje de la información como herramienta para el empoderamiento de nosotras mismas nos parecía fundamental, por ello pensamos que había llegado el momento de poner manos a la obra y llevar esa información a todas las mujeres: era un proyecto ambicioso, pero un sentimiento de sororidad nos invadió y nos hizo pensar que sería interesante ir por más en este sentido. Luego de una de nuestras reuniones de Luna Llena acordamos crear el blog, donde compartiesemos diferentes fragmentos de libros que nos habían influenciado de alguna forma, y otros tipos de fuentes (videos, imágenes, etc.) que nos ayudaban a comunicar lo que nos interesaba. Cuando tuvimos que darle un nombre al espacio virtual, elegimos “Remolino menstrual”, así como también titularlo “Luna Roja” porque se vinculaba con nuestras experiencias y con ciertos conocimientos que habíamos adquirido por medio del libro Luna Roja de Miranda Gray. Siempre teniendo claro que una mujer no sólo es una menstruante - si no que se autodefine más allá de las experiencias biológicas y culturales que la atraviesan-, Luna Roja fue adquiriendo un perfil que englobaba muchos otros campos, es decir, los que recorríamos vivencialmente en cuanto a mujeres y a nuestro replanteamiento de los roles de género establecidos. 
Siendo conscientes del auge de las comunicaciones virtuales y de la herramienta positiva que pueden llegar a  ser para contactarnos con más mujeres -por ejemplo, las redes sociales-, incursionamos en una especie de “activismo virtual” primario pero muy útil. Llegado este punto, decidimos crear un usuario en Facebook, no sólo para difundir Luna Roja sino para estar al tanto de otros círculos de mujeres que se iban conformando alrededor del mundo. Queríamos seguir los debates que giraban en torno, entre otros temas, al ecofeminismo, la menstruación consciente, el parto respetado, los derechos de las mujeres, etc. y participar de ellos. El usuario en Facebook supuso un nuevo desafío para nosotras, y a la vez un descubrimiento: en Argentina los temas en torno a los ciclos femeninos, la menstruación, etc. siguen siendo tabú. Por lo tanto, dimos cuenta del vacío de información existente, así como de la mitificación y estigmatización de los mismos, y la necesidad de cambiar el panorama. También nos maravilló encontrar tanto compromiso y apoyo de hermanas alrededor del mundo, que compartían información con nosotras, y este rasgo tan solidario nos parece importante mencionarlo ya que está presente en toda esta gran búsqueda.
Por supuesto que no bastaba con todo aquello de la difusión virtual, y el accionar requería de otros métodos. Notamos cómo las pequeñas tareas que emprendíamos -desde organizar el espacio donde serían las reuniones, la escritura de los distintos posteos que subiríamos al blog, etc.-  requerían de un marco mayor y un tiempo para cada una. También pensamos que podíamos proponernos realizar actividades puntuales, que serían dirigidas a otras mujeres con quienes compartiríamos un espacio y a partir del cual se propiciarían charlas y la ayuda mutua. Nuestras reuniones intentaron darle forma a un trabajo de campo que se estaba abriendo, formando redes con otros grupos de mujeres, para expandir nuestros horizontes y compartir las dimensiones que íbamos descubriendo. Uno de los proyectos de actividad concreta fue el comenzar a elaborar nuestros propios textos para el blog, de lo que surgieron crónicas hechas por nosotras de eventos a los que habíamos asistido y que recorrían temáticas de nuestro interés, reflexiones de todo tipo, entrevistas, etc. Concretamos entonces otro de nuestros objetivos que era generar conocimiento a partir del blog con un estilo propio.

Luego de interpelar a nuestro entorno, creímos necesario llevar a cabo la transformación del mismo, es decir, poner en práctica todo lo que habíamos leído. Gracias a Jean Shinoda Bolen sabíamos que los círculos eran un espacio eficaz para plantear actividades donde se propiciase la palabra, donde no hubiera jerarquías, donde las mujeres comenzaran a conocer y conocerse. Le dimos forma entonces a la idea de los Círculos de Lectura para Mujeres, que actualmente llevamos a cabo en San Vicente, provincia de Buenos Aires. El proyecto sigue en pie, y debido a lo que se ha generado hemos buscado otros. La confección de la Manta Yoni, actividad que estamos llevando a cabo, tiene que ver con la  representación de las propias vulvas, y es gracias a Raquel y Elena de Jardín en la Luna, que nos permitieron realizarla en Argentina, que lo estamos haciendo posible. Este proyecto tan ambicioso une a mujeres de todo el país, Latinoamérica y el mundo, y vuelve a darnos el pie para pensar y accionar en torno a la concepción que tenemos respecto a nuestros cuerpos; como mujeres y también como sociedad. Casi como una cadena que va uniendo todas las acciones, proyectamos la realización de talleres con el eje puesto en la menstruación consciente y la ginecología natural: vimos la importancia de poner sobre la mesa estos temas a raíz del documental “La Luna en Ti”, y buscar realizar un emprendimiento autogestivo como es realizar nuestras propias toallitas higiénicas de tela. Luego también, los recorridos vivenciales de otras integrantes del grupo nos llevaron a formar parte del debate en torno al parto respetado y su difusión, por lo que estamos convocando actividades también en ese sentido. La idea es investigar todas las experiencias que recorremos en tanto mujeres y analizar de qué forma podemos hacer nuestros propios esquemas, revirtiendo el orden patriarcal.
Llegamos al final de este año con muchas gratas sorpresas por parte de compañeras que fuimos encontrando en el camino,quienes nos ayudaron desde donde pudieron  y confirmaron esa certeza que tenemos y es que la lucha es una experiencia motivadora si se vive con otras. En este sentido, agradecemos a todas esas mujeres que transitaron este 2013 junto a nosotras: leyendo los artículos, proponiendo temas, compartiendo la información, comentando o estando en contacto con mensajes de apoyo y afecto, profesionales o no que nos brindaron entrevistas, artistas, etc. Los círculos se siguen formando, los proyectos creciendo y creándose nuevos y las expectativas y metas para lo que queda por hacer nos seguirán impulsando hacia adelante: abriendo caminos, tejiendo redes. 

martes, 24 de diciembre de 2013

Doña Emma

Doña Emma fue la abuela de Rubén Blades, la persona que lo marcó fundamentalmente. La personalidad compleja de esta mujer que reivindicaba la educación de la mujer y su autonomía, se correspondía también con una rica concepción del mundo: practicaba yoga y el vegetarianismo en los años ’30.

por Julia Ruppel


"Mi abuela Emma era del carajo.
Siempre me decía que la peor pobreza era la espiritual, la de aquellos que vivían en un gueto emocional.
Era maestra, escritora, pintaba, defendió los derechos de la mujer, fue rosacruz, espiritista, vegetariana en la década de los treinta.
Pasó mucho tiempo conmigo y me enseñó a leer.
Mi abuela me inculcó el sentido de la justicia donde todos podemos formar parte de la solución, desde esa perspectiva he desarrollado mi vida y es la base que me ayuda a seguir adelante
Tuvo cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres, y como no tenía dinero para mandarlos a todos a la escuela, porque se divorció de los dos hombres y no quería aceptar plata de ellos, mandó a la escuela a las dos mujeres y a los hombres les enseñó en la casa.
Las mandó a ellas porque decía que el mundo era de los hombres, y que las mujeres tenían que prepararse mejor".
Rubén Blades

El otro día escuché en la radio un tema de Rubén Blades. Como no sabía de cuál de todos sus  discos era, googlé el nombre de esta multifacética personalidad y de paso leí su biografía en Wikipedia. Una tremenda sorpresa me llevé al enterarme de quien fue su abuela paterna, Emma Blades Bosques, << espiritualista, rosacruz, pintora, poeta y feminista; ella le enseñó a leer y a estar en contacto con diversas formas de pensamiento >>.[1] Su nombre completo era Emma Andrea Bosquez Aizpuru,  hija de Tomás Bosquez y Adela Aizpuru, quien era nieta de Rafael Aizpuru, un militar neogranadino quién ocupara en diversas ocasiones la presidencia del Estado Federal de Panamá, siendo un caracterizado opositor del centralismo colombiano.[2]  Esta maravillosa mujer ejerció una fuerte influencia en la vida de Rubén, quien luego le dedicaría siempre hermosas palabras y hasta bellas canciones. En palabras del artista: << Mi abuela Emma me inculcó el sentido de la justicia donde todos podemos formar parte de la solución, desde esa perspectiva he desarrollado mi vida y es la base que me ayuda a seguir adelante >>.[3]
Desde que Rubén era pequeño, Emma se encargó de que aprendiera a leer y a escribir, por lo que a los cuatro años él ya sabía hacer ambas cosas. Si bien no existen demasiados datos sobre esta polifacética mujer, gracias a Paula C –ex pareja de Rubén-, podemos tomar una frase que seguiría apuntando a lo adelantada que fue Emma para su época y la influencia que tuvo en la vida de su nieto: "Ella le enseñó a leer y a escribir. Lo enseñó a pensar por sí mismo, a hacer lo correcto y a no preocuparse por convenciones". 
Divorciada dos veces y con cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres, decidió que no iba a aceptar dinero de sus ex maridos, por lo que envió a la escuela a las mujeres y a los hombres les enseñó en su casa, ya que consideraba que la necesitarían a lo largo de su vida más que sus hijos varones.[4] Para ella  << El mundo estaba hecho por los hombres para los hombres >>. La falta de dinero no iba a ser un problema que denostara su independencia. Decidió  encargarse sola de la educación de sus hijos, la cual consideraba fundamental, sobre todo la que fomentara el libre pensamiento.
Si tenemos en cuenta los datos, la abuela de Rubén tenía 25 años cuando corría el año 1910, por lo que realmente su perfil de libre pensadora se demuestra con esta filosofía de vida que profesaba. En los años 30, Emma gozaba de una compleja visión del mundo: practicaba el vegetarianismo y el yoga en su casa. Según su nieto, ella era rosacruz. Todo ese entramado de pensamientos, creencias y formas de encarar la vida que habitaban en Emma fueron transmitidas a Rubén Blades, quien pasaba gran parte del tiempo con ella debido a que sus padres Rubén Darío y Anoland tenían que trabajar. 
En el año 1948 cuando Rubén nació, Emma tenía 63 años. Como describe Sandra La Fuente: "Entre las primeras imágenes de su memoria está un niño de cinco o seis años, de caminata con su abuela por el casco viejo de ciudad de Panamá, recorriendo los teatros: Variedades y El Dorado, la Plaza Amador, Las Bóvedas, el mar de frente". [5] Para su nieto, fue la gran educadora, le dio un marco de amor, intelectualidad y profundidad filosófica y artística a su vida. Le allanó el camino para que pudiera involucrarse con la música e incluso le comunicó la importancia del cine. Nunca Emma dio el mensaje a Rubén de que el dinero lo era todo, sino que por el contrario lo animó a enriquecer su mente y su espíritu: "Aunque nací en una pensión, siempre recuerdo a mi abuela cuando decía que la peor pobreza es la del espíritu y la mente. Que el hecho de estar limitado económicamente no era sinónimo de vivir como un animal o sentirte menos. Con ella aprendí que la educación es un proceso que nunca termina".

Rubén ha escrito para su abuela canciones, y le ha dedicado hermosas frases. Fue muy lindo encontrarme esta tarde de sábado con la información de que Doña Emma existió, que vivió de la forma que lo hizo y que es tan admirada por su nieto por el papel que desempeñó en su vida y en la de ella propia como mujer.
Existieron mujeres cuyas formas de vivir fueron silenciadas, pero que se abrieron paso en esta sociedad de valores paternalistas. Doña Emma fue una de ellas.




sábado, 21 de diciembre de 2013

Sobre el desconocimiento del cuerpo en las mujeres*

« En este mismo momento, en el lugar donde se encuentra, hay una casa que lleva su nombre. Usted ha sido siempre el único propietario, pero hace ya mucho tiempo que perdió las llaves. Así que se queda fuera, no conoce de ella más que la fachada. Usted no vive en ella. Esta casa, refugio de sus recuerdos más esquivos, más reprimidos, es su cuerpo »
Thérèse Bertherat, El cuerpo tiene sus razones.


*Extraído del libro El cuerpo tiene sus razones. Autocura y antigimnasia de Bertherat, T**. y Bernstein, C.

¿Y las mujeres? ¿Y ese problema, confesa o inconfesado, crónico u ocasional, presumido o aceptado, individual o universal, ese << falso problema >> en el que tantas mujeres expresan su verdad profunda: la frigidez?
Algunos médicos, ginecólogos o psicoanalistas me han enviado a mujeres oficialmente etiquetadas como “frígidas”. Porque << la gimnasia no les hará daño y, por otra parte, eso las distraerá, las ocupará, les hará gastar energía >>. (¿No comprenderán nunca que la gimnasia es precisamente lo que yo no hago?)
Mujeres que sin duda alguna son lo que nos empeñamos en denominar frígidas, aunque no se quejen de ello abiertamente (o por lo menos, no a mí), las veo diariamente en mis grupos, en la calle, en las reuniones, por todas partes.
Pero ¿qué son todas esas mujeres? ¿Qué es esa célebre frigidez? La frigidez, en una palabra, es la rigidez. Esas mujeres no son frígidas: son rígidas.
No, no hay ninguna brusquedad en mi actitud. No, no carezco de compasión, de comprensión. No, no me esfuerzo por mostrarme simplista. No, no soy desleal. Soy feminista y preconizo la movilización de las mujeres. Pero no sólo en células militantes. Preconizo la movilización  – la puesta en movimiento - de los cuerpos de todas las mujeres, porque sólo en el interior de su cuerpo, de su cuerpo móvil, viviente, podrán encontrar la fuerza, la posibilidad de ser felices.
Una mujer que hoy proclama: << Mi cuerpo me pertenece >>, se hace ilusiones en la mayoría de los casos. No porque su cuerpo haya dejado de pertenecerle a él – al macho opresor – le pertenece a ella forzosamente. Decir << mi cuerpo me pertenece >> supone que, a través de la toma de conciencia de ese cuerpo, la mujer haya tomado posesión de él. Para que su cuerpo le pertenezca, tiene que conocer sus deseos y sus posibilidades y atreverse a vivirlos. Únicamente cuando una mujer se vive a sí misma (igual que un hombre, por lo demás) se niega a ser << vivida >>. Sólo cuando uno se conoce profundamente se niega a ser << vivido >> y trata al fin de conocer al otro.
Cuando una mujer de hoy se cree frígida, abandona a veces al compañero al que juzga como causa de su insatisfacción y reclama lo que se complace en llamar la << libertad sexual >>. Entonces busca, o bien a otros hombres más sensibles o más imaginativos, o bien a otras mujeres, creyendo que, a través de ellos, logrará descubrir su cuerpo, el verdadero.
A veces, ese cambio resulta eficaz. En efecto, era el otro el que le impedía revelarse a sí misma. Pero eso ocurre raramente. Lo normal es que se encuentre, antes o después, frente al mismo problema. Sigue sin vivir su vida porque sigue sin vivir su cuerpo. No ha elegido a sus nuevas parejas con toda libertad y en función de sus verdaderos gustos. No sabe lo que le gusta; lo único cierto es que no le gusta su cuerpo. Insatisfecha y sin saber a qué satisfacer, se cree << estrujada >>, pero no se da cuenta de que ella es su propio verdugo.
¿Cómo procedo cuando un ginecólogo me envía a una mujer que se queja de frigidez aunque él no encuentra ninguna razón fisiológica, ni vaginitis ni obstrucción de ningún género?
La inscribo en un grupo para que no se sienta aislada dentro de un problema obsesivo, vergonzoso, y para que descubra en el movimiento cómo vive o, mejor dicho, cómo no vive en su cuerpo.
Una vez echada de espaldas en el suelo, una de las primeras cosas que observo en una mujer catalogada como frígida es que el movimiento de sus costillas resulta casi invisible. No respira. El diafragma permanece rígido, inmóvil, agarrotado en la espalda y fijado por delante. Se diría que hace años que apenas se sirve de él. No se ofrece el oxígeno necesario para producir la energía suficiente. Su escasa energía mínima circula tan mal a través de su cuerpo que se le oye decir con frecuencia que carece de energía o, en todo caso, que no alcanza la dosis normal. Como si la energía viniese del exterior y ella no recibiese bastante. Pero la energía se produce, y el oxígeno, elemento necesario para su producción, no se recibe. Se toma. Como el placer.
Aún recuerdo la respuesta de la señora Ehrenfried a una chica que se quejaba de frigidez y preguntaba si no se podría hacer algo al respecto. La señora Ehrenfried levantó irónicamente una ceja y, tras una larga respiración, le dijo:
-          Res-pi-re
Según Reich, << la espiración profunda provoca espontáneamente la actitud de abandono (sexual) >>[1] . Por lo demás, cualquiera puede demostrárselo a sí mismo en cualquier momento. Basta con espirar plenamente, largamente, y la región pelviana comenzará a desplazarse hacia adelante… Siempre que uno admita que tiene una región pelviana y que dicha región es móvil.
Pero volvamos al grupo y a nuestra mujer frígida echada boca arriba. Digo a todo el mundo que doble las rodillas y coloque los pies apoyados en el suelo. Luego, que levanten la pelvis hacia adelante, hacia el techo. En la mujer frígida, se produce una confusión total. Como M., el muchacho sin mirada, concentra su fuerza, se apoya en los pies y levanta el cuerpo entero, desde los omóplatos. Si es muy ambiciosa, lo iza desde los hombros, desde la cabeza. ¿Y la pelvis? Ahí está, suspendida, rígida, en algún lugar de esa larga plancha a la que ella llama su cuerpo.
Empezamos de nuevo. Otra vez boca arriba, con las rodillas todavía dobladas, los pies todavía apoyados en el suelo. Pido que no se apresuren, que busquen – palpando si es necesario – la pelvis. ¿Dónde comienza? ¿Dónde termina? ¿Por dónde se une, mediante los músculos y los huesos, el conjunto del cuerpo? ¿Cómo se articula? Observo que se patalea un poco, que aparecen expresiones de perplejidad, que se hacen grandes esfuerzos de concentración. Digo entonces que empujen la pelvis hacia adelante, solamente la pelvis.
La mujer frígida no se mueve. Su pelvis no se adelanta independientemente de los muslos o del abdomen. Y no sólo no adelanta. Retrocede… La espalda está incurvada; la pelvis, retraída, se niega a moverse hacia adelante y hacia arriba. Tal es la actitud natural del orgasmo, esa curva continua hacia adelante, ese movimiento ondulatorio que hace aproximarse cabeza y pubis. Ella no puede hacerlo, no sabe que puede hacerlo, se lo niega a sí misma. Su pelvis no trata de ser llenada. Al contrario. Nada de extraño, pues, en que se diga << vacía >>. Nada de extraño en que no se sienta colmada.
Mover la pelvis de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, sí que sabe. La mueve al caminar y, a veces, de manera muy exagerada, como en el cine. Sabe que menear las nalgas hace muy femenino, sensual, y que el talle quebrado, las nalgas salientes atraen las miradas. Le gusta recibir las miradas. Recibir, eso es lo único que espera. Pero ser exclusivamente un receptáculo no es una vida, en todo caso no una vida de mujer. Y cuando se da cuenta de que no vive una verdadera vida de mujer, se dice << frígida >>. Pero yo digo que está rígida, envarada, retraída, lejana, rechazante y, en cierto sentido, reaccionaria. Yo digo que poder articular el falso término << frígida >> no le sirve para nada si no sabe que su pelvis está articulada, que su pelvis, albergue de órganos sexuales variados y potentes, es capaz de avanzar al encuentro del placer, que tiene que conquistar.
Conquistar el placer. Al fin un término justo. El placer se conquista. Como el poder, el verdadero. No el que se arrebata al otro y que le priva el suyo, no el que tienen a bien concederos si tenéis a bien recibirlo. Para conquistar el placer, para conquistar el poder, es decir, para asumir y ejercer el propio poder, el poder sobre la vida y sobre la propia vida, el primer paso consiste en tomar conciencia de su cuerpo.
Ahora bien, ¿no es incongruente hablar del poder del cuerpo femenino? ¿De su potencia? ¿Acaso la potencia no pertenece exclusivamente a los hombres ya que, cuando un hombre se ve privado de ella, se le califica de << impotente >>? Jamás se dice que una mujer es << impotente >>. Cuando la carga energética, el movimiento espontáneo, la fuerza vital, la capacidad del orgasmo, de una mujer están inhibidos, se llama << frígida >>. Como si una mujer sin trabas no fuese más que << caliente >>, mejor que potente. ¿Por qué ese criterio de temperatura en relación con las mujeres en lugar de un criterio de acción? ¿Y por qué las mujeres de hoy, que rechazan tantos términos << falocráticos >>, aceptan que se continúe llamándolas << frígidas >>? ¿Cómo hacerles comprender que ese poder femenino que reclaman, que esperan que el mundo masculino les conceda, se encuentra de hecho en potencia en el cuerpo de cada mujer… y que a la mujer le toca descubrirlo y atreverse a ejercerlo?
Pero volvamos una vez más a los grupos y a los esfuerzos por ayudar a la mujer rígida, a la mujer impotente, a tomar conciencia de su cuerpo, de su sexualidad.
Trabajamos, pues, para liberar la pelvis. Es largo, con frecuencia muy largo y, en ocasiones, no se consigue en absoluto. Pero cuando la mujer rígida empieza a encontrar, a sentir las articulaciones que se desconocía, cuando empieza a lograr moverse aunque no sea más que un poquitín, se siente de pronto angustiada. Con la garganta reseca, las palmas húmedas, la invaden los sudores fríos del pánico. Libre al fin de sus antiguas defensas, ya no se reconoce, no sabe en qué cuerpo habita. A veces, el miedo y el rechazo espontáneo (y momentáneo) de su nuevo estado se traducen en una expresión verbal: << Si de lo que se trata es de aprender la danza del vientre, yo no, muchas gracias… >>. O bien: << Una vez asistí a un espectáculo de striptease. ¡Qué vulgaridad…! >>.
Estas reacciones me recuerda la historia de los comienzos de Elvis Presley, llamado en aquella época << Elvis the Pelvis >>. Él fue el primero, el primer blanco al menos, en cantar mientras, detrás de su guitarra, su región pelviana relajada (algunos preferían decir desencadenada) bailaba el rock and roll (balanceo y contoneo). Una alumna americana me contó que el debut de Elvis Presley en la televisión de Estados Unidos había desencadenado un drama. La cámara que fotografiaba al joven Elvis, primero de cuerpo entero en un plano general y luego en un primer plano sobre el centro del cuerpo (con la intención de mostrar sus manos sobre la guitarra), había dirigido enseguida la cámara sobre su rostro, donde continuó en plano fijo hasta el final del número. Al día siguiente, polémicas en todos los periódicos. A favor o en contra de la <> a las horas de gran escucha, a favor o en contra de la << censura >> ejercida por la cámara…
De cuando en cuando, la mujer hasta ahora rígida no trata de defenderse. No se indigna, no se censura. Simplemente deja que la descubran. En medio del grupo, permanece sola, asombrada, feliz, en el silencio particular de quienes, al fin, se encuentran a la escucha de su cuerpo.
Pero la sexualidad no se descubre o se << trata >> tan sólo en los órganos genitales, ya que no es únicamente en los órganos sexuales donde se sitúa. El cuerpo constituye una vasta red sexual. Creer que la sexualidad se limita al sexo supone tener de su cuerpo una visión fragmentaria particularmente dañina.
Desde hace algún tiempo, trabajo con mis grupos la cabeza, sus orificios. Pido, por ejemplo, a mis alumnos que cierren la boca y respiren únicamente por la nariz. Así lo hacen. Amablemente, educadamente, metódicamente. Hasta que se hartan. Se aburren. Comienzan a mirarme como diciendo: << ¿Y ahora, qué? >>. Entonces les pregunto si sienten algo. No, no sienten nada; no hay nada que sentir. ¿Y el aire? ¿Cómo? El aire. En las ventanas de la nariz. El aire que entra en las ventanas de la nariz. ¿Dónde lo sienten? ¿En la punta de la nariz?  ¿Cerca de los ojos? Hacen muecas, aspiran, dejan paso a dos chorritos de aire, cantando por las narices como si tocasen un instrumento, como hacían sin duda cuando eran pequeños.  Algunos se tapan una ventana o se meten un dedo dentro. Así descubren que tienen dos agujeros en la nariz y que el aire penetra en ellos, y que pueden sentir cómo entra, y que pueden sentir cómo sale. Algo insignificante, pero que para algunos supone una revelación… Una revelación turbadora. Cruzan las piernas, se ruborizan, tratan de esconder su turbación, adoptan la postura de adolescentes de otra época. Han descubierto que tienen dos agujeros en la nariz y que el aire entra y sale por ellos, y de pronto se sienten de manera distinta, y de pronto miran furtivamente en torno suyo y no saben lo que les pasa.
Aprovecho la ocasión. Les digo que relajen la mandíbula, que dejen la boca abierta. Algunos se resisten al principio: << Vamos a babear >>. Les respondo que babear no tiene nada de grave. Les pido luego que saquen la lengua. Veo salir pequeñas puntas por entre labios aplastados. Les advierto que una lengua es una cosa muy larga, que la dejen colgar en toda su longitud. No, más larga todavía. Bien. Y luego que dirijan la lengua hacia la barbilla, bajo la barbilla. Y luego hacia la nariz. Y luego hacia la mejilla derecha, hacia la mejilla izquierda. Y luego que le hagan trazar el circuito nariz-mejilla-mentón-mejilla en un movimiento continuo.

Son raros los que aceptan inmediatamente. Se sirven de la lengua para quejarse. << Es que me mojo la cara. >> << Me hago daño. >> << Esto es ridículo. >> A pesar de todo, la mayoría acaba por intentarlo. Más o menos. Pero hay algunos, algunas, que se niegan categóricamente. Con la mandíbula envarada, el aire furioso o dolorido, esperan inmóviles, rígidos, clavados, resueltamente acorazados hasta los dientes, a que la sesión termine. Y a veces, no vuelven más.
El cuerpo sabe que es un todo, que un orificio evoca otro, que una sensación en un orificio de la cabeza provoca sensaciones en los orificios genitales, que la toma de conciencia de una parte saliente –nariz, pie, mano, lengua, falo- despierta la conciencia de otra. No obstante, si no se quiere admitir lo que dice el cuerpo, uno dispone de todo su tiempo, de toda su vida para obligarle a callar o para insensibilizarse a sus mensajes.
Continuemos. Digo a mis alumnos que se echen boca arriba y que relajen de nuevo la mandíbula. Entretanto, algunos han comprendido que la mandíbula se parece mucho a la pelvis en sus posibilidades de movimiento, que puede también ser mantenida en retracción, fijada, agarrotada, en una posición de retroceso, de miedo. Esta asociación facilita en unos y dificulta en otros la relajación que solicito, pero, por el momento, digamos que lo consiguen. Entonces les explico que esta vez se trata de sentir la lengua en la boca, de sentir la amplitud de la lengua, el espesor de la lengua en reposo dentro de la boca.
Al principio, no saben qué hacer con la lengua. La pegan al paladar o la retraen hacia las amígdalas. Pero, poco a poco, le dejan vivir su verdadera vida de lengua en reposo, que no tiene otra cosa que hacer que hincharse, extenderse, llenar la boca hasta que no le quede lugar y desborde de ella.
Frecuentemente, se nota entonces que se extiende por la habitación un gran, un espeso silencio. Los ojos se cierran. Los cuerpos cobran peso, se aplastan contra el suelo. Incluido el cuerpo de la mujer impotente, siempre que ella se permita tomar conciencia de su lengua en el interior de la boca. (Por otra parte, si se procede al balanceo de la pelvis en ese momento se da a menudo una menor resistencia.) En cierta ocasión, llevé a cabo la experiencia de la lengua gruesa y ancha dentro de la boca con una mujer embarazada, que me dijo más tarde, sin añadir ninguna explicación:
-          Eso me ayudó mucho durante el parto.
El trabajo sobre la toma de conciencia de los orificios no se detiene, sin embargo, en la cabeza. Recientemente, en un grupo en que por azar no había más que mujeres –una de ellas << oficialmente >> impotente y sometida a psicoanálisis desde hacía varios años-, propuse que trabajásemos los orificios << interiores >>. Tras decidirme a interpretar su silencio como un asentimiento, les dije simplemente:
-          Abran los tres orificios.
Ante la perplejidad general - ¿es que no sabían que tenían tres?- añadí:
-          El ano, la vagina, la uretra. Abran los tres a la vez. Más aún. Ahora ciérrenlos. Apriétenlos. Ábranlos de nuevo, pero lenta, ampliamente. Dense bien cuenta de que dominan sus músculos, oblíguenlos a efectuar movimientos regulares, precisos.
Les aseguré que no se trataba de realizar proezas sobrehumanas  (como la del yogui, que, según se dice, llega a << beber >> por la uretra), sino de tomar conciencia de la potencia muscular normal, de efectuar conscientemente los movimientos que hacían, o no hacían, automáticamente.
Claro está que no me era posible apreciar sus esfuerzos con mis propios ojos, de la misma manera que ellas no podían comprobarlos con los suyos. (Ese desconocimiento del cuerpo tan común en las mujeres ¿no se deberá al hecho de que sólo ven las zonas íntimas de su cuerpo si se deciden a mirarlas, de que no las tocan directamente con la mano salvo si se resuelven a hacerlo y de que, desde su primera infancia, se reprimen sus exploraciones visuales y táctiles?)
De la eficacia de esos movimientos (que un alumno se ha divertido en llamar los << sexercicios >>) he obtenido muchas pruebas. Sin embargo, estoy obligada a decir que ciertos alumnos –fieles, no obstante, desde hace mucho tiempo- no comprenden nada de ellos. Por ejemplo, una mujer joven y vivaracha, siempre a la última moda, se quejaba un día a una amiga en el momento de vestirse:
-          Me gusta venir a las clases. Pero no son eróticas. Nunca se habla de los senos.
¡Como si el erotismo se situase en los senos! ¡Como si el seno del erotismo, que no puede ser más que el cuerpo entero, estuviese centrado exclusivamente en los senos! Sabía muy bien que la moda de aquella temporada era << retro >>, pero ¿había adoptado hasta tal punto las convenciones mamalógicas del cine americano de los años cincuenta? Claro está que los senos << cuentan >>, que ostentan la prioridad en todas las listas de zonas erógenas fichadas. Pero para tomar conciencia del potencial erótico de los senos, no hay apenas necesidad de seguir un curso. Una ligerísima ráfaga de aire fresco, una mano (incluso la propia) que los roza (incluso accidentalmente) son suficientes.
En la sesión siguiente, no pude resistir a la tentación de dirigirles un pequeño discurso. Expliqué que en mis clases se tomaba conciencia del cuerpo a través del movimiento muscular y que, si no se trabajaban directamente los senos, se debía a que se componían de piel, grasa y una glándula. Al pretender << fortificarlos >> o impedirles caer a través de las contracciones y las extensiones clásicas, sólo se consigue desarrollar los pectorales es decir, hinchar los músculos por detrás y por encima de los senos. Resultado: un pecho musculado y unos senos tan fláccidos como al principio.
Se trata, pues, de no preocupare por los senos en sí mismos, sino de verlos en su << medio ambiente >>, considerándolos particularmente en relación con los hombros. Flexibilizar los trapecios, permitir ensancharse los hombros, modifica el emplazamiento de los senos, los levanta y mejora la armonía en las proporciones de la parte superior del cuerpo. En cuanto a la firmeza de la glándula del seno, ninguna acción sobre el seno mismo influye lo más mínimo. Para que unos senos sean firmes, para que la sangre circule por ellos libremente, es preciso que todo el organismo goce de salud.
Comprendí la extrema seriedad del problema de la impotencia sexual –como el de la conciencia fragmentaria del cuerpo- al tratar a una persona que sufría de deformaciones muy graves: la señorita O.
Un rostro redondo, liso, sin sombras. Una mirada ingenua. Yo no sabía en absoluto qué edad echarle cuando me pidió que lo adivinase durante nuestra primera entrevista. Teniendo en cuenta algunos cabellos blancos entre sus largos bucles castaños, su cuerpo más bien fláccido y su ropa de institutriz << a la antigua >>, respondí que sobre la cuarentena. Con los ojos bajos, enrojeciendo de placer, me dijo que tenía cincuenta y nueve años. A mí me parecía más desdichado que halagador el poseer una cara de jovencita a esa edad, pero me callé. Me entregó una nota de su médico y, mientras yo trataba de leerla, se lanzó en el relato de su vida con una voz monótona, como si la hubiese contado muchas veces en situaciones similares. Vivía con mamá, que se encontraba muy bien, a Dios gracias, porque era necesario que alguien se ocupase de la compra y del arreglo de la casa, y ella, a causa de su enfermedad, sólo salía para someterse a tratamiento. Las dos habitaban desde siempre, a Dios gracias, en un apartamento de una planta baja. Ella se parecía como una gota de agua a mamá y nada en absoluto a papá, que se había << ido >> antes de que ella naciese y que no había dejado tras él más que el apartamento y una foto que se diría Rodolfo Valentino. Tiempo atrás, había trabajado en una escuela maternal, no como maestra, << ya se lo puede usted imaginar >>, sino en la administración, en los ficheros. Más tarde, trabajó en La Paternal, << es divertido, ¿verdad? >>, donde se ocupada de las fichas correspondientes a los accidentados del trabajo. Y después, nada;  tenía demasiados dolores. Ya no podía andar; el pie estaba completamente rígido. Por eso hacía diez años que vivía en casa con mamá, que se encontraba muy bien, a Dios gracias.
Sonó el teléfono. Era su médico, que creía que ella no estaba citada hasta el día siguiente. Me confesó su perplejidad ante su caso. ¿Padecía una descalificación, una forma de esclerosis en placas, las consecuencias de un accidente infantil cuya gravedad nadie había advertido o una secuela de la polio? No creía demasiado en esas posibilidades, pero no estaba seguro de nada. La había sometido a todos los tests posibles e imaginables, la había enviado a un sinfín de especialistas, pero nadie había formulado un diagnóstico convincente.
Colgué y pedí a la señorita O. que se levantase y diese algunos pasos. No podía levantar el pie izquierdo. Por lo tanto, apoyaba exclusivamente la punta del pie en el suelo, nunca el talón. El otro pie, vuelto exageradamente hacia el interior, era un montón de callosidades, de pieles muertas, con los dedos deformados, crispados, aplastados los unos contra los otros. Caminaba con ayuda de un bastón y le costaba un gran esfuerzo.
La ayudé a echarse en el suelo y a alzar las piernas en ángulo recto. No me resultó demasiado difícil, aunque las rodillas se volvieron todavía más hacia dentro. Los aductores, << músculos de la virginidad >>, que, partiendo del pubis, descienden por el interior de los muslos, presentaban una asombrosa rigidez y mantenían las piernas estrechamente apretadas.
-          Por las noches, me dan unos calambres horribles en el interior de los muslos. A menudo me despiertan en pleno sueño. Siempre tengo el mismo sueño.
No dije nada, esperando a que continuase.
-          Sueño que caigo.
Bien. Cogí sus pies entre mis manos y le pedí que apretase todavía más las piernas. Dejó escapar un grito de dolor, intentó moverse en todos los sentidos. La parte delantera de los muslos formaba una bola. Le dije que lanzase el talón del pie izquierdo hacia el techo. Indignada, me respondió:
-          Pero ¿se cree que he venido aquí para esto? Usted sabe que me es imposible…
Le propuse hacerlo en su lugar. El pie se resistía. Insistí. Se esbozó un ligero movimiento. Seguí insistiendo y el pie cedió, sostenido exclusivamente por la punta de mis dedos. ¿De manera que el pie se movía? En consecuencia, podía moverlo. Le sugerí entonces que lo hiciese ella sola. Otra vez la indignación. No podía, así que no había más que hablar.
Le apoyé los pies –las piernas seguían en ángulo recto con el suelo- contra el respaldo de una silla y me dediqué a trabajarle la nuca. Se quejaba de tener la boca seca. Le dije que girase la cabeza de derecha a izquierda. Protestas y gritos. Cuando al fin dejé sus piernas, emitía gemidos entrecortados. Violentos temblores espasmódicos agitaban los aductores. Temblando de frío, murmuró:
-          Me está usted destrozando. Usted me mata.
Le eché encima una manta y me senté a su lado. Le expliqué que sus músculos eran capaces de moverse, que podían doblar y desdoblar el pie, pero que ella no les enviaba las órdenes adecuadas.
-          Entonces, la causa se encuentra sin duda en la cabeza –dijo-. ¡Tengo una lesión de cerebro!
Le pregunté si lo creía así verdaderamente. Dos profundas arrugas se marcaron entre sus ojos. Me dirigió una mirada nueva. Con una voz que no reconocí, dijo:
-          No, no tengo ninguna lesión de cerebro. Pero la cosa ocurre en mi cabeza, ¿no es cierto?
Le expliqué que cuerpo y cabeza constituyen un todo fiel e íntegro. Le propuse que viniese regularmente y le sugerí que podría conseguir grandes progresos. Aceptó, añadiendo a continuación:
-          Ya lo verá. Le dejaré hacer cuanto quiera.
Le respondí que, en ese caso, no lograría nada, que era ella quien tenía que realizar el trabajo. Lo comprendió muy bien. No era en absoluto tan torpe como pretendía aparentar. Se llevó una mano a la frente, se la pasó por los párpados, por la mejilla, por la boca. Tras su máscara de muñeca, se escondía una mujer que había esperado durante cincuenta y nueve años para empezar a tener un rostro. Y con respecto a su cuerpo, ¿cuánto tiempo tendría que esperar todavía antes de descubrir que poseía un cuerpo de mujer?
Cundo se marchó, me sentí nerviosa, acorralada, asediada por la tristeza. Françoise Mézières afirma que nunca es tarde para tomar conciencia del cuerpo, para descubrir en sí mismo el coraje, la combatividad, la potencia vital. Pero al pensar en la señorita O., en esa larga muerte que había durado toda su vida, me dije que también que nunca es demasiado pronto para tomarle miedo al cuerpo, un miedo paralizante, suicida.


Miedo al cuerpo…, miedo a las palabras… A veces, ambos son indisociables. Quien no tiene más que una conciencia fragmentaria y fugitiva de su cuerpo, quien únicamente lo conoce desde el exterior, se ve obligado a pegar una etiqueta en el embalaje, y el término que cree justo para describirse coincide precisamente con el que le asusta por encima de todo. << Perverso >>, << homosexual >>, dos de los más temidos por muchos hombres y mujeres, que buscan en ellos su << identidad >>, pero recelan de encontrar su perdición.
Sin embargo, quien ha resucitado las zonas muertas de su cuerpo, quien conoce, o al menos sospecha, la multiplicidad de sus deseos y la riqueza de sus medios de actuación y de reacción, no puede ya aceptar las definiciones del diccionario. Descubre que las definiciones, la nosografía, no se adaptan a la nueva experiencia de su cuerpo. Sólo sirven para mantenerlo en los límites de la definición anterior, para definirlo con respecto a lo que no se ha atrevido a vivir hasta ahora.
En lugar de relatarse su vida a todo  largo de ésta –de pensar y, por lo tanto, de ser únicamente por medio de las palabras-, se toma al fin de tiempo de escuchar los mensajes sutiles y variados de su cuerpo. Descubre que su cuerpo es él, y que va más lejos, que es más rico y profundo que las palabras. Descubre que puede detener ese monólogo continuo que constituye su pensamiento y obtener la prueba de su existencia a través de sus sensaciones. Entonces descubre un nuevo lenguaje, un lenguaje amoroso que le pertenece y cuya sola fuente de referencia es su cuerpo. En la multiplicidad de sus posibilidades, de sus deseos, descubre la multiplicidad de su sexualidad, sus sexualidades. Hetero…, homo…, bi…; es la sexualidad, el hecho de la propia sexualidad, lo que cuenta; el hecho del propio cuerpo en su plenitud.
Convertido en el vehículo de su imaginación, su cuerpo puede al fin metamorfosearse a partir de su realidad y en función de sus deseos y de los deseos de otro. Metamorfosearse no quiere decir renegar de sí mismo, esconderse, sino ser uno mismo en todas sus posibilidades. Quien conoce su cuerpo sólo rechaza lo que es falso para él, lo que no vive en su cuerpo. Libre al fin de las definiciones, de las represiones, de las prohibiciones, practica una verdadera libertad sexual.


**Thérese Bertherat creó en los años '70 la Antigimnasia, resultando así pionera en lo que respecta a terapias psico-corporales. Fisioterapeuta  de formación, Thérèse Berterat ha estudiado numerosas técnicas y terapias corporales como la bioenergética, la eutonía, rolfing, gestalt, acupuntura, las teorías de la medicina tradicional china y el psicoanálisis, desde Freud a Jung, pasando por los trabajos de Wilhem Reich. Es también autora de Con el consentimiento del cuerpo, Las estaciones del cuerpo, La guardia del tigre y Correo del cuerpo

Podés ver más sobre Antigimnasia en: 

http://www.antigymnastique.com/es/


[1] W. Reich, op. cit., pág. 260

lunes, 16 de diciembre de 2013

La posibilidad de una representación

Luna Roja Mujeres en Círculo convoca a las mujeres que deseen representar sus vulvas en retazos de tela para formar La Manta Yoni. La actividad me hizo pensar en las cuestiones de la representación y en el imaginario de ciertos espacios no descubiertos o que nuestra cultura no se anima a mirar.

Por Julia Ruppel



“Al contemplar ese genital extraño e inexplicable me sentía como un alien, lo que es una descripción bastante precisa de las distancia entre las mujeres y sus genitales.”
Mithu M. Sanyal. Vulva. La revelación del sexo invisible

“Yo estaba preocupada. Estaba preocupada por las vaginas. Estaba preocupada por lo que pensamos acerca de las vaginas, y más preocupada porque no pensamos en ellas. Estaba preocupada por mi propia vagina. Necesitaba un contexto, una cultura, una comunidad de otras vaginas. Hay tanta oscuridad y sincretismo a su alrededor. Como el Triángulo de las Bermudas, nadie envía jamás informes desde ahí.”
Eve Ensler*


Hace poco tiempo tuvimos la oportunidad desde Luna Roja de comenzar con el proyecto de la confección de La Manta Yoni en Argentina.[1] La idea, que surgió de Raquel y Elena de Jardín en la Luna: Sabiduría menstrual y conciencia femenina[2], nos pareció muy interesante y ya se desarrolló en varios países: Estados Unidos, México, Chile, Costa Rica, Brasil y Colombia. La actividad consta de los encuentros necesarios donde mujeres se reúnen en círculo para confeccionar  -de la forma que quieran y con el material que deseen- una representación de sus vulvas. Pueden participar mujeres de todas partes, y luego envían el retazo de 17cm x 17 donde realizaron su obra a las organizadoras, quienes las unen finalmente en La Manta Yoni. Así, las pinturas, costuras, etc. se conjugan en una tela gigante y multicolor llena de expresiones sobre sí mismas de varias mujeres. El proceso es documentado con fotos y videos, y en el momento en que se realiza la celebración de la unión de todas estas vulvas, se leen poemas o se expresan las emociones que emergieron en el mismo.

Desde nuestro íntimo Círculo de mujeres de Luna Llena, que comenzó ya hace más de un año, nos pareció lindo el hecho de convocar a las mujeres de Argentina a este proyecto. Particularmente creo que un espacio donde las mujeres puedan desarrollar su creatividad, contarse cosas y conocerse es una excusa interesante para que se organicen, y cuando las mujeres se organizan logran cosas interesantes. Así que abrimos el Círculo y nos animamos a coordinar esta propuesta. Allí me di cuenta la posibilidad que suscitaba para las participantes, y para otras mujeres: amigas de, compañeras de, hijas de, nietas de, etc, el hecho de representar-se.
Pocas veces nos damos cuenta de la posibilidad que existe en la representación. En este caso, las mujeres se juntarían a darle un sentido a sus vulvas. Dar reconocimiento y un lugar en su existencia como mujer a la vulva, puede ser revelador. La vulva - muchas veces fue confundida con la vagina- y sus denominaciones también la han denostado con el útero y la sexualidad femenina en su conjunto. [3] Es así que nuestro sexo, o nuestra sexualidad en conjunto, ha caído en el polo negativo de la interpretación: no tenemos pene sino un clítoris, nuestro sexo es no fálico, continente negro (difícilmente representable), etc.[4]  No somos. Y todo lo que no es productivo en este sistema, y que se enlaza con el placer por el placer mismo desde una óptica no masculina y con la condición biológica per-se femenina queda sumido en el misterio.

¿Cuántas mujeres han mirado sus vulvas? ¿Cuántas las han tocado? ¿Cuántas se consideran con la capacidad de representarlas? Es en la mayoría de los casos en una sociedad que ha tomado el cuerpo sólo como medio de producción, y más aún en el caso de las mujeres, muy difícil que se lo considere posible de ser representado, desde sus deseos, desde sus pulsiones. ¿Qué sentido puede darle individualmente una mujer a un territorio inexplorado, invisibilizado y que se relaciona íntimamente con ella misma?
Si bien hoy estamos debatiendo desde las perspectivas de género que vulva, vagina y útero no son sinónimos de ser mujer, y estamos preguntándonos qué es lo femenino y qué es ser mujer, deconstruyendo conceptos, también desde algunos sectores del feminismo el hecho de darle un nuevo significado a los espacios biológicos de los cuerpos que se relacionan con la sexualidad femenina generan una visibilización de los mismos, dotando de conocimiento a esa mujer sobre sí y sobre las posibilidades identitarias que existen para ella al dejar de sentir que su sexo no es. Así es como en estos tiempos, los procesos biológicos mujeriles están siendo resignificados y ya hasta los que suponían un padecimiento fisiológico y psicológico implícito están siendo considerados de otra forma, como una vía de autodescubrimiento, de valorización (autoestima) y conciencia: sexualidad femenina desde la niñez y sus pulsiones, ciclos menstruales, partos, puerperio, menopausia…

Es entonces que hay una posibilidad allí, de repensar, de conocer. Así, no sabremos sólo dónde está el útero cuando quedemos embarazadas o menstruemos con dolor, sino que también conoceremos que podemos sentir placer cuando amamantemos, o que el puerperio puede ser una situación de reflexión profunda en nuestra vida, o que si no elegimos ser madres podemos transitar un camino de autoexploración profunda que nos redefina.  Tampoco los conocimientos que tengamos serán solo académicos y altamente subjetivos por proceder de la medicina paternalista, si no que podemos reconfigurar esa concepción de nuestra supuesta pasividad de género sexual.[5]
Podemos acercarnos a una imagen. Podemos darle forma a una concepción de nosotras mismas. Eso de representar me pareció lo interesante de la propuesta de La Manta Yoni.[6]  En este caso, es hacer visible ese territorio escondido por la cultura. Ese lugar tan asociado con cuestiones de reproducción, enfermedad, abuso y malos tratos[7], puede ser redescubierto desde el goce. Junto a otras mujeres llegar a compartir representaciones en situación de sororidad es por un lado paliar el aislamiento que genera tanto silencio, y además vincularse desde otros espacios. Podemos hasta repensar la educación, la educación sexual que no se aferre a las patologías y que pueda vivirse integral y no falocéntricamente.  


Para informarte más acerca de La Manta Yoni en Argentina:
nosotras.lunaroja@gmail.com
Twitter: @RedLunaRoja
http://facebook.com/red.lunaroja
http://facebook.com/lunaroja.mujeresencirculo






[1] Podés informarte más a través de nuestro grupo de Facebook: https://www.facebook.com/groups/753505891345174/     
[3] << La desconexión interna corporal de las mujeres ha permitido la ocultación del papel del útero en la sexualidad; así por ejemplo, el “yoni” de los tratados de sexualidad tántrica, literalmente quiere decir “útero”, y sin embargo se ha traducido por vagina, porque en nuestro paradigma de sexualidad el útero no existe. >>  Rodrigañez Bustos, Casilda. Pariremos  con placer. Apuntes sobre la recuperación del útero espástico y la energía sexual femenina. Editorial Madreselva.
[4] Irigaray, Luce. Espéculo de la otra mujer.
[5] Greer, Germaine. La mujer eunuco.
[7] Sanyal, Mithu M. Vulva. La revelación del sexo invisible.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Las toallitas y yo: Volver a lo natural, un medio y un destino a la vez.

Cuando un cambio que parece pequeño, despierta muchas consciencias en simultáneo, contagiándose de otras y contagiando a muchas más.

por Flora Mitocondria
@FlorMito

Para recorrer el camino que nos acerca a una visión consciente de nuestra menstruación, existen –no azarosamente– numerosas alternativas.
El primer paso, importantísimo en mi recorrido, fue el hacerme cargo de mis cambios hormonales, ‘cortándole’ ese poder que antes supo estar en manos de los laboratorios. El cambio fue explosivo, en muchos de los sentidos posibles. Incluso los momentos más duros, de dolor físico y emocional, fueron productivos y positivos: mi cuerpo se estaba limpiando y sanando a sí mismo. Yo me estaba responsabilizando y concientizando en su limpieza y sanación. También empezaba a deducir que esa tarea estaba recién comenzando. Lejos de abrumarme, eso me entusiasmaba.
No pasó demasiado tiempo hasta que conocí las toallitas de tela, aunque el concepto no era tan extraño para mí. Habiendo sido un bebé en plena hiperinflación, en una época en la que todavía no llegaban a su auge los descartables; debo haber sido de las últimas generaciones de miles de bebés usuarios de combo tela-bombacha de goma. Aquel recuerdo volvía aún más natural y lógico el cambio en que estaba deviniendo.

Investigando las opciones accesibles en el punto del mundo donde estoy, una bocanada de información fresca me recibió. Después de varias semanas de averiguaciones, con mucha ilusión –tanta que mi menstruación se demoró un poco, como esperándolas- y en forma de autoregalo, me acerqué a una dietética de la ciudad y conseguí mis primeras toallas. La primera impresión fue más que grata y renovadora. Más allá de ser un producto, la dedicación y compromiso puesto en las toallas se veía a las claras. También el tono más amigable y de contención se transmitían, a diferencia de los packs descartables que asocian lo natural con lo “indeseado”, dándo una razón a la artificialidad de su producción, al mismo tiempo que se esconden los efectos adversos que estos tienen en el cuerpo de las usuarias. Acá me hablaban de un reencuentro con la naturaleza, con el hecho de la menstruación como un proceso que siendo natural, no tenía por qué conflictuar al entorno, contaminándolo y contaminando nuestros cuerpos. Estaba emprendiendo un camino y entendiendo el proceso desde una persperctiva más positiva y conciliadora, y que con el tiempo, también eliminaría los rasgos negativos que han sido asociados y que ayudan a la estigmatización y al posicionamiento de la sangre menstruante dentro de la columna de los “tabúes”.
No pretendo hacer propaganda del producto diciendo esto, sino poner atención y dar cuenta del cambio que significan. Es imposible mantener una postura de menstruación consciente sabiendo que cada mujer arroja a la Pachamama 12.000 toallitas descartables, en todo su ciclo fértil que tardarán 400 años en degradarse. Con las toallas de tela, el cambio de panorama es inmediato y se percibe inmediatamente. La secuencia cargada de pudor, vergüenza y en algunos casos, asco hacia la propia sangre; en el momento del cambio y desecho; se transforma en otra cosa:
Se produce un reencuentro con el ciclo y con todo lo que acontece interior y exteriomente en torno a él. La tarea del lavado, del previo remojo para después convidar a las plantas y devolver así, algo de lo que nos dan todo el tiempo; la búsqueda de consejos en pares para los cuidados que exigen las telas, en fin. Se establece un vínculo con las toallas, entendiéndolas como una representación palpable del cambio global que decidí hacer. Ya no se trata de arrojar basura sin mirar atrás, sino de tener en cada ciclo una nueva oportunidad para repasar el modo en que se vive cotidianamente y cómo se puede vivir mejor, compartiendo, devolviendo y considerando a nuestro entorno como lo que es, parte y sustento fundamental de la vida.

Entre las muchas reflexiones producto de este cambio en mi vida, también surgieron cuestionamientos en cuanto a la llegada efectiva que esta alternativa tenía: ¿Por qué no aparecen en televisión publicidades de las toallas o protectores de tela, como una opción al monopolio del descartable?
Aunque la pregunta sea un tanto retórica, tampoco es que se trate de cambiar una industria por otra, ya que los procesos de producción no tienen punto de comparación entre sí. Simplemente, que se visibilice con información fehaciente, una alternativa diferente, para que efectivamente tengamos la posibilidad de elegir entre distintas opciones, no sólo entre “distintas” marcas comerciales.
Investigando aún más, encontré mucha información libre y a disposición de todas. Las mismas personas que producen las toallas de tela, comparten los patrones de confección. Esto es una perspectiva totalmente diferente. Ya no estamos atadas a un producto en particular. Podemos tomar el compromiso y la gratificante tarea de poner manos a la obra y crear nuestras propias herramientas para que respondan como cada una quiera, a cada necesidad y preferencia.
Esta filosofía de compartir los saberes y las “armas” puede ser un punto de partida muy fuerte en el camino de recobrar la unión y el compañerismo entre las mujeres. La idea de unirse en grupos, de pasar la palabra, de elegir colores alegres y tomar la tela entre las manos para comenzar a darle forma, entre todas y con un mismo objetivo. La conformación de un sencillo taller de confección, además puede ser la base sobre la que empiecen a surgir aquellas otras cuestiones que nos atañen como mujeres y como personas en el mundo, la sororidad se hará presente y reforzará cada vez más a esos grupos y a cada mujer individualmente. El compartir ideas y acciones concretas en un espacio común son fundamentales para extender el cambio más allá de nuestras realidades. Partiendo desde ahí, las posibilidades se amplían inimaginablemente.
Comprender y responsabilizarse en una nueva tarea que amplía los modos de vida que cada una lleva o intenta llevar adelante, creyendo en que conforman tratos más saludables y no violentos con la naturaleza y con una misma, que es parte de ese mundo natural.