Querámoslo
o no, vivimos en un continuo temporal que nos troquela mucho más de lo que a
menudo nos gustaría. No podemos desprendernos de nuestra historia y la
represión del pasado único que hace es gravar sobre nuestra vida. El futuro es
tanto más un resultado del pasado cuanto menos podemos vivir el instante
actual. El intento, sobre todo de las tradiciones orientales, de pasar a formar
parte del aquí y ahora, no es otra cosa que el intento de lograr la libertad
frente a los lazos que unen el pasado y el futuro. Solamente puede dar buen
resultado cuando se han comprendido las ataduras del pasado y se han resuelto
sus obligaciones. Simplemente por este motivo sería necesario tratar de manera
intensiva con el pasado que corresponda y llegar a una reconciliación con la
propia historia. Lo que es cierto para los individuos, rige en una medida
totalmente análoga para las tradiciones y también para la ginecología.
En el
examen histórico hay dos tendencias que actúan en sentidos totalmente
contrarios: el análisis objetivo de la historia, que a menudo saca a la luz los
hechos horribles, y el recuerdo y la percepción subjetivos de la historia, que
tiende a idealizar primero los buenos viejos tiempos y después invocarlos. En
nuestra situación nos encontramos fuertemente confrontados a ambas corrientes,
puesto que la historia de la ginecología nos conduce con extraordinaria rapidez
a tiempos muy oscuros en tanto que, sobre todo por parte del movimiento
feminista, se aduce que antes, en los tiempos matriarcales, todo debió ser
mucho mejor. Reconocer de principio ya estas percepciones contrarias ayuda a
evitar las apreciaciones erróneas.
Por parte,
una contemplación de lapsos de tiempo más prolongados puede servir de ayuda
para reconocer los ritmos que subyacen en cualquier desarrollo. Su importancia
sigue valorándose demasiado poco frente a los llamados datos objetivos. La
verdad es mucho menos objetiva de lo que puede parecer en su tiempo. Así por
ejemplo, hace apenas dos siglos los médicos consideraban demostrado que la
leche de un ama de cría era mejor para el recién nacido que la leche materna.
El siglo pasado un colega consideraba probado que la leche de cabra era más
digestiva que las dos anteriores. Durante el siglo XX, y por espacio de dos
décadas, se ha considerado verificado científicamente que la leche artificial
era la mejor para los lactantes y hoy mantenemos de nuevo la opinión, reforzada
por la ciencia, de que la leche de la propia madre es la mejor solución.
Podemos llegar a la conclusión de que cada época tiene su verdad. En
consecuencia, deberíamos movernos con suma precaución entre estas verdades
dependientes del momento. A menudo, “científico” no significa simplemente más
que, uno o más científicos, han mantenido algo durante un cierto tiempo. Y
constantemente la historia trae ante nuestros ojos la vieja sabiduría de que el
saber de hoy es el error de mañana. Ya que la transcripción, es decir, citar
repetidas veces determinadas fuentes, fue elevada a la categoría de principio
dentro de la ciencia, los errores, incluso muy graves, en especial cuando
proceden de los corifeos científicos, pueden mantenerse y propagarse sin ningún
impedimento a lo largo de los tiempos.
Un problema
adicional consiste también en que, aunque cada época puede reconocer los
problemas del pasado, apenas pone en tela de juicio sus propios conceptos.
También hoy existe la tendencia –sobre todo fomentada, naturalmente por la
propia ciencia- a considerar los conocimientos actuales como una verdad objetiva.
Es evidente que a este respecto los científicos dependen por completo de
quienes les financian. Incluso en las universidades se trabaja cada vez más
para la industria. De este modo, hoy prácticamente sólo se investiga en lo que
de manera directa o indirecta produce dinero. Esto resulta duro para aquellas
personas que padecen enfermedades raras, con cuyo tratamiento no puede ganarse
dinero.
Por
desgracia, algo similar es lo que se cumple ara toda la medicina naturista y
empírica. ¿Por qué habrían de estudiar sin prejuicio los científicos, por
ejemplo el efecto del tratamiento con la orina propia? ¿Quién, salvo los
pacientes, puede tener interés en ello? Puede preverse que este tratamiento
podría documentarse científicamente con facilidad, pues al fin y al cabo la
propia dermatología emplea en muchos preparados urea, que es el componente
principal de la orina. Que la urea procedente de una orina ajena pueda actuar
mejor que la propia es algo que, desde luego, resulta difícil de admitir. Este
sistema de discriminación dejando de investigar ha funcionado muy bien a lo
largo de décadas y ha mantenido alejada del sistema científico a la competencia
no deseada. Sólo hoy son cada vez más las personas que ven el círculo vicioso a
que se llega con eso. Mientras tanto –a modo de un contramovimiento- tenemos un
grupo en rápido crecimiento de personas que desconfían de la medicina
científica. Naturalmente, esto también tiene un lado oscuro que resulta
peligroso, puesto que no todo lo que desarrolla la investigación farmacéutica
de orientación comercial es malo.
Muchas
cosas no son científicas porque la ciencia no las estudia. Prescinde de ellas
porque no puede obtener patentes, y con ello ganar dinero. Ignoradas así de
este modo, muchas cosas seguirán sin ser científicas. Con argumentos ficticios
de este tipo la ciencia tiene en todo momento el poder de fijar el rumbo, algo
que aprovecha con holgura en cuanto a los métodos independientes de su
ortodoxia[1].
Por el contrario, resulta mucho más segura la sabiduría de las tradiciones que
se han mantenido durante siglos, e incluso milenios, y que se han comprobado y
confirmado por medio de la experiencia. Los conocimientos de la medicina
científica tienen, además, una vida media terriblemente corta. Si tuviéramos
que prescribir hoy algunos de los fármacos que tuvimos que estudiar para el
examen de titulación, en muchos casos se nos podría denunciar. En cualquier
caso, sería muy útil para nuestros propósitos confesar que nuestros
conocimientos van siempre ligados a la época.
Sin
embargo, junto al espíritu de los tiempos y su enorme poder hay también algo
así como la calidad del tiempo. Incluso los científicos, a los que este
pensamiento en sí les resulta ajeno, se les impone el poder de las corrientes
del tiempo, como por ejemplo cuando deben reconocer que una cosa como la silla
paridera se inventó en muchos lugares distintos del mundo, al parecer, de
manera simultánea. Reconocer esas corrientes puede ayudar a deshacerse de
muchas valoraciones, los juicios o incluso los prejuicios. Cada época tiene sus
cualidades, ninguna es mejor que otra y cada una tiene su tiempo. Por
desgracia, en la práctica tendemos a dar mucha más importancia a la opinión
propia del momento actual que a todo lo demás. Esto no contribuye al verdadero progreso,
sino que provoca parcialidad y males.
Si a todos
los antepasados hay que entenderles sólo a la luz del espíritu de la época y de
la calidad temporal de antaño, es lógico suponer que nuestros descendientes nos
evaluarán igualmente según estos criterios. ¿Por qué, entonces, no englobar ya
ambos factores? Hasta aquí, en los comienzos todavía, hemos recurrido ya carias
veces a la historia para poder entender mejor el presente, y lo haremos más
tarde a medida que se aborden nuevos temas. Naturalmente que este punto de
partida crítico rige igualmente para nuestras apreciaciones sobre la medicina
interpretativa, que se ha extendido a la sombra de la medicina académica y cuya
autoridad controladora consiste, hasta la fecha, en los numerosos pacientes y
sus practicantes.
[1] Por
otro lado, hay que admitir también que vivimos hoy en una sociedad de hacedores
y que se necesitan demostraciones (científicas) para lograr imponer algo nuevo.
Si quienes ejercen con métodos propios aportaran más estudios sobre sus
conjeturas, esos métodos podrían llegar a establecerse con rapidez. Cuando no
sucede así, la ciencia puede hablar con todo derecho que sólo ella puede
proporcionar resultados de investigación, incluso sobre estos métodos.
Naturalmente, éstos quedan relegados. Pero dado que los llamados independientes
son profesionales que se ocupan muchísimo más de sus pacientes que de sus
estudios, ha acabado por generarse una especie de callejón sin salida.
Dahlke, R. /Dahlke, M. / Zahn, V. El camino femenino a la curación. El mensaje curativo del alma femenina. Cómo interpretar las causas espirituales de las enfermedades de la mujer. Trastornos y síntomas más frecuentes. Robin Book.
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