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jueves, 24 de enero de 2013

Sociedades secretas femeninas


Las reuniones secretas de mujeres siempre están vinculadas al misterio del nacimiento  y la fertilidad. En las islas Trobriand, las mujeres cultivan los huertos –una actividad que les está reservada sólo a ellas- y tienen el derecho de atacar y derribar  a cualquier hombre que se les acerque demasiado. Son varias las cofradías secretas femeninas que han llegado hasta nuestros días y sus ritos siempre comportan un simbolismo de la fertilidad. He aquí, por ejemplo, algunos detalles acerca de la sociedad secreta femenina entre los mordvanos. Los hombres, las jóvenes no casadas y los niños están rigurosamente excluidos. La insignia de la cofradía es un caballo de palo y las mujeres que lo acompañan son denominadas “caballos”: De sus cuellos suspenden una bolsa llena de mijo y adornada con bandas; la bolsa representa el vientre del  caballo. También se añaden unos saquitos pequeños que representan los testículos. Cada año tiene lugar el banquete ritual de la sociedad, que se celebra en casa de una anciana. Al entrar, las jóvenes casadas son golpeadas tres veces con látigos por las mujeres mayores, que les gritan: “¡Poned un huevo!”, y por ello, las jóvenes casadas ponen un huevo hervido que sale de entre sus senos. El banquete, al que cada miembro de la cofradía debe contribuir con vituallas, bebidas y dinero, se convierte rápidamente en orgiástico. A la caída de la noche, la mitad de la cofradía visita a la otra mitad (pues cada poblado está dividido en dos partes). Se trata de un cortejo carnavalesco: las ancianas borrachas cabalgan caballos de palo y cantan canciones eróticas. Cuando ambas mitades de la cofradía se reúnen, el alboroto es indescriptible. Los hombres no osan aparecer por las calles. Si lo hacen son atacados por las mujeres, desnudados y brutalizados, y deben pagar una multa para recuperar la libertad.[1]
Observemos más de cerca ciertas cofradías africanas a fin de obtener algunos detalles sobre las iniciaciones en las sociedades secretas femeninas. Los especialistas se han tomado la molestia de advertirnos que estos ritos secretos son poco y mal conocidos, pero no obstante podemos llegar a descifrar su carácter general. Esto es lo que sabemos sobre la sociedad lisimbu entre los kuta del norte (okindja). Una gran parte de la ceremonia tiene lugar en las proximidades de un río o incluso en el propio río, y es importante subrayar desde ahora mismo que el simbolismo acuático está presente en todas las sociedades secretas de esta región de África. Se construye una cabaña de ramas y hojas en el mismo río. “No tiene más que una entrada y la parte superior del tejado no se encuentra a más de un metro de distancia, como máximo, de la superficie del agua.”[2] Las candidatas, cuya edad varía entre los doce y treinta y dos años, son llevadas al río. Cada una de ellas se encuentra bajo la vigilancia y el cuidado de una iniciada, a la que se denomina “madre”. Avanzan juntas, entrando en el agua, acuclillándose y sacando únicamente la cabeza y los hombros por encima de la superficie. Su rostro está pintado con pembe y sostienen una hoja entre los labios (…) La procesión desciende por el río. Llegadas a la cabaña se ponen en pie súbitamente y penetran por el orificio de entrada. Una vez en el interior, se desvisten totalmente y vuelven a precipitarse al exterior. Se acuclillan y conforman un semicírculo frente a la entrada de la cabaña, ejecutando la “danza de la pesca” (ibid.). Una de las “madres” sale a continuación del río, se arranca el taparrabos y baila desnuda una danza de lo más lasciva. Cuando finaliza, hay otra que ocupa su lugar. Tras esta danza, las candidatas deben entrar en la cabaña, que es donde tendrá lugar su primera iniciación. Las “madres” las desnudan, “metiéndoles la cabeza en el agua hasta que están a punto de ahogarse” y les frotan el cuerpo con hojas ásperas. La iniciación prosigue en el poblado: la “madre” pega a su “hija”, le acerca la cabeza a una hoguera a la que ha lanzado un puñado de pimienta y, finalmente, tomándola del brazo, la obliga a bailar para luego pasar entre sus piernas. La ceremonia también incluye cierto número de danzas, entre las que se encuentra una que simboliza el acto sexual. Dos meses más tarde tiene lugar una nueva iniciación, también junto al río. En el interior de la cabaña, las novicias pasan por las mismas pruebas y, en la orilla, se les rapa la cabeza, marca distintiva de la cofradía. Antes de regresar al poblado, la presidenta rompe un huevo sobre el tejado de la cabaña. “Ese acto asegura a los cazadores muchas presas.” Tras regresar al poblado, cada “madre” frota el cuerpo de su “hija” en el kula, divide un plátano en dos y da un pedazo a su “hija”, guardándose el otro, y ambas comen juntas dicha fruta. Después la “hija” se agacha y pasa entre las piernas de la “madre”. Tras algunas danzas más –algunas de las cuales simbolizan la unión sexual-, se considera que las candidatas están iniciadas. “Se cree que las ceremonias de la sociedad lisimbu tienen una influencia favorable para la vida del poblado: las plantaciones darán buenas cosechas, las partidas de caza y pesca obtendrán frutos, las epidemias y querellas permanecerán alejadas de los habitantes” (Andersson, op. cit., p. 218).
No insistiremos en el simbolismo del misterio lisimbu. Pero recordemos lo siguiente: las ceremonias iniciáticas tienen lugar en el río; el agua simboliza el caos y la cabaña representa la creación cósmica. Penetrar en las aguas es reintegrar el estado precósmico, el no-ser. A continuación se renace pasando entre las piernas de la “madre”, es decir, se nace a una nueva existencia espiritual. Los temas de la cosmogonía, sexualidad, nuevo nacimiento, fecundidad y buena suerte conforman una unidad. En otras sociedades secretas femeninas de la misma región africana pueden apreciarse algunos rasgos iniciáticos más marcados. Por ejemplo, en Gabón existen las asociaciones llamadas nyembe o ndyembe, que también celebran sus ceremonias secretas en las proximidades de un río. Entre las pruebas iniciáticas señalemos las siguientes: una hoguera debe quemar continuamente y para conseguirlo la novicias deben adentrarse solas en el bosque, a menudo durante la noche o una tormenta, en busca de leña. Otra prueba consiste en mirar al ardiente sol mientras se canta una canción. Finalmente, las novicias deben introducir la mano en agujeros y atrapar serpientes, que a continuación llevan al poblado enrolladas en los brazos. Durante la duración de la iniciación, las mujeres que ya pertenecen a la cofradía danzan desnudas y cantan canciones obscenas. Pero también existe un ritual de muerte y resurrección iniciáticas que tiene lugar en el último acto del misterio; se trata de la danza del leopardo. Esta danza es ejecutado por las dirigentes, de dos en dos: una representa al leopardo, y la otra a la madre. Una docena de jóvenes se reúnen alrededor de esta última, para ser atacadas y “muertas” por el leopardo. Se supone que la muerte de la fiera permite liberar a las jóvenes de su vientre. (Andersson, op. cit., pp. 219-221)
De todo lo anteriormente relatado pueden extraerse algunos rasgos particulares. Es sorprendente el carácter iniciático de estas Weiberbünde y de estas cofradías secretas femeninas. Para participar en ellas hay que haber pasado con éxito una prueba, y ésta no es de orden fisiológico (primera menstruación o primer nacimiento), sino de orden iniciático, es decir, que implica todo el ser de la joven o de la recién casada. La iniciación se efectúa en un contexto cósmico. Acabamos de ver la importancia ritual del bosque, del agua, de las tinieblas y de la noche. La mujer recibe la revelación de una realidad que la trasciende y de la que forma parte. El misterio no está constituido por el fenómeno natural del nacimiento, sino por la revelación de la sacralidad femenina, es decir, por la identificación entre vida, mujer, naturaleza y divinidad. Esta revelación es de orden transpersonal, y por ello se expresa mediante símbolos y se actualiza en ritos. La joven o la mujer iniciadas toman conciencia de una sacralidad que emerge de lo más profundo de su ser, y dicha conciencia –por muy oscura que pudiera ser- es una experiencia de símbolos. Es al “realizar”, al “vivir” esta sacralidad como la mujer descubre el significado espiritual de su propia existencia; siente que la vida es real y santificada, que ella no es una serie infinita de automatismos psicofisiológicos ciegos, inútiles y, a fin de cuentas, absurdos. Para las mujeres, la iniciación también equivale a una ruptura de nivel, al tránsito entre dos modos de ser: la muchacha es brutalmente separada del mundo profano, sufre una transformación de naturaleza espiritual que, como toda transformación, implica una experiencia de muerte. Acabamos de ver cómo se parecen algunas pruebas femeninas a las pruebas que simbolizan la muerte iniciática. Pero siempre se trata de una muerte a alguna cosa que debe ser superada, y no de una muerte en el sentido moderno y laico del término. Se muere para ser transformado y acceder a un nivel de existencia más elevado. En el caso de las muchachas, se muere al estado indiferenciado y amorfo de la infancia para renacer a la personalidad y la fecundidad.
Al igual que sucede entre los hombres, estamos frente a múltiples formas de asociaciones femeninas, en las que el secreto y el misterio aumenta de forma progresiva. Para empezar está la iniciación general por la que pasa toda muchacha de las sociedades secretas femeninas (Weiberbünde). A continuación tenemos las asociaciones femeninas de los misterios, como sucede en África o, en la Antigüedad, en los grupos cerrados de las ménadas. Se sabe que dichas cofradías femeninas de los misterios han tardado mucho en desaparecer. Recordemos las brujas de la Edad Media europea, sus reuniones rituales, sus “orgías”. Aunque los procesos por brujería tienen su origen, en su mayoría, en los prejuicios teológicos, y aunque en ocasiones resulte difícil distinguir entre verdaderas tradiciones mágico-religiosas rurales, que hunden sus raíces en la prehistoria, y psicosis colectivas de carácter muy complejo, la existencia de “orgías” de brujas sigue siendo probable, no en el sentido que podrían darles las autoridades eclesiásticas, sino en el sentido primario, auténtico, de reuniones secretas que incluyan ritos orgiásticos, es decir, ceremonias que traten del misterio de la fecundidad.
Las brujas, como los chamanes y los místicos de otras sociedades primitivas, no hacían más que concentrar, exacerbar y profundizar la experiencia religiosa revelada durante su iniciación. Al igual que los chamanes, las brujas estaban marcadas por una vocación mística que las empujaba a vivir de forma más profunda la revelación de los misterios.


Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Kairós.



[1] Uno Harva, Die religiösen Vorstellungen del Mordwinen (Helsinki, 1952), pp. 386 y ss.
[2] E. Andersson, Les Kula, I, p. 216.

domingo, 6 de enero de 2013

Los "misterios de la mujer"


Los denominados “misterios de la mujer” ha sido menos estudiados, y ésa es la razón por la que seguimos estando mal informados sobre el contenido de las iniciaciones femeninas. No obstante, existen sorprendentes paralelismos entre ambas categorías de misterios, masculinos y femeninos. A los ritos de tránsito entre dos edades les corresponde la segregación de las jóvenes tras la primera menstruación; a las sociedades masculinas, Männerbünde; finalmente, los ritos constitutivos de las cofradías masculinas también se encuentran en los misterios exclusivamente femeninos. Es evidente que dichas correspondencia son de orden general; en los ritos iniciáticos y los misterios reservados a las mujeres no debemos esperar encontrar el mismo simbolismo, o siendo más precisos, expresiones simbólicas idénticas a las que acabamos de aludir en las iniciaciones y las sociedades secretas masculinas. No obstante, existe un elemento común: en la base de todos estos ritos y misterios descansa una profunda experiencia religiosa. Lo que constituye el punto de mira tanto de los ritos iniciáticos de pubertad como de la sociedad secretas femeninas es el acceso a la sacralidad tal y como se revela asumiendo la condición de mujer.
La iniciación comienza con la primera menstruación. Este síntoma fisiológico implica una ruptura, el desenraizamiento de la joven respecto a su mundo familiar: inmediatamente es aislada y separada de la comunidad. No nos ocuparemos aquí de los mitos invocados por los autóctonos para explicar tanto la aparición de la primera sangre menstrual como su carácter maléfico. También podemos ignorar las teorías elaboradas por los etnólogos y los sociólogos modernos a fin de justificar comportamiento tan extraño. Nos basta con recordar que la segregación se lleva a cabo de inmediato, que tiene lugar en una cabaña especial, en la selva o en un rincón oscuro de la vivienda, y que la joven catamenial debe adoptar una postura particular , bastante incómoda, y debe evitar la luz del sol o ser tocada por cualquier persona. Viste una indumentaria especial, o una señal, un color que le está reservado, y debe alimentarse con alimentos crudos.
Hay algunos detalles sorprendentes: la segregación y la reclusión en la sombra, en una oscura cabaña, en la selva. Eso nos recuerda el simbolismo de la muerte iniciática de los muchachos aislados en el bosque, encerrados en cabañas. Pero existe una diferencia: para las chicas, la segregación tiene lugar en cada caso inmediatamente después de la primera menstruación, y por ello es individual; mientras que para los chicos, la iniciación es colectiva, teniendo lugar para todos durante la pubertad. La diferencia se explica por el aspecto fisiológico, manifiesto entre las muchachas, del final de la infancia. El carácter individual de la segregación de las chicas jóvenes, que tiene lugar con la aparición de los signos de la menstruación, explica el número comparativamente menor de ritos iniciáticos femeninos. No obstante, existen en Australia, entre los arandas, y en diversas regiones de áfrica. Pero no hay que pasar por alto una cosa: la duración de la segregación varía según las culturas, desde tres días (como en la India), hasta veinte meses (Nueva Irlanda) o incluso varios años (Camboya). En otras palabras, las muchachas conforman al final un grupo, y luego su iniciación se convierte en colectiva, bajo la dirección de ancianas monitoras. Como acabamos de decir, se sabe bien poco acerca de la iniciación de las muchachas. Lo que sí sabemos es que reciben una educación bastante completa, que trata tanto de ciertas tradiciones de la tribu (como ocurre entre los basuto) como de los secretos de la sexualidad. En algunos lugares, la segregación concluye con una danza colectiva (una característica especial de los pueblos Pflanzervölker); en muchas regiones, la muchachas que han sido iniciadas son exhibidas y aclamadas, o bien visitan en procesión los hogares del asentamiento para recibir regalos. Hay otras señales externas que también marcan el final de la iniciación, por ejemplo, los tatuajes, o el ennegrecimiento de la dentadura.
Carecemos de espacio para estudiar detalladamente los ritos y costumbres de las muchachas iniciadas. Recordemos, eso sí, la importancia ritual de cierto oficios femeninos que les son enseñados durante el período de reclusión, sobre todo a hilar y tejer, cuyo simbolismo desempeña un papel esencial en numerosas cosmologías. La Luna “hila” y el Tiempo “teje” las vidas humanas. Las diosas del destino son hilanderas. Por otra parte, percibimos una relación oculta entre la concepción de las creaciones periódicas del mundo (una concepción proveniente de la mitología lunar) y de las ideas de “tiempo” y “destino”, y por otra con el trabajo nocturno, con el trabajo femenino, que tiene que realizarse apartado de la luz del Sol y casi en secreto. Es fácil adivinar la identificación oculta que existe entre ambos órdenes de realidad mística. En algunos lugares (en Japón, por ejemplo) podemos hallar todavía el recuerdo mitológico de una tensión permanente, incluso en conflicto, entre los grupos de las muchachas hilanderas y las sociedades secretas masculinas, las Männerbünde. Por la noche, los hombres y sus dioses atacan a las hilanderas y destruyen no sólo su trabajo, sino también sus lanzaderas y telares. En otras regiones, durante la reclusión iniciática las ancianas enseñan, junto con el arte de hilar, las danzas y canciones rituales femeninas, la mayoría eróticas e incluso obscenas. En algunas culturas, cuando finaliza la reclusión de las muchachas, continúan reuniéndose en casa de alguna anciana para hilar juntas. La hilatura es un arte peligroso y por ello se lleva a cabo en casa especiales, sólo durante períodos de tiempo particulares y únicamente a ciertas horas. En algunas zonas del mundo  se ha abandonado la hilatura, quedando incluso olvidada por completo, a causa de su mágico peligro. En Europa persisten creencias similares (véase las hadas germánicas Perchta, Holda, Frau Holle, etc.). En pocas palabras, existe una conexión mágica entre las iniciaciones femeninas, la hilatura y la sexualidad.
Las muchachas disfrutan de una cierta libertad prenupcial, y sus encuentros con los muchachos tienen lugar en la casa donde se reúnen para hilar. Esta costumbre todavía seguía viva en Rusia a principios del siglo XX. Resulta sorprendente observar que en culturas en las que virginidad es muy apreciada, los encuentros entre jóvenes y muchachas no sólo son tolerados, sino alentados por sus padre. Para los observadores occidentales –y, en Europa, sobre todo para los clérigos-, tales costumbres denotan unas maneras disolutas. Pero no se trata de eso, no se trata de moralidad. El asunto es mucho más importante, pues es esencial para la vida. Se trata de un gran secreto: la revelación de la sacralidad femenina; la experiencia hace brotar los manantiales de la vida y la fertilidad. Las libertades prenupciales de las muchachas no son de naturaleza erótica, sino ritual; constituyen fragmentos de un misterio olvidado y no de festividades profanas. No se puede explicar de otra manera el hecho de que en sociedades en que el pudor y la castidad son tan importantes, las muchachas y las mujeres se comporten durante ciertos intervalos sagrados, sobre todo con ocasión de matrimonios, de una manera que ha sorprendido terriblemente a los observadores. Así pues, y para ofrecer un ejemplo, en Ucrania las mujeres se levantan las faldas hasta la cintura para saltar sobre el fuego, y se dice que “queman los cabellos de la novia”. Esta total inversión de comportamiento –de la modestia al exhibicionismo- indica un objetivo ritual que implica a toda la comunidad. El carácter orgiástico de este misterio femenino se explica por la necesidad de abolir periódicamente las normas que gobiernan la vida profana. En otras palabras, por la necesidad de suponer la ley que pende como un peso muerto de las costumbres, y recrear un estado de absoluta espontaneidad.
En algunas regiones, la iniciación femenina implica varios grados. Así pues, entre los yao, la iniciación comienza con la primera menstruación, se repite de forma elaborada durante el primer embarazo, y sólo concluye con el nacimiento del primer hijo. EL misterio del parto, es decir, el descubrimiento por parte de la mujer de que es una creadora de vida, constituye una experiencia religiosa que no puede transmitirse en términos masculinos. Se comprende entonces por qué el alumbramiento ha dado lugar a rituales secretos femeninos que a veces se organizan como auténticos misterios. Pueden encontrarse vestigios de dichos escenarios míticos preservados incluso en Europa. En Schelswig, durante el siglo pasado, al enterarse del nacimiento de un nuevo hijo, todas las mujeres de la localidad se dirigían bailando y gritando hacia la casa de la nueva madre. Si se cruzaban con algún hombre en el camino, les quitaban los sombreros y los llenaban de excrementos; si se cruzaban con un carro, lo destrozaban y liberaban al caballo (aquí puede adivinarse una reacción femenina contra el trabajo de los hombres). Tras haberse reunidos en casa de la nueva madre, recorrían frenéticamente la población en un grupo, como ménades, gritando, dando vivas, entrando en las casa y llevándose todo lo que deseasen comer y beber; si se encontraban algún hombre, le obligaban a bailar. Probablemente, en tiempos más remotos, en casa de la nueva madre se llevarían a cabo algunos rituales secretos. Sabemos que en el siglo XIII esos rituales eran cosa corriente en Dinamarca; tras reunirse en casa de la nueva madre, las mujeres confeccionaban un muñeco de paja, al que llamaban Buey. Dos mujeres le tomaban entre ellas y bailaban con él, haciendo gestos lascivos, para acabar gritando: “Canta para el Buey”. Otra mujer empezaba a cantar con voz baja y ronca, y utilizando palabras terribles. Pero la información, transmitida por un monje, no nos explica nada más. Es probable que este ritual fuese mucho más complejo y que el diálogo con el Buey tuviese un sentido de “misterio”.


Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Kairós.