Los
denominados “misterios de la mujer” ha sido menos estudiados, y ésa es la razón
por la que seguimos estando mal informados sobre el contenido de las
iniciaciones femeninas. No obstante, existen sorprendentes paralelismos entre
ambas categorías de misterios, masculinos y femeninos. A los ritos de tránsito
entre dos edades les corresponde la segregación de las jóvenes tras la primera
menstruación; a las sociedades masculinas, Männerbünde;
finalmente, los ritos constitutivos de las cofradías masculinas también se
encuentran en los misterios exclusivamente femeninos. Es evidente que dichas
correspondencia son de orden general; en los ritos iniciáticos y los misterios
reservados a las mujeres no debemos esperar encontrar el mismo simbolismo, o
siendo más precisos, expresiones simbólicas idénticas a las que acabamos de
aludir en las iniciaciones y las sociedades secretas masculinas. No obstante,
existe un elemento común: en la base de todos estos ritos y misterios descansa
una profunda experiencia religiosa. Lo que constituye el punto de mira tanto de
los ritos iniciáticos de pubertad como de la sociedad secretas femeninas es el acceso a la sacralidad tal y como
se revela asumiendo la condición de mujer.
La
iniciación comienza con la primera menstruación. Este síntoma fisiológico
implica una ruptura, el desenraizamiento de la joven respecto a su mundo
familiar: inmediatamente es aislada y separada de la comunidad. No nos
ocuparemos aquí de los mitos invocados por los autóctonos para explicar tanto
la aparición de la primera sangre menstrual como su carácter maléfico. También
podemos ignorar las teorías elaboradas por los etnólogos y los sociólogos
modernos a fin de justificar comportamiento tan extraño. Nos basta con recordar
que la segregación se lleva a cabo de inmediato, que tiene lugar en una cabaña
especial, en la selva o en un rincón oscuro de la vivienda, y que la joven catamenial
debe adoptar una postura particular , bastante incómoda, y debe evitar la luz
del sol o ser tocada por cualquier persona. Viste una indumentaria especial, o
una señal, un color que le está reservado, y debe alimentarse con alimentos
crudos.
Hay algunos
detalles sorprendentes: la segregación y la reclusión en la sombra, en una
oscura cabaña, en la selva. Eso nos recuerda el simbolismo de la muerte
iniciática de los muchachos aislados en el bosque, encerrados en cabañas. Pero
existe una diferencia: para las chicas, la segregación tiene lugar en cada caso
inmediatamente después de la primera menstruación, y por ello es individual;
mientras que para los chicos, la iniciación es colectiva, teniendo lugar para
todos durante la pubertad. La diferencia se explica por el aspecto fisiológico,
manifiesto entre las muchachas, del final de la infancia. El carácter
individual de la segregación de las chicas jóvenes, que tiene lugar con la
aparición de los signos de la menstruación, explica el número comparativamente
menor de ritos iniciáticos femeninos. No obstante, existen en Australia, entre
los arandas, y en diversas regiones de áfrica. Pero no hay que pasar por alto
una cosa: la duración de la segregación varía según las culturas, desde tres
días (como en la India), hasta veinte meses (Nueva Irlanda) o incluso varios
años (Camboya). En otras palabras, las muchachas conforman al final un grupo, y
luego su iniciación se convierte en colectiva, bajo la dirección de ancianas
monitoras. Como acabamos de decir, se sabe bien poco acerca de la iniciación de
las muchachas. Lo que sí sabemos es que reciben una educación bastante
completa, que trata tanto de ciertas tradiciones de la tribu (como ocurre entre
los basuto) como de los secretos de la sexualidad. En algunos lugares, la
segregación concluye con una danza colectiva (una característica especial de
los pueblos Pflanzervölker); en
muchas regiones, la muchachas que han sido iniciadas son exhibidas y aclamadas,
o bien visitan en procesión los hogares del asentamiento para recibir regalos.
Hay otras señales externas que también marcan el final de la iniciación, por
ejemplo, los tatuajes, o el ennegrecimiento de la dentadura.
Carecemos
de espacio para estudiar detalladamente los ritos y costumbres de las muchachas
iniciadas. Recordemos, eso sí, la importancia ritual de cierto oficios
femeninos que les son enseñados durante el período de reclusión, sobre todo a
hilar y tejer, cuyo simbolismo desempeña un papel esencial en numerosas
cosmologías. La Luna “hila” y el Tiempo “teje” las vidas humanas. Las diosas
del destino son hilanderas. Por otra parte, percibimos una relación oculta
entre la concepción de las creaciones periódicas del mundo (una concepción
proveniente de la mitología lunar) y de las ideas de “tiempo” y “destino”, y
por otra con el trabajo nocturno, con el trabajo femenino, que tiene que
realizarse apartado de la luz del Sol y casi en secreto. Es fácil adivinar la
identificación oculta que existe entre ambos órdenes de realidad mística. En
algunos lugares (en Japón, por ejemplo) podemos hallar todavía el recuerdo
mitológico de una tensión permanente, incluso en conflicto, entre los grupos de
las muchachas hilanderas y las sociedades secretas masculinas, las Männerbünde. Por la noche, los hombres y
sus dioses atacan a las hilanderas y destruyen no sólo su trabajo, sino también
sus lanzaderas y telares. En otras regiones, durante la reclusión iniciática
las ancianas enseñan, junto con el arte de hilar, las danzas y canciones
rituales femeninas, la mayoría eróticas e incluso obscenas. En algunas
culturas, cuando finaliza la reclusión de las muchachas, continúan reuniéndose
en casa de alguna anciana para hilar juntas. La hilatura es un arte peligroso y
por ello se lleva a cabo en casa especiales, sólo durante períodos de tiempo
particulares y únicamente a ciertas horas. En algunas zonas del mundo se ha abandonado la hilatura, quedando
incluso olvidada por completo, a causa de su mágico peligro. En Europa
persisten creencias similares (véase las hadas germánicas Perchta, Holda, Frau
Holle, etc.). En pocas palabras, existe una conexión mágica entre las
iniciaciones femeninas, la hilatura y la sexualidad.
Las
muchachas disfrutan de una cierta libertad prenupcial, y sus encuentros con los
muchachos tienen lugar en la casa donde se reúnen para hilar. Esta costumbre
todavía seguía viva en Rusia a principios del siglo XX. Resulta sorprendente
observar que en culturas en las que virginidad es muy apreciada, los encuentros
entre jóvenes y muchachas no sólo son tolerados, sino alentados por sus padre. Para
los observadores occidentales –y, en Europa, sobre todo para los clérigos-,
tales costumbres denotan unas maneras disolutas. Pero no se trata de eso, no se
trata de moralidad. El asunto es mucho más importante, pues es esencial para la
vida. Se trata de un gran secreto: la revelación de la sacralidad femenina; la
experiencia hace brotar los manantiales de la vida y la fertilidad. Las
libertades prenupciales de las muchachas no son de naturaleza erótica, sino
ritual; constituyen fragmentos de un misterio olvidado y no de festividades
profanas. No se puede explicar de otra manera el hecho de que en sociedades en
que el pudor y la castidad son tan importantes, las muchachas y las mujeres se
comporten durante ciertos intervalos sagrados, sobre todo con ocasión de
matrimonios, de una manera que ha sorprendido terriblemente a los observadores.
Así pues, y para ofrecer un ejemplo, en Ucrania las mujeres se levantan las
faldas hasta la cintura para saltar sobre el fuego, y se dice que “queman los
cabellos de la novia”. Esta total inversión de comportamiento –de la modestia
al exhibicionismo- indica un objetivo ritual que implica a toda la comunidad.
El carácter orgiástico de este misterio femenino se explica por la necesidad de
abolir periódicamente las normas que gobiernan la vida profana. En otras
palabras, por la necesidad de suponer la ley que pende como un peso muerto de
las costumbres, y recrear un estado de absoluta espontaneidad.
En algunas
regiones, la iniciación femenina implica varios grados. Así pues, entre los
yao, la iniciación comienza con la primera menstruación, se repite de forma
elaborada durante el primer embarazo, y sólo concluye con el nacimiento del
primer hijo. EL misterio del parto, es decir, el descubrimiento por parte de la
mujer de que es una creadora de vida,
constituye una experiencia religiosa que no puede transmitirse en términos
masculinos. Se comprende entonces por qué el alumbramiento ha dado lugar a
rituales secretos femeninos que a veces se organizan como auténticos misterios.
Pueden encontrarse vestigios de dichos escenarios míticos preservados incluso
en Europa. En Schelswig, durante el siglo pasado, al enterarse del nacimiento
de un nuevo hijo, todas las mujeres de la localidad se dirigían bailando y
gritando hacia la casa de la nueva madre. Si se cruzaban con algún hombre en el
camino, les quitaban los sombreros y los llenaban de excrementos; si se
cruzaban con un carro, lo destrozaban y liberaban al caballo (aquí puede
adivinarse una reacción femenina contra el trabajo de los hombres). Tras
haberse reunidos en casa de la nueva madre, recorrían frenéticamente la
población en un grupo, como ménades, gritando, dando vivas, entrando en las
casa y llevándose todo lo que deseasen comer y beber; si se encontraban algún
hombre, le obligaban a bailar. Probablemente, en tiempos más remotos, en casa
de la nueva madre se llevarían a cabo algunos rituales secretos. Sabemos que en
el siglo XIII esos rituales eran cosa corriente en Dinamarca; tras reunirse en
casa de la nueva madre, las mujeres confeccionaban un muñeco de paja, al que llamaban
Buey. Dos mujeres le tomaban entre ellas y bailaban con él, haciendo gestos
lascivos, para acabar gritando: “Canta para el Buey”. Otra mujer empezaba a
cantar con voz baja y ronca, y utilizando palabras terribles. Pero la
información, transmitida por un monje, no nos explica nada más. Es probable que
este ritual fuese mucho más complejo y que el diálogo con el Buey tuviese un
sentido de “misterio”.
Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Kairós.
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