domingo, 6 de enero de 2013

Los "misterios de la mujer"


Los denominados “misterios de la mujer” ha sido menos estudiados, y ésa es la razón por la que seguimos estando mal informados sobre el contenido de las iniciaciones femeninas. No obstante, existen sorprendentes paralelismos entre ambas categorías de misterios, masculinos y femeninos. A los ritos de tránsito entre dos edades les corresponde la segregación de las jóvenes tras la primera menstruación; a las sociedades masculinas, Männerbünde; finalmente, los ritos constitutivos de las cofradías masculinas también se encuentran en los misterios exclusivamente femeninos. Es evidente que dichas correspondencia son de orden general; en los ritos iniciáticos y los misterios reservados a las mujeres no debemos esperar encontrar el mismo simbolismo, o siendo más precisos, expresiones simbólicas idénticas a las que acabamos de aludir en las iniciaciones y las sociedades secretas masculinas. No obstante, existe un elemento común: en la base de todos estos ritos y misterios descansa una profunda experiencia religiosa. Lo que constituye el punto de mira tanto de los ritos iniciáticos de pubertad como de la sociedad secretas femeninas es el acceso a la sacralidad tal y como se revela asumiendo la condición de mujer.
La iniciación comienza con la primera menstruación. Este síntoma fisiológico implica una ruptura, el desenraizamiento de la joven respecto a su mundo familiar: inmediatamente es aislada y separada de la comunidad. No nos ocuparemos aquí de los mitos invocados por los autóctonos para explicar tanto la aparición de la primera sangre menstrual como su carácter maléfico. También podemos ignorar las teorías elaboradas por los etnólogos y los sociólogos modernos a fin de justificar comportamiento tan extraño. Nos basta con recordar que la segregación se lleva a cabo de inmediato, que tiene lugar en una cabaña especial, en la selva o en un rincón oscuro de la vivienda, y que la joven catamenial debe adoptar una postura particular , bastante incómoda, y debe evitar la luz del sol o ser tocada por cualquier persona. Viste una indumentaria especial, o una señal, un color que le está reservado, y debe alimentarse con alimentos crudos.
Hay algunos detalles sorprendentes: la segregación y la reclusión en la sombra, en una oscura cabaña, en la selva. Eso nos recuerda el simbolismo de la muerte iniciática de los muchachos aislados en el bosque, encerrados en cabañas. Pero existe una diferencia: para las chicas, la segregación tiene lugar en cada caso inmediatamente después de la primera menstruación, y por ello es individual; mientras que para los chicos, la iniciación es colectiva, teniendo lugar para todos durante la pubertad. La diferencia se explica por el aspecto fisiológico, manifiesto entre las muchachas, del final de la infancia. El carácter individual de la segregación de las chicas jóvenes, que tiene lugar con la aparición de los signos de la menstruación, explica el número comparativamente menor de ritos iniciáticos femeninos. No obstante, existen en Australia, entre los arandas, y en diversas regiones de áfrica. Pero no hay que pasar por alto una cosa: la duración de la segregación varía según las culturas, desde tres días (como en la India), hasta veinte meses (Nueva Irlanda) o incluso varios años (Camboya). En otras palabras, las muchachas conforman al final un grupo, y luego su iniciación se convierte en colectiva, bajo la dirección de ancianas monitoras. Como acabamos de decir, se sabe bien poco acerca de la iniciación de las muchachas. Lo que sí sabemos es que reciben una educación bastante completa, que trata tanto de ciertas tradiciones de la tribu (como ocurre entre los basuto) como de los secretos de la sexualidad. En algunos lugares, la segregación concluye con una danza colectiva (una característica especial de los pueblos Pflanzervölker); en muchas regiones, la muchachas que han sido iniciadas son exhibidas y aclamadas, o bien visitan en procesión los hogares del asentamiento para recibir regalos. Hay otras señales externas que también marcan el final de la iniciación, por ejemplo, los tatuajes, o el ennegrecimiento de la dentadura.
Carecemos de espacio para estudiar detalladamente los ritos y costumbres de las muchachas iniciadas. Recordemos, eso sí, la importancia ritual de cierto oficios femeninos que les son enseñados durante el período de reclusión, sobre todo a hilar y tejer, cuyo simbolismo desempeña un papel esencial en numerosas cosmologías. La Luna “hila” y el Tiempo “teje” las vidas humanas. Las diosas del destino son hilanderas. Por otra parte, percibimos una relación oculta entre la concepción de las creaciones periódicas del mundo (una concepción proveniente de la mitología lunar) y de las ideas de “tiempo” y “destino”, y por otra con el trabajo nocturno, con el trabajo femenino, que tiene que realizarse apartado de la luz del Sol y casi en secreto. Es fácil adivinar la identificación oculta que existe entre ambos órdenes de realidad mística. En algunos lugares (en Japón, por ejemplo) podemos hallar todavía el recuerdo mitológico de una tensión permanente, incluso en conflicto, entre los grupos de las muchachas hilanderas y las sociedades secretas masculinas, las Männerbünde. Por la noche, los hombres y sus dioses atacan a las hilanderas y destruyen no sólo su trabajo, sino también sus lanzaderas y telares. En otras regiones, durante la reclusión iniciática las ancianas enseñan, junto con el arte de hilar, las danzas y canciones rituales femeninas, la mayoría eróticas e incluso obscenas. En algunas culturas, cuando finaliza la reclusión de las muchachas, continúan reuniéndose en casa de alguna anciana para hilar juntas. La hilatura es un arte peligroso y por ello se lleva a cabo en casa especiales, sólo durante períodos de tiempo particulares y únicamente a ciertas horas. En algunas zonas del mundo  se ha abandonado la hilatura, quedando incluso olvidada por completo, a causa de su mágico peligro. En Europa persisten creencias similares (véase las hadas germánicas Perchta, Holda, Frau Holle, etc.). En pocas palabras, existe una conexión mágica entre las iniciaciones femeninas, la hilatura y la sexualidad.
Las muchachas disfrutan de una cierta libertad prenupcial, y sus encuentros con los muchachos tienen lugar en la casa donde se reúnen para hilar. Esta costumbre todavía seguía viva en Rusia a principios del siglo XX. Resulta sorprendente observar que en culturas en las que virginidad es muy apreciada, los encuentros entre jóvenes y muchachas no sólo son tolerados, sino alentados por sus padre. Para los observadores occidentales –y, en Europa, sobre todo para los clérigos-, tales costumbres denotan unas maneras disolutas. Pero no se trata de eso, no se trata de moralidad. El asunto es mucho más importante, pues es esencial para la vida. Se trata de un gran secreto: la revelación de la sacralidad femenina; la experiencia hace brotar los manantiales de la vida y la fertilidad. Las libertades prenupciales de las muchachas no son de naturaleza erótica, sino ritual; constituyen fragmentos de un misterio olvidado y no de festividades profanas. No se puede explicar de otra manera el hecho de que en sociedades en que el pudor y la castidad son tan importantes, las muchachas y las mujeres se comporten durante ciertos intervalos sagrados, sobre todo con ocasión de matrimonios, de una manera que ha sorprendido terriblemente a los observadores. Así pues, y para ofrecer un ejemplo, en Ucrania las mujeres se levantan las faldas hasta la cintura para saltar sobre el fuego, y se dice que “queman los cabellos de la novia”. Esta total inversión de comportamiento –de la modestia al exhibicionismo- indica un objetivo ritual que implica a toda la comunidad. El carácter orgiástico de este misterio femenino se explica por la necesidad de abolir periódicamente las normas que gobiernan la vida profana. En otras palabras, por la necesidad de suponer la ley que pende como un peso muerto de las costumbres, y recrear un estado de absoluta espontaneidad.
En algunas regiones, la iniciación femenina implica varios grados. Así pues, entre los yao, la iniciación comienza con la primera menstruación, se repite de forma elaborada durante el primer embarazo, y sólo concluye con el nacimiento del primer hijo. EL misterio del parto, es decir, el descubrimiento por parte de la mujer de que es una creadora de vida, constituye una experiencia religiosa que no puede transmitirse en términos masculinos. Se comprende entonces por qué el alumbramiento ha dado lugar a rituales secretos femeninos que a veces se organizan como auténticos misterios. Pueden encontrarse vestigios de dichos escenarios míticos preservados incluso en Europa. En Schelswig, durante el siglo pasado, al enterarse del nacimiento de un nuevo hijo, todas las mujeres de la localidad se dirigían bailando y gritando hacia la casa de la nueva madre. Si se cruzaban con algún hombre en el camino, les quitaban los sombreros y los llenaban de excrementos; si se cruzaban con un carro, lo destrozaban y liberaban al caballo (aquí puede adivinarse una reacción femenina contra el trabajo de los hombres). Tras haberse reunidos en casa de la nueva madre, recorrían frenéticamente la población en un grupo, como ménades, gritando, dando vivas, entrando en las casa y llevándose todo lo que deseasen comer y beber; si se encontraban algún hombre, le obligaban a bailar. Probablemente, en tiempos más remotos, en casa de la nueva madre se llevarían a cabo algunos rituales secretos. Sabemos que en el siglo XIII esos rituales eran cosa corriente en Dinamarca; tras reunirse en casa de la nueva madre, las mujeres confeccionaban un muñeco de paja, al que llamaban Buey. Dos mujeres le tomaban entre ellas y bailaban con él, haciendo gestos lascivos, para acabar gritando: “Canta para el Buey”. Otra mujer empezaba a cantar con voz baja y ronca, y utilizando palabras terribles. Pero la información, transmitida por un monje, no nos explica nada más. Es probable que este ritual fuese mucho más complejo y que el diálogo con el Buey tuviese un sentido de “misterio”.


Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Kairós.

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