miércoles, 27 de noviembre de 2013

No somos Perfection 3.0

Como tantas otras publicidades sexistas, y en consecuencia con violencia simbólica, la propaganda de Hinds no sólo nos dice que necesitamos una crema porque para nosotras, las mujeres, es esencial resaltar nuestra belleza, sino que invaden nuestra retina con imágenes retocadas por computadora y nuestra percepción de nosotras mismas con palabras tales como "anti-age", donde para nosotras no es válido el paso del tiempo. Repudiamos este tipo de publicidad que nos muestra a las mujeres como importantes sólo por nuestro supuesto gran interés en la belleza física.


Haciendo click en el siguiente link, podrán ver la publicidad de Hinds a la que nos referimos y que está circulando actualmente por los medios de comunicación en Argentina:

http://www.youtube.com/watch?v=rQB_gaWt0GE






A continuación, compartimos un artículo publicado en Página 12 sobre el tema
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5872-2010-07-23.html

SEAMOS (HIPER) REALISTAS, PIDAMOS LO IMPOSIBLE


Antiage es la denominación para toda una gama de productos que proponen –cuando no imponen– detener el tiempo o al menos borrar sus marcas de los rostros y los cuerpos de las mujeres durante el proceso de envejecimiento. Ese proceso ominoso al que la publicidad llama a “combatir” con actitudes y espíritu de lucha que en otro tiempo se empeñaron en pos de mejores conquistas. De cómo el mercado puede apropiarse de casi todo para seguir domesticando los cuerpos y reducirlos a ese remanido objeto del deseo masculino.

Por Eugenia Tarzibachi *


Es cuestión de tiempo. A nivel subjetivo, alguien puede (o no) dejarse tocar por el tiempo. Pero a nivel real del cuerpo, los años no vienen solos. La turgencia y la elasticidad de la piel comenzarán a perderse al compás de la ganancia de arrugas, cabellos blancos y muchas otras manifestaciones corporales.

Detendremos nuestra atención sobre la piel y ciertas sugerencias de tratamiento y manipulación de ese envoltorio que es frontera y superficie de contacto para intentar comprender algunas solicitudes culturales hacia las mujeres en torno al envejecimiento. Lo queramos o no, la piel mostrará de manera inexorable y evidente las marcas del lento e insidioso paso del tiempo. Inclusive (mejor dicho, más aún) cuando se intente impostar aquello que no se es. La particular parodia de esos cuerpos que fingen es, entre otras cosas, una respuesta imaginaria a un pedido de simulación de una juventud dilatada, pasada de tiempo, vencida. A como dé lugar.

Una vez más, la publicidad nos ofrece la posibilidad de pensar la cultura al hacer inteligible sugerencias de detención, retraso u ocultación de un proceso corporal tan ineluctable como es el envejecimiento. Esas imágenes cotidianas que son parte de nuestra cultura visual suelen exhibir mujeres de porcelana, estatuas rozagantes de poros cerrados y sin fisuras; seres (des)figurados por la omisión de las huellas y marcas del vivir. Inclusive así dejan entrever a las mujeres “entradas en años”. Lo que es colocado en lugar de lo ominoso en un cuerpo de mujer, no es la vejez, sino el proceso mismo de envejecimiento. La vejez, en cambio, es un hecho consumado, irreversible. Sólo sobre ese lento proceso –valorado como terrorífico en ciertas propuestas visuales– es posible crear la ficción verosímil de una batalla pasible de ser ganada.
La industria de productos “antiage” merece, por lo menos, una reflexión. Las publicidades de esos productos para mujeres permiten reconocer la construcción cada vez más anticipada de un cuerpo de mujer obsoleto, presentado como una amenaza que aterroriza desde las sombras. Las publicidades de cremas para las arrugas solían ser (y, algunas de ellas, aún lo son) acuñadas por la idea de una simulación de tiempo recobrado: revitalizantes, reafirmantes, rejuvenecedoras. Producían su interpelación fundadas por la ilusión de poder reparar un efecto de pérdida ya acontecida por obra del paso del tiempo. Por el contrario, las actuales aportan un nuevo sentido asociado a una acción contrainsurgente, “antiage”. Su traducción nos permite hablar con fundamento de su extraña labor: ir a contra-tiempo. Dos palabras enemistadas y unidas por un tenso guión que es hilo en común: eternizar el presente y/o negar un porvenir connotado como indeseable o aun monstruoso. Sólo tras haber aclarado su sentido, podemos quitarle el encomillado a esa mezcla de palabras foráneas para desnudar eso que entendemos sin decirlo, sin siquiera poder nombrarlo en criollo. Elevaremos ese significante al estatus de oximoron de características semejantes a ese neologismo que resuena en el uso corriente de nuestra lengua: pendevieja.
Una publicidad reeditada de Cremas Hinds Anti-Age constituye un analizador epocal de las solicitudes dirigidas a las mujeres en lo relativo a las huellas del paso del tiempo en sus cuerpos. A pesar de la inexorabilidad del movimiento prospectivo del reloj, la interpelación de la potencial consumidora se articula en clave bélica bajo la forma de una lucha contra esos trazos inevitables que se presentan como grietas de la piel, flaccidez y achicharramiento de un tejido. ¿Cuál es el logrado anzuelo de interpelación para que esta ficcionalización de lo imposible hecho posible sea verosímil y no produzca como reacción promedio el fenómeno del escándalo, el humor o lo absurdo? ¿Para qué y por qué otra cosa que no son arrugas esas mujeres son llamadas a hacer esta guerra? ¿Cómo se arma el cuerpo de lucha?, ¿en nombre de qué ideal ésta se declara la batalla? y, por último, ¿quién encarna al enemigo?

LLAMADO A ALISTARSE

La historia oficial nos ha hecho saber que renombrados hombres pelearon con valentía junto a sus ejércitos por territorios y en nombre de un ideal declarado vinculado a la búsqueda de un bien común. Hoy las mujeres también son llamadas a ponerle el cuerpo al combate, pero en nombre de su feminidad y por otro tipo de territorio: el de su propio cuerpo en una versión muy específica.
¡No te arrugues! Sumate a la lucha por no arrugar. Eso es lo que exclama y afirma la publicidad de cremas Hinds Anti-Age que está circulando por estos días en medios digitales, gráficos y aun en la vía pública de este y otros países de América latina. Un imperativo y una convocatoria belicosa son las formas que asume un texto reiterado para anclar este conjunto de imágenes y ensalzar el arma de combate camuflado como ungüento. Esta proclama expone un fin explícito tan concreto como imposible: no permitir que avancen las arrugas en la piel de una mujer femenina. La versión audiovisual de esta publicidad es parte de un set de, por lo menos, tres piezas secuenciadas. Todas ellas unificadas no sólo por este producto publicitado, esa exclamación y ese lema que actualiza en imagen el refrán “La unión hace la fuerza”. También hilvanan estas tres piezas la voz y la presencia de una celebridad con nombre y apellido: Karina Mazzocco. Ella profiere esos dos enunciados que ordenan el campo de sentidos de las variaciones de contenidos. Esa mujer es La Mujer, la única de todas las mujeres exhibidas que tiene un nombre, un apellido y un rostro reconocible. Ella asume el papel de modelo instructivo-extorsivo, un ideal de mujer firme, valiente y sin fisuras deslizándose de los treinta a los cuarenta años; una mujer “con actitud”. Es la contracara de una víctima: una heroína que, por algún motivo, lidera un séquito de mujeres dispuestas a seguir sus pasos en el camino hacia ese ideal al que ella misma da cuerpo.
La espectadora es convocada a ser parte del bando de las que luchan por mantener la tensión de ese tejido cutáneo que aquí vale como una forma almidonada de vestido; la piel del cuerpo es elevada al valor de mercancía. Ya lo era la piel del rostro de mujer, ahora lo es también la piel del resto del cuerpo; un territorio de límites prefijados al que denominan “cuerpo” y cuyas fronteras excluyen manos y cabeza. “La primera antiage corporal”, así llaman a este producto novedoso para el mercado en resonancia con otros discursos sociales que operan una fragmentación fetichista del cuerpo de mujer. Vista a contraluz, esta publicidad trasluce una propuesta sobre el modo de vivir el cuerpo femenino a partir de los 30 años. Y al ofertar ese producto específico, elípticamente, echan luz sobre la centralidad de esa versión de “cuerpo” para referirse a una feminidad fundada en un esencialismo impúdico. Su valor está dado desde una lectura literal por no arrugar ante las arrugas, una misión tan inhumana como detener el devenir del tiempo cronológico. La pista de aquello que anima ese valor lo da otro elemento que también enlaza las tres piezas de esta serie de publicidades: www.seduccionhinds.com.ar. El valor del cuerpo de mujer se concentra en una acepción específica de su capacidad de seducción: el encanto a través de la ilusión, la atracción de los hombres ante una forma visual específica y sin importar si esa forma se logra a costa de simulación. Un cuerpo a contra tiempo para ser acomodado como objeto visual para el consumo de una mirada deseante masculina que abre las puertas al consumo de las aspirantes femeninas. Y esa imagen-mosaico se articula bajo la retórica de una lucha especular, lucha imaginaria que no puede ser otra cosa más que encerrona cuando el llamado a no temerles a los efectos del paso del tiempo no se dirige en la vía de aceptar la finitud sino rechazar ese cuerpo que envejece. El cuerpo arrugado es connotado como abyecto o muerto en vida al mostrarse animado por una crema. Su fórmula contiene algo más que Panax Ginseng siendo que, esparcida sobre “el cuerpo”, garantiza ese dócil alisado que atrae la mirada masculina. Puesto en estos términos, la publicidad no sólo opera sobre el temor ante la amenaza de obsolencia del cuerpo; más bien, a través suyo, sobre una definición de la feminidad como cuerpoobjeto de deseo que para ser tal debe pretender lo imposible por la vía del consumo: sumarse para restarse.
La posición de La Mujer respecto a la mirada masculina es el fin latente y órgano vertebrador velado por el discurso antiage que lo recubre como una piel.

ARMAR UN CUERPO DE GUERRA

Ese llamado pretende armar un arco de defensa que permita acoplar economía libinal y mercantil. Una de las piezas previas, la más breve, muestra sin más el efecto buscado por el capitalista una vez que ese ensamblado fue realizado con éxito: una joven tomando la crema de la góndola de supermercado. Una aggiornada guerrillera tomando armas en signo de disposición a poner el cuerpo en el frente de batalla. Florencia ya se sumó a la lucha por no arrugar, ¿y vos?, le pregunta Karina Mazzocco en off a las espectadoras-vouyers.
La segunda es la que se inicia figurando una mujer cualquiera en el probador de un local de ropa, esas mismas mujeres que la jerga publicitaria gusta en llamar “reales”. Da a ver las molestias que genera el propio cuerpo visto a la luz de cierta mirada agujereadora que se refleja en su semblante incómodo frente al espejo de un probador. Parece un juego de palabras pero no lo es; el desdoblamiento de la mirada contiene una de las claves del mensaje alienante de esta publicidad. De ese angustioso instante, la rescata la líder al darle la solución a ella y a todo el resto de mujeres que están en esta historia, todas ellas pueden ser beneficiarias de su bálsamo si se alistan en el consumo sugerido. De esta manera, la líder-heroína intenta interpelar una a una a las mujeres al interior del cuadro, tras dirigirles palabras y miradas exclusivas. Así, se dice en texto (y en imagen):
A vos que ya pasaste los 30 y estás empezando a cambiar, a vos te digo: ¡No te arrugues!
A vos que empezás a tener vergüenza de mostrarte (haciendo foco en la vergüenza que siente una de tres amigas reunidas en la mesa de la terraza de un bar, sentimiento connotado por la manera incómoda en que cubre su torso con un saco tras haber visto su reflejo en la mirada curiosa de dos hombres que pasan a su lado).
A vos que ahora te gusta más el invierno que el verano (ubicando en primer plano una joven delgada que interrumpe su movimiento espontáneo en medio de un solarium –aquel que descubriría su cuerpo entero en bikini– tras calcular la mirada de ese hombre que la observa detrás suyo).
Porque a partir de los 30 con humectante no alcanza, Hinds desarrolló la primera “antiage” corporal. Porque la piel de tu cuerpo envejece tanto como la de tu cara (figurando desde arriba una mirada omnipresente que con sumo placer observa a Karina Mazzocco desnudarse sensualmente para él bajo la ducha). En su pose no hay rastros de pudor más que para cubrir ese punto de los senos de mujer donde parece concentrarse lo estrictamente íntimo. La publicidad finaliza describiendo los componentes de la crema, reiterando la convocatoria a sumarse al frente de lucha y aclarando, rápidamente y en letra chica, que ese ungüento sólo permitiría retrasar, demorar en cierta medida, la permeabilidad del tiempo sobre la textura de la piel.
Nosotras, las mujeres que no arrugamos, nos declaramos en lucha, arenga Karina Mazzocco y declara la guerra desde lo dicho pero sin la estética clisé de un conflicto bélico armado. Prolijamente maquillada, peinada y vestida con un solero acampanado y de escote generoso se da a ver resaltando la pose de pecho abierto que traduce tamaño desafío. Así se inicia la pieza publicitaria en circulación en estos días. Detrás de ella, cierran filas dos columnas de mujeres figurando visualmente el armado efectivo del cuerpo de guerra. La tonalidad afectiva que aglutina no sólo es la valentía también es el horror ante lo abyecto, eso propio que retorna desde afuera o desde un interior extranjerizado por su localización radicalmente imprecisa.

MATAR(SE) O MORIR

En ese falso dilema entre activo y pasivo, interior y exterior se plantea esta guerra; en cualquier caso, las opciones se condensan en lo que fenece. Aunque no visto, el enemigo se pincela con rasgos cubistas porque es uno pero con tres caras. Una de ellas es ese proceso corporal tan implacable como el tiempo y que se registra en la piel como arrugas; por extensión, un enemigo es el propio cuerpo. Para decirlo con todas las letras: la guerra es contra el mismo agente de la acción. De allí que, paradójicamente, ese acto que quita la vida se vuelva contra ellas mismas en vistas de hacer pervivir la anacronía.
Una segunda dimensión del rostro de ese enemigo multiforme son otras mujeres que la frase que Mazzoco construye como grupo por oposición y, casualmente, en subordinada: aquellas cobardes que por no atreverse se arrugan y arrugan. Se trata de un elemento interesante para pensar un modo de figuración de la misoginia de las mujeres al que compele esta modalidad de interpelación subjetiva.
Pero la publicidad actual aún da más tela para cortar. La protagonista dice que la lucha es contra las polleras largas, el miedo a pasar por una obra y que los obreros no se exciten ante su apariencia, la vergüenza y el miedo a mostrarse. Llama a no arrugar ante tacos altos, escotes pronunciados, bikinis “que tienen tanto para dar”, minifaldas “que están hechas para matar”. Toda esta última secuencia lleva otro destiempo: su lógica alude al animismo propio de la infancia por el que el objeto manifiesta vida propia. Finalmente, llama a no acobardarse ante la conquista porque “tenés todo para conquistar”.
En este punto entrevemos el reverso de la valentía que compone en positivo el folclore de la guerra; la tonalidad afectiva implícita fundamental sobre la que trabaja la publicidad es el miedo, la vergüenza ante la indiferencia o el rechazo de la mirada deseante masculina. A diferencia de la segunda pieza, en ésta las mujeres temerosas, acobardadas y avergonzadas están como sujetos tácitos o como espectros de un tiempo pasado. En esta entrega publicitaria, todas las mujeres figuradas son parte del grupo de La Mujer, esa líder que con todos los atributos deseables convoca a esas otras mujeres que están dentro y fuera de la imagen. Se esclarece aquí un sentido de la belleza que se instaura como atributo de la mirada antes que como un mero conjunto de rasgos físicos u ornamentales con vida propia.
Habiendo llegado hasta aquí, se abre un solo sentido más que nos permitirá comenzar a abrochar este recorrido. La arenga convoca, en lo no dicho, a una lucha de otro tenor: esas mujeres pelean contra lo finito del tiempo (las mil y una imaginarizaciones de la muerte), pero también contra y por los hombres en una determinada configuración de la masculinidad. Todo el artilugio especular propuesto contiene como fin último docilizar cuerpos de mujeres bajo una determinada feminidad para hacer que esos hombres (animados por una masculinidad hegemónica) se rindan ante sus pies. La retórica libertaria del posfeminismo es confiscada bajo las mismas coordenadas del patriarcado. Que desde el prisma de la historia de las mujeres no haya ningún valor revolucionario en esa conquista, ésa es otra historia. Parafraseando con bemoles a Karl von Clausewitz, podríamos arriesgarnos a decir que la guerra (antiage) es la continuación de la política (falogocularcentrista) por otros medios.

CONTRATIEMPOS

“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj, te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire (...), tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños de reloj”; así se revela un objeto que marca el tiempo en Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj escrito por el maravilloso Julio Cortázar. En un sentido, esa crema funciona con la densidad de ese reloj aunque a contratiempo; un obsequio que las mismísimas mujeres podrían autoregalarse. La lucha antiage se ha convertido en una causa que interpela particularmente a las mujeres; esta publicidad es solo una anécdota para el análisis de las tácticas y estrategias que impulsa. Y como todo movimiento a contra pelo, implica una lucha, una afrenta que es callejón sin salida, agresión y disolución. Con la literalidad de la retórica de la guerra, la publicidad de Hinds se ofrece como punta de iceberg por cuanto convoca las mujeres a identificarse con un ideal para pertenecer a la comunidad de quienes parodien las huellas vistas de la feminidad enfatizada. Las llama a formar filas en un ejército de lucha junto a todas las que pelean por vivir a contratiempo (no arrugarse) con el fin de ser objeto de deseo ante una mirada masculina que las anima y aplasta. Todo al mismo tiempo.
En la búsqueda de est-éticas alternativas, me interesa retomar algunos detalles que estimo como puntos de fuga en otras tres piezas visuales de una cualidad diferente: dos imágenes cinematográficas y una imagen creada con palabras por un eximio relato literario. La crudeza y literalidad descarnada con que un ideal puede operar en el personaje de She-hee en el film de Kim Ki Duk El Tiempo (Shi gan, Corea del Sur-Japón/2006) es uno de esos detalles. Prisionera de una demanda de amor articulada al campo de la mirada e insaciable por definición, tajea su cuerpo con cirugías plásticas una y otra vez ante la imposibilidad de hallar lo buscado: una mirada deseante masculina que la sostenga su feminidad todo el tiempo. Su narrativa visual contiene una estética semejante a la publicitaria, aunque se sostiene en una ética de la mirada hacia las mujeres muy diferente. No sólo muestra el sufrimiento que supone una batalla sin cuarteles por la feminidad entendida como belleza estandarizada en un cuerpo visto, sino que avanza en la definición de ese nosequé intangible que causa deseo cuando logra mostrar el encuentro del otro en la temperatura de la piel de las manos, la risa, la letra en tanto trazo singular.
Otra estética y otra ética es recuperada por Kris Niklinson (Argentina/ 2008) en su opera prima, Diletante. Primeros planos de paseo escópico sobre la piel de Bela, su madre –una bon vivant de 80 años–, dan a ver la belleza en su textura rugosa por cuanto es superficie habitada por un ser tejido como falta entre palabras y grietas.
Por último, podemos seguir restando esa lucha espuria por no arrugar al sumar las palabras de Marguerite Duras, quien con notable prestancia logró componer la imprecisión temporal del envejecimiento y su relación incalculable con la belleza. Antes de contarnos su historia con El amante, anota: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos (...) En lugar de horrorizarme seguí la evolución natural de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal (...)”. Contra ese proceso natural del cuerpo que frunce las arrugas, contra el implacable avance sonoro del tictac y bajo una lectura pobre sobre la temporalidad del Cronos, el envejecimiento, la feminidad y la belleza, las publicidades operan solicitando a las mujeres lo imposible bajo una estética hiperrealista, una estética más real que lo real. La publicidad permite ubicar ese pedido hacia las mujeres que sólo puede hacerse a una imagen: detener el paso del tiempo, morir capturado por el propio reflejo. O ir contra el tiempo, es decir, retocar su “defecto” con procedimientos digitales cuasi quirúrgicos. Operación que solamente puede hacer la cirugía estética o programas informáticos de retoque de imágenes como el renombrado photoshop.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible” fue un lema surgido en el marco del movimiento social del Mayo Francés. Una articulación resultante de ese movimiento de lucha orientado por ideales referidos a la cosa pública y que sólo puede retomarse aquí al igual que aparecen estas imágenes espectaculares; es decir, con retoques que lo hagan increíble. Puesto en estos términos se trata de un enunciado resonante con eso mismo que se les solicita a las mujeres: ser una forma vaciada, puro envoltorio de una belleza uniformada producida por cierta mirada masculina y controlada por la amenaza tácita de ser excluidas del grupo de las femeninas. Ese lema es literalizado hasta el punto de perder su espíritu a través del tiempo. Pérdida simulada y disimulada para la ganancia de Otro que tiende un anzuelo, una carnada y permite armar un cuerpo que persiga ciegamente esa nada que esconde la consistencia del Uno. Sumarse para restarse, matar(se) o morir. Una lucha sin cuarteles. Cueste lo que cueste.
* Psicóloga, doctoranda en Ciencias Sociales (UBA Flacso Conicet).


lunes, 25 de noviembre de 2013

Guía sobre la trata de mujeres

por Flora Mitocondria
@FlorMito

Conmemorando el Día Internacional contra la violencia hacia la Mujer, compartimos la Guía sobre la trata de mujeres, un proyecto del grupo “Mujer Frontera”, impulsado por Helga Flamtermesky y que reúne testimonios e investigaciones de víctimas. Entre otros, el propósito de “Mujer Frontera” es dar voz a aquellas mujeres, pero no sólo como víctimas, sino también utilizar esas experiencias para que las mujeres se encuentren como motor de transformación de realidades.
Desde este espacio, apoyamos el proyecto y compartimos la introducción y la guía, disponible para descargar en formato cuadernillo.
¡Felicitaciones y gracias Mujer Frontera!



* Recomendaciones para víctimas de la trata de personas.

* Propuestas para las organizaciones que brindan ayuda a las víctimas.


“Esta guía  hace parte del proyecto trasnacional  Mujer Frontera que se inició en el 2008 con el propósito  de realizar un proceso de empoderamiento en mujeres inmigrantes víctimas de la trata de personas.  
El proyecto Mujer Frontera  tiene como objetivos principales: Hacer visibles a las víctimas de trata como sujetos sociales con capacidad de reflexión y de acción.   Ayudar para que sus reflexiones y propuestas tengan incidencia dentro de los espacios sociales e institucionales que trabajan en la prevención de la trata y en la asistencia a víctimas. También busca ayudar y acompañar a otras víctimas de trata.
Esta guía esta construida en base a las experiencias y necesidades que las mujeres vivieron durante y después  de la trata. La elaboración de esta guía ha sido un proceso largo de muchas reflexiones y de muchas emociones.
Las mujeres que han participado son de Colombia, Brasil, Pakistán, Etiopía, Guatemala, México, El Salvador, Argentina, Rumania, Filipinas, Senegal, Bolivia,  Marruecos y República Dominicana. Se ha basado en sus experiencias y propuestas como víctimas de la  trata de personas en Norte América,  Europa y Asia.
Queremos agradecer al cuidadoso y paciente trabajo que Helga desde Barcelona ha realizado, traduciendo y tejiendo lo que cada una de nosotras decía desde diferentes idiomas, países y culturas.”


CONTENIDO:
                                                                                                                                                                   1. ¿QUÉ ES LA TRATA DE MUJERES?

* Formas de trata.

* ¿Cómo se inicia una situación de trata?

* Formas más usadas para que una mujer sea víctima de Trata.

* Formas de control durante la trata.

* ¿Cómo salir de la trata?


2. RECOMENDACIONES PARA POSIBLES VÍCTIMAS DE LA TRATA

* Consejos para evitar la trata.

* ¿Cómo saber si eres víctima de la trata?

* Si eres víctima te recomendamos que…

* Estrategias para escapar.

* El Rescate.

* ¿Cómo buscar ayuda?

* Si quieres denunciar…


3. RECOMENDACIONES PARA LA ATENCIÓN A VÍCTIMAS

* ¿Por qué hacemos recomendaciones?

* Sobre la identificación de una víctima.

* Sobre la entrevista.

* Las necesidades de la víctima.



AQUÍ el enlace para ver completo y descargar la Guía en formato cuadernillo: 

http://media.wix.com/ugd//bbdbf6_d89fa8f7cf5088a29e3c20bdba7b5b07.pdf



Fuentes:

Coordinación:

Helga Flamtermesky: helgaefr@gmail.com
Para más información:
Proyecto Mujer Frontera: mujerfrontera@gmail.com


Barcelona, 2013.



viernes, 22 de noviembre de 2013

Violencia de género: fundamentos y modelizaciones

Siempre parece oportuna una reflexión en general acerca de la violencia y, en particular, acerca de la violencia de género.[1] Por cierto, la violencia de género y la violencia contra las mujeres (ya veremos la diferencia) se produce mediante complejos mecanismos entre los que la brutalidad cotidiana que sufren muchas personas es sólo el ejemplo emergente de una trama tanto más sofisticada cuanto difícil de desmontar. Desde las formas más habituales de violencia doméstica hasta las más complejas invisibilizaciones y complacencias, los modos en que se ha ido tejiendo el entramado ideológico de la desigualdad, la opresión, la violencia física y el silencio – como un producto estructural – han sido interpretados y legitimados de diversas maneras.
Ahora bien, para poder aproximarnos a la violencia como fenómeno estructural –más que como el problema de uno o varios individuos- es necesario trabajar desde marcos teóricos y metodológicos que permitan analizar y poner de manifiesto los modos sistemáticos en que se la produce, articula y encubre.  Su ocultamiento tiene lugar gracias a una densa trama de conceptualizaciones elaboradas a lo largo de los siglos, de cuya construcción ni la filosofía ni la ciencia son ajenas. Estos constructos sistemáticos – que denominamos megarrelatos de legitimación patriarcal- han dado fundamento legitimidad a las relaciones jerárquicas y de desigualdad entre varones y mujeres; por lo general, interpretándolas como un subproducto necesario de las características naturales de cada sexo.
            Se ha necesitado un trabajo analítico de gran envergadura y la recuperación de la memoria histórica de las mujeres (en un trabajo que ha trascendido las fronteras y las posiciones políticas) a los efectos de echar luz sobre los mecanismos de exclusión y las tramas de la discriminación de las cuales la violencia física es –si se quiere- su faz más cruda y descarnadamente visible. Para desarticular esos mecanismos y los argumentos que los sostienen, se han construido un conjunto de teorías que metodológicamente permiten el abordaje de un conjunto de fenómenos (más o menos graves) que, por ahora, denominaremos sexismo. El sexismo es, pues, todo tipo de discriminación que toma como base el sexo de la persona. Si bien en principio el sexismo puede producirse respecto de cualquiera de los sexos, históricamente y de modo abrumador se ha llevado a cabo contra las mujeres.[2]
            Para dar cuenta del sexismo contra las mujeres, podríamos sintéticamente sugerir que las mujeres que han construido teoría lo han hecho – a veces sin saberlo – siguiendo un método que Edmund Husserl ilustró con el ejemplo de la balsa. En efecto, si estamos en alta mar y debemos reemplazar los maderos de una balsa está claro que no podemos hacerlo con todos de una vez, so pena de ahogarnos. Por el contrario, es preciso reemplazarlos de uno en uno (o de dos en dos), pero no a todos al mismo tiempo pues nos quedaríamos sin punto de apoyo alguno. En una suerte de apropiación avant la lettre, en casi todas las épocas se desarrollaron teorías explicativas basadas en las filosofías del uso, en un intento por desactivar presupuestos sexistas o racistas. De este modo, queremos llamar la atención sobre el hecho –repetidamente invisibilizado- de que en casi todas las épocas ha habido reivindicaciones vinculadas a los derechos de las mujeres y denuncias de los modos de violencia ejercida sobre ellas. Sin embargo, no es sino hasta el siglo XX de la mano del ingreso más o menos masivo de las mujeres a las universidades que se ha reunido un corpus significativo de trabajos interdisciplinarios. Se trata ciertamente de un conjunto visible de desarrollos explicativos y términos teóricos, que ayudan a analizar desde otro punto de vista el fenómeno de la violencia y de los modos y niveles en los que se reproduce.
            A los efectos de un mejor planteo de la cuestión que nos interesa, nos referiremos brevemente a algunos de los términos teóricos gracias a los cuales se han visibilizado los modos de exclusión de las mujeres, facilitando, a su vez, el planteo, la revisión, el análisis y el abordaje general de aquello que hemos denominado “violencia de género y violencia contra las mujeres”, fenómenos que se producen – como se sabe- en todos los estamentos socio-culturales y económicos.

1)      Algunos conceptos previos
Compete a la Teoría de Género investigar los modos estructurales de invisibilización, ocultamiento y deslegitimación de las mujeres. Se trata de una disciplina transversal que muestra cómo se produce y se legitima –muchas veces por forclusión- la discriminación de sexo-género: no necesariamente en sus manifestaciones más inmediatas, sino en sus formas estructurales, legales, filosóficas, científicas, etc.[3] En este sentido, intenta modos de análisis, reparación, modificación, reversión. En tanto transdisciplina,  reconoce (i) un plano fáctico, “la experiencia de las mujeres”, o ámbito vivencial como fuente de reflexión y acerca de su condición pasada y presente; (ii) un plano tórico de reflexión y conceptualización que desarrolla cuestiones vinculadas a disciplinas que como la psicología o la sociolingüística abren sus análisis a los sesgos de géenro; (iii) un plano ético-político en el que circulan los mandatos, los estereotipos, las normativas, etc., entretejidos en la trama social y en las prácticas cotidianas; y, por último, (iv) un plano metateórico o filosófico que revisa y genera conceptos y términos teóricos explicativos y analiza las interacciones entre los planos anteriormente señalados. La revisión de nociones como “racionalidad”, “poder”, “sistemas de dominación”, la resignificación de conceptos como “patriarcado” o “género”, la invención de nociones como “invisibilización sistemática” o “acoso sexual” remiten a este plano. [4]

a. Patriarcado
Desde la década de los setenta, se llama “ideología patriarcal” o “patriarcado” al sistema de dominación sexo-género que expresa y reproduce la desigualdad, la invisibilización y la imposición de modelos o estereotipos socioculturales naturalizados, delimitando a su vez los espacios jerárquicamente significativos como espacios de los varones, tanto en la esfera simbólica como en la física: en la pública como en la privada.[5] Con un añadido: la ideología patriarcal invisibiliza o forcluye la exclusión y la violencia, promoviendo la omisión o el silencio de las propias mujeres aún en sociedades altamente democratizadas.
            El mismo nombre de “patriarcado” se inscribe en una larga tradición que se remonta cuanto menos hasta el famoso debate entre Sir Robert Filmer y John Locke (en el siglo XVII) sobre quién confería al Rey su Soberanía, si Dios o los Súbditos. Este concepto resignificado por el feminismo no ha perdido vigencia y remite a organizaciones políticas, económicas, religiosas o sociales que relacionaron estructuralmente la idea de autoridad natural y de superioridad jerárquica con los varones. En ese sentido, Cèlia Amorós considera que al menos desde la modernidad se lo puede reconocer en términos de pactos entre varones cuyas notas características son la metaestabilidad y el interclasismo.[6] Que en buena medida estoe s así, lo muestra el hecho histórico de la exclusión de las mujeres tanto de las teorías del contrato (Hobbes, Rousseau, etc.) como de su ciudadanía en los Estados Modernos constituidos sobre tal base. Si finalmente las mujeres han accedido en tiempos relativamente recientes a los derecho ciudadanos y civiles ha sido sólo por añadidura y tras largas luchas  frecuentemente olvidadas o menospreciadas (Amorós, 1997).
            El patriarcado en tanto que estructura establece los marcos comprensivos de una cierta forma de violencia simbólica: la invisibilización histórica de las mujeres del ámbito público y su confinamiento al privado. Esta estrategia estructural las replegó en el espacio privado: privado de ciudadanía, privado de reconocimiento, privado de derechos, privado de voz legal propia, privado de mayoría de edad, privado de salario, etc. Conviene no olvidar esta deslegitimación histórica, pues sólo en algunos países y, en tiempos históricos, muy recientemente, las mujeres occidentales se han aproximado a una igualdad que siempre ostentan precariamente.

b. Género
También a partir de la década de los setenta se acuña el concepto “género”. Suele entenderse por género “la forma de los modos posibles de asignación de propiedades y funciones a los seres humanos, en relaciones duales, familiares o sociales, imaginariamente ligadas al sexo.” [7] En su versión más canónica, el “sexo” remite a “lo dado” (el dato biológico) y el “género” al constructor socio-histórico que cada uno de nosotros/as es. En debates más recientes se ha sostenido que ya el sexo es un constructor cultural y que la disociación sexo-género obedece a la distinción decimonónica natura-nurtura. Sea como fuere, lo cierto es que la noción de “género” se acuñó para poner de manifiesto el grado de dependencia cultural de los roles sexuales y los modos en que se ocultan los mandatos de género, vinculados por lo general al disciplinamiento del deseo, y su potencia en los procesos de socialización de los individuos.
            Ahora ya estamos en condiciones de distinguir, como señalamos más arriba, entre la violencia contra las mujeres y la violencia de género. En otras palabras, si bien toda violencia contra las mujeres es violencia de género, no toda violencia de género es violencia contra las mujeres. [8]

2) Aproximación a la noción de violencia
Es sabido que la noción de “violencia” significa “forzamiento” o “intimidación”. [9] Si bien originariamente se vincula con la fuerza física, Bourdieu ha distinguido recientemente la violencia simbólica de la física. Donde el poder simbólico literalmente “construye un mundo” imponiendo orden a la realidad (sin que entremos ahora en la cuestión metafísica de qué sea la realidad), la violencia simbólica es aquella que se ejerce imponiendo formas por lo general bajo el supuesto de que son únicas. En efecto, la estrategia fundante de la imposición simbólica de formas o de categorizaciones es entenderlas como las únicas legítimas, apropiadas o convenientes. De modo que o bien se borra toda huella de las alternativas posibles o bien se presenta tales alternativas como inaceptables, ya sea por cuestiones éticas o vinculadas al gusto. La violencia simbólica se ejerce en el ámbito creencial (o sistema de creencias de un individuo) y su forma más pregnante es la “ideología”, ya sea la implícita en el lenguaje o la explícitamente manipulada.
            Esto significa que la violencia simbólica aísla, segrega, recluye, genera marginalidades, divide, condena y hasta aniquila o extermina, si no directamente al menos indirectamente en forma de justificación o legitimación de la violencia física, por lo general en términos pseudo argumentativos. Todo sistema de dominación (incluyendo el patriarcado) implica violencia simbólica descalificando, negando, invisibilizando, fragmentalizando o utilizando arbitrariamente el poder sobre otro/as. Incluso, la creación de estereotipos de generalización excesiva que no dan lugar a la manifestación de los caracteres individuales pueden entenderse como formas de violencia simbólica. Se trata de fórmulas rígidas que impiden la mostración de los cambios,  galvanizando o solidificando algún rasgo o característica funcional al sistema de poder que lo generó: constituyen en buena medida la base material para los chistes, las bromas y las persecuciones. Estas simplificaciones de rasgo fijo, que no se modifican ni admiten cambios, funcionan a la manera de “camisas de fuerza” sobre los individuos. Es decir, a la manera en que Foucault lo entiende, invirtiendo la fórmula platónica, los ideales del alma son la prisión del cuerpo.[10] Y esos ideales son por lo general mandatos fuertes socialmente instituidos.
            Sobre modos más específicos de violencia física hablaremos más adelante.

  1. Lenguaje, legitimación y violencia estructural
Ya señalamos que, en principio, la violencia simbólica se ejerce desde el lenguaje, y no nos referimos a expresiones más o menos triviales en términos de ridiculizaciones individuales, propias de grupos etarios, dirigidas a esta o aquella persona aisladamente. Nos referimos a expresiones que, categorizando estereotipos instituyen una norma valorativa. En ese sentido, el lenguaje no sólo instala una forma de ver el mundo sino al mundo mismo. En efecto, los estereotipos constituyen generalizaciones excesivas, fijas, esquemáticas y simples que remiten a sistemas valorativos encubiertos y fuertemente emocionales, cuyos supuestos no examinados quedan hipercodificados y naturalizados. Por tanto, constituyen “lo obvio”, no se cuestionan, se aceptan sin más. Son modos propios de los estereotipos raciales y sexuales (o de una combinación de ambos), que en su funcionalidad se fortifican.  Afirmaciones del tipo “Todas las mujeres (negros, homosexuales, judíos, indios, etc.) son… p”, donde “p” ocupa el lugar de cualquier predicado agraviante o discriminatorio, se oyen cotidianamente. Y discriminan porque, de un enunciado universal, se sigue que para cada caso singular ese predicado se cumple necesariamente, salvo excepción a la norma. Es decir, salvo anormalidad.
            En castellano, es sabido, el masculino se usa como género no marcado, es decir, que constituye lo previsible o lo básico de la lengua mientras que lo marcado (el femenino) su contrario: lo no-previsible y lo secundario.[11] Si bien es difícil trazar la línea divisoria entre la invisibilidad, la falta de valor y el rechazo, cada uno de estos fenómenos niega a las mujeres su pertenencia a la humanidad, porque –como en la falacia pars pro toto que señalamos más arriba- “…los casos de sexismo lingüístico deben entenderse como un reflejo de la presencia generalizada del sexismo en la cultura.” (Suardiaz, 2002: 143)
            Dividir a los seres humanos en dos (o más) géneros, donde gracias a un estereotipo estructuralmente funcional (no ingenuo) uno es considerado superior y el/los otro/s inferior/es, genera normativa, jerarquiza y excluye. O bien, sólo incluye por vía  de la excepcionalidad. Esto significa que podemos reconocer al menos tres modos fundamentales de exclusión simbólica tanto ene l lenguaje coloquial como en el filosófico-científico con consecuencias materiales para las mujeres (i) cuando se apela a su inferioridad; contrariamente, (ii) cuando se las distingue por su excelencia;  por último (iii) cuando simplemente se las obvia entendiendo lo humano en términos de lo masculino instituido universal y, a su vez, instituyendo lo que Amparo Moreno Sardá (1989) denominó: el arquetipo viril de la historia.
            Margrit Eichler (1988), por su parte, hace notar que este modo de abordar la realidad desde una única dimensión sexual se naturaliza acuñando no sólo la norma del masculino con las consecuencias de invisibilización ya señaladas, sino además generando sobre o infra generalizaciones según el caso, de las que el discurso científico-filosófico está plagado. Más aún, las maniobras de exclusión suelen quedar encubiertas al solidificarse en un lenguaje hipercodificado que forcluye la estrategia original de su construcción histórica. La consecuencia más habitual son las esencias sexuales o generizadas, naturalizaciones que al hacer invisible el proceso histórico que les dio origen generan una falsa a-historicidad fundad en un conjunto de supuestos metafísicos implícitos recogidos acríticamente e instituidos por tradición.
            Ahora bien, incluso los usos analógicos y metafóricos –incluyendo los vinculados a la madre/naturaleza- estructuran ciertos aspectos relevantes del orden simbólico occidental, conformando y transmitiendo subrepticiamente estereotipos y valoraciones. [12] Es difícil saber si el lenguaje cotidiano puede prescindir de sus usos metafóricos, pero lo cierto es que también el lenguaje filosófico, científico, los libros escolares, etc. están plagados de referencias sexistas en las que se legitiman los estereotipos o simplemente se acepta la inferioridad natural de las mujeres. Se generan así formas constitutivas de violencia simbólica en la lengua en la que se expresan varones y mujeres. A modo ejemplo, tomaré un pasaje de Platón que ilustra lo que acabamos de señalar. Sócrates relata cómo su madre Fenerete, de profesión partera, ayudaba a las mujeres preñadas a dar a luz a sus criaturas. [13] “De la misma manera –sostiene el Sócrates platónico- los varones que dan a luz ideas (de las que también deben estar preñados) sufrirán ene l proceso del conocimiento los dolores del parto.” Sócrates mismo le advierte al joven Teeteto, que dialoga con él, que si bien parir con el alma es una función análoga a parir con el cuerpo, parir con el alma es más valioso, puesto que, como Platón advierte en Fedón, el alma es siempre superior al cuerpo. [14] En efecto, las mujeres sólo pueden concebir niños de carne corruptible y materia perecedera mientras que los varones conciben con el alma racional ideas atemporales, inmateriales, incorruptibles, absolutas.
            Si examinamos estas afirmaciones, en una primera lectura ya advertimos que, según su campo semántico originario, la utilización que hace Platón (y no sólo él) de palabras tales como “concebir” o “gestar” suponen una apropiación encubierta y forcluida de una función biológica propiamente femenina convertida en clave inteligible de la función propia de los varones, entendidos tradicionalmente como portadores paradigmáticos de la racionalidad. Este es un ejemplo simple de violencia simbólica hipercodificada de modo tal que pasa inadvertida. Más aún, carecemos muchas veces de otra palabra para reemplazarla. En una segunda lectura, podríamos advertir que no sólo el genérico masculino aparece como más valioso per se sino que el pasaje presupone que, dada la capacidad natural de las mujeres para gestar y parir hijos, quedan excluidas la posibilidad de “concebir” ideas, sustrayéndoles una capacidad definida como humana en términos universales. Eichler denomina este mecanismo “sobre-especificación”.

  1. Interpelación y heterodesignación
Consideremos otro ejemplo. Un transeúnte de espaldas oye “Eh, tú, negro!” y se da vuelta. Debemos a Louis Althusser este ejemplo gracias al que nos hace reparar en la capacidad interpelativa del lenguaje y su poder preformativo (Althusser, 1970). En efecto, la apelación de al transeúnte se produjo gracias a una apelación previa a la autoridad – que Althusser entiende en términos de autoridad del Estado- donde la respuesta presupone no sólo que la inculcación “Tu, negro” en la conciencia de este individuo ya ha tenido lugar, sino también que se trata de una operación normativamente regulada. Análogamente, cuando históricamente las apelaciones a las mujeres han sido del tipo “Eh, tú, la fregona, la diosa/ la niña frívola / la inconsciente / la vulnerable /la incapaz / la quejosa/ la loca”, etc., es de suponer que la eficacia apelativa y preformativa del discurso también tuvo lugar. A esta forma de violencia simbólica la denominamos poder heterodesignativo del lenguaje.
            Pero existen otras formas paradigmáticas de apelación discriminatoria, por ejemplo el chiste que goza además de la complacencia con que deben recibirse las bromas casi nunca vistas como insultantes o discriminatorias, salvo por quien las padece. En esos casos, si se queja, se la tacha de “carecer de humor”. Singularmente, los chistes de la ideología patriarcal –como los de la racista- no reconocen fronteras ni idiomas, recorren el mundo y se mueven con comodidad en todos los ámbitos y clases sociales.  Otra forma más sutil aún es el piropo, que apela a la excelencia (la belleza, las formas, etc.) y hace las veces de controlador del uso que las mujeres jóvenes solas hacen del espacio público. Los ejemplos que acabamos de presentar constituyen modos ideológicos de incidir en la imagen que el/la sujeto tiene de sí mismo/a, y por ende incide en su sistema de creencias.  Un último ejemplo lo constituye el insulto que también supone un ejercicio de dominio jerárquico, y el uso excesivo y arbitrario del poder con la intención de sancionar el traspaso de un límite que el otro considera “adecuado”. Así, el insulto marca un límite, señala una transgresión y asume la dimensión específica de un estereotipo considerado normativamente. Insultar es una de las primeras formas de daño lingüístico que aprendemos (Butler, 1997). Ahora bien, no son las meras palabras las que hieren, y esto responde a las convenciones de un sitio histórico. El verdadero insulto tiene que ver con el modo, énfasis o entonación con que se dirigen ciertas palabras más que con las palabras mismas. Es decir, cierto nombre injurioso desacredita y degrada a partir del énfasis físico con que se emiten tales palabras: en este punto lo simbólico y lo físico se conjugan.
            Perdida, pues, la ilusión de una lenguaje sexualmente neutro, creemos que se impone una doble tarea: a) examinar y visibilizar las formas encubiertas de violencia simbólica cuya gama es extensa y matizada; b) estar alertas, si es que no queremos formar parte de una mayoría ingenuamente discriminatoria.

  1. Un orden natural
En los parágrafos anteriores hemos mencionado repetidamente la noción de “naturaleza”. De hecho, esta noción ha sido una de las legitimadoras más importantes de discriminaciones simbólicas a lo largo de la historia, ya sea que se trate de sexismo o de racismo. En efecto, los modelos políticos tradicionales suelen apelar –como dijimos- a un orden natural fundado en diversos supuestos de tipo metafísico explícitos o implícitos. La apelación a “un orden natural” que pre-fija lugares simbólicos y reales –también entendidos como naturales-  para varones y mujeres, blancos o negros, cristianos o judíos es el modo más habitual en que se manifiesta este mecanismo de legitimación. Para el caso específico de las mujeres, dado que son todavía socialmente indispensables para la reproducción del cuerpo social,  su marginalidad y exclusión adquieren caracteres propios, si bien son abundantes los estudios que dan cuenta de su sistemática eliminación en término de mayor infanticidio femenino, alimentación más precaria y por tanto mayor vulnerabilidad a las enfermedades, menor escolarización, etc. [15]

  1. Eficacia simbólica
La violencia simbólica resuelve su eficacia en violencia física. De ahí el sinuoso camino emprendido. En efecto, los individuos actúan dramáticamente un orden simbólico pre-dado, apropiándoselo resignificativamente  en términos de conductas más o menos discriminatorias, más o menos tolerantes. Si, como acabamos de ver, aún la lengua supuestamente neutra conlleva niveles de exclusión y sexismo, tanto más esto es así cuando se conlleva niveles de exclusión y sexismo, tanto más esto es así cuando se construyen discursos sexistas ad hoc; es decir, intencionadamente. En general, la eficacia de tales discursos depende de la valorización y/o el poder que tengan las instituciones de la que provienen (ciencia, estado, medios de comunicación, etc.). También, su eficacia depende en parte del modo en que un cierto capital simbólico se ancla en una realidad social nueva, APRA dar cuenta de las expectativas y de los deseos de algún grupo emergente. De modo que, si nombrar es hacer existir, también es imposición de sentido: razón por la cual ese tipo de discursos opera como disciplinador social, llegando a imponer –por la fuerza o la persuasión – ciertas prácticas en los sujetos. Para que esto sea así, se promueven asociaciones causales forzosas difíciles de desmontar, incluso en niveles que parecen triviales (los anunciantes conocen muy bien este tipo de técnicas).
            Una violencia simbólica que se ejerce directamente sobre el cuerpo de las jóvenes de manera altamente eficaz es la que actúa sobre la representación del propio cuerpo, en tanto mandato estético: en los problemas de bulimia y anorexia este aspecto juega un papel sumamente importante (aunque no es el único). Por trivial que parezca, recordemos que son enfermedades que matan: violencia sutil y poderosa de los medios de comunicación que moldean los cuerpos de la mayoría de las adolescentes y su propia mirada sobre sí mismas. Disciplinamientos de este tipo sirven además de anclaje para otros, ya que lo que se construye y potencia es la dependencia respecto de la “mirada” aprobatoria de los otros.
Análogamente, la inscripción de las mujeres dentro del campo semántico de la naturaleza (como opuesto a la cultura), no se agota en su carácter nutricio (madre/tierra), sino que al mismo tiempo que la describe, le prescribe el rasero normativo del control de su “irracionalidad emotiva” y de tutela. Dentro del mismo campo semántico, se la define como “fértil” o “yerma”; tiene “frutos” de su vientre o es “estéril”. [16] Con las nuevas técnicas de reproducción asistida, cuyo éxito estadístico es mínimo, el cuerpo de las mujeres se convierte en campo propicio para la experimentación científica a los efectos de dar respuesta al mandato de la naturaleza de fructificar, recogido y elaborado por discursos religiosos, científicos, políticos, etc. Estos u otros ideales, construidos históricamente por cierta cultura, disciplinan el deseo de los individuos al tiempo que se proyectan como naturales, convirtiéndose en mandatos ineludibles, salvo por anormalidad.
La mayor parte de las veces, los mandatos sociales apelan al amor (de madre, de esposa, de hija) a los efectos de sellar relaciones disciplinadas, donde la opresión psicológica se enmascarada, invisibilizada, o elude. Desde las primeras décadas del siglo XVIII, buena parte de la literatura que exalta el amor romántico hace uso del amor como disciplinador de un modelo de mujer “abnegada”, que se “olvida de sí mism”, y es capaz de dar “todo” por su esposo e hijo: es la construcción de la mujer doméstica, la familia nuclear y el espacio privado. [17] Como se ha señalado muchas veces, “espacio privado” significa “privado de ley para las mujeres”, donde la violencia simbólica y la física se podía hasta no hace mucho ejercer sin límites.[18]


3)      Violencia física / violencia en el cuerpo
Recortar los campos de la violencia simbólica y de la física es difícil cuando no imposible o absurdo porque, si hemos podido seguir con detenimiento el camino recorrido, hemos comprendido que la violencia física es el emergente excesivo de una violencia estructural más profunda, que en parte la invisibiliza, mientras no sobrepase un cierto umbral tenuemente delimitado por la cultura, la clase, la base cultural y religiosa de sus miembros. Sea como fuerte, en los casos de violencia material, la gran mayoría de las víctimas son mujeres mientras que la amplia mayoría de los atacantes son varones jefes, esposos o padres. En todos los casos, este modo de violencia tiene por fin mantener el esquema de autoridad patriarcal, que describíamos más arriba, y supone la agresión material a una o varias mujeres del grupo de trabajo o familiar (empleada subalterna, esposa, hijas, en menor medida hijos pequeños o ancianos) y, menos frecuentemente, de mujeres ajenas al circulo inmediato del agresor.
            En ese sentido, se considera violencia sexual “…todo acto de índole sexual ejercido por una persona –generalmente un varón- en contra del deseo y de la voluntad de otra persona –generalmente una mujer o una niña- que se manifiesta como amenaza, intrusión, intimidación y/o ataque, y que puede ser expresada en forma física, verbal o emocional).” (Velázquez, 2003:70)
            Constituye una práctica de dominación que se ejerce en términos de ataque y/o daño material que, si está tipificado por la Ley, constituye delito. Acorde con lo anterior, se denomina “geografía del miedo” a las limitaciones que se imponen las mujeres de circular por el espacio público, los horarios, la vestimenta, etc. como efectos de autocensura física y psicológica, viéndose obligada a auto-limitarse en el ejercicio de sus libertades. (Velázquez, 2003: 74)

  1. Algunas precisiones
No debemos, sin embargo, considerar que toda forma de violencia del deseo es de por sí negativa. Como señala Piera Aulagnier, el discurso materno en tanto se anticipa a todo posible entendimiento del niño habla por él y le instituye significado a sus llantos.[19] De ese modo le permite el acceso al orden de lo humano, invistiendo su cuerpo de sentido: es la “puesta en historia de su vida somática”. Gracias a ello el niño se convierte en sujeto y transforma en significativas las sensaciones somáticas. En ese momento, lo que el infans necesita es lo que la madre desea que él necesite, es su portavoz primario y la organizadora de su psique, en tanto que portadora de las significaciones del mundo exterior. Al mismo tiempo que disciplina el deseo del niño, la madre ejerce una suerte de violencia necesaria y subjetivadota. Si más allá de esta primera fase, la madre continúa postulándose como la única capaz de darle amor, ejercerá sobre él una violencia secundaria. La violencia secundaria es la imposibilidad de la madre de abandonar el saber que ella posee sobre su hijo, y no poder aceptar los propios pensamientos del niño.
            De esta simplificación más que esquemática de aspectos psicoanalíticos, en los que no puedo entrar, me interesa sólo subrayar que un modo de ejercer violencia es no aceptar los propios pensamientos del otro. La descalificación constante, la imposición de opinión o el silenciamiento, la interrupción, la banalización, la falta de reconocimiento de las actividades, intereses y necesidades del otro/a etc., son modos de ejercicio de la violencia secundaria. Es decir que antes de que la violencia física se convierta en agresión violenta contra el cuerpo de la mujer o de la niña, muy probablemente haya habido episodios de violencia secundaria que no fueron reconocidos como tales, muy probablemente porque constituyen la norma en muchas relaciones domésticas que se desarrollan.

  1. Sobre víctimas y victimarios
A primera vista sorprende que la mayoría de los abusos, violaciones o malos tratos sean cometidos por los varones más próximos (incluyendo jefes, padres, esposos, tíos, abuelos, hermanastros, etc.) al círculo íntimo de la víctima.[20] Sin embargo, tiene su explicación: Se debe tener en cuenta ante todo el modelo jerárquico y autoritario de la familia patriarcal naturalizada, la inestabilidad del lugar de autoridad, que ciertas personalidad inestables viven como constantemente amenazado por las libertades de los demás, y la existencia potencial de inducidores materiales o simbólicos de la violencia.
            Históricamente, tanto el discurso judicial como el médico en torno de la violencia ejercida contra las mujeres, por ejemplo en el ámbito doméstico, permite reconocer niveles importantes de invisibilización (negación del delito, no reconocimiento de su calidad de tal, no tipificación o tipificación tardía, etc.) y de encubrimiento (justificación o minimización de la agresión).[21] En nuestro país, como es sabido, si bien la Ley de Matrimonio Civil se promulgó en 1889, adoptó como propias las disposiciones canónicas y en virtud de ellas mantuvo la supremacía de la figura paterna, la subordinación de las mujeres al esposo y la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Es decir, hasta tiempos muy recientes, aceptó una concepción naturalizada de familia y, consecuentemente, de los sexos y de la autoridad en consonancia con los análisis hegelianos sobre la familia como momento del Espíritu Natural.[22] Le cabe, por tanto, la definición de Levi-Strauss de “…unión más o menos duradera y socialmente aprobada de un varón, una mujer y sus hijos”. En ese sentido, se entiende a la familia patriarcal como un fenómeno natural universal, presente en todos los tipos de sociedades, ignorando o considerando como desviaciones “primitivas” ciertos modos alternativos de constitución de las relaciones humanas primarias.[23]
            En consecuencia, en su papel de reproductora de cuerpos y de roles, esta familia tradicional educó mayoritariamente a sus hijas en términos identitarios primarios de esposa-madre y, solo mucho más tarde, comenzó a fortalecer (o lo está haciendo) las identidades secundarias, vinculadas a la noción de “persona de derechos” y de “ciudadana”. Precisamente, para muchas mujeres, exigir derechos y garantías personales en el seno de sus propias familias sigue siendo un reclamo problemático que viven con temor no sólo a la pérdida de la propia identidad sino a desafiar su concepto internalizado de autoridad patriarcal.[24] Por tanto, en el sentido que estamos revisando, sólo muy recientemente se ha echado luz sobre la violencia física, el abuso, la violación, el maltrato en el seno de las familias rompiendo los tácitos “pactos de silencio” y desafiando –desde distintos ángulos- el lugar de ejercicio arbitrario de la autoridad, y el terror que ello produce. [25] La violencia sexual en lugares de trabajo, los rituales atávicos de violación en determinadas culturas, la mutilación genital, o el uso de las violaciones sistemáticas (con su secuela de embarazos y el riesgo real de contraer HIV) como estrategia concertada (arma de guerra) a fin de deshonrar a los varones considerados enemigos atacando su propiedad más preciada –sus esposas, hijas y hermanas- son otras tantas formas de violencia sexual, que han sido reconocidas como tales sólo muy recientemente y cuyos alcances aún hoy se minimizan gracias a mecanismos de justificación, legitimación o invisibilización que continúan operando. Sin embargo, ha habido importantes avances gracias a las contribuciones teóricas de mujeres y de varones, las campañas de concienciación y el mayor índice de escolaridad de las mujeres.

4)      Conclusiones
En la IIIa Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Mujer que se celebró en Nairobi en 1985 se denunció por primera vez el carácter sistemático de la violencia contra las mujeres. En 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración para la eliminación de la violencia contra la Mujer. Como señala Raquel Osborne, sólo a partir de entonces se empezó a reconocer que los Estados también son responsables de las violaciones a los DDHH de las mujeres, sea “puertas afuera” o “puertas adentro” y les compete legislar al respecto (Osborne, 2001: 9). Hasta ese momento, abusos, violaciones, malos tratos, mutilaciones, acoso sexual en los lugares de trabajo, discriminaciones de todo tipo, etc., se invisibilizaban bajo un paradigma que los ignoraba como delitos y que hasta carecía de los términos para nombrarlos. En 1996, se asimiló la violencia doméstica (física y psicológica) a una forma de tortura que debe ser legalmente penalizada y, finalmente en 1998, se creó el Tribunal Penal Internacional contra delitos de genocidio, agresión, violación de las convenciones de guerra y crímenes contra la humanidad que incluyó el delito de violación utilizada como arma de guerra, y los embarazos forzosos (si bien no todos los conflictos armados quedaron bajo esta jurisdicción).
            Estos hitos marcan un avance sostenido en el reconocimiento y punición de la violencia contra las mujeres como modelo de control y limitación de sus libertades. Podemos, en ese sentido, alentar un moderado optimismo y esperar que la educación en el reconocimiento, la democracia, la igualdad entre los sexos, el respeto mutuo y la paz erradicarán los prejuicios y las actitudes que conducen a la violencia.




Fuente: Femenías, María Luisa. Los ríos subterráneos. VOLUMEN I. Violencias cotidianas (en las vidas de las mujeres) Ed. Prohistoria. 2013.




[1] Conferencia dictada en el marco del Seminario Internacional de Posgrado “Derechos Humanos: sistemas de Protección”, Ministerio Público Fiscal de la Nación-Universidad Nacional del Sur, 12 de septiembre de 2003, organizado por el Dr. Hugo Cañón.
[2] Maqueira y Sánchez, 1990: Introducción.
[3] Utilizo la noción psicoanalítica de “forclusión” como “olvido del olvido”, como lo hace Luce Irigaray.
[4] Santa Cruz, M. I. et alii, 1994: I, pp. 59-66.
[5] Amossy y Herschberg-Pierrot, 2001, ‘-9.
[6] No podemos extendernos sobre este punto. A modo de ejemplo, Lerner, 1986; Goldeberg, 1994; Paterman, 1995.
[7] Sant Cruz et alii, 1194: I, p. 51
[8] Tomo en cuenta los modos más recientes de conceptualización del género que distancia el término del binarismos masculino/femenino. Cf. Butler, J. Gender Trouble, New York-London, Routledge, 1989.
[9] La palabra “violencia” deriva del latín “vis”, “vir” que significa “fuerza” o “poder” como “viril”. En castellano aparece en el siglo XIII, vinculada a la imposición por la fuerza física del varón.
[10] Recordemos que Platón en Fedón afirma que el cuerpo es la cárcel/tumba del alma, Fedón, 63e-67e.
[11] Suardiaz, 2002: 152; Simone de Beauvoir, 1949: I, Introducción; Femenías M. L. “Las tramas de la hetereodesignación” en este volumen.
[12] Black, “Metaphor” en Black, 1998; Merchant, 1983.
[13] Se trata de Teeteto 148 e-151 d.
[14] Cf. Fedón, 66 ass. (el cuerpo es impuro, corruptible); Crat. 400 b-c (el cuerpo es la cárcel del alma).
[15] Sólo por dar un ejemplo, véanse los trabajos de Amrtya Sen en los que denuncia este hcho.
[16] Laqueur, 1994; Puleo, 1992.
[17] Armstrong, 1986.
[18] Jelín, 1996: 193-212.
[19] Abadi y otros, 1997: Cap. 2.
[20] Velázquez, 2003: cap. 5. Recuérdese que Freud desarrolló su teoría de la seducción infantil” incrédulo a pesar de la palmaria evidencia de que los miembros varones de la familia suelen abusar de las niñas.
[21] Femenías, M. L. & Lobato, M. Z. “Violencia y discurso jurídico en la Argentina de fines del siglo XIX”, en este volumen.
[22] Hegel, W. Enciclopedia §§ 483; 552; Fenomenología del Derecho, Parte Tercera, §§ 142-181.
[23] C. Levi-Strauss, citado por Roudinesco, 2003; Hëritiêr, 1996.
[24] Cornell, 2001: 153; Roudinesco, 2003:10.
[25] Maladesky y Polo, 1999;Osborne, 2001.