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¡Que lo disfruten!
lunes, 29 de octubre de 2012
domingo, 28 de octubre de 2012
Otra vez las hechiceras: de círculos y otras cosas.
Ningún
tántrico rechazaría una sola palabra de lo que dice Star Hawk:
“Nuestra
relación con la Tierra y las especies que la habitan está también condicionada
por nuestros modelos religiosos. Concebir a Dios como ajeno a la naturaleza
autoriza a la utilización y el saqueo de los recursos del planeta… Resultado:
la contaminación y la destrucción ecológica masiva que amenazan incluso a la
humanidad… La witchcraft es una
religión ecológica, pues su objetivo es la armonía con la naturaleza a fin de
que la vida pueda no sólo sobrevivir sino prosperar…”
Salvo las witches modernas, son pocos los que
sospechan la importancia capital de esa corriente subterránea y delo que
prepara, es decir, una revolución pacífica de los valores sobre los cuales está
construida nuestra civilización en crisis. La salvación vendrá de los valores
femeninos, de ese movimiento invisible superficialmente que se extiende tanto
en los Estados Unidos como en la Gran Bretaña. Los adeptos de la Antigua
Religión forman “asambleas”, pequeñas unidades autónomas de veinte a treinta
personas solamente, en su mayoría mujeres, y que tienen entre sí una gran
cohesión. Ningún poder central fija su liturgia o sus ritos. A la inversa del
modelo masculino, esta corriente no se estructura como una pirámide
jerarquizada. Esta aparente “debilidad” tranquilizadora para el establishment convierte a este
movimiento en una fuerza invencible, pues no puede ser decapitado ni disuelto.
Algunas
asambleas afirman perpetuar prácticas transmitidas sin interrupción desde los
orígenes.
(…)
Todos los
ritos de la witchcraft son mágicos y,
como en el tantra, “todo ritual comienza con la formación de un espacio sagrado
circular que crea un templo en el corazón del bosque o en el centro de la
morada donde se realiza. Entonces la Diosa y los dioses son evocados y
despertados en cada participante. Los cantos y las danzas despiertan la fuerza
sutil que modela la realidad última. Se
comparten el alimento y la bebida.” (El cono
de potencia explica la forma cónica del sobrero de la bruja de caricatura.)
(…)
Y esto
también: “Cada mes, preferentemente en luna llena, reuníos en lugar secreto y
adoradme a mí que soy la reina de la sabiduría. Seréis entonces liberados de
toda esclavitud y, como símbolo de esa libertad, estaréis desnudos durante los
ritos. Cantad, festejad, danzad, haced música y haced el amor, todo en Mi
presencia, pues yo soy a la vez el éxtasis espiritual y el goce terrenal. Mi
ley es la del amor entre todos los seres”.
(…)
Y lo que
sigue coincide punto por punto con el culto shakta
del tantra: “En la witchcraft, no creemos en la Diosa, nos vinculamos con ella por medio de la
luna, las estrellas, el océano, la tierra, los árboles, los animales, los otros
seres humanos, a través de nosotros mismos. Ella está aquí, en el centro de
todos y de todos. Ella es el círculo completo: tierra, aire, fuego agua y
esencia; cuerpo, mente, espíritu, emoción, cambio. (Observemos: los mismos
cinco elementos del tantra…) La Diosa existía antes que toda la Tierra, es la
oscura, la madre nutricia que produce toda la vida. (¡Llamémosla Kali y
estaremos en pleno tantra!) Ella es el poder fecundador de la vida, el útero,
pero también la tumba que nos recibe y el poder de la muerte. Todo proviene de
ella, todo regresa a ella… Ella es el cuerpo y el cuerpo es sagrado. Útero,
seno, vientre, boca, vagina, pene, huesos, sangre, ninguna parte del cuerpo es
impura, ningún aspecto del proceso de la vida está manchado por el pecado. El
nacimiento, la muerte y la disolución son las tres palabras sagradas del ciclo.
Ya comamos, durmamos, hagamos el amor o eliminemos los desechos de nuestro
cuerpo, siempre estamos manifestando a la Diosa.”
Reemplace
el lector Diosa por Shakti y estas líneas podrían provenir de un texto
tántrico, como el siguiente: “Su culto puede tomar cualquier forma, en
cualquier lugar, no requiere liturgia, ni catedral, ni confesión. (…) El deseo
es el cemento del universo, une el electrón con el núcleo, el planeta con el
Sol, crea las formas, crea el mundo. Seguid el deseo hasta su término, uníos
con el objeto deseado hasta convertiros en ese objeto, hasta convertiros en la
Diosa.
“Para la
mujer, la Diosa simboliza su ser más profundo, el poder liberador, nutritivo y
benéfico. El cosmos está modelado como el cuerpo de la mujer, que es sagrado.
Todas las fases de la vida son sagradas. La edad es una bendición, no una
maldición. La Diosa no restringe a la mujer a ser un cuerpo, sino que despierta
en ella el espíritu, la mente, las emociones, a través de la Diosa, la mujer
puede conocer la potencia de su cólera y de su agresividad, tanto como la
fuerza de su amor”.
(…)
Un tántrico
occidental, mi amigo John Mumford, de Melbourne, ha captado muy bien la
importancia del fenómeno “Wicca”. Escribe en su Sexual Occultism:
(…)
“El tantra
está centrado en torno a Shakti, polo femenino positivo, responsable de la manifestación
dinámica. Es el equivalente directo de la Grn Diosa Madre que constitye el
punto cenal del culto Wicca.
“La chakra puja, el círculo de los
adoradores, donde alternan hombres y mujeres, es el equivalente a la “asamblea”
y, en los dos casos, el acento cae sobre la desnudez ritual. El objetivo del
círculo (él mismo símbolo femenino y uterino) es encerrar y captar las energías
psíquicas (prana) emitidas por la carne viviente de los participantes. A medida
que la excitación sexual y emocional aumenta, se desprende más irradiación, más
“vapor”, disponible para los usos ocultos. Esta energía forma un cono de potencia
por encima del grupo, similar al remolino vertiginoso de la fuerza psíquica
liberada en la cópula.
(…)
¿Qué puedo
hacer, sino repetir que esta visión corresponde, punto por punto, a la esencia
del tantra? Y repetir también que sería tan fácil como lamentable subestimar la
importancia de la Wicca moderna porque es subterránea, pues aporta la esperanza
de evitar, por el resurgimiento de los
valores de la Feminidad, el derrumbamiento catastrófico de nuestra
civilización. No importa la etiqueta bajo la cual estas ideas fundamentales se
difunden –witchcraft, tantra o
cualquier otra-; lo esencial es que eso suceda.
Esta corriente
es irresistible e irreversible porque es universal y eterna. Abuso de las
citas, pero es difícil resistirse a ésta, provenientes de un horizonte tan
diferente:
“En la
mujer se revela la naturaleza del Eterno Femenino que trasciende todas sus
encarnaciones terrestres –cada mujer y cada símbolo individual-. La emergencia
del arquetipo de la Femineidad en todas las culturas, en todas las épocas y
entre todos los hombre desde la prehistoria, constituye también la realidad
viviente de la mujer moderna, sus sueños y sus visiones, sus fantasmas y sus
impulsos, sus proyecciones y sus relaciones, sus fijaciones y sus mutaciones.
“La Gran
Diosa encarna el Sí-mismo Femenino, que se despliega en la historia del género
humano así como en cada mujer individual; su realidad determina la vida
individual y colectiva. Este universo psíquico arquetípico está inmerso en el
poder subyacente que, incluso hoy –en parte con los mismos símbolos y en el
mismo orden de desarrollo, en parte con modalidades y variaciones dinámicas-,
determina la historia psíquica del hombre y la mujer modernos.”
Estas
líneas, llenas de sentido y de esperanza, merecen ser releídas y retenidas.
Erich Neumann, psicoanalista junguiano, las escribió en Tel Aviv –que es
considerado el bastión del patriarcado-, donde murió en 1960.
Van Lysebeth, André. Tantra, el culto de lo femenino. Urano.
Una aproximación a la Kali hindú
Kali y Kunda
El
antagonismo entre la erotizante María Magdalena y la asexuada parturiente de
Dios recibió en el siglo XVII un poderoso apoyo en la imaginación del Occidente
cristiano por parte de la diosa hindú Kali.
(…)
Cuando los
ingleses bautizaron el pueblo como Calcuta estaban conmocionados por la diosa
negra, que era adorada no sólo en el templo sino en todas partes. Los bangalíes
adornaban sus casas con imágenes de Kali en las que ésta no llevaba nada sobre
su cuerpo oscuro a excepción de una ristra de cráneos y una falda de brazos cortados
de hombres y la llamaban afectuosamente “Kali
Ma”, es decir, “Madre Kali”. Los británicos se desesperaban casi al
intentar comprender de dónde provenían el amor y la confianza en esta deidad
innegablemente femenina que carecía de los atributos de la feminidad
reconocibles por ellos y se diferenciaba profundamente de su virginal Madre de
Dios. Más que las armas en las numerosas manos de Kali y la sangre que goteaba
de la boca de la diosa, lo que extrañaba a los británicos era su desnudez
explícita, su sexo expuesto y la relación con su esposo, Shiva. Tradicionalmente,
Kali es representada de pie sobre Shiva o sentada sobre él durante el acto
sexual: el dios yace de espaldas, relajado y pasivo, sonríe a la activa diosa.
Kali no sólo era la diosa de la anarquía y de la sexualidad agresiva sino por
encima de todo una mujer que dominaba a su marido,[1]y,
en correspondencia con esto, los informes que se transmitieron sobre ella en la
Inglaterra metropolitana giraban como hipnotizados alrededor de su sexualidad “sin
límites”, de la que se derivaba una tendencia a más transgresiones. A Kali se
le atribuyeron orgías sangrientas con sacrificios humanos, violencia mezclada
con voluptuosidad y, como punto culminante del horror, una alegría no
disimulada por disponer de sus propias fuerzas. Los thugs, miembros de las
famosas y temidas bandas de ladrones de la India, fueron estilizados en
discípulos de Kali, y sus incursiones, en misas negras para la diosa de las
que, supuestamente, los participantes obtenían una especie de gratificación
erótica perversa. “Esta deidad es la santa patrona declarada de las más
horribles transgresiones contra la paz social”[2],
apuntó el misionero Caleb Wright en 1853.
Aunque el
miedo fue el hilo conductor de las discusiones de la época sobre la diosa,
espantosamente erótica, este temor estaba claramente imbuido de fascinación, ya
que Kali encarnaba el Extremo Oriente, el Otro más extranjero, el “corazón más
oscuro de la India”:[3]
con el pretexto de la indignación moral, una sociedad satisfacía así sus deseos
reprimidos. Al fin y al cabo, no es casualidad que en la fase álgida del
colonialismo de ultramar devorara tratados médcos como Psychopathia sexuales, de Richard von Krafft-Ebing, con una
excitación apenas e insuficientemente disimulada y que el interés científico en
las perversiones sexuales haya alcanzado su pico. El colonialismo era en sí
mismo un proyecto de género: Occidente
se concebía a sí mismo como masculino, lógico y activo al tiempo que imaginaba
el Oriente como pasivo, irracional o peligroso y engañoso; en cualquier caso,
como una mujer que debía ser conquistada y poseída.
En
consecuencia, las metáforas escogidas para referirse a la incursión militar en
países extranjeros giraban principalmente alrededor de la penetración y la
violación, como es práctica de los conquistadores con demasiada frecuencia. En
esas metáforas, a Calcuta le correspondía – en cuanto puerta de entrada de los
ingleses en India – el papel del genital femenino.(…)
(…)
Más
habitualmente, sin embargo, a manera de justificación de la actuación propia se
utilizaba la referencia al papel que jugaba la sexualidad en el hinduismo o,
más concretamente, en el shaktismo, es decir, en los cultos que giraban en
torno a la diosa y celebraban la sexualidad femenina activa como fuerza
creativa. El teniente George Fletcher MacMunn, ignorando el verdadero
significado ritual de la sexualidad en India, apuntó que “todo lo que tiene que
ver con el sexo, la procreación, la unión y la pasión humanas, es adorado y
glorificado”.[4]
En la
imaginación de los británicos, el hindú era conducido por la mujer indígena al
agotamiento en una especie de vampirismo sexual, una concepción similar a la
noción medieval de que, al mantener relaciones sexuales, la mujer robaba al
hombre el calor interno. “Cuando el anglosajón llega por primera vez a la
plenitud de la virilidad”[5],
el hindú ya está completamente agotado,”pobre y enfermo, y sus manos están
demasiado débiles para sostener las tiendas del gobierno”.[6]
La intervención de los británicos era, por tanto, una obligación moral y estaba
concebida sólo para bien de los hindúes, que debían ser protegidos de sí mismos
pero especialmente de sus mujeres que los ingleses imaginaban como una horda de
pequeñas Kalis.
(…)
La que
probablemente sea la primera mención a Kali se encuentra en el Devi Mahatmya[7],
uno de los textos más importantes del hinduismo. Allí se narra cómo los
dioses, al no poder imponerse ante una fuerza superior de asuras o demonios de la mitología india, llaman en su auxilio a
Kali en su personificación como Durga. Cuando ve que los dioses están perdidos
sin ella, Kali acepta, pero lo hace con la condición de que se le permita
luchar conservando su avatar original y con la ayuda de las demás diosas.
A
continuación, Sumbha, el líder de los demonios, lo intenta todo para quebrar la
solidaridad de las mujeres y derrotar a Kali/Durga: le ofrece matrimonio, la
amenaza con violarla, trata de dominarla brutalmente. Sin éxito.
Finalmente
le grita: “¡Lucha como un hombre!”
Pero
Kali/Durga no es un hombre, y no quiere serlo, de modo que, como en un
nacimiento invertido, se introduce a las otras diosas en el cuerpo a través del
órgano genital y esta alianza de poderes femeninos derrota a Sumbha. Aliviados,
los dioses se lanzan a sus pies y quieren hacer de ella su soberana, pero la
diosa no tiene ningún interés en gobiernos y sometimientos y sigue su propio
camino.
[1] Véase Hugh B. Urban, “India’s
Darkest Heart”. Kali in the Colonial Imagination, en Rachel Fell McDermott y Jeffrey
J. Kripal (eds.), Encoutering Kali. In
the Margins, at the Center, in the West, Berkeley, Los ángeles y Londres,
2003, pp. 173-174.
[2] Caleb Wright, India and Its Inhabitants, citado en
Urban “India’s Darkest Heart”, p. 178
[3] Véase Urban, “India’s Darkest
Heart”, p. 170. Véase también Ronald B. Inden, Imagining India, Oxford, 1990.
[4] Sir George Fletcher MacMunn,
The Underworld of India, Londres, 1933, p. 96. La sexualidad
desempeña un papel central solo en un tipo de hinduismo, el shaktismo.
[5] Mayo, Mother India, p. 38.
[6] Íbidem. Véase también Kenneth
Ballhatchet, Race, Sex and Class under
the Raj. Imperial Attitudes an Policies and Their Critics 1793-1905, nueva
York, 1980.
[7] Véase Thomas B. Coburn, Encountering the Goddess: A Translation of
the Devi-Mahatmya and a Study of Its Interpretation, Nueva York, 1991.
Sanyal, Mithu M. Vulva. La revelación del sexo invisible. Anagrama. Colección Argumentos.
sábado, 27 de octubre de 2012
La mujer desde el Tantra
La mujer, su culto y su misterio
(…) nuestra
civilización no se salvará sino otorgando un lugar eminente a los valores de la
femineidad. Sin embargo, es deseable que la mujer como tal intervenga más directamente
en la gestión concreta de la sociedad.
Pero para
poder reestructurar la vida y la sociedad en torno a valores femeninos, el
hombre, el macho, deberá descubrir –o redescubrir- las dimensiones femeninas,
ocultas, de su ser. Tarea difícil en
nuestra sociedad, en la que la educación cultiva sistemáticamente los valores
masculinos no sólo en el hombre sino también en la mujer. Tomar conciencia de
los valores femeninos, aceptarlos, desarrollarlos, y luego centrar su vida en torno
a ellos, eso es el culto de la femineidad.
De ahí la
pregunta: ¿cuál es, biológicamente, el sexo dominante, dando por supuesto que “dominante”
no es sinónimo de “superior”? Otra pregunta, ésta descabellada: ¿qué es
exactamente el sexo?
Ingenuamente
se lo identifica con los órganos genitales, se lo limita a ellos; la palabra “cache-sexe” (taparrabo) es sintomática.
Pero lejos de limitarse al contenido del calzoncillo, el sexo marca cada célula
y cada {órgano e incluso nuestra sangre: en los juegos olímpicos el test
hematológico prueba sin discusión el sexo de los atletas. Desde antes del
nacimiento, el cerebro está programado para que nos comportemos de acuerdo con
nuestro sexo y, salvo error de orientación, se tiene un cerebro masculino o
femenino y una mente correspondiente. De modo que “mi” sexo incluye todos los
aspectos distintivos masculinos (o femeninos) tanto físicos como psíquicos.
El lenguaje
familiar distingue entre el sexo bello y
el sexo fuerte, “por tanto”
dominante. En el sistema patriarcal, gracias a sus bíceps, el varón se impone
hasta el punto que designa a toda la especie: “el hombre”, “homo sapiens”, los “Derechos del hombre”,
etc. ¡Pero biológicamente, científicamente, el sexo dominante no es el varón sino la mujer!
Investigaciones
recientes llevadas a cabo en los Estados Unidos desde 1950, especialmente en la
Kansas University por Charles Phoenix, Robert Goy y William Young, demuestran
que la estructura fundamental orgánica y cerebral de los mamíferos era en
primer lugar femenina, y solamente después masculina. Tom Alexander concluye a
partir de ahí que habría que invertir el mito adámico: científicamente Adán es
una Eva modificada. Desde los primeros estadios de desarrollo del feto, el
cerebro dispone del “plano” y de los circuitos neurológicos latentes que harán
que el comportamiento sea masculino o femenino. Sin embargo, abandonado a sí
mismo, es decir, sin ningún impulso hormonal especial, ¡el feto evolucionará siempre hacia la forma femenina! En el
inicio del desarrollo embrionario, las gónadas masculinas y femeninas son muy
semejantes. Es la inyección de una cantidad mínima de hormona andrógena –todavía se ignora qué la produce- lo que
desencadena una reacción en cadena que lleva a la formación de un varón. Esto
incluye la activación, en el cerebro del embrión, de los circuitos neurológicos
que rigen el comportamiento masculino. Sólo más tarde, cuando estén bien
diferenciadas, las gónadas producirán las hormonas específicamente masculinas.
Sin embargo
–punto capital para el tantra- los circuitos femeninos no están totalmente
desconectados. Durante toda la vida del varón normal, influirán sobre su
comportamiento, lo que “pega” bien con la tesis del tantra según la cual la
mujer es el ser humano primordial, y el hombre debe ser consciente de sus
propios aspectos femeninos.
El tamaño y
la fuerza bruta no demuestran una superioridad sino que permiten, en las
civilizaciones patriarcales, imponer, con frecuencia duramente, la ley del
varón. En la naturaleza, la hembra es sobre todo madre, y el hombre debe
defenderla físicamente, así como a los pequeños, contra los animales salvajes y
los eventuales enemigos humanos. Si la mujer fuera muscularmente más fuerte,
tendría, además de cuidar a su progenie, que cuidar… ¡a los varones!
Incluso la
potencia genética del hombre indica que puede ser sacrificado. Teóricamente, a
menos que alumbre repetidamente gemelos, una mujer puede engendrar como máximo
unos veinte hijos, lo cual no está tan mal, mientras que el hombre podría
teóricamente fecundar doscientas o trescientas mujeres al año. Si se
exterminaran todos los varones, salvo algunos supervivientes, en pocos años la
tribu podría reconstituirse…
Desarrollar los aspectos femeninos en el hombre
no implica desvirilizarlo, sino que, muy al contrario, desemboca en una visión nueva –a menos que
sea el retorno a una visión arcaica fundamental- tanto en la mujer como en el
hombre.
En la
sociedad patriarcal la mujer debe estar sometida al hombre y su sexualidad
reprimida, pues si ella pudiera afirmarse, cuestionaría el orden masculino. El
tantrismo de la Vía de la Izquierda, otorgando la prioridad a los aspectos
femeninos del ser humano, se opone al orden patriarcal ario en la India, y eso
explica por qué siempre fue perseguido.
El sistema
patriarcal fue traído por los nómadas que, en su trashumancia, se convierten en
invasores, enemigos para los ocupantes de los territorios atravesados. El
guerrero y los valores masculinos que representa son entonces un elemento
esencial para la supervivencia de la tribu, pero esos valores masculinos son
también del intelecto. En nuestro mundo moderno se expresan mediante la
exploración y la conquista del mundo, mediante la ciencia, la tecnología, la
organización, la industria, etc., en resumen actividades del tipo diurno,
solar. Eichmann opone los valores femeninos a los masculinos diciendo que “la
mujer está guiada por la emoción, no por el intelecto”, pero como no es
filósofo, hay que interpretar su noción de emoción, así como también la de
intelecto.
El
intelecto es el entendimiento, el razonamiento discursivo, la lógica fría. No
se debe confundir con la inteligencia, más intuitiva que discursiva, que
comporta elementos irracionales, afectivos, del tipo femenino. Todo intelectual
no es de facto inteligente, y
viceversa. “Emoción” debe entenderse entonces en el sentido amplio de
afectividad más que de emoción no razonada, incontrolada.
Van Lysebeth, André. Tantra el culto de lo femenino. Urano.
viernes, 26 de octubre de 2012
Introducción a Vulva: la revelación del sexo invisible.
Ésta es una
pequeña historia cultural de Occidente a través de la representación del
genital femenino en la vida cotidiana, el folclore, la medicina, la mitología,
la literatura y el arte. Sin embargo, esto puede parecer desconcertante a
simple vista. ¿No basta ya con que existan historias culturales del beso o de
la tetera? ¿Qué conocimiento puede obtenerse de la vulva? A objeciones de este
tipo puede responderse que todo el mundo es libre de tener su propio concepto
del beso o de la tetera, pero casi nadie negaría que estos fenómenos existen, a
diferencia de lo que sucede con el genital femenino. Así, la estrella del
psicoanálisis francés Jacques Lacan escribe:
En sentido
estricto diremos pues que no existe ninguna simbolización del sexo de la mujer
como tal. En cualquier caso, la simbolización no es la misma, no tiene el mismo
origen ni la misma forma de acceso que la simbolización del sexo del hombre. Y
esto es porque el imaginario sólo provee una ausencia allí donde en otros casos
hay un símbolo muy destacado.[1]
O dicho en
una sola frase: si no tienes pene no tienes órgano sexual ”verdadero”. Una
afirmación que de tan evidentemente falsa tendría cierta gracia absurda si con
ella Lacan no se situara en la línea de los pensadores más importantes de
Occidente. Según Aristóteles, sólo el hombre disponía de suficiente energía
para desarrollar partes sexuales completas. Galeno veía el genital femenino
como un genital masculino invertido. Y la postura de Sigmund Freud puede ser
expresada con la siguiente fórmula: se coge un ser humano –es decir, un
hombre-, se le quita el pene y así se obtiene una mujer. También teóricos más
recientes como Jean Baudrillard y Roland Barthes explican que cuando las
mujeres se desnudan en público, por ejemplo durante un striptease, éstas no podrían descubrir su sexo sino sola y
únicamente su carencia de él, es decir, dar voz a la ausencia de falo. La vulva
es descrita como agujero, espacio en blanco o nada. En el mejor de los casos,
como un pene insuficiente.
Dependiendo
de su carácter, cada mujer puede encontrar esto gracioso o desagradable, pero
¿cuál es el significado de la negación de un hecho biológico como la vulva para
la percepción de cuerpos bien concretos? A través de una serie de ensayos que
llevé a acabo en diferentes grupos de científicas constaté que todas podían
dibujar penes pero ninguna podía representar gráficamente una vulva reconocible.
Me sentí fascinada. ¿Por qué mujeres muy formadas podían reproducir genitales
masculinos sin problemas al tiempo que sus propios genitales les resultaban tan
extraños y misteriosos que ni siquiera podían dibujarlos rudimentariamente? Al
pensar en ello, advertí que, con la salvedad de las ilustraciones médicas,
tanto ellas como yo sólo podíamos ver imágenes de la vulva como productos de
las industrias del porno y de la higiene. Así que decidí ponerme a la búsqueda
del lugar simbólico que ocupa la vulva en nuestra cultura.
En primer
lugar llamó mi atención la espectacular contradicción de que, por una parte, el
sexo femenino no existe o por lo menos es insignificante e invisible, mientras
que, al mismo tiempo, aparece como “agujero negro” y “abismo abierto”, como “puerta
al infierno, fuente de todas las discordias y problemas en el mundo y posible
ruina del hombre”[2].
Su ilustración más persistente es la de la vagina armada con dientes afilados y
cubiertos de sangre que aparece con tanta frecuencia en mitos y leyendas y que
incluso tiene un nombre propio: vagina
dentata. Allí donde la vagina dentata
aparece, amenaza al pene con convertirlo, arrancándolo de un mordisco, en
aquello a lo que la mirada fálica ha degradado a la vulva, esto es, una
ausencia, un agujero, un espacio en blanco. ¿Cómo puede representar un peligro
así algo que supuestamente no existe? Nos encontramos aquí con lo que yo llamo
un “parpadeo cultural”: cuando dos conceptos están en una situación contradictoria
–como colores que se encuentran en los extremos opuestos del espectro- producen
una irritación permanente tan pronto como entren en contacto. Se trata siempre
de fenómenos profundamente interesantes que indican que detrás se ocultan otros
estratos.
Así, en la
mayor parte de las mitologías pueden encontrarse historias en las que la
humanidad ha sido salvada al menos una vez por la exhibición de la vulva.
Existía la creencia arraigada de que las mujeres podían resucitar a los
muertos, e incluso vencer al diablo, subiéndose las faldas. El genital femenino
era un lugar sagrado y curativo. La vulva no fue ignorada, sino difamada
primero con enorme esfuerzo y a continuación negada hasta provocar la opinión
errada y absurda de que no valía la pena hablar de ella.
Afortunadamente
nada puede ser reprimido por completo; de hecho, a lo largo de mis
investigaciones descubrí repentinamente referencias al órgano sexual femenino
primario por todas partes en la literatura y el arte de Occidente, es decir, en
aquellos medios con los que nuestra cultura se representa estaban desfiguradas
y eran apenas legibles puesto que lo que no puede ser comprendido tampoco puede
ser representado ni, sobre todo, transformado.
Y
precisamente de eso se trata este libro. Es el intento de reconstruir la
significación cultural del genital femenino y de hacer visibles los esfuerzos
que hubo que realizar para reprimir la vulva, ya que su re/presentación se
ponía de manifiesto la lucha por el poder del que emanaba la autoridad para
nombrar el cuerpo femenino, siendo en este caso el cuerpo una metonimia de
aquello que definimos como “femenino”. Es importante hacer esta distinción
puesto que, finalmente, éste es el estudio de un ámbito cultural conflictivo y
no una nueva equiparación de los conceptos “mujer” y “cuerpo”. Por encima de
todo pretendo reconocer las reacciones que a lo largo de los siglos han hecho
visible en palabra e imagen al “sexo invisible”, ya que, como escribió el
escritor nativo americano ganador del Premio Pulitzer Natachee Scott Momaday: “Somos
nuestras representaciones. […] Lo peor que puede sucedernos es que no haya
representaciones de nosotros.”[3]
[1] Lacan, J. El seminario de Jacques Lacan, Barcelona, Paidós, 1981.
[2] Blackledge, Catherine. Historia de la vagina: un territorio virgen
al descubierto, Barcelona, Península, 2005.
[3] Natachee Scott Momaday,
citado en Gerald Vicenor,"Socioacupuncture.
Mythic Reversals and the Striptease in Four Scenes", en Out
There: Marginalisation and Contemporary Cultures, ed. De Russell Ferguson y
otros, Nueva York, Cambridge (Massachusetts), Londres, 1990, p. 420.
viernes, 19 de octubre de 2012
El poder invisible de los círculos de mujeres
El poder invisible de los círculos de mujeres actúa en dos niveles. Un círculo de mujeres puede parecer que es simplemente una serie de mujeres que hablan entre sí; pero si es un círculo, y especialmente un círculo con un centro espiritual, provocará un invisible efecto en las mujeres que lo componen. Un segundo poder invisible consiste en la posibilidad de que cada círculo esté contribuyendo a crear la masa crítica que pondrá fin al patriarcado. Éste es el efecto que tiene en la cultura el millonésimo círculo.
El poder para enfrentarse a la censura o a la incredulidad, al <<¿Quién te has creído que eres?>>, proveniente de fuentes externas, emana del formar parte de un círculo junto a personas afines, pues eso permite a las mujeres seguir su rumbo ante el ridículo o la oposición. El poder invisible que los círculos de mujeres ejercen en las mujeres que los constituyen nace del poder sanador, afianzador y alentador que somos capaces de tener sobre otra. Cuando una cuenta con ese aliento y ese verdadero apoyo a la hora de llevar a cabo un cambio significativo, es más posible que el cambio se realice. El que otras personas crean en nosotras o compartan nuestros puntos de vista posee un poderoso e invisible efecto.
Un círculo de mujeres que confían unas en otras puede llegar a ser también un receptáculo de sanación, sobre todo si las mujeres que lo forman son capaces de hablar de aquellas experiencias en las que se sintieron aterrorizadas por lo que se les hizo a ellas o por lo que presenciaron. Un lugar seguro en el que contar la verdad es un espacio de sanación. Una persona maltratada se siente, en el nivel emocional, doblemente herida: por lo que se le hizo, y por la vergüenza. En lo más profundo de la psique de toda mujer, niña y niño maltratados o violados, hay vergüenza y un sentimiento de indignidad y de desprecio hacia sí mismos, lo cual se vuelve mucho más terrible cuando las religiones llaman a estas víctimas pecadoras. Cada vez que una mujer se arma del valor necesario para hablar y ve que sus palabras son acogidas y que no corre ningún riesgo, su confianza crece y, poco a poco, su psique empieza a sanar.
Un círculo es, además, una experiencia de conversación igualitaria que puede trasladarse a otras relaciones. En un círculo se desarrolla la costumbre de ser capaz de expresar ideas, necesidades, sentimientos y esperanzas, así como de escuchar. En un sentido, estar en un círculo es una práctica de prestar atención y recibir atención. En un círculo operativo no hay una persona que domine. Nuestras relaciones más significativas, o bien son jerárquicas (existe un acuerdo tácito de que las opiniones, necesidades, sentimientos y percepciones de una de las personas tienen más importancia que los de la otra, lo cual atiende al modelo patriarcal), o bien son un círculo (ambas personas hablan y se escuchan una a otra como iguales, como seres que son importantes el uno para el otro). Recordando las palabras de Eleanor Roosvelt: “Nadie puede tratarte como a un ser inferior sin tu permiso”, la tarea a menudo consiste en transformar nuestra propia porción de patriarcado en un círculo. El invisible efecto de estar en un círculo hace esto posible.
Círculos con un centro
Un círculo con un centro espiritual invita al mundo del alma y del espíritu a estar en el centro del círculo y en cada persona que lo compone. Una imagen es la de la gente sentada alrededor de un fuego invisible, que es una fuente similar también en su interior. O es como una rueda cuyos radios conectan distintos puntos de la llanta con el centro. No hay jerarquía. A través de un silencio meditativo y de la oración silenciosa, la sabiduría y la compasión pueden entrar en nosotras y centrarnos. Cualquier cosa que señale que el círculo ha comenzado puede desplazar la energía del plano social al sagrado.
Cuando el círculo e un espacio donde las demás personas escuchan con empatía, donde no se hacen juicios ni comparaciones, y donde aquello que se comparte confidencialmente se guarda como confidencia, ése es un círculo con un centro espiritual, incluso aunque no se lo considere así. Si hay amor y confianza, el círculo es un santuario. Si se trata de un círculo de mujeres, habrá suficiente alimento de la Madre para todas. Los círculos de mujeres se convierten en un espacio uterino donde se incuban sueños y planes, y en un lugar donde se puede hablar de ellos y recibir ayuda a fin de dar nuestros primeros pasos. El elemento explícitamente espiritual puede no entrar en ese círculo hasta que la salud o la hija o hijo de alguien hacen necesaria una oración; sin embargo, es un círculo sagrado. Cuando una intensa compasión y un serio sentido de la justicia son el foco de un círculo, ese círculo imbuirá de energía a las mujeres que hay en él, y es un círculo con un centro. Creo que las reuniones del personal de la revista Ms., las viudas del 11 de septiembre, o el grupo central de mujeres nigerianas que organizó la protesta contra Chevron-Texaco contaban con la estructura igualitaria de un círculo, y la energía de un círculo con un centro.
Bolen, Jean Shinoda. Mensaje urgente a las mujeres. Kairós.
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Continuando con las ideas del círculo y la palabra, cito a continuación a Marcela Serrano, autora de Diez mujeres, una novela publicada por Alfaguara. Debajo de la cita pueden encontrar el vídeo de la entrevista a la autora chilena.
" Y la idea mía es que como creo que la palabra es muy curativa y tiene ese poder, que cada una de ellas al verbalizar y al socializar su propia historia y luego al recibir la historia de la otra de alguna forma salen de ese lugar en la noche con una luz que no tenían cuando entraron. (...)Yo creo que es la discriminación, el vivir la discriminación te hermana con el otro, en este caso con la otra. Yo pienso... creo mucho... insisto en el poder curativo que tienen las historias. Yo creo que cuando tú cuentas tu propia historia la relativizas, tomas distancia, la ordenas, la vuelves a mirar, la puedes ver con otros ojos. Y el recibir la historia de la otra igual. Entonces como en las tribus primigenias que se contaban historias alrededor del fuego porque pensaban que eso los sanaba, yo creo que eso sigue siendo cierto hoy día. Entonces sí, creo que es muy bueno que cada una contemos nuestras historias, de todas maneras nos va a ser bien."
La puerta mágica
Los saberes vinculados al parto como práctica autónoma (después los adjetivos proliferan y abundan: amoroso, natural, respetado, en casa, etc.) tienen una fuerza política que se desconoce o se desprecia cuando sólo se lo interpreta como una cuestión de moda. En todo caso, ese prejuicio intenta tapar la fuerza de un poder popular y de un saber de autogestión que obliga a las instituciones a revisarse y a la disciplina médica a pronunciarse. Que la moda hippie chic saque su tajada es inevitable. Lo que se vuelve políticamente insoslayable es poner en primer plano qué batallas dan muchísimas mujeres por su autonomía y cómo se construyen comunidades para enfrentar estos desafíos. Esos saberes muchas veces nos dan la oportunidad de conectar nuestra imaginación con rituales de todos los tiempos. Así fue el inicio del Encuentro Internacional para reflexionar sobre el parto y el nacimiento amoroso y respetado, realizado en La Casona de Flores.
Por Veronica Gago
Casi doscientas mujeres se juntaron en el patio de lo que hace un siglo fue un orfanato socialista para niñas. Estábamos alrededor de quienes oficiaban de maestras de ceremonias. El altar estaba servido: varios aguayos alfombraban el piso, invitaban a muchas a descalzarse y hacían creer que la tierra estaba inmediatamente debajo de esos colores brillantes. Había flores, se quemaron hojas de coca, y un perfume dulzón invadió el lugar. Todo con el murmullo sobrecogedor de una concentración de energía, de unas palabras mágicas que calientan el corazón, de una preparación para un día de fiesta.
Ellas, las que organizaban el primer anillo de la ronda, son parteras. Fueron convocadas por el Colectivo Editorial Madreselva. Mujeres familiarizadas con “la puerta mágica”, dicen riendo. “¿Saben lo que significa bruja?”, pregunta Vivian Camacho, nacida en Cochabamba, médica cirujana especializada en Bélgica. “Viene de la palabra neerlandesa ‘brug’: quiere decir ‘puente’. Esta ceremonia va por todas aquellas que murieron en las llamas por sus poderes fronterizos, por ser puentes entre la vida y la muerte, por ser expertas en ritos de pasaje. También por las que queremos para todxs todo, y porque para nosotras no es ajena ninguna injusticia del mundo.” La generosidad del discurso zapatista se cose con la cita velada del Che y el encuentro arranca.
FRIDA
En la villa 1.11.14 del Bajo Flores, esas prácticas y conocimientos autónomos son los que permiten denunciar el racismo hospitalario y la discriminación institucional, pero también recuperar la confianza en la red de vecinas y amigas que de boca en boca proveen recursos y ahuyentan juntas el miedo. “Nosotras mantenemos vivos nuestros saberes que hacen que la villa sea un territorio donde laten muchas cosas, un territorio vivo”, dice Frida Rojas, cochabambina que vive hace más de dos décadas en el Bajo Flores. Frida desde pequeña fue elegida por la partera de su barrio en Bolivia para que la asista y así se convirtió en una joven aprendiz. Ahora, todos en la villa 1.11.14 saben de doña Frida, porque su nombre circula a la hora de asistir a las niñas embarazadas o a una mujer que casi roza los cincuenta y le llegó un cuarto hijo que no esperaba.
“Nosotras nos fuimos haciendo conocidas porque peleamos. Hace algunos años cuando íbamos con nuestros aguayos por la ciudad nos miraban muy mal. Ni qué decir del hospital, que cuando envolvíamos a nuestros niñxs las enfermeras nos decían: ‘¡lo va a ahogar, lo va a matar!’” Hoy el aguayo estampa carteras, zapatillas y polleras (se consigue harto en Palermo, bromean por ahí), pero en los hospitales todavía despierta recelos.
“¿Por qué se les ocurre parir en día de fiesta?”, le dicen los médicos de guardia del Hospital Piñero a Celia, otra vecina boliviana del Bajo Flores, cuando llega en las vísperas de Navidad con su hija y fortísimas contracciones. La espera se hace infinita. Ellas mismas se ponen a trabajar. “Se salvó porque empezamos a gritar y porque después yo entraba a escondidas caldos que preparamos nosotras, especiales para las parturientas”, cuenta. “Nosotras ya sabíamos que a otra vecina del barrio cuando se le murió su hijo en el vientre le dijeron ‘no te hagas problema que vos el año que viene estás de nuevo acá pariendo’.” Ya son vox populi las acusaciones de parir como animales que los profesionales les dedican a las mujeres migrantes cuando se acuclillan o se meten en el baño para parir tranquilas. Muchas van al hospital para obtener su documento. Muchas otras ya se animan a hacerlo en el barrio. “Son nuestras rebeldías como mujeres las que nos dan fuerza para parir como queremos, sin la energía negativa que implica recibir esas miradas y palabras de desprecio por portación de piel”, dice Frida.
Esa sabiduría también penetra en algunas instituciones y grupos de profesionales y los convoca a modificar las cosas. Por eso, buena parte del auditorio de este encuentro en La Casona de Flores eran médicas y médicos de hospitales públicos. Sin embargo, la ridiculización como modo de reaccionar frente al desconcierto está siempre a la mano. Liza cuenta la cara de sorpresa del obstetra y de las enfermeras cuando pidió llevarse su placenta. Nunca había pasado en esa clínica y finalmente el médico autorizó. “¿Tenés cómo llevártela?”, atinó a preguntar aun descolocado. Liza dijo que sí mientras escuchaba el runrún de las enfermeras, que decían que seguro querría usarla para hacer cremas. “Ni se imaginan –dice Frida– que nosotros las enterramos porque son una nutrición fundamental para la tierra y porque es una forma de reciprocidad.” En Buenos Aires, en el Parque Avellaneda, donde hay un espacio sagrado de distintos colectivos de pueblos originarios, hay decenas de ellas enterradas como ofrendas. Y allí, la tierra agradecida.
La ley de parto humanizado promulgada en 2004 no es mágica, pero para Frida y las mujeres del Bajo Flores ha sido una herramienta para aprovechar. “Hicimos muchas fotocopias y ahí vamos pues al hospital con la fotocopia. Es importante, especialmente para las paisanas que no se animan a hablar o se inhiben cuando el doctor les habla duro, ahí nomás sacan la fotocopia. Las jovencitas están más cancheras, ya hicieron propia nuestra lucha.”
Frida es también experta en un saber ancestral llamado “manteo”, para lo cual siempre tiene su aguayo listo. Se trata de una técnica poderosa de movimientos y masajes que logra dar vuelta a los bebés que están mal ubicados cuando se acerca la hora del parto. “En el barrio lo hago muchísimo. Especialmente vienen las mujeres que en el hospital ya les programaron cesárea porque en las ecografías las guaguas están dadas vuelta. Así yo lo hago y luego los médicos ven la nueva ecografía y no lo pueden creer. Pero ellas no les dicen del manteo. Es nuestro secreto”, avisa de nuevo riendo.
ROSSINA
“El parto es una ceremonia tan poderosa que no podemos dejar de ir con nuestros muertos”, así empieza Rossina Torterolo, clínica obstétrica de la Escuela de Parteras de la Universidad de la República del Uruguay y del colectivo Nacer Mejor. “No es común hablar de la muerte cuando se habla de los nacimientos y ése es un problema porque están fuertemente ligadas”, dice esta obstetra uruguaya que se presenta como militante de las capacidades y derechos de las mujeres, hija, madre de un hijo/a no nacido, sanadora, partera. “Poner el cuerpo en tránsito, eso es el parto, nos conecta con la vida y la muerte y eso hay que poder trabajarlo. Cuando nuestros muertos nos acompañan la vida toma un sentido más poderoso.” Como partera, aclara, cuando te piden acompañar un parto es necesario hablar de la muerte, porque ante la menor complicación todos los miedos y fantasmas se te vienen encima de la peor manera.
“Nosotras como equipo sacamos ese tema porque la responsabilidad es compartida. Claro que la institución te ofrece hacerse cargo de eso, para bien o para mal te quita el problema: ahí la responsabilidad es exterior. Nuestro punto es otro y convocamos desde otro lugar.”
Rossina insiste en que el momento de pasaje del parto es ése en el cual los primeros movimientos del bebé son ambiguos, los gestos e incluso la respiración no es del todo clara: está al borde de la vida. En esos momentos la propia madre ha sido transformada. Nace una mujer y muere otra. Son ceremonias de transformación que tienen una sabiduría propia de cómo lidiar y poner en relación la vida y la muerte, “por eso los partos son tan intensos energéticamente”. Además, “hay que tener en cuenta que el momento del parto es de mucho poder: tenemos entonces la intuición de nuestros cuerpos como cuerpos perfectos en su fuerza”.
Además de partos, ellas acompañan abortos –tan antiguos como los nacimientos–, porque es un tema que, incluso cuando se milita fervientemente a su favor, no logra ser pensado como un proceso de duelo que merece ser sanado. Dice Rossina: “Un aborto, parto prematuro, muerte del feto dentro de útero, en todos los casos es una ‘pérdida’, un duelo. La mujer, su pareja y familia pierden un hijo, nieto, hermano... Por lo tanto es preciso acompañar desde el amor, el respeto y el cuidado como en todo proceso reproductivo. Esta es una entrega y búsqueda cotidiana, pudiendo ser responsables y cuidadosos con el cuerpo y las emociones de otros”.
Tomarlo como una decisión propia y soberana no puede eludir ese cuidado y, menos aún, la ráfaga de emociones: “Muchas veces suponemos que va a ser como un trámite y que apenas pueda vuelvo a mi vida normal. Pero no es así, necesitamos respetar y darle tiempo a ese proceso de pérdida”. También es importante, aclara, hacerle lugar a ese proceso en las familias, tanto por los hijos que vendrán como por los hijos que se tienen y que viven estos procesos y los de su propia madre. ¿Pero hay diferencia entre un aborto deseado y uno no deseado para pensar estas cuestiones? “En realidad, creo que podemos hablar de aborto voluntario o espontáneo. Desde mi lugar como mujer y como partera no le veo diferencia, en ambos casos se ponen el cuerpo, las emociones, las expectativas, el dolor de lo que no podrá ser... Lo que sí creo es lo que cambia la experiencia, y que en muchos casos la hace más difícil, es la ‘culpa’ cultural, en caso de los abortos voluntarios por haberlo decidido y en el espontáneo por no haber sido ‘perfecta’ para gestar. Y se ve la muerte como algo culposo, sufriente y digno de lástima o vergüenzas, según el caso, entorno, familia y/o creencias.” Algunas mujeres contaron experiencias a viva voz sobre sus abortos, otras se acercaban a Rossina en los pasillos. Querían saber más sobre aquello de cómo convivir con nuestros muertos.
MONTSERRAT
“El modo en que nacemos nos hace obedientes”, dice Montserrat Catalán, también médica especialista en obstetricia, directora y fundadora de la casa de nacimientos Migjborn, de Barcelona. Por eso a la frase del famoso obstetra Michel Odent “cambiar la vida requiere cambiar la forma de nacer”, ella le agrega un contundente “y, viceversa”.
“Autonomía en el parto, nacimiento sin violencia, sí. Parto consciente, sí. Dejar que el cordón lata, sí. Pero todo ello tiene sentido en el marco de una vida llena de respeto, de autonomía y libertad, consciente y coherente (el discurso y la actitud), donde el corazón lata y el sentimiento se expanda en un mundo sin violencia, es decir, sin injusticia”, señala esta mujer de pelo blanco y una simpatía inmensa. Catalán aprovechó cruzar el océano y se embarcó en varias actividades por el interior del país, en Chile y en Uruguay. Editorial Madreselva acaba de publicar el libro Parir, nacer, crecer, donde, entre otrxs autorxs, esta madre y abuela narra los diez años de experiencia de la casa de nacimientos catalana.
“Hay una cuestión clasista con los nacimientos que no podemos dejar de pensar: ¿por qué algunas vidas se cuidan con mucho esmero, se les destina una buena porción del llamado gasto social, y otras no son tan importantes? ¿Depende de a qué estadística corresponden? Y más aún: ¿qué muertes se aceptan como inevitables y cuáles no?”, dice.
Montserrat evocó el libro Si me permiten hablar de la boliviana Domitila Chungara para referir a las palabras que necesitamos encontrar porque están en los cuerpos como memoria histórica: los saberes de cómo parir, dijo, se alojan en los cuerpos de nuestras mujeres, abuelas, madres o mujeres aún más ancestrales.
Esa memoria, dice, es una memoria sensible y lo fundamental es no anestesiarla. La casa de nacimientos ha cumplido una década y se ha convertido en una referencia y en un lugar de aprendizaje para muchxs.
Para Montserrat, sin embargo, esta tarea no puede pensarse por fuera de una reforma social más amplia y radical: “Educar actualmente es sinónimo de enseñar a no sentir. Educar supone un entrenamiento para que acepte la impotencia de que no se puede cambiar nada, para que a la cobardía y a la resignación ante hechos y situaciones claramente inhumanas se le llame conducta civilizada, y a la rebeldía, terrorismo, como hace poco tiempo se le llamaba comunismo. El sistema necesita un ‘demonio’ al que adjudicarle todas las culpas para liberarse de todos los males”.
Las preguntas se suceden, los comentarios y cuchilleos crecen. Se hace la hora del almuerzo y el pasilleo se incrementa. El patio de la ceremonia se transforma en un tapiz de picnis improvisados. La parrilla humea choripán, hamburguesas y bondiolas, también hay sandwichs vegetarianos.
Verónica Diz, la organizadora y miembro de la editorial Madreselva, es una anfitriona que, a la vez que cuida cada detalle, llama a la autoorganización. No hay arancel ni entrada. Sólo colaboraciones voluntarias en una piñata de colores.
VIVIAN
No entendía qué hacía trasplantando hígados en Bélgica. Su especialización la había llevado hasta allí pero Vivian Camacho se preguntó “¿cuándo voy a hacer yo trasplantes de hígado en Bolivia?” Se conectó con las parteras de aquel país y vio que eran respetadas y reconocidas y volvió a preguntarse: ¿esto sí es importante para nuestras mujeres en Bolivia y en Latinoamérica? Así que Vivian se empeñó en estudiar y aprender experiencias del parto donde el saber femenino tiene el rol protagónico.
Ahora, como en otras partes del mundo, pronuncia su ponencia vestida con la ropa de sus abuelas cochalas (pollera a la rodilla, blusa bordada, sombrero y trenzas y una chuspita de colores que cuelga): dice que así sana sus heridas, las de aquellas ancianas que padecieron la discriminación y el racismo. Vivian tiene el don de la palabra ágil y conmovedora, pero se ayuda con imágenes que proyecta en un powerpoint. Usa a cada rato la palabra científica, un poco para poner en conexión el lenguaje de los saberes ancestrales con el de un paradigma alternativo de la medicina que ella llama cuanticoholográfico, otro poco para señalar que la sabiduría femenina, la que se teje en comunidades de mujeres cuidadoras, no tiene nada que envidiarle (y sí mucho que pelearle) al conocimiento académico.
Vivian plantea desde el vamos la interculturalidad contrahegemónica. “Cuidado porque interculturalidad es una palabrita que les gusta a muchos, el FMI y otros organismos internacionales ya la han adoptado”, advierte. “Yo hablo de parteras como las mujeres mayas, que son por su rol también líderes políticas y espirituales: son las que ayudan a nacer a su pueblo, con todo lo que eso significa. Ellas, por ejemplo, me contaron que cuando están tristes no atienden partos: esa inteligencia del cuerpo es lo primero. Y esa tristeza es la que el sistema capitalista necesita para desarmar nuestro deseo de una vida digna. Cuando nos bajoneamos demasiado es porque le estamos dando nuestra fuerza al sistema. Cuando nos podemos decir que así tal cual somos y de donde venimos, valemos la pena, pues entonces nuestra vida cobra sentido.” Y esos saberes se vuelven dignos y políticamente potentes.
Muchas veces estos discursos son tomados como esotéricos o supersticiosos, como un modo banal de minorizarlos. Vivian arremete: “Las astrólogas y las parteras tienen mucho que ver porque entienden la conexión profunda entre fuerzas distintas. Interpretar esas energías es algo que se realiza desde hace miles de años, con un saber riguroso y profundo porque somos parte de ese campo de energía más amplio”.
Así Vivian sigue conversando y da la sensación de que podría hablar por horas. Tiene mucho que contar. Por ejemplo, cómo ha ido armando, tomando de aquí y de allá como científica y como joven sabia, su teoría de “la fuerza sanadora de nuestros vientres”: “Los embarazos son procesos de sanación de nuestras heridas del corazón y de nuestro lado femenino. Recuperar el saber propio es sanar el abandono social que a muchas nos lastimó”. Esa autogestión de los cuidados no es poesía ni medicina para pobres, es poder social.
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7507-2012-09-21.html
jueves, 18 de octubre de 2012
El borde de la vida
Guatemala es uno de los países del mundo donde las comadronas o parteras podrían ayudar a reducir la muerte de gestantes por causas evitables. Allí, parir en la propia casa no es una experiencia de mujeres acomodadas, como puede serlo en ciudades como Buenos Aires; es, sencillamente, la única opción: el idioma de sus comunidades no se entiende en los hospitales, sus tradiciones no son respetadas y las distancias las aíslan de las instituciones. Entonces, el apoyo de una partera que pueda combinar los saberes ancestrales con los beneficios de la medicina resulta fundamental. Esto que sucede en Guatemala, sin embargo, también puede registrarse en nuestro país, tanto en pueblos alejados de centros urbanos como en barrios periféricos de Buenos Aires, donde las mujeres migrantes son menospreciadas cada vez que quieren poner su sabiduría tradicional en juego a la hora de parir.
Por Florencia Goldsman
Más allá de Juanita Viale y de Carla Conte, dos exponentes argentinas de la tendencia cool del parto en casa, hay una realidad. Parir con la ayuda de una comadrona es la única opción para muchas mujeres en el mundo. Sin muchas aristas elitistas ni tampoco tras la huella una tendencia neo hippie. De acuerdo con cifras de las Naciones Unidas cada año mueren 358 mil mujeres durante el embarazo o al dar a luz, cerca de dos millones de neonatos fallecen en las primeras 24 horas de vida y 2,6 de fetos mueren a causa de cuidados médicos deficientes.
Se necesitan más de 350 mil comadronas en el mundo, señala el mismo estudio de Unfpa y da una solución: esta antigua profesión ayudaría a evitar un 90 por ciento de las muertes maternas. Entre los países con mayores necesidades en esta área se listan: Camerún, Haití, Nigeria, Somalia y Guatemala.
Daniela Abadi es una obstetra y comadrona argentina, integrante de Médicos sin Fronteras, quien junto a un grupo de mujeres tiene el proyecto de una escuela de Comadronas en el lago de Atitlán, en Sololá, un municipio de Guatemala. Abadi señala que su actual país de residencia tiene uno de los porcentajes más altos de muerte materna después de Haití. “Lo que se sabe es que en departamentos como en Sololá un 80 por ciento de las mujeres siguen pariendo en domicilios con comadronas tradicionales. Y agrega algunos datos para ilustrar: “La mortalidad materna en Guatemala es alrededor de 200 por 100 mil en número de muertes maternas por nacidos vivos. En países europeos es de 8 por 100 mil, al tiempo que en algunos países de Africa subshariana es de 400 por 100 mil o más”.
Mientras que en la capital guatemalteca y en algunos departamentos del país el acceso a la salud mejora de forma progresiva, en otras provincias las comunidades ven bloqueados derechos fundamentales como el acceso a la alimentación, educación, transporte y la salud. De la población total guatemalteca, el 38,4 por ciento son indígenas, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala (INE), aunque según algunas organizaciones indígenas este porcentaje supera el 60 por ciento de la población del país. En este contexto, la situación de las mujeres indígenas a la hora de parir es particular a razón de sus escasos recursos económicos y la dificultad en el uso del español en detrimento de sus idiomas originarios como el kaqchikel, tz’utujil o quiché, entre otros. Si bien muchas mujeres ni se imaginan acudiendo al hospital, cuando los embarazos se complican el cuadro general eleva su complejidad. Señala Abadi: “Cuando las comadronas tradicionales que se dirigen al sistema de la salud, en general las retan, las critican, no les dejan asistir, las dejan afuera, las tratan como si fueran unas ignorantes”. Por estos meses en Guatemala, mientras más de 20 candidatos se disputaban la presidencia, el problema de la salud quedó desplazado por el discurso de la “mano dura” y la “seguridad” al tope de la agenda política.
Ester Pop (48) es comadrona desde hace más de 30 años en San Pedro la Laguna, un pueblo de 13 mil habitantes, cuyo idioma nativo es el tz’utujil y que tiene 28 comadronas activas. Ella cuenta que “sintió el llamado” de ser comadrona cuando todavía era adolescente y no podía explicar por qué la imagen de una mujer en la postura de parto la conmovía. Tal vez sus padres que iban de pueblo en pueblo ayudando a las mujeres a parir la inspiraron. En el presente, sendas carreras de enfermería profesional mediante, entrega su tarjeta que la identifica como “Educadora de Planificación Familiar” y realza cómo la tensión entre la sabiduría tradicional y el sistema hospitalario se extiende en el tiempo. “Siempre hay un roce. A muchas personas les digo que lo que nos hace la diferencia es ¡el pedazo de cartón! Por eso es que nos miran. Siempre me ubico como comadrona, no como profesional, y digo: lo que Dios me ha dado es lo que valoro. No estudié para ser comadrona, entonces inicié de la nada: es una sabiduría que proviene desde lo alto. Porque los médicos han estudiado sobre los partos, cómo debe pujar la señora, cuánto tiempo y qué debe hacer uno con el bebé. El ser de comadrona una lo obtuvo del cielo, nadie, nadie le instruyó a la comadrona en los tiempos ancestrales. Si nosotros como generación estamos vivos es ¡gracias a ellas! Pero llevamos a una paciente al hospital y ¿qué nos dicen? `Deje a su paciente y se va para afuera’. Pienso que es por un celo porque la mayoría de partos son atendidos por comadronas. Que le gritan a uno y la mayoría no sabe hablar español y todo el mundo habla el español y nadie lo atiende. A uno le gustaría expresar lo que siente, pero si nadie lo entiende mejor se queda callado. Y por otro lado, los médicos a veces tienen razón porque muchas mujeres llegan a última hora muy manipuladas o con otras complicaciones que se debieron evitar.”
PARIR EN CASA
Elena Chabajay tiene 31 años y es una mujer de origen maya, cuyo primer idioma es el tz’utujil. Las flores del comedor combinan con los motivos de su huipil (blusa tradicional) y su mirada cálida invita a pasar a su hogar. Revive con la periodista de Las 12 el nacimiento de su único hijo Lanchito (Lorenzo) que ese día cumple 10. Su comadrona fue Ester y de ella rescata lo simple: caminar. Ese fue uno, entre todos los consejos que recibió durante el embarazo, de los aprendizajes más fáciles y sabios. Hasta el día del parto, Elena bajó a pie la cuesta junto con su abuela “cuando decidimos volver a la casa yo les dije `vamos a pie’ ¡y fuimos a pie todavía! Pero venía caminando pero ya con los dolores y le dije ‘cuando lleguemos a la casa que venga el bebé’”. Y así fue: cuando llegaron las comadronas el trabajo de parto ya había comenzado, el tiempo voló y en sólo dos horas Lanchito ya había llegado al mundo.
La comadrona Ester señala que su trabajo comienza a las pocas semanas de embarazo: “Con 15 días de retraso menstrual la gente me busca. Los primeros meses ellas vienen al consultorio. Ya los últimos meses voy a sus casas”. El seguimiento lo realiza con consejos de alimentación, higiene, cuidado de la futura madre y, a posteriori, del niño o niña. Y a diferencia del vínculo entre las parteras que brindan el servicio en las grandes ciudades, las comadronas de los pueblos no les piden a las mujeres indígenas ningún pago a cambio. “Aquí cuando es gente indígena no cobro ni un solo centavo, es voluntad de las familias. Tanto como para los controles prenatales, el plan educacional, el parto, es voluntad de la familia. Ya cuando hablo con familias extranjeras es diferente porque ellas ya tienen una tarifa”, explica. En su oficina, los alaridos de los gallos se cuelan por las ventanas y las paredes muestran carteles con información médica. Un detalle: las mujeres visten los coloridos trajes tradicionales, el corte (falda larga hasta el tobillo) y huipil.
Elena, por su parte, sostiene que el parto en un hospital es una posibilidad cada vez más usual para algunas familias indígenas (en especial para aquellas que tienen medios económicos). Sin embargo, la gran diferencia reside aun en el vínculo entre médicos y pacientes. “Creo que la clínica atiende bien, pero un tiene un límite para pagar. En cambio, la comadrona no le pide a la familia ningún dinero. Pero tampoco es que uno no le da un quetzal sólo, sino lo que está en sus posibilidades. La comadrona ayuda a la persona. Y yo le tengo mucha confianza al igual que mucha otra gente que cree en ella. La forma en que la trata a una y después también te da tratamientos para reestablecerte, tomar vitaminas, qué hacer con el bebé, porque al principio una no sabe qué hacer. En cambio, si una va al hospital se regresa sin nada, sin ninguna sugerencia, sin ninguna recomendación. Pero la comadrona al siguiente día después del parto viene a verte, para ver cómo estás, cómo está su bebé. Ayuda bastante en una primera experiencia. Yo nunca he ido al hospital pero cuentan que cuando va una la dejan ahí tirada porque hay mucha gente que atender. En cambio, Ester no. Lo que he visto de ella es que está al tanto de todo lo que pasa, su trabajo no lo hace igual ahora de cómo lo hacía hace diez años. Está actualizada y te dice: mira esto ya no se hace así”.
Mariu Gobbato (23) es madre de dos niños, pero a diferencia de Ester proviene de otra esfera social guatemalteca. Esta sociedad aún parece dividirse con un abismo tajante entre clases populares, comunidades indígenas y un establishment muy poderoso dueño de los medios de producción. “También yo nací en mi casa, como mis tres hermanos. Mi mamá es una ladina de clase media alta, un ambiente alternativo, de la clase de Guate que decidió que no iba a ir al hospital a parir a sus hijos. En esa época parían con un médico acupunturista. Pero fue un poco atreverse y hacerlo.” La experiencia de Mariu con las comadronas se sitúa en España hace unos cuatro años. Cuando decidió dar a luz por fuera del sistema hospitalario se dio cuenta que iba a tener que pedir dinero prestado ya que, cuenta, el precio por un parto en casa oscilaba entre los mil y dos mil euros. Superado el obstáculo comenzó un proceso personal de preparar el momento único de convertirse en mamá. Narra Mariu que comenzó a leer y a “entrar en contacto con el bebé, conocer tu cuerpo, entender cosas interesantes acerca del proceso fisiológico del parto para no tener miedo de lo desconocido”. De su parto no recuerda haber sentido temor, pero sí la sensación del agua corriendo desde sus hombros en tobogán por la columna. “Cuando me acosté en la cama, rompí aguas y ocurrió que en el líquido vimos meconio. Ahí nos preocupamos un poco, pero estuvimos escuchando el corazón de mi hija y latía bien. Descartamos la posibilidad de ir al hospital. Entonces decidimos quedarnos en la casa y ahí quise meterme en la bañera. La partera me decía que no, que esperara porque quería ver cómo salían las aguas. Al fin, cuando me pude meter en el agua fue un alivio aaah ¡tan rico! Seguía el trabajo de parto, las contracciones, me servía mucho el agua, estirar los pies y quería sentir el agua corriendo en mi piel. Entonces tenía al papá de mi beba echándome agua todo el rato. En ese momento ya había llegado la otra comadrona, porque trabajan de a dos, y una hora después de que entré en el agua finalmente nació mi hija. Ahí en la bañera.”
RECIBITE DE COMADRONA EN MARZO
Daniela Abadi señala la complejidad de la profesión de comadronas en el país, si bien hay casos como el de Ester Pop, la gran mayoría de ellas no pueden capacitarse y actualizar sus conocimientos. “La autoridad indígena tampoco quiere que estas comadronas formen parte del sistema, quiere conservarlas a un nivel más tradicional. Nosotras pensamos que estas comadronas tienen muchísima experiencia. Muchas veces tienen un conocimiento de la cultura y de las tradiciones muy rescatable que se pierde cada vez más.”
La joven Mariu, junto a Abadi y otras mujeres de la región trabajan sobre una escuela de comadronas en el lago de Atitlán con el objetivo de compartir el conocimiento y mejorar de a poco los servicios que se prestan a las futuras madres. Así, grafica Abadi, la idea es crear una nueva generación de comadronas. “Rescatar todo lo bueno de la tradición y al mismo tiempo tener las competencias necesarias para poder hacer frente a una complicación, si la hay, y referir al sistema de salud.” El proyecto de la escuela lleva varios años en gestación pero no se concreta todavía por falta de fondos. La currícula está completa, convocará a mujeres indígenas pero también a extranjeras: “Pensamos que la formación tenga un precio simbólico para las mujeres de acá, que las comprometa un poquito, les dé más sentido de dignidad y de empoderamiento. La idea entonces es que sea intercultural y que la mitad de las alumnas sea extranjera. Son las que van a pagar y la otra mitad es de Guatemala”, destaca Gobbato. En el reclutamiento, resalta Ester Pop, la comadrona de San Pedro, intentarán identificar el antiguo llamado de la “vocación”. “Si yo he invertido tiempo en esto es para decir ‘he convertido mi sueño en realidad’, porque si puedo formar dos o tres alumnas ya me puedo morir tranquila”, detalla con una sonrisa. Y vaticina que la existencia de este reconocimiento conllevará cambios generales: “Pienso que la relación con los médicos a partir de la escuela sí va a cambiar. Posiblemente los que están ahorita se jubilen y también porque hay una nueva generación de médicos que está más abierta”, resume.
Dar vida o morir en el intento. Plantearse nuevas formas de concebir y priorizar la salud de las madres y en el medio un precipicio: el de las razones tan disímiles de las mujeres por parir o no con comadrona. Y la vida como hermoso paisaje. “Me niego a decirle a nadie que hay riesgo cero, eso no existe ni en la casa ni en el hospital. El riesgo cero tampoco existe en la vida, es un ideal totalmente falso. El parto es un momento más de la vida y quién dijo que la vida no tiene riesgos. El parto es un momento ínfimo en la vida de crear un ser humano. El día que nace el bebé... ahí empieza el baile”, puntea la comadrona Abadi.
La actriz y poeta de origen maya quiché Rosa Chávez describe su llegada al mundo de manos de una comadrona.
“Nací de comadrona, en la casa donde nació mi madre, en casa de mis abuel@s, yo, pequeña rata chillona, enferma y con ojos de quien casi se va de este mundo, dice mi madre que me soplaron guaro, me dieron a oler tabaco, me saturaron con ruda y resistí. Gracias sagrada vida y muerte por los ciclos, por mi lado luminoso y mi oscuridad turbulenta, por las letras zarandeadas, mi hijo, amig@s, el amor desbordado, por las pruebas superadas, gracias por mi paso ensoñado por Kayala.”
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6764-2011-09-23.html
Por Florencia Goldsman
Más allá de Juanita Viale y de Carla Conte, dos exponentes argentinas de la tendencia cool del parto en casa, hay una realidad. Parir con la ayuda de una comadrona es la única opción para muchas mujeres en el mundo. Sin muchas aristas elitistas ni tampoco tras la huella una tendencia neo hippie. De acuerdo con cifras de las Naciones Unidas cada año mueren 358 mil mujeres durante el embarazo o al dar a luz, cerca de dos millones de neonatos fallecen en las primeras 24 horas de vida y 2,6 de fetos mueren a causa de cuidados médicos deficientes.
Se necesitan más de 350 mil comadronas en el mundo, señala el mismo estudio de Unfpa y da una solución: esta antigua profesión ayudaría a evitar un 90 por ciento de las muertes maternas. Entre los países con mayores necesidades en esta área se listan: Camerún, Haití, Nigeria, Somalia y Guatemala.
Daniela Abadi es una obstetra y comadrona argentina, integrante de Médicos sin Fronteras, quien junto a un grupo de mujeres tiene el proyecto de una escuela de Comadronas en el lago de Atitlán, en Sololá, un municipio de Guatemala. Abadi señala que su actual país de residencia tiene uno de los porcentajes más altos de muerte materna después de Haití. “Lo que se sabe es que en departamentos como en Sololá un 80 por ciento de las mujeres siguen pariendo en domicilios con comadronas tradicionales. Y agrega algunos datos para ilustrar: “La mortalidad materna en Guatemala es alrededor de 200 por 100 mil en número de muertes maternas por nacidos vivos. En países europeos es de 8 por 100 mil, al tiempo que en algunos países de Africa subshariana es de 400 por 100 mil o más”.
Mientras que en la capital guatemalteca y en algunos departamentos del país el acceso a la salud mejora de forma progresiva, en otras provincias las comunidades ven bloqueados derechos fundamentales como el acceso a la alimentación, educación, transporte y la salud. De la población total guatemalteca, el 38,4 por ciento son indígenas, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala (INE), aunque según algunas organizaciones indígenas este porcentaje supera el 60 por ciento de la población del país. En este contexto, la situación de las mujeres indígenas a la hora de parir es particular a razón de sus escasos recursos económicos y la dificultad en el uso del español en detrimento de sus idiomas originarios como el kaqchikel, tz’utujil o quiché, entre otros. Si bien muchas mujeres ni se imaginan acudiendo al hospital, cuando los embarazos se complican el cuadro general eleva su complejidad. Señala Abadi: “Cuando las comadronas tradicionales que se dirigen al sistema de la salud, en general las retan, las critican, no les dejan asistir, las dejan afuera, las tratan como si fueran unas ignorantes”. Por estos meses en Guatemala, mientras más de 20 candidatos se disputaban la presidencia, el problema de la salud quedó desplazado por el discurso de la “mano dura” y la “seguridad” al tope de la agenda política.
Ester Pop (48) es comadrona desde hace más de 30 años en San Pedro la Laguna, un pueblo de 13 mil habitantes, cuyo idioma nativo es el tz’utujil y que tiene 28 comadronas activas. Ella cuenta que “sintió el llamado” de ser comadrona cuando todavía era adolescente y no podía explicar por qué la imagen de una mujer en la postura de parto la conmovía. Tal vez sus padres que iban de pueblo en pueblo ayudando a las mujeres a parir la inspiraron. En el presente, sendas carreras de enfermería profesional mediante, entrega su tarjeta que la identifica como “Educadora de Planificación Familiar” y realza cómo la tensión entre la sabiduría tradicional y el sistema hospitalario se extiende en el tiempo. “Siempre hay un roce. A muchas personas les digo que lo que nos hace la diferencia es ¡el pedazo de cartón! Por eso es que nos miran. Siempre me ubico como comadrona, no como profesional, y digo: lo que Dios me ha dado es lo que valoro. No estudié para ser comadrona, entonces inicié de la nada: es una sabiduría que proviene desde lo alto. Porque los médicos han estudiado sobre los partos, cómo debe pujar la señora, cuánto tiempo y qué debe hacer uno con el bebé. El ser de comadrona una lo obtuvo del cielo, nadie, nadie le instruyó a la comadrona en los tiempos ancestrales. Si nosotros como generación estamos vivos es ¡gracias a ellas! Pero llevamos a una paciente al hospital y ¿qué nos dicen? `Deje a su paciente y se va para afuera’. Pienso que es por un celo porque la mayoría de partos son atendidos por comadronas. Que le gritan a uno y la mayoría no sabe hablar español y todo el mundo habla el español y nadie lo atiende. A uno le gustaría expresar lo que siente, pero si nadie lo entiende mejor se queda callado. Y por otro lado, los médicos a veces tienen razón porque muchas mujeres llegan a última hora muy manipuladas o con otras complicaciones que se debieron evitar.”
PARIR EN CASA
Elena Chabajay tiene 31 años y es una mujer de origen maya, cuyo primer idioma es el tz’utujil. Las flores del comedor combinan con los motivos de su huipil (blusa tradicional) y su mirada cálida invita a pasar a su hogar. Revive con la periodista de Las 12 el nacimiento de su único hijo Lanchito (Lorenzo) que ese día cumple 10. Su comadrona fue Ester y de ella rescata lo simple: caminar. Ese fue uno, entre todos los consejos que recibió durante el embarazo, de los aprendizajes más fáciles y sabios. Hasta el día del parto, Elena bajó a pie la cuesta junto con su abuela “cuando decidimos volver a la casa yo les dije `vamos a pie’ ¡y fuimos a pie todavía! Pero venía caminando pero ya con los dolores y le dije ‘cuando lleguemos a la casa que venga el bebé’”. Y así fue: cuando llegaron las comadronas el trabajo de parto ya había comenzado, el tiempo voló y en sólo dos horas Lanchito ya había llegado al mundo.
La comadrona Ester señala que su trabajo comienza a las pocas semanas de embarazo: “Con 15 días de retraso menstrual la gente me busca. Los primeros meses ellas vienen al consultorio. Ya los últimos meses voy a sus casas”. El seguimiento lo realiza con consejos de alimentación, higiene, cuidado de la futura madre y, a posteriori, del niño o niña. Y a diferencia del vínculo entre las parteras que brindan el servicio en las grandes ciudades, las comadronas de los pueblos no les piden a las mujeres indígenas ningún pago a cambio. “Aquí cuando es gente indígena no cobro ni un solo centavo, es voluntad de las familias. Tanto como para los controles prenatales, el plan educacional, el parto, es voluntad de la familia. Ya cuando hablo con familias extranjeras es diferente porque ellas ya tienen una tarifa”, explica. En su oficina, los alaridos de los gallos se cuelan por las ventanas y las paredes muestran carteles con información médica. Un detalle: las mujeres visten los coloridos trajes tradicionales, el corte (falda larga hasta el tobillo) y huipil.
Elena, por su parte, sostiene que el parto en un hospital es una posibilidad cada vez más usual para algunas familias indígenas (en especial para aquellas que tienen medios económicos). Sin embargo, la gran diferencia reside aun en el vínculo entre médicos y pacientes. “Creo que la clínica atiende bien, pero un tiene un límite para pagar. En cambio, la comadrona no le pide a la familia ningún dinero. Pero tampoco es que uno no le da un quetzal sólo, sino lo que está en sus posibilidades. La comadrona ayuda a la persona. Y yo le tengo mucha confianza al igual que mucha otra gente que cree en ella. La forma en que la trata a una y después también te da tratamientos para reestablecerte, tomar vitaminas, qué hacer con el bebé, porque al principio una no sabe qué hacer. En cambio, si una va al hospital se regresa sin nada, sin ninguna sugerencia, sin ninguna recomendación. Pero la comadrona al siguiente día después del parto viene a verte, para ver cómo estás, cómo está su bebé. Ayuda bastante en una primera experiencia. Yo nunca he ido al hospital pero cuentan que cuando va una la dejan ahí tirada porque hay mucha gente que atender. En cambio, Ester no. Lo que he visto de ella es que está al tanto de todo lo que pasa, su trabajo no lo hace igual ahora de cómo lo hacía hace diez años. Está actualizada y te dice: mira esto ya no se hace así”.
Mariu Gobbato (23) es madre de dos niños, pero a diferencia de Ester proviene de otra esfera social guatemalteca. Esta sociedad aún parece dividirse con un abismo tajante entre clases populares, comunidades indígenas y un establishment muy poderoso dueño de los medios de producción. “También yo nací en mi casa, como mis tres hermanos. Mi mamá es una ladina de clase media alta, un ambiente alternativo, de la clase de Guate que decidió que no iba a ir al hospital a parir a sus hijos. En esa época parían con un médico acupunturista. Pero fue un poco atreverse y hacerlo.” La experiencia de Mariu con las comadronas se sitúa en España hace unos cuatro años. Cuando decidió dar a luz por fuera del sistema hospitalario se dio cuenta que iba a tener que pedir dinero prestado ya que, cuenta, el precio por un parto en casa oscilaba entre los mil y dos mil euros. Superado el obstáculo comenzó un proceso personal de preparar el momento único de convertirse en mamá. Narra Mariu que comenzó a leer y a “entrar en contacto con el bebé, conocer tu cuerpo, entender cosas interesantes acerca del proceso fisiológico del parto para no tener miedo de lo desconocido”. De su parto no recuerda haber sentido temor, pero sí la sensación del agua corriendo desde sus hombros en tobogán por la columna. “Cuando me acosté en la cama, rompí aguas y ocurrió que en el líquido vimos meconio. Ahí nos preocupamos un poco, pero estuvimos escuchando el corazón de mi hija y latía bien. Descartamos la posibilidad de ir al hospital. Entonces decidimos quedarnos en la casa y ahí quise meterme en la bañera. La partera me decía que no, que esperara porque quería ver cómo salían las aguas. Al fin, cuando me pude meter en el agua fue un alivio aaah ¡tan rico! Seguía el trabajo de parto, las contracciones, me servía mucho el agua, estirar los pies y quería sentir el agua corriendo en mi piel. Entonces tenía al papá de mi beba echándome agua todo el rato. En ese momento ya había llegado la otra comadrona, porque trabajan de a dos, y una hora después de que entré en el agua finalmente nació mi hija. Ahí en la bañera.”
RECIBITE DE COMADRONA EN MARZO
Daniela Abadi señala la complejidad de la profesión de comadronas en el país, si bien hay casos como el de Ester Pop, la gran mayoría de ellas no pueden capacitarse y actualizar sus conocimientos. “La autoridad indígena tampoco quiere que estas comadronas formen parte del sistema, quiere conservarlas a un nivel más tradicional. Nosotras pensamos que estas comadronas tienen muchísima experiencia. Muchas veces tienen un conocimiento de la cultura y de las tradiciones muy rescatable que se pierde cada vez más.”
La joven Mariu, junto a Abadi y otras mujeres de la región trabajan sobre una escuela de comadronas en el lago de Atitlán con el objetivo de compartir el conocimiento y mejorar de a poco los servicios que se prestan a las futuras madres. Así, grafica Abadi, la idea es crear una nueva generación de comadronas. “Rescatar todo lo bueno de la tradición y al mismo tiempo tener las competencias necesarias para poder hacer frente a una complicación, si la hay, y referir al sistema de salud.” El proyecto de la escuela lleva varios años en gestación pero no se concreta todavía por falta de fondos. La currícula está completa, convocará a mujeres indígenas pero también a extranjeras: “Pensamos que la formación tenga un precio simbólico para las mujeres de acá, que las comprometa un poquito, les dé más sentido de dignidad y de empoderamiento. La idea entonces es que sea intercultural y que la mitad de las alumnas sea extranjera. Son las que van a pagar y la otra mitad es de Guatemala”, destaca Gobbato. En el reclutamiento, resalta Ester Pop, la comadrona de San Pedro, intentarán identificar el antiguo llamado de la “vocación”. “Si yo he invertido tiempo en esto es para decir ‘he convertido mi sueño en realidad’, porque si puedo formar dos o tres alumnas ya me puedo morir tranquila”, detalla con una sonrisa. Y vaticina que la existencia de este reconocimiento conllevará cambios generales: “Pienso que la relación con los médicos a partir de la escuela sí va a cambiar. Posiblemente los que están ahorita se jubilen y también porque hay una nueva generación de médicos que está más abierta”, resume.
Dar vida o morir en el intento. Plantearse nuevas formas de concebir y priorizar la salud de las madres y en el medio un precipicio: el de las razones tan disímiles de las mujeres por parir o no con comadrona. Y la vida como hermoso paisaje. “Me niego a decirle a nadie que hay riesgo cero, eso no existe ni en la casa ni en el hospital. El riesgo cero tampoco existe en la vida, es un ideal totalmente falso. El parto es un momento más de la vida y quién dijo que la vida no tiene riesgos. El parto es un momento ínfimo en la vida de crear un ser humano. El día que nace el bebé... ahí empieza el baile”, puntea la comadrona Abadi.
La actriz y poeta de origen maya quiché Rosa Chávez describe su llegada al mundo de manos de una comadrona.
“Nací de comadrona, en la casa donde nació mi madre, en casa de mis abuel@s, yo, pequeña rata chillona, enferma y con ojos de quien casi se va de este mundo, dice mi madre que me soplaron guaro, me dieron a oler tabaco, me saturaron con ruda y resistí. Gracias sagrada vida y muerte por los ciclos, por mi lado luminoso y mi oscuridad turbulenta, por las letras zarandeadas, mi hijo, amig@s, el amor desbordado, por las pruebas superadas, gracias por mi paso ensoñado por Kayala.”
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6764-2011-09-23.html
Las hembras bonobo
Las mujeres podrían aprender de las hembras bonobo. Cuenta Natalie Angier:
Los bonobos son igual de cercanos genéticamente a nosotros (ambas especies presentan en común con el ser humano al menos el 98% de su ADN), y sin embargo se comportan de forma muy distinta. Los bonobos prefieren hacer el amor que la guerra. Utilizan el sexo para apaciguar los ánimos, para estrechar vínculos, para reconciliarse tras una pelea y para aliviar tensiones. El sexo es desenfadado y rápido, una interacción social cotidiana. Todo bonobo es sexualmente libre de hacer lo que le plazca con quien le plazca y cuando le plazca.
De Waal habla de cómo las hembras bonobo se agrupan en "hermandades estructuradas", lo cual las coloca en una posición ventajosa sobre los machos, ya que se defienden unas a otras. Si un macho se comporta de forma agresiva con una hembra, las demás hembras acudirán en su ayuda. De Waal especula que cabe la posibilidad de que las alianzas entre ellas
surgieran a fin de evitar el infanticidio por parte de los machos, que es común
entre los chimpancés y otras especies, pero algo nunca visto entre los bonobos.
Las hembras establecen fuertes alianzas con otras hembras con las que no
mantienen ningún parentesco. Las bonobos adolescentes se dispersan lo cual
impide el incesto; de hecho, dejan el hogar, se trasladan a una nueva
comunidad, hacen nuevos amigos y amigas, y pasan a formar parte de una
hermandad.
Entre las masas de cuadrúmanos que hacen exhibición de fuerza golpeándose rítmicamente el pecho, hay una criatura que destaca como ejemplo de afabilidad, sensibilidad y, en fin, humanidad: un pequeño mono llamado bonobo, o, con menor precisión, chimpancé pigmeo. Ahora bien, para poder apreciar plenamente a los bonobos, hay dos prejuicios humanos que deben superarse: la hembra bonobo es el sexo dominante, aunque su dominación es tan leve y atenta que muchos investigadores ven en la sociedad bonobo una "co-dominación", o igualdad entre los sexos. [...] El segundo obstáculo a salvar es el remilgo humano hacia lo que en los años ochenta se llamó DPA, o "demostraciones públicas de afecto"Los defensores de que la dominación masculina forma parte del orden natural toman el comportamiento de los chimpancés como evidencia. Estos, por su constitución genética, parientes cercanos del ser humano son agresivos, inclinados a la violencia, y centrados en la jerarquía, la caza, la lucha y la dominación del macho. El doctor Frans De Waal, experto en primates, indica que los bonobos contradicen la idea de que no podemos comportarnos sino como nuestros antecesores primates, los chimpancés..
Los bonobos son igual de cercanos genéticamente a nosotros (ambas especies presentan en común con el ser humano al menos el 98% de su ADN), y sin embargo se comportan de forma muy distinta. Los bonobos prefieren hacer el amor que la guerra. Utilizan el sexo para apaciguar los ánimos, para estrechar vínculos, para reconciliarse tras una pelea y para aliviar tensiones. El sexo es desenfadado y rápido, una interacción social cotidiana. Todo bonobo es sexualmente libre de hacer lo que le plazca con quien le plazca y cuando le plazca.
De Waal habla de cómo las hembras bonobo se agrupan en "hermandades estructuradas"
Estando juntas, las hembras bonobo aseguran su propia seguridad y la de
sus crías. Aunque la hembra es más pequeña y físicamente menos fuerte que el macho
adulto, no tiene nada que temer, pues las demás hembras la socorrerán si un
macho trata de dominarla o arrebatarle a su cría. En la sociedad bonobo, los
machos no están obsesionados con cuestiones jerárquicas, y la violencia
cotidiana, si es que llega a haberla, es mínima; no hay guerras, no hay luchas
motivadas por asuntos sexuales o de posesión de las hembras, ni hay
violaciones.
Antídoto: los círculos de apoyo
de las mujeres. Aprendiendo de las bonobos una lección de hermandad, las
mujeres que se reúnen en un círculo de apoyo pueden encontrar la manera de
ayudarse unas a otras en todo momento. Los teléfonos móviles facilitan la
comunicación: es posible conseguir que una situación de distienda antes de que
crezca desmedidamente si un grupo de amigas se presenta allí de improviso; o es
posible ofrecer a una mujer un lugar donde quedarse si se siente en la
necesidad de contar con un puerto seguro. Dentro de un círculo, las mujeres comparten
información sobre los pasos que se han de tomar, sobre los recursos
disponibles, y sobre lo que en la práctica a ellas les ha servido de ayuda.
Antídoto: la protección del
grupo. En un poblado de Uganda, una mujer era asiduamente víctima de las terribles
palizas de su marido. Al igual que muchas mujeres maltratadas, cada vez que sus
compañeras expresaban su preocupación declaraba ser merecedora de los golpes;
sólo cuando ellas le hicieron ver que, si su marido la mataba, sus hijos se
quedarían sin madre, accedió a dejarse ayudar. La solución fue un silbato de
plástico. La siguiente vez que su esposo empezó a golpearla, ella silbó, y las
mujeres de las chozas circundantes, al oír el silbido, acudieron de inmediato a
la choza. Cada una de ellas fue pidiendo al marido: "Pégame a mí, pégame a mí". Al verse desafiado de esta manera, el hombre no golpeó a ninguna.
Pronto todas las mujeres del poblado llevaban uno de aquellos pequeños silbatos
de cinco céntimos, y ninguna de ellas volvió a ser golpeada. Esta idea del
silbato fue pasando de un pueblo a otro, lo cual acabó con el maltrato a las
esposas, y afianzó interiormente a las mujeres. El movimiento de los silbatos
de cinco céntimos acabó dando lugar a una legislación que declaraba ilegales en
Uganda los malos tratos dentro del matrimonio.
Bolen, Jean Shinoda. Mensaje urgente a las mujeres. Kairós.
Más sobre los bonobos:
miércoles, 17 de octubre de 2012
Tú decides cuándo tener un hijo
“Tú decides cuándo tener un hijo” debería ser un mantra que interiorizásemos todas las mujeres desde la primera menstruación (y sus parejas).
Lamentablemente, a medida que las mujeres hemos conquistado el mundo externo, nos hemos ido alejando del interno y hoy en día existe una gran falta de conocimiento y respeto por nuestro cuerpo.
Y esta desconexión con los procesos naturales lo ha aprovechado (y potenciado) la industria farmacéutica para patologizar y rentabilizar todos los procesos naturales femeninos: menstruación, concepción, embarazo, parto, lactancia, crianza y menopausia.
Muchas mujeres delegan todas estas etapas en agentes externos perdiéndose de esta forma la sabiduría implícita en cada proceso, que la hay e inmensa, y el verdadero poder.
El número de embarazos no deseados, a cualquier edad, y sus consecuencias son un claro ejemplo de que la mujer no controla y conoce su cuerpo. Extraña forma de liberación…
Por eso me parece muy interesante hacer referencia a este nuevo libro de Françoise Soler, autora de un librito pionero en España en los años 80 “Guía de los métodos anticonceptivos. Técnicas para disfrutar del sexo con responsabilidad”, monitora de métodos anticonceptivos naturales desde 1973 e introductora del método sintotérmico en España.
“Tu decides cuándo tener un hijo ” es toda una declaración de intenciones y habla de tomar las riendas de un momento tan cumbre en la vida de la persona con información y conciencia.
El libro explica el funcionamiento de la fertilidad femenina, repasa los métodos convencionales y los métodos naturales (sintotérmico, temperatura basal , Bilings , …).
Estos datos nos sirven para:
- Conocer nuestro cuerpo
- Favorecer la concepción de forma natural. Y aquí también añadimos el libro “Dieta de la fertilidad” con todos sus consejos de hábitos de vida físicos, emocionales y mentales para tener un hijo
- Evitar un embarazo no deseado
Aunque se conocen poco, los métodos naturales de anticoncepción son eficaces, respetuosos con el cuerpo femenino, no tienen efectos secundarios y algunos también han incorporado tecnología actual (Bioself , Método persona , …), pero exigen más conocimiento y compromiso, de la mujer y su pareja, que tomarse un cóctel hormonal en una pastillita.
Ojala todos los ministros y ministras de Sanidad e Igualdad leyesen libros de este tipo y los prescribiesen o los regalasen a las familias y colegios para aumentar el conocimiento de la población y practicar la PREVENCIÓN, lo más eficaz y sensato para evitar el abuso de la píldora del día después, las altísimas cifras de abortos de nuestra sociedad, …
Aunque me temo que las medidas que explica este libro son casi gratuitas y pueden aportar mucha luz a las personas sobre si mismas, algo poco interesante para el Sistema.
Porque ejercer el derecho al control de nuestra fecundidad, implica también tener control sobre nuestras vidas…
Sitio oficial: Editorial Integral
Más información: El dedo en la llaga (capítulo 7)
Fuente: http://www.elblogalternativo.com/2009/08/30/tu-decides-cuando-tener-un-hijo/
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