¿Qué es la <<normalidad>> en la medicina y en la ginecogía?
El concepto de <<normalidad>> se introdujo en la medicina en el año 1840. No tardó mucho en convertirse en la piedra angular de la medicina emergente y su introducción muy pronto se reveló como la mejor medida imaginable de los médicos para tener trabajo. Con una gran rapidez surgieron infinidad de tareas por el simple hecho de que ahora, en todos los campos de la medicina y en todas las personas, se podían detectar -en busca siempre de la anormalidad- aquello que generalmente caía fuera de los valores fijados. Esta práctica condujo a innumerables males en la psiquiatría, como sucedió con el abuso desmedido que de ello hicieron numerosos regímenes comunistas. También en la ginecología el concepto de normalidad creó muchos puestos de trabajo y aseguró otros muchos. Ya sólo por el proceso del ciclo casi la mitad de las mujeres se salen de la norma y, por consiguiente, son por definición candidatas potenciales a un tratamiento.
La cuestión que nunca se ha aclarado es, naturalmente, si satisfacer los valores normales es realmente sano y si las pacientes normales son más felices que aquellas otras que no tienen ese valor normal o incluso incumplen la norma. Tampoco pudo aclararse nunca de una manera satisfactoria qué es realmente normal. ¿Resulta realmente normal si en caso de sobrepeso se tragan deliberadamente tenias para que en el futuro se desarrollen y quiten el mázimo alimento posible al hospedador, para que éste no engorde? Esto fue normal en los Estados Unidos, mientras que entre nosotros se consideraría anormal. Aquí, en cambio, se ve normal reducir quirúrgicamente el estómago a las personas con sobrepeso, de tal manera que estén imposibilitadas físicamente para tragar cantidades excesivas de comida. Esto se considera hoy normal en la medicina académica, pero no hace falta hacer muchos esfuerzos proféticos para prever que observadores posteriores considerarán tales operaciones como algo anormal, lo mismo que hacemos nosotros con los vómitos que los romanos provocaban después de los excesos en la comida, con objeto de regular su peso. También la droga moderna más reciente al respecto, que permite a sus seguidores seguir consimiendo montañaas de grasa, pero que les impide absorberla, se verá en algún momento como algo anormal.
La normalidad, por consiguiente, parece depender del lugar, de la sociedad y del tiempo. Aunque ahora parezca normal poner trabas al propio estómago por medio de operaciones, seguramente que no es natural. Más natural y desde luego más normal sería, quizás, asumir las causas psíquicas reales. Hace ya tiempo se eliminaba mediante operación una porción del intestino y se provocaba así una diarrea quirúrgica para que de este modo la persona afectada pudiera segur comiendo sin límites. Un catedrático alemán prefirió el camino contrario y hacía tragar a sus pacientes una especie de globo, que se inflaba en el estómago y que permanecía allí durante algunas semanas. Los pacientes tienen una sensación de plenitud permanente y no pueden comer, adelgazan y padece unos efectos secundarios muy desagradables. ¿Es normal todo esto? El catedrático en cuestión parece que lo encuentra completamente normal, incluso aunque la medicina académica le haya dado la espalda. Por el contrario, la mayoría de los médicos consideran hoy que ayunar dos semanas <<no es del todo normal>>. Lo accesorio que resulta todo ello en los temas del peso queda demostrado con algunas definiciones del peso. La medicina universitaria reconoce a este respecto dos valores: el peso normal y el peso ideal. Esto sólo ya demuestra que entre nosotros lo normal no es lo ideal y que el ideal no es normal. Ante estos puntos de vista surge poco a poco una cuestión: ¿no será que quizás los médicos no son del todo normales? ¿Pero qué es la normalidad? ¿Quién y en qué casos puede determinarlo y clasificar después a otros como no normales?
Aquí sólo hemos sacado un punto diminuto del amplio campo de la medicina, y ya con eso el concepto de la normalidad desaparece en un pantano impenetrable de opiniones e intereses propios. Evidentemente es normal lo que sirve mejor a determinados intereses. Por desgracia la situación no es distinta en el campo de la ginecología. Si (el hombre) puede ver a la mujer sólo como madre, será anormal todo lo que no conduzca al embarazo. Pero entonces, la utilización de medios anticonceptivos es anormal y, con ello, patológico. Sin embargo entre nosotros - salvo unos pocos católicos ortodoxos- se ha convertido en algo bastante normal impedir la mayoría de los embarazos con medidas anticonceptivas. Por el contrario, muchos ya no considerarían totalmente normal a una mujer que tuviera quince hijos. Por consiguiente, para todos los casos lo normal depende mucho del espíritu de los tiempos.
Con frecuencia una mayoría está del todo segura de lo que es normal. Pero esto no impide que la minoría tenga otra comprensión de lo <<normal>>. ¿Es normal si alguien utiliza el aborto como medida anticonceptiva porque se lo paga el seguro médico, que en cambio no paga medios como el preservativo o la píldora? Lo que la mayoría rechaza, una mujer lo puede encontrar totalmente normal para ella. ¿Es normal hacerse quitar en una operación las arrugas de la edad? Para la mayoría desde luego que no, pero sí para muchos de los personajes de la prensa del cotilleo. ¿Es normal conseguir un hijo superinteligente por medio de un banco de seman? Entre nosotros todavía no, aquí se considera normal el propio trabajo casero, pero en los Estados Unidos es cada vez más normal mejorar de esta manera las posibilidades de los (¿propios?) hijos. Si esta normalidad logra imponerse, algo que es de temer en vista de la creciente americanización, se consideraría anormales a aquellos que tuvieran hijos propios, comparativamente menos inteligentes.
Tampoco fuera de la medicina encontramos una verdadera ayuda en la búsqueda de la normalidad real. La cuestión es, si realmente existe. A pesar de eso, los médicos argumentan que sin unos valores normales que sean fiables se hundiría toda la medicina de laboratorio. Y tienen seguramente razón. ¿Pero tienen realmente siempre razón los valores normales de la medicina de laboratorio y son realmente fiables? Hace un tiempo me contaba un médico de balneario aterrorizadam que había <<retirado>> a un segundo participante del grupo con un pulso inferior a 40. Su preocupación y su intención de excluir a ambos de toda actividad física estaban justificadas, pues se alejaban mucho de los valores normales. Con valores del pulso inferiores a 40, la medicina instala hoy un marcapasos. Pero los dos <<pacientes problemáticos>> eran deportistas de alta competición, bien entrenados y que dúa tras día realizaban enormes esfuerzos físicos.
Habría que tener también en cuenta el hecho de que la medicina tradicional modifica los valores normales según la oportunidad. En el caso de la presión sanguínea, es normal lo que ofrece la mayoría, y en nuestra sociedad estresada esto tiene muy poco que ver con la salud. Así resulta lógico el médico interno que trató de hipotensión a un paciente de sesente años que padece algunos mareos. El hombre tenía un valor máximo de 130 y entre nosotros es normal 100+ la edad. Medido en el estado de calcificación medio de esta sociedad, lo normal habría sido un valor máximo superior a 160. Por tanto, con respecto a la presión sanguínea se trató aquí a una perosna más sana de lo normal para llevarle en dirección a una normalidad enferma. Por suerte no todos los médicos están extremadamente cuadriculados con la norma como este interno.
¿Pero qué puede hacerse en la jungla de las distintas normalidades? Abolir de nuevo los valores normales no es posible ni razonable, pues estos constituyen la base de toda la medicina de alta tecnología. Con respecto a la definición de <<normal>>, sin embargo, deberíamos volvernos mucho más precavidos y ser conscientes de la relatividad de este concepto. Esto rige de manera muy principal para la psiquiatría, pero también para el resto de la medicina, y de manera especial para un tema como es el de la ginecología. Hay que tener en cuenta aquí que lo normal ha sido determinado casi siempre por hombres, que por muy buena voluntad que pusieran no siempre lograron dejar a un lado las apreciaciones masculinas de <<lo normal>>. La cuestión concreta de si fue siempre sano para las mujeres lo que los hombres determinaron como <<normal>> para ellas, tiene por desgracia una respuesta negativa. Nuestras incursiones intelectuales realizadas al principio en la historia de la ginecología son una prueba triste de lo afirmado. Aunque durante las dos últimas décadas fue <<normal>> no dar el pecho, resultó malo para la madre y para el hijo. También era <<normal>> sacrificar al altar de ginecólogos especialmente dedicados a su matriz después de los cuarenta años, pero rara vez resultó sano. Hoy es <<normal>> impedir el climaterio por vía hormonal, pero esto no es sano para el alma.
¿Cómo es posible defenderse (la mujer) de caer víctima de la normalidad y de su imposición médica? Para toda la medicina una cosa fundamental es que prácticamente nunca conviene tratar los valores de manera aislada. De lo que se trata es de poder llegar a un verdadero diagnóstico por lo que las pacientes pueden insistir en ello. El tratamiento de valores de laboratorio puede conducir a errores tan epnosos como en el caso del colesterol, donde durante dos décadas dando dudosas vueltas alrededor de la normalidad de los valores también se han reducido químicamente las expectativas de vida de los pacientes. Los médicos salen hoy sigilosamente del dilema, como es habitual sin ninguna culpa, hablando del colesterol <<bueno>> y del <<malo>>. Incluso si fuera tan sencillo, durante décadas se les metió en una misma olla y se les llevó a los mismos valores normales. Por consiguiente, en todos los casos vale la pena mostrarse críticos frente a los valores normales, y tenemos esperanzas justificadas de que no todo será tan rígido como en los caso del peso, la presión sanguínea y el colesterol.
La cuestión fundamental de en qué medida vale la pena perseguir lo nomal, en ocasiones puede resultar de gran ayuda. Prescindiendo de los valores normales de la medicina, quizás sea mucho más interesante no ser tan normal como la media. En efecto, incluso hay indicios muy claros de que la adaptación forzada a la imagen que esta sociedad considera normal, resulta extremadamente amenazadora. La mayoría silenciosa vive mucho más peligrosamente de lo que quieren reconocer. La llamada normopatía resulta especialmente peligrosa para la salud (riesgo de cáncer). Los psicooncólogos, los médicos que se ocupan de las relaciones entre el cáncer y la psique, denominan normopatía a ese estado de adaptación que se produce a costa de la propia individualidad. Quienes siguen su camino individual van mejor aconsejados que aquellos otros que hacen cualquier cosa por intentar comportarse de manera normal y, sobre todo, los primeros son más felices.
Sería mucho más importante y razonable volver a orientarse hacia la naturalidad en lugar de hacia la normalidad. Con el periodo, la mujer está implicada en mucha mayor medida que el hombre en el proceso de la naturaleza, el mismo que se expresa en la pleamar y la bajamar o en la salida y la puesta del Sol. Por ejemplo, con frecuencia se rechaza la píldora porque hace desaparecer este nexo hacia esa dependencia en favor de una <<normalidad>> más clara. Una mayor relación con la naturalidad podría servir de ayuda en el dilema, en parte enfermante, del exceso de protagonismo de la normalidad.
Ir por el camino individual prescindiendo de la normalidad exagerada significa también, no obstante, asumir una mayor responsabilidad propia. En lugar de ceder a las autoridades las decisiones esenciales de la propia vida lo oportuno es decidir de manera autorresponsable, y no es raro que esto suponga oponerse a los modelos aprendidos en la primera infancia. El tema de <<ya lo arreglará papá>> es desde luego muy cómodo, pero tal como se ha comprobado. resulta también peligroso.
Dahlke, R./Dahlke, M./Zahn, V. El camino femenino a la curación: el mensaje curativo del alma femenina. Cómo interpretar las causas espirituales de las enfermedades de la mujer. Trastornos y síntomas más frecuentes. Robinbook.
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