En el
cuarto mes del embarazo, cuando el feto femenino mide unos diez centímetros, se
desarrollan los dos ovarios con su dotación ya definitiva de un total de
aproximadamente 400.000 óvulos, cada uno de los cuales aparece encerrado dentro
de un folículo. En el transcurso de la vida fértil de la futura mujer, un
máximo de 500 de todos ellos madurará y se desprenderá. Lo mismo que sucede en
el hombre, donde la anómala relación entre el número de espermatozoides
producidos y las posibilidades de cada uno de ellos en concreto todavía es
mayor, la naturaleza trabaja en la mujer con un enorme derroche. Igual que en
el ejército de espermatozoides, también la competencia entre los óvulos es muy
grande. En cada ciclo lo intentan al mismo tiempo hasta veinte folículos, pero
sólo uno, o a lo sumo dos, participarán en la carrera. Cuando uno de ellos ha
conseguido una ventaja suficiente, esto parece desanimar tanto a los restantes
que se rinden y desaparecen. Es realmente imposible establecer el momento en
que comienza un ciclo, pues ciclo significa círculo y éste no tiene ni un
principio ni un fin. Sin embargo, por razones didácticas es conveniente fijar
un comienzo, aunque sea totalmente teórico. Así, pues, se considera que el
ciclo empieza el día de la primera hemorragia. En ese momento el hipotálamo se
pone a producir un denominado factor de liberación. Esta hormona estimula, por
un lado, a la hipófisis, que comienza a liberar la hormona folículoestimulante
(FSH). Este estímulo da el pistoletazo de salida para la carrera entre los
veinte folículos. Los folículos que van creciendo, en particular el que
completa la carrera, producen cantidades crecientes de estrógeno, la principal
hormona sexual femenina. Junto a otros muchos efectos es responsable de la
formación de la mucosa uterina y acumula los nutrientes necesarios para una
posible anidación del óvulo. Además, el estrógeno se encarga de disolver el
tapón mucoso que normalmente obstruye la entrada de la matriz, y de esta manera
queda libre el paso para los espermatozoides. Psíquicamente, el estrógeno
estimula en muchas mujeres la predisposición sexual.
Si el folículo
ha madurado después de unas dos semanas, se
rompe su cuello y expulsa el óvulo del ovario en dirección a la cavidad
abdominal. Para evitar que el óvulo se pierda en este salto, el infundíbulo, a
modo de brazo prolongado de la matriz, se ha colocado oportunamente sobre el
ovario para recoger el óvulo. A través de la trompa de Falopio viaja ahora éste
en dirección a la matriz y con ello, posiblemente, hacia un ejército de
espermatozoides que luchan en una feroz competencia por la fecundación.
Mientras que el óvulo se deja empujar suavemente hacia adelante mediante las
contracciones de la trompa de Falopio, los espermatozoides deben avanzar con
sus propias fuerzas e incluso ir nadando en contra de la corriente. El óvulo ha
ganado ya la carrera cuando sus pretendientes masculinos están todavía
trabajando esforzadamente por tener una mínima posibilidad (de fecundar). El
que a partir de esta situación hubiera un tiempo en que se creyera la
superioridad del sexo masculino, nos causa hoy una impresión bastante extraña.
Si se quiere interpretar este proceso lo que habría de deducir de él es la
tranquila superioridad de las mujeres, que apenas tienen que preocuparse como
hacen los hombres, llenos de ambición, sino que simplemente han de seguir su
camino con toda tranquilidad después, cuando el tiempo esté maduro, elegir
entre los mejores. Una vez que ha sucedido, pueden dar tranquilamente calabazas
a todos los restantes pretendientes que siguen remando de manera esforzada. Esta
situación tiene, desde luego, su paralelismo en la vida social.
El
verdadero desprendimiento del óvulo se produce a través de otra hormona, la
hormona estimulante del cuerpo lúteo (luteinizante), liberada por la hipófisis,
esta vez también a solicitud del hipotálamo. El folículo roto se transforma
ahora en el cuerpo lúteo, que comienza de inmediato con la producción de una
hormona propia, la progesterona. Ésta es el complemento necesario del estrógeno
y en cierto sentido su contraria, si bien, naturalmente, sigue siendo una
hormona femenina. Permite formarse la mucosa uterina para que así pueda anidar
un óvulo. Además, hace que la mucosidad líquida que hay en la zona del cuello
de la matriz vuelva a espesarse y con ello se cierre de nuevo el cuello uterino.
Tranquiliza a todo el organismo femenino y a menudo reduce con ello también el
interés sexual de la mujer durante esta fase. Relaja al mismo tiempo a la
matriz para que ninguna contracción perturbe un posible anidamiento. Por
último, la progesterona eleva la temperatura corporal en aproximadamente medio
grado. Si este aumento de la temperatura basal se mantiene durante dieciséis
días, es un signo bastante seguro de embarazo. Al fin y al cabo, durante el
tiempo que sigue a la anidación, la hipófisis produce también prolactina que –como
indica ya su nombre- es responsable de la formación de la leche (latín: pro = para, lactatio = formación de leche.) Hace – aunque con la colaboración del
estrógeno- que durante la segunda mitad del ciclo los pechos se hinchen, y ya
de manera definitiva cuando se ha iniciado el embarazo.
Pero si no
es el caso, la producción de progesterona en el cuerpo lúteo va disminuyendo
poco a poco unas dos semanas después de la ovulación, volviendo a descender la
temperatura y reduciéndose igualmente los niveles de estrógeno y progesterona
en sangre. Debido a la abrupta retirada de la hormona, la mucosa muere, se
desprende de la matriz y mediante contracciones ondulares de ésta se elimina,
junto con sangre y mucosidad. En total se expulsan en general sólo de 50 a 100
mililitros de <<sangre menstrual>>, de los que la mitad son de
mucosidad fluida y restos de la mucosa. Por consiguiente, la pérdida de sangre
es por lo general muy pequeña, aunque no hay que olvidar que incluso la
cantidad más pequeña de sangre puede causar una gran impresión.
Con ello se
habría completado un ciclo, aunque no hay que olvidar que en cualquier ciclo no
hay ningún comienzo ni ningún final. Todo fluye sucesivamente y nunca permanece
estático. Todas estas fases se solapan, lo mismo que tampoco resulta fácil
diferenciar entre sí los efectos de cada una de las hormonas en particular. Lo
que en teoría puede aparecer ordenado de una manera tan clara es, en realidad,
mucho más complicado y confuso. Por ejemplo, si hablamos de estrógeno
deberíamos tener en cuenta que en realidad hay como mínimo treinta estrógenos
distintos y que no podemos diferenciarlos entre sí ni incluso en una única fase
del ciclo. Los más importantes son estradiol, estriol y estrona. Sabemos
entretanto, que los factores de liberación del hipotálamo vienen controlados
por el sistema límbico y, con ello, por nuestros centros psíquicos. Pero esas
áreas y el mundo de los sentimientos no los conocemos todavía ni de manera
aproximada, y muchos médicos deben descubrirlos todavía para ellos y sus
pacientes.
Cuanto más
profundizamos en los procesos cíclicos de la mujer, con mayor claridad se pone
de manifiesto lo lejos que estamos todavía de entender todo el misterio.
Probablemente será imposible, puesto que muchas de sus partes únicamente pueden
percibirse con los sentimientos. Palabras modernas como la de
<<interactivo>> afloran en este punto o el antiquísimo dicho de
Heráclito, que en última instancia es sabiduría intemporal: panta rhei (<<todo fluye>>).
Si al menos nos diéramos cuenta de que no apreciamos en toda su profundidad
este proceso vital, esto tendría la ventaja de que seríamos más humildes y tendríamos menos
tendencia a sobrevalorarnos nosotros y nuestras posibilidades.
Dahlke, R./Dahlke, M./Zahn, V. El camino femenino a la curación: el mensaje curativo del alma femenina. Cómo interpretar las causas espirituales de las enfermedades de la mujer. Trastornos y síntomas más frecuentes. Robinbook.
Dahlke, R./Dahlke, M./Zahn, V. El camino femenino a la curación: el mensaje curativo del alma femenina. Cómo interpretar las causas espirituales de las enfermedades de la mujer. Trastornos y síntomas más frecuentes. Robinbook.
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