viernes, 28 de septiembre de 2012

Del control externo a la guía interior
1.- El mito patriarcal: El origen de la división mente/cuerpo/emoción

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Tecera creencia: El cuerpo femenino es anormal

Dado que ser hombre siempre se ha considerado la norma en nuestra cultura, la mayoría de las mujeres interiorizan la idea de que hay algo que está fundamentalmente <<mal>> en su cuerpo. Se las induce a creer que deben controlar muchos aspectos de su cuerpo y que sus olores y formas naturales son inaceptables. Han sido condicionadas a pensar que su cuerpo es esencialmente sucio, que requiere una constante vigilancia de su limpieza y su <<frescura>>, para no <<ofender>>. Por naturaleza las mujeres tenemos más grasa corporal que los hombres. Además, dada la mejor alimentación en las últimas décadas, en la actualidad somos también más voluminosas que nuestras madres y abuelas. Sin embargo, las modelos de alta costura, que representan nuestro ideal cultural, pesan un 17 por ciento menos que la mujer estadounidense normal. No es de extrañar entonces que la anorexia nerviosa y la bulimia sean diez veces más corrientes entre las mujeres que entre los hombres y que vayan en aumento.
Esta denigración del cuerpo femenino ha sido la causa de que muchas mujeres tengan miedo de su cuerpo y sus procesos naturales o sientan repugnancia por ellos. Muchas, por ejemplo, jamás se tocan los pechos ni quieren saber lo que palpan en ellos, porque tienen miedo de lo que podrían descubrir. Es posible que se sientan culpables si los tocan, equiparando eso con la masturación, ya que los pechos son eróticos para los hombres, lo cual es otra señal de cuán completamente hemos cedido nuestro cuerpo a los hombres.
Tanto entre los profesionales de la salud como entre las propias mujeres se ha convertido en norma habitual considerar enfermedades que precisan tratamiento médico incluso funciones corporales tan naturales como la menstruación, la menopausia y el parto. Da la impresión de que la actitud de que nuestro cuerpo es un accidente a la espera de ocurrir se interioriza a una edad muy temprana, y esto dispone el escenario para la relación futura de la mujer con su cuerpo. Dado lo que se nos enseña, no es extraño que tantas mujeres se sientan mal preparadas para relacionarse con -y confiar en- ellas mismas. Nos han <<medicalizado>> el cuerpo desde antes de que naciéramos.
Nuestra cultura teme todos los procesos naturales: nacer, morir, sanar, vivir. Diariamente se nos enseña a tener meido. Cuando mi hija mayor tenía siete años, estaba un día sentada en el jardín con su padre podando unos arbustos. De pronto comenzó a llorar y entró corriendo en casa con el dedo ensengrentado. Se había hecho un corte con el borde de una hoja del arbusto. Cuando yo tranquilamente le puse el dedo bajo un chorro de agua fría y vi que la heridita era muy pequeña, ella me miró y me dijo lo que yo considero un principio de curación importantísimo: <<Sólo cuando me asusté comenzó a dolerme>>.
Dado que nuestra cultura venera la ciencia y cree que es <<objetiva>>, pensamos que todo lo que lleva la etiqueta de <<científico>> tiene que ser cierto. Creemos que la ciencia nos va a salvar. Pero la ciencia, tal como se practica en la actualidad, es un edificio construido con todos los prejuicios de la cultura en general. En realidad, no existe el dato <<totalmente objetivo>>; el sesgo cultural determina a cuáles estudios de investigación hemos de creer y a cuáles no hemos de hacer caso. Nadie es inmune a esta conducta; todos tenemos nuestras vacas sagradas. Una vez, en un congreso médico, uno de los ponentes me dijo: <<La mente humana es un órgano diseñado especialmente para crear anticuerpos contra las nuevas ideas>>.
Muchas de las intervenciones médicas que se realizan rutinariamente en el cuerpo femenino, no se basan en absoluto en datos científicos, sino que tienen su raíz en los prejuicios contra la sabiduría y el poder curativo innatos del cuerpo. Muchas de estas intervenciones tienen su origen en opiniones emocionales sobre las mujeres, provenientes de generaciones anteriores. Ejemplo de esto son las episiotomías que se practican rutinariamente en el parto (el corte del tejido situado entre la vagina y el ano, que supuestamente da más espacio para la cabeza del bebé). A pesar de que en los últimos diez años los estudios han demostrado que la episiotomía aumenta la pérdida de sangre, el dolor y el riesgo de lesiones perdurables en el suelo pelviano (algo que las comadronas llevan años diciendo), su práctica sigue siendo muy común. Sólo en 2005, debido a un estudio muy publicitado, publicado en el Journal of the American Medical Association, sobre los resultados de la episiotomía rutinaria, tanto las mujeres como sus médicos comenzaron a poner en duda más en serio la conveniencia de esta intervención.
El motivo de que esta práctica haya continuado tanto tiempo a pesar de los datos científicos en contra es que los tocólogos realmente creían que el cuerpo de la parturienta necesitaba esta intervención para proteger el suelo pelviano y asegurar un buen <<estrechamiento>> de la vagina después del parto. Una de las primeras cosas que me enseñaron en mi período de práctica fue colocar lo que se llamaba <<el punto de sutura del marido>> en la incisión de la episiotomía.

 Northrup, Christiane. Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer: una guía para la salud física y emocional. Urano.

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