lunes, 4 de noviembre de 2013

A propósito de la proyección de “Parirás con Poder”

por Belén Castrillo

Asistir a la angustia de sujetos que empiezan a sentir el peso de las cadenas que los sujetan es, por lo menos, esperanzador. La angustia por la soledad de las preguntas sobre dónde estamos parados y qué queremos de nosotros, sobre qué sabemos y qué no sabemos, qué podemos y creemos no podemos elegir.
Esta tarde, en la proyección de un documental a propósito de la búsqueda del parto respetado y en el marco de la lucha contra la violencia obstétrica tan ampliamente establecida, sentí que era partícipe de la gestación del cambio.
Cuando tenía 12 años recuerdo perfectamente cuando leímos en clase la escena en la que una mujer esquimal sabía que era momento de parir, se alejaba, realizaba un pequeño pozo en el suelo, se acuclillaba sobre él, daba a luz a su hijo y con los dientes cortaba el cordón umbilical. Así de simple y hermoso. Esa situación, varios años después, sigue siendo el ejemplo de lo exótico, lo diferente, lo que hay que excluir y que se opone a los parámetros de normalidad.
Las cadenas empiezan a molestar cuando emprendemos la tarea de deconstruir, por ejemplo, el saber médico. Y hablar de deconstruir implica aceptar que ese saber no es dado naturalmente sino construido social, cultural, histórica y políticamente. Que, si como plantea Michel Foucault, realizamos una genealogía de dicho saber, puede ser posible rastrear las epistemes que lo fundamentan y relacionarlas con intereses y coyunturas particulares. La soledad y la angustia sobrevienen cuando emprendemos la tarea de cuestionar ese saber que todos sabemos y no sabemos de dónde sabemos, que está socialmente naturalizado, internalizado y legitimado, y nosotros osamos cuestionar.
El saber es poder y es justamente ese saber el que da fundamento al poder, y no al revés. Socializar el saber implicaría democratizar el poder, del mismo modo que aceptar que existen saberes comunitarios, subjetivos, participativos y autogestionarios, implicaría renunciar a posiciones de poder ampliamente funcionales al sistema.
Con esto quiero decir que así como la violencia surge cuando un sujeto hegemónico inferioriza, vulnerabiliza, excluye y distingue a otro (siendo así que puede aplicar sobre él su poder), la medicalización del parto puede responder a la constitución de las universidades modernas, hacia el 1100, de las que las mujeres fueron excluidas, y el saber de las matronas aniquilado. Puede ser que nazca ahí, y como toda hegemonía requiere del consenso y la legitimidad, lo habremos ido reactualizando con el correr de los años, por haberse vuelto funcional al sistema. Un parto medicalizado responde a la búsqueda de cuerpos dóciles que necesita el capitalismo, responde a la extensión de la jurisdicción de la medicina (como ocurre con la estigmatización de conductas y comportamientos) y responde, entre otras cosas, al ideal de inmediatez posmoderno que busca anular los procesos y busca resultados rápidos y eficientes.

Pero como esa hegemonía requiere consenso, el hecho de que hoy nos sentemos a preguntarnos y deconstruir los lugares de los saberes, es un buen paso para democratizar el poder y empoderarnos. El saber se socializa con la información, que es la que nos permite tomar decisiones situadas y responsables. Por ello el núcleo de la información centralizada en determinados saberes expertos permite el empoderamiento de ciertos sectores de la sociedad. Por eso el camino es la información. Ya sea que elegimos ser madres o no, que elegimos parir en hospitales, nuestro living, acompañadas o solas, la elección será (en este camino) desde el poder que da nuestro saber como mujeres. Como dice Galeano, la utopía sirve para caminar, así que ¡caminemos!

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