Asistir a la angustia de sujetos
que empiezan a sentir el peso de las cadenas que los sujetan es, por lo menos,
esperanzador. La angustia por la soledad de las preguntas sobre dónde estamos
parados y qué queremos de nosotros, sobre qué sabemos y qué no sabemos, qué
podemos y creemos no podemos elegir.
Esta tarde, en la proyección de
un documental a propósito de la búsqueda del parto respetado y en el marco de
la lucha contra la violencia obstétrica tan ampliamente establecida, sentí que
era partícipe de la gestación del cambio.
Cuando tenía 12 años recuerdo
perfectamente cuando leímos en clase la escena en la que una mujer esquimal
sabía que era momento de parir, se alejaba, realizaba un pequeño pozo en el
suelo, se acuclillaba sobre él, daba a luz a su hijo y con los dientes cortaba
el cordón umbilical. Así de simple y hermoso. Esa situación, varios años
después, sigue siendo el ejemplo de lo exótico, lo diferente, lo que hay que
excluir y que se opone a los parámetros de normalidad.
Las cadenas empiezan a molestar
cuando emprendemos la tarea de deconstruir, por ejemplo, el saber médico. Y
hablar de deconstruir implica aceptar que ese saber no es dado naturalmente
sino construido social, cultural, histórica y políticamente. Que, si como
plantea Michel Foucault, realizamos una genealogía de dicho saber, puede ser
posible rastrear las epistemes que lo fundamentan y relacionarlas con intereses
y coyunturas particulares. La soledad y la angustia sobrevienen cuando
emprendemos la tarea de cuestionar ese saber que todos sabemos y no sabemos de
dónde sabemos, que está socialmente naturalizado, internalizado y legitimado, y
nosotros osamos cuestionar.
El saber es poder y es justamente
ese saber el que da fundamento al poder, y no al revés. Socializar el saber
implicaría democratizar el poder, del mismo modo que aceptar que existen
saberes comunitarios, subjetivos, participativos y autogestionarios, implicaría
renunciar a posiciones de poder ampliamente funcionales al sistema.
Con esto quiero decir que así
como la violencia surge cuando un sujeto hegemónico inferioriza, vulnerabiliza,
excluye y distingue a otro (siendo así que puede aplicar sobre él su poder), la
medicalización del parto puede responder a la constitución de las universidades
modernas, hacia el 1100, de las que las mujeres fueron excluidas, y el saber de
las matronas aniquilado. Puede ser que nazca ahí, y como toda hegemonía
requiere del consenso y la legitimidad, lo habremos ido reactualizando con el
correr de los años, por haberse vuelto funcional al sistema. Un parto
medicalizado responde a la búsqueda de cuerpos dóciles que necesita el
capitalismo, responde a la extensión de la jurisdicción de la medicina (como
ocurre con la estigmatización de conductas y comportamientos) y responde, entre
otras cosas, al ideal de inmediatez posmoderno que busca anular los procesos y
busca resultados rápidos y eficientes.
Pero como esa hegemonía requiere
consenso, el hecho de que hoy nos sentemos a preguntarnos y deconstruir los
lugares de los saberes, es un buen paso para democratizar el poder y
empoderarnos. El saber se socializa con la información, que es la que nos
permite tomar decisiones situadas y responsables. Por ello el núcleo de la
información centralizada en determinados saberes expertos permite el empoderamiento
de ciertos sectores de la sociedad. Por eso el camino es la información. Ya sea
que elegimos ser madres o no, que elegimos parir en hospitales, nuestro living,
acompañadas o solas, la elección será (en este camino) desde el poder que da
nuestro saber como mujeres. Como dice Galeano, la utopía sirve para caminar,
así que ¡caminemos!
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