A siete años de sancionada la ley que consagra el derecho de cualquier persona adulta a optar por la ligadura tubaria o la vasectomía, el balance habla de muchas mujeres poniendo el cuerpo a una operación que exige anestesia total y una internación de por lo menos dos días y de muy pocos hombres que piden una intervención con anestesia local, sin posoperatorio y fácil de revertir. ¿Las razones? Inequidad de género, falta de información y prejuicios tanto de los beneficiarios como de los servicios de salud.
Por Mariana Fernández Camacho
Provincia de Buenos Aires, 2005
“Al Sr. director del hospital: me dirijo a usted con el motivo de solicitar que se me realice ligadura de trompas. Tengo 32 años, tengo siete hijos y los siete son con cesáreas. Estamos de acuerdo yo y mi marido. Desde ya muchas gracias. Estoy de 31 semanas.”
Provincia de Buenos Aires, 2005
“Sr. director del hospital: solicito por la presente, nuevamente, se me realice una ligadura de trompas en mi próxima cesárea. Estoy cursando el quinto mes de mi décimo embarazo. En el último de ellos no se me realiza la ligadura por no tener el informe que se habría realizado autorizándome. Mis antecedentes constan en la historia clínica, el servicio de obstetricia y en el comité de bioética del hospital. A la espera de una respuesta satisfactoria. Atentamente...”
La ley nacional Nº 26.130, hace siete años, incorporó la ligadura de trompas de Falopio y la vasectomía como métodos electivos de anticoncepción definitivos en los servicios del sistema de salud, a partir de la autodeterminación de las personas mayores de edad y sin necesidad de consentimientos conyugales, indicaciones terapéuticas o autorizaciones judiciales. Se daba fin así a un largo camino de gestiones y de evaluaciones psicológicas, sociales y médicas que legitimaban (o no) deseos personales de otras. De esas otras mujeres que a través de cartas pedían al Estado ser escuchadas, y exponían su intimidad y sus dolencias empeñadas en obtener permiso para actuar sobre su propia vida. Mujeres que consiguieron transformarles la vida a todas.
En su libro Salud reproductiva y derecho a decidir. Experiencias sobre ligadura de trompas en la provincia de Buenos Aires –donde se recogen las cartas cuyos fragmentos son acápite de esta nota–, la licenciada Liliana Siede exploró la gestación del proceso de decisión de mujeres que se acercaron a hospitales públicos de la provincia de Buenos Aires para evitar tener más hijos, antes de la sanción de la ley. Para la mayoría de las mujeres de la muestra, llevar a cabo una ligadura de trompas significó sentir que por primera vez en sus vidas tomaban solas una decisión. Según Siede, la experiencia sobre el propio cuerpo enseña a construir valores: “Como si el apropiarse de decidir no tener más hijos quedara inscripto en un tiempo definido de cambio, de una necesidad interior que da lugar a una nueva etapa con otras perspectivas”.
Luces y sombras
Patricia Urbandt es especialista en bioética, coordinadora del centro quirúrgico en el Hospital Interzonal Especializado Materno-Infantil de la ciudad de Mar del Plata, y una testigo de los últimos 30 años del sistema de salud público: “Desde residente he pasado por todas las etapas. He conocido a médicos que decían ‘Esta señora no puede tener más hijos porque no tiene dientes, el marido está sin trabajo, se le murieron dos nenes, basta’ y entonces decidían la ligadura de trompas sin avisarle a la mujer, hasta ahora que con la ley las embarazadas piden las cesáreas para hacerse la ligadura aunque ésa no sea la indicación. Es decir, se pasó de una actitud paternalista por parte de los profesionales a otra donde a veces parece que el médico estuviera en un negocio vendiendo cosas. Con la operación de cesárea hacen dos por uno y se privilegia la distribución operativa de recursos físicos y materiales. Yo creo que las mujeres tienen derecho a elegir, pero sobre todo tienen derecho a saber y a estar informadas, porque no se están cambiando el color de pelo, se están haciendo algo de carácter permanente”.
Ante la falta de estadísticas, algunos estudios que a partir de la ley vienen siguiendo la evolución de la lisis tubaria en el partido de General Pueyrredón de la provincia de Buenos Aires reflejan que el 50 por ciento de las mujeres que hicieron uso de su derecho eran menores de 30 años, llegando a un 25 por ciento las menores de 25 (cifras relevadas entre septiembre de 2006 y agosto de 2011). También se evidencia un constante incremento en el número de prácticas realizadas en hospitales públicos y la aparición con mayor frecuencia de mujeres de entre 18 y 21 años que piden turno para operarse.
En sus cuadernillos informativos, desde el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable del Ministerio de Salud enumeran el tener menos de 25 años y desconocer otras opciones de métodos anticonceptivos entre los factores de riesgo de arrepentimiento a la ligadura. Se plantea además que una adecuada consejería preoperatoria es fundamental y que las arrepentidas son más cuando se ligan las trompas durante una cesárea.
En este punto, Urbandt abre el fuego: “Se debe partir de una idea central: la ligadura tubaria es una opción anticonceptiva permanente (la más gravosa), entre varias otras disponibles que tienen carácter reversible. Por eso, este tipo de intervención no puede funcionar en forma aislada de la normativa vigente en materia de salud reproductiva y procreación responsable. Si las mujeres recurren a la ligadura de trompas de Falopio como único método de anticoncepción por la fácil accesibilidad, el bajo costo que les genera, su innecesario control posterior y la alta efectividad, no podemos hablar de una opción legítima alcanzada entre otras alternativas válidas. Sería muy positivo que los jueces y efectores de salud pusieran el mismo celo que mostraron para ordenar y acordar las esterilizaciones por vía amparo, para hacer cumplir las leyes de salud reproductiva. No es posible, por ejemplo, que existan períodos en los que un hospital discontinúe la provisión de preservativos o anticonceptivos orales e inyectables. Es de esencial importancia que se encuentren disponibles los insumos para que todos los esfuerzos de información, educación y ejercicio de la autonomía personal no caigan en el vacío, ni se concentren sólo sobre una opción drástica de planificación familiar para las mujeres en edad fértil”.
Poner (siempre) el cuerpo
La operación de las mujeres consiste en la oclusión bilateral de las trompas de Falopio para que no se unan las gametas (óvulo-espermatozoide) y evitar los embarazos. En la vasectomía se realiza el corte de los conductos deferentes, por donde viajan los espermatozoides. El resultado es semen estéril. En general, se usa anestesia local y no requiere reposo. Ese mismo día el hombre vuelve a su casa y al siguiente puede ir a trabajar. En cambio, el post de la lisis tubaria es compleja, y si se realiza durante la cesárea se trata de una doble intervención que puede necesitar entre 48 y 72 horas de internación. Por otro lado, el nivel de eficacia de la vasectomía es del 99 por ciento, y a su vez tiene un porcentaje más alto de reversibilidad que la ligadura de trompas.
Es importante, además, echar por tierra los mitos que se le endosan a la esterilización masculina: no disminuye la libido, ni se goza menos, ni se tienen pocas erecciones y eyaculaciones. Todo sigue igual (de bien o mal) que antes de la intervención.
Para Urbandt, la defensa del género también tiene que ver con reclamar que alguna vez el cuerpo lo ponga el otro: “La mayoría de los métodos anticonceptivos están preparados y pensados para la mujer, aquí y en el mundo. Hay una cuestión de machismo que hace que el varón ni siquiera se coloque el preservativo, entonces la anticoncepción siempre recae sobre nosotras, con las consecuencias que cada método conlleva. Somos las mujeres las que ponemos el cuerpo para reproducirnos y para dejar de reproducirnos. Tenemos que entender que la reproducción es responsabilidad compartida, del varón y de la mujer. ”
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8321-2013-09-20.html
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