Las diosas
obscenas
Hay un ser
que habita en el subsuelo salvaje de la naturaleza femenina. Esta criatura es
nuestra naturaleza sensorial y, como cualquier criatura integral tiene sus
propios ciclos naturales y nutritivos. Este ser es inquisitivo, amante de la
relación, a veces rebosa de energía y otras permanece en estado de reposo.
Reacciona a los estímulos sensoriales: la música, el movimiento, la comida, la
bebida, la paz, el silencio, la belleza, la obscuridad[1].
Este
aspecto de la mujer es el que posee calor. No un calor del tipo “Vamos a
acostarnos, nena”, sino un fuego subterráneo cuyas llamas suben y bajan
cíclicamente. A partir de la energía que allí se libera, la mujer actúa según
le parece. El calor de la mujer no es un estado de excitación sexual sino un
estado de intensa conciencia sensorial que incluye su sexualidad, pero no se
limita a ésta.
Mucho se
podría escribir acerca del uso y el abuso de la naturaleza sensorial de las
mujeres acerca de la manera en que ellas y los demás reprimen sus ritmos
naturales o intentan apagarlos por completo. Pero vamos a centrarnos en su
lugar en un aspecto que es ardiente y decididamente salvaje y despide un calor
que mantiene caldeadas las buenas sensaciones. En la época moderna apenas se ha
prestado atención a esta expresión sensorial de las mujeres y, en muchos
lugares y momentos, incluso se la ha desterrado por completo.
Hay un
aspecto de la sexualidad de las mujeres que en la antigüedad se llamaba lo
obsceno sagrado, no con el significado con que hoy utilizamos la palabra “obsceno”
sino con el de “sexualmente sabio e ingenioso”, y se tributaban a las diosas
unos cultos dedicados en parte a la irrelevante sexualidad femenina. Los ritos
no eran despreciativos sino que más bien pretendían representar algunas partes
del inconsciente que incluso hoy en día siguen siendo misteriosas e
inexploradas.
La idea
misma de la sexualidad como algo sagrado y, más concretamente, de la obscenidad
como un aspecto de la sexualidad sagrada, es esencial para la naturaleza
salvaje.
Había en
las antiguas culturas femeninas unas diosas de la obscenidad así llamadas por
su ingenua y, sin embargo, astuta lascivia. Pero el lenguaje, por lo menos en
castellano, dificulta enormemente la comprensión de las “diosas de la
obscenidad” como no sea en términos vulgares.
He aquí el
significado del adjetivo “obsceno” y otros vocablos afines. A través de estos
significados creo que se comprenderá por qué razón este aspecto del antiguo
culto de la diosa fue desterrado bajo tierra.
Me gustaría
que mis lectores consideraran estas tres definiciones de diccionario y sacarán
sus propias consecuencias:
Sucio: El significado del término se ha
extendido hasta abarcar cualquier tipo de suciedad y especialmente el lenguaje
obsceno*.
Palabrota:
Palabra obsceno, expresión utilizada también actualmente para designar
algo que se ha convertido en social o políticamente impopular o sospechoso, a
menudo a causa de críticas y descalificaciones injustificadas o por no seguir
las tendencias del momento.
Obsceno: del hebreo antiguo Ob, con el
significado de “maga”, “bruja”*.
Todo estos
términos tienen cierto carácter despectivo y, sin embargo, subsisten en todas
las culturas mundiales vestigios de cuentos que han sobrevivido a las distintas
purgas. En ellos se nos dice que lo obsceno no es vulgar en absoluto sino que
más bien se parece a una especie de criatura de naturaleza fantástica que uno
quisiera tener por amiga y cuya vista desearía con toda el alma de recibir.
Hace unos
años, cuando empecé a narrar “cuentos de la diosa obsceno”, las mujeres
sonreían y después se reían al oír los relatos de las hazañas de las mujeres,
tanto reales como mitológicas, que utilizaban su sexualidad y su sensualidad
para conseguir un objetivo, aliviar una pena o provocar la risa, y, por este
medio, enderezar algo que se había torcido en la psique. También me llamó la
atención la forma en que las mujeres se aproximaban al umbral de la risa cuando
se hablaba de estas cuestiones. Primero tenían que apartar a un lado todas las
enseñanzas recibidas, según las cuales reírse de aquella manera no era propio
de una señora.
Y yo
comprobaba que el hecho de ser una señora en una situación inapropiada ahogaba
a una mujer en lugar de ayudarla a respirar. Para reír hay que poder exhalar el
aire e inspirar en rápida sucesión. Sabemos por la quinesiología y otras
terapias corporales como el Hakomi que el hecho de inspirar nos hace experimentar
sensaciones y que, cuando no queremos sentir nada, contenemos la respiración.
Cuando se
ríe la mujer respira libremente y, al hacerlo, es posible que empiece a
experimentar unas sensaciones no autorizadas. ¿Y qué clase de sensaciones son
ésas? Pues bien, en realidad, no son sensaciones sino un alivio y un remedio
para las sensaciones, un alivio y un remedio que a menudo dan lugar a la
liberación de lágrimas reprimidas y a la recuperación de recuerdos olvidados o
a la rotura de las cadenas de la personalidad sensual.
Comprendí
que la importancia de estas antiguas diosas de la obscenidad quedaba demostrada
por su capacidad de soltar lo que estaba demasiado tenso, borrar la tristeza,
provocar en el cuerpo una especie de humor que no pertenece al intelecto sino
al cuerpo y mantener expeditos esos canales. Es el cuerpo el que se ríe con los
cuentos del coyote y los del tío Trungpa[2],
las frases de Mae West, etc. Las travesuras y el humor de las diosas obscenas
pueden hacer que una vital modalidad de medicina se extienda por todos los
sistemas neurológicos y endócrinos del cuerpo.
(…)
Pinkola Estés, Clarissa. Mujeres que corren con los lobos.
[1] Las cosas que estimulan la felicidad
y el placer son siempre “puertas traseras” que se pueden explotar o manipular.
[2] Los cuentos del tío Tuong-Pa o
Trunpa son cuentos “verdes” protagonizados por bromistas, presuntamente
originarios del Tíbet. La figura del bromista está presente en los cuentos de
todos los pueblos.
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